Pueden llamarme D. T. Es la abreviatura de Dieter, un nombre alemán, y D. T. servirá, ahora que estoy en Estados Unidos, un país curioso. Si recurro a mis reservas de paciencia es porque el tiempo aquí transcurre sin sentido para mí, un estado que a uno le incita a rebelarse. ¿Será porque estoy escribiendo un libro? Entre mis colegas de antaño, tuvimos que jurar que nunca tomaríamos una iniciativa semejante. Al fin y al cabo, yo era miembro de un grupo de inteligencia incomparable. Clasificado como las SS, Sección Especial IV-2a, estaba bajo la supervisión directa de Heinrich Himmler. Hoy se le considera un monstruo y no tengo intención de defenderle: resultó ser un auténtico monstruo. No obstante, Himmler poseía una mente original y una de sus tesis guía mis propósitos literarios, que no son, lo prometo, rutinarios.