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Si ahora quiero interrumpir mi relato con mi traslado a Rusia, le recuerdo al lector que yo también soy un protagonista. Puesto que seguiré siendo el guía de Adolf Hitler durante decenios, su evolución futura dependerá en gran medida de la mía propia, y puedo asegurar que los ocho meses que viví en Rusia, desde finales de 1895 hasta principios del verano de 1896, representaron un elemento primordial en mi desarrollo como un alto demonio. Posteriormente fui mucho más capaz de prever el desenlace de grandes acontecimientos, un instinto que sólo los demonios más altos desarrollan. Huelga añadir que el Hitler de la década de 1930 había desarrollado similares talentos. Lo que aprendí sobre los grandes duques rusos durante mi estancia de ocho meses resultó aplicable a mi conocimiento subsiguiente de los magnates alemanes. Aunque estos caballeros suelen ser más poderosos en la práctica que las figuras reales, manifiestan un narcisismo idéntico, y las dotes desarrolladas de Adolf supieron, cuando fue necesario, halagar su vanidad.

También aprendí a manipular la voluntad del pueblo. Hablo de la voluntad ciega del pueblo. Cuando se le incita convenientemente, la gente se apresura a ingresar en las filas de los locos. No hace falta discutir si esto fue de utilidad para Adolf.

Aprendí mucho asimismo sobre la fuerza de Dios y su debilidad creciente. En 1942 hubo que tomar la decisión de si activar o no las cámaras de gas en los campos de concentración: una iniciativa sobrecogedora, incluso para Himmler y las SS, pero Adolf estaba preparado. Dios no tenía medios para castigarle. Y Adolf lo vio.

Si hay lectores que aún digan: «Preferiría seguir lo que sucede en Hafeld», tengo una respuesta. «Están en su derecho», les digo. Hagan clic en este enlace [8]. La historia de Adolf Hitler se reanuda allí.