Yo no estaba preparado para el interés que Alois mostró por estos temas. Aquél no era el hombre que yo conocía. Aunque veía su propósito práctico, puesto que el producto era vendible por excelencia, la apicultura entrañaba sus riesgos, y entre ellos el de recibir un grave número de picaduras de abeja. Por otra parte, quizás fuese razonable emprender tal esfuerzo en vez de poner en peligro su corazón fatigado arando un campo.
Me asediaba, no obstante, una sospecha incómoda. El entusiasmo de Alois era demasiado sincero. Las ganancias no le preocupaban suficientemente. Era esto lo que turbaba mi entendimiento. El ansia de dinero es el incentivo que en general impulsa a embarcarse en una nueva actividad a hombres como Alois. Por tanto, la relativa ausencia de afán de lucro indicaba que Alois iba a emprender aquella empresa porque satisfacía algo que yo aún no le había detectado.
Recordé que había tenido sus escarceos con la apicultura en una pequeña ciudad cerca de Braunau, pero pronto vi una razón mejor. En aquellos pocos meses se había molestado en escribir un artículo corto que fue publicado por una revista de apicultores. El grado de conocimiento libresco que Alois había adquirido sobre el tema le daba un punto de vista sobre nuevos métodos de cultivo. Afirmó que las colmenas construidas con paja pronto quedarían anticuadas. Eran objetos rechonchos, parecidos a una cúpula, de un tamaño y forma como un torso humano con una gran panza, y habían tenido sus inconvenientes. Para cosechar la miel, los apicultores tenían que mantener aturdida con humo a la colonia de abejas. Este procedimiento dejaba la colmena en un estado cuasicomatoso. Era impreciso y violento. A veces, había que partir en dos la colmena de paja para recoger el producto. A pesar del humo, algunas abejas seguían lo bastante activas para picar al recolector.
Sin embargo, en Inglaterra y Estados Unidos estaban desarrollando una innovación muy comentada. De ella trataba el artículo. Incluso en Austria había apicultores deseosos de erradicar las viejas colmenas de paja. Para su época habían representado una mejora sobre la práctica más bárbara —común durante el medievo— de expulsar a las abejas de su agujero en un árbol, pero cultivadores punteros hablaban en aquellos tiempos de colmenas que podían convertirse en el equivalente, o al menos esto proclamaba el artículo, de una metrópoli de abejas. La nueva vivienda, no mayor que un cajón de madera que se pudiese instalar sobre un banco, estaría llena de bandejas de cera dispuestas verticalmente. Así las obreras podían construir sus minúsculas celdas en ambos lados de cada bandeja. ¡Y de la forma más ordenada! Como el cajón contenía una serie de bandejas y cada bandeja tenía espacio para miles de celdas en una rejilla de filas e hileras, algunos apicultores calcularon que cada colmena se asemejaba ahora a lo que podrían ser en el futuro los edificios de apartamentos gigantescos.
Tal había sido el asunto de su artículo —visionario, realmente—, pero para explicarle a Klara su objetivo, Alois optó por recalcar la promesa pecuniaria. Le dijo que un trabajo limpio reportaría unos buenos ingresos, y que Alois hijo y Angela aportarían su ayuda. Adi también. La convenció de que era un proyecto eminentemente práctico.
Yo estaba más que preocupado. Quizás Klara le creyera, pero yo no. Yo había decidido que Alois trataba de encontrar un medio de acercarse más al Dummkopf. No era algo que yo pudiese pasar por alto.