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Antes de la coronación del 14 de mayo, Nicky y Alix habían tenido que asistir, después de la procesión inaugural del 9 de mayo, a recepciones protocolarias destinadas a dar la bienvenida a muchos altos funcionarios nacionales y extranjeros. La capacidad de mantenerse afables sin mover los pies, sin denotar tensión, fue considerada un grado de competencia real. Como Nicky se quejó posteriormente a Alix y a su madre (con una sonrisa), tenía las mejillas doloridas de tanto haberlas besado plenipotenciarios con bigotes rígidos.

El 13 de mayo transportaron ornamentos sagrados a la sala del trono en el Kremlin y una nube de inquietudes le ensombreció el ánimo. Para entonces las ceremonias le resultaban ya familiares, pero sentía como si el infierno estuviera acechando. No quería que nada saliese mal. Veía el 14 de mayo como una liberación. Al término de aquel día, ya no serla el zar en funciones, sino el zar consagrado. Por fin se habría acabado…, si nada salía mal.

Sospecho que sabía que algo se avecinaba. Pero no intuía cuándo podría presentarse. Cada día desde el 10 al 13 le parecía más peligroso que el siguiente.

En realidad, no era el único agorero. Habida cuenta de la firme convicción rusa de que nada bueno puede durar mucho tiempo, muchos estaban convencidos de que el buen tiempo se disiparía para la mañana de la coronación. Pero el 14 de mayo, un temprano sol matutino bañaba Moscú. Hubo que postergar los vaticinios aciagos. Las multitudes de mujeres que se habían apresurado a predecir diluvios seguían persuadidas de que algo iba a torcerse. Dado que Alix se había convertido a la religión ortodoxa rusa inmediatamente después del fallecimiento de Alejandro II, aquellas mujeres decían ahora: «Ella nos llega detrás de un féretro». No obstante, en vista de la belleza de aquel día excepcional, surgió enseguida el sentimiento opuesto. Muchas decían ahora: «Nos acercamos al fin del siglo. Quizás el nuevo, el siglo XX, será distinto. Que tengamos milagros de belleza y consuelo».