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Aún no he descrito el desorden que planeábamos causar con motivo de la coronación del zar Nicolás II, pero preferiría extenderme un poco más sobre pequeños sucesos y las aventuras secundarias de la familia Hitler en Hafeld durante el tiempo en que estuve ausente. Sólo entonces me sentiré libre de referir nuestras actividades en San Petersburgo y Moscú. Diré que los ocho meses transcurridos desde nuestra partida, en octubre de 1895, hasta mi regreso a Austria, en junio de 1896, tuvieron una importancia personal para Adolf Hitler, y por tanto me siento obligado a contar lo que sucedió durante mi ausencia.

Sin embargo, hay una dificultad. En aquel ínterin, agentes de bajo rango, los tres a los que encargué que supervisaran mi zona de la provincia de la Alta Austria, me transmitieron informes de las diversas experiencias de Alois, Klara y los niños. Dado el alcance de nuestra misión en Rusia, me llevé conmigo, por supuesto, a mis mejores ayudantes. Así que mi conocimiento de lo que estaba ocurriendo en Hafeld tuvo que verse mermado. Los demonios inferiores, como los humanos inferiores, son insensibles al detalle trascendente.

Si bien recabo una buena noción de lo que les está ocurriendo a mis clientes, incluso cuando tengo que confiar en lo que me comunican agentes mediocres, el trabajo pierde tono. No obstante, mi relato no se resentirá gravemente. Mucho antes de partir, logré elevar la percepción de todos mis ayudantes hasta un grado razonable. Lo digo con orgullo. Tenían muy poco que ofrecer la primera vez que comparecieron ante mí. Sin embargo, no tengo un gran afán de explicar nuestro método de reclutamiento. Nos llevaría de inmediato a una cuestión más sacrosanta: ¿cómo llegan a ser demonios? ¿Está ojo avizor el Maligno para humanos superiores predispuestos a trabajar con nosotros o, como sucede más a menudo, se presentan como una prole de humanos rechazados? Como ya he indicado, sobrepasa mi conocimiento el modo en que el D. K. y el Maestro negociaron este arreglo. No puedo decir por qué ni cuándo sucedió, pero yo supondría, según mi experiencia, que el Maestro, en su intento de acceder a un plano de igualdad con el D. K., tuvo que aceptar un buen número de desechos: todas aquellas humanas posibilidades frustradas. A lo largo de los siglos, y hasta quizás de milenios, el Maestro tuvo que asignar una parte muy grande de sus recursos al Tiempo necesario para adiestrar al material averiado que recibimos. Es una dificultad similar a la de formar una orquesta sinfónica con candidatos que todavía tienen que aprender a tocar un instrumento.

No seguiré hablando aquí de estos problemas. Sólo diré que los agentes que dejé en Hafeld hicieron lo que pudieron para informar de los esfuerzos de Alois en la apicultura, pero como no poseían un sentido muy claro de sus contratiempos no siempre pudieron satisfacer mi comprensión de lo que le aconteció a él, a sus abejas, a su mujer y a sus hijos desde el final de 1895 hasta el verano siguiente.