Cuando cumplió un año, Klara llamaba al niño Adi, en vez de Adolf o Dolfi. (Dolfi estaba demasiado cerca de Teufel[1]).
—Mirad —les decía a sus hijastros—; mira, Alois, mira, Angela, ¿verdad que Adi es un ángel, no os parece un angelito?
Como el bebé tenía una cara redonda, grandes ojos redondos, tan azules como los de su madre, y una boca pequeña, y por lo tanto a ellos les parecía como cualquier otro bebé, asentían con dócil obediencia. Klara era una buena madrastra y Alois y Angela no tenían problemas, sobre todo desde que su padre les había dicho que Fanni se había vuelto loca.
Klara no tenía pensado hablar del recién nacido a sus hijastros con un entusiasmo tan abierto, pero no podía evitarlo. Sus ojos emanaban beatitud. Adi daba todos los signos de que seguiría vivo al día siguiente.
La lactancia alimentaba esta certeza. Klara le estaba inoculando su fuerza, su pezón disponible nunca estaba muy lejos de la boca de Adi. Algunos de nuestros demonios menores, que pasaron por Braunau de noche, informaron de que las oraciones de Klara eran más sentidas que las de cualquier otra joven madre de las cercanías. Los demonios, obviamente, no sienten el menor afecto por algo sentimental, y no digamos por algo sentido, pero a uno o dos les impresionó. La plegaria de Klara era tan pura: «Oh, Señor, toma mi vida si sirve para salvar la suya». Otras mujeres, más prácticas, se quejaban a Dios de las cosas que les faltaban. Las más codiciosas siempre estaban pidiendo una casa mejor. Las estúpidas anhelaban un amante sorprendentemente bueno, «sí, Señor, si lo permites». Rara era la golosina por la que no suspirasen. Las oraciones de Klara, en cambio, ansiaban para su hijo una larga vida.
Si bien el Maestro no muchas veces se mostraba comprensivo con el amamantamiento, ya que su ausencia podía estimular feas energías que más adelante utilizaríamos, era más tolerante con los casos de incesto en primer grado. Entonces quería que la madre estuviese cerca del niño. ¡Tanto mejor para nosotros! (Un monstruo es mucho más efectivo cuando puede apelar al amor materno para seducir a nuevas relaciones).
Los dramas excretorios también ofrecen ventajas. Un trasero sucio de bebé envía una señal: la madre es una cliente potencial nuestra. Lo contrario es asimismo útil. Klara es un excelente ejemplo a este respecto. Siempre tenía la casa limpia. Su alojamiento en la fonda Pommer estaba entonces tan inmaculado como un hogar atendido por varias buenas sirvientas. Los muebles relucían. Así también brillaba el ano diminuto de Adi, que su madre mantenía impoluto como un ópalo, pequeño y resplandeciente, lo cual yo también aprobaba: un hijo incestuoso tiene que ser siempre consciente de la importancia de sus excrementos, aunque eso se reduzca a un agujerito del culo al que siempre se le está sacando brillo.