16

MI CABALLERO DE BRILLANTE
ARMADURA

—¡Aprieta! —me gritó Miss Emily en la cara—. No estás apretando. ¡Aprieta fuerte!

—Ya aprieto —contesté.

Aspiré profundamente y seguí intentándolo. Me dolía tanto, que empecé a pensar en la posibilidad de que Miss Emily tuviera razón: mis sufrimientos eran mayores como parte de un castigo divino por mis pecados. Mamá Longchamp nunca me había dicho que dar a luz era tan doloroso. Yo ya imaginaba que no era una excursión campestre, pero me parecía que las manos de un gigante me atenazaban el vientre, que tenía dentro un manojo de cuchillos. Pensé que podía desmayarme antes de dar a luz y que sucedería algo espantoso. Por último, noté que el niño se movía.

—Lo que me imaginaba —dijo Miss Emily—. Viene con los pies por delante.

Le fue dirigiendo con sus largas, delgadas y huesudas manos. Charlotte ya había regresado con el cubo de agua caliente y Miss Emily la mandó después en busca de toallas y unas tijeras. La vi de pie en la puerta, con los ojos muy abiertos y la boca abierta, observando cómo se desarrollaba el milagroso acontecimiento.

—¿Qué va usted a hacer con esas tijeras? —grité al ver que Miss Emily las cogía de manos de Charlotte.

—Cortar el cordón umbilical —respondió, molesta por mi pregunta.

—¿Por qué no llora el niño? ¿No lloran los niños al nacer? —pregunté. Tenía la cara bañada de sudor y unas gotas me caían en los ojos y me obligaban a parpadear.

—Calla y aguanta —me reprendió—. No olvides que es prematuro.

—¿Qué es? ¿Es una niña?

No dijo nada, pero vi que Charlotte afirmaba con la cabeza. Una pequeña, como yo había deseado. Cerré los ojos y seguí tendida de espaldas reclinando la cabeza en la almohada. Mi respiración se hizo más regular. De repente, oí el pequeño llanto del bebé cuando Miss Emily lo lavaba y lo envolvía en una toalla.

—¡Déjeme verla! —exclamé.

Miss Emily la puso a mi lado. Me encontraba tan cansada que apenas podía mantener los ojos abiertos pero cuando contemplé aquella carita rosada con una nariz y una boca tan pequeñas, sentí que mis dolores y mi cansancio disminuían y una abrumadora sensación de euforia los remplazaba. Sus diminutos dedos estaban encogidos y arrugados como los de una ancianita, y sus orejas eran las más pequeñas que había visto en mi vida. Tenía un parche de pelo rubio, mi pelo, tal como yo había esperado que tuviera. Tenía totalmente cerrados los ojos y yo me moría de impaciencia por ver si eran del mismo color zafiro oscuro que Michael.

—Qué pequeñita y perfecta es —opiné—. ¿Es un hoyuelo eso que tiene en la mejilla?

—Demasiado pequeña —murmuró Miss Emily. Enrolló las toallas y las echó al cubo. Luego nos miró fijamente a mi hija y a mí, y me la quitó de los brazos meneando la cabeza.

—¿Adonde se la lleva? —pregunté. Me encontraba tan fatigada, que era incapaz de oponer resistencia.

—Al cuarto de los niños. ¿Dónde la voy a llevar? Tú duerme. Más tarde, te enviaré a Charlotte con algo para comer y beber.

Me pareció que sostenía a la niña con excesiva rudeza y que incluso un recién nacido encontraría duros e incómodos aquellos huesudos brazos. La niña se echó a llorar y volvió su cabecita como si se negara a lo que le hacían.

—¿Por qué no la deja usted conmigo?

—Podrías rodar encima de ella mientras duermes —contestó Miss Emily, lanzándome una de sus desdeñosas miradas. Luego miró a la niña y volvió a menear la cabeza—. Es demasiado pequeña —repitió, antes de alejarse.

—Pero es muy bonita, ¿verdad? ¿Verdad? —grité.

Miss Emily se limitó a volver la cabeza y a mirarme por encima de su descarnado hombro.

—Ha venido a este mundo con los pies por delante —contestó.

—¿Qué significa eso? —pregunté. No respondió y continuó alejándose—. ¿Qué significa eso? —grité, pero sólo oí sus pisadas desvaneciéndose cada vez más aprisa.

Quise levantarme y seguirla, pero estaba tan agotada que sólo pensar en ello suponía demasiado esfuerzo para mí. Seguir allí tendida y sin fuerzas para levantar la cabeza era una experiencia tan enervante, que cerré los ojos y me quedé profundamente dormida. Soñé que tenía a mi hija en brazos; que ya parecía más mayor y que tenía la cara bien formada, combinando perfectamente sus facciones con las mías y las de Michael. De pronto me la arrancaban de los brazos, exactamente igual que había hecho Miss Emily. Mi hija extendía sus bracitos hacia mí, pero continuaban llevándosela. Las dos empezamos a gritar y el grito de mis sueños fue tan real que me despertó.

Supe que estaba lloviendo al oír el torrente de agua que aporreaba el techo de mi cuarto y las ventanas del corredor. Luego escuché el zumbido del trueno y el centelleo de un relámpago. Era como si se conmoviera todo el caserón. Aquellos sonidos me hicieron sentir fría y mojada, y no pude evitar volver a cerrar los ojos y quedarme dormida al ritmo de las gotas de lluvia que arrastraban las ráfagas de viento y que barrían el edificio en oleadas sucesivas.

Desperté al cabo de varias horas. Noté la presencia de alguien a mi lado y vi a Charlotte sosteniendo un vaso de algo que semejaba leche, pero con un color oscuro y algunas partículas que parecían cereales flotando en la superficie.

—Dice Emily que debes beberte esto —anunció.

—¿Qué es? —le pregunté.

—Una receta que ha hecho para ayudarte a recuperar muy pronto las fuerzas. Es lo mismo que bebía mi abuela después de tener a sus bebés. Emily recuerda los ingredientes que le dijo.

—Probablemente a base de vinagre —murmuré, cogiendo el vaso. Pero al probarlo vi que no tenía sabor ácido, sino a miel. Desde que había vivido con mamá Longchamp sabía que algunos viejos remedios, brebajes y similares, daban frecuentemente mejor resultado que los llamados medicamentos modernos. Vacié el vaso de dos tragos.

—¿Has visto a la niña? —pregunté a Charlotte. Ella asintió—. Es bonita, ¿verdad?

—Emily ha dicho que es demasiado pequeña —respondió.

—Ya engordará. Yo cuidaré de ella y en seguida se pondrá sana y hermosa. Yo no quería tener un parto prematuro —dije, recordándolo todo ahora—, pero Emily me dio mucho miedo. Temí que fuera a atacarme y por eso eché a correr y me caí. Pero ya ha terminado todo y pronto nos iremos de aquí mi hija y yo. Charlotte —dije, alargando el brazo para cogerla de la mano y acercarla más a mí—, he visto el cuarto de los niños y sé que me dijiste la verdad. Es cierto que tuviste un bebé, un auténtico bebé.

—Tenía las orejas puntiagudas —recitó inmediatamente, como si la hubieran hipnotizado para que lo repitiera cada vez que le hacían alguna referencia a su hijo.

—No, Charlotte. Estoy segura de que sus orejas no eran puntiagudas. Emily te dijo un día que estabas embarazada, pero las mujeres no se despiertan y descubren que están embarazadas. Siempre hay un padre. ¿Por qué no le dijiste quién era el padre de tu hijo, para que dejara de andar diciendo esas cosas tan horribles?

Quiso desprenderse de mi mano, pero yo se lo impedí.

—No te vayas, Charlotte, cuéntamelo. No eres tan tonta como quiere hacer creer tu hermana. Te daba vergüenza, ¿verdad? Por eso lo mantuviste en secreto. ¿Por qué te daba vergüenza? ¿Era un hombre que no habría aprobado Miss Emily? ¿Creías amarle igual que amaba yo a mi Michael?

Abrió los ojos con interés, pero en ellos vi que no era cuestión de amor.

—Puedes contármelo, Charlotte. No se lo diré a Miss Emily. Sabes bien que no. Tú y yo somos dos buenas amigas. Quiero ayudarte y ser tu amiga igual que tú lo has sido conmigo. Le hiciste pensar que no sabías que estabas embarazada; la dejaste crear aquella horrible fantasía del demonio, ¿verdad?

No respondió y bajó la cabeza.

—Charlotte, tú sabes cómo se quedan embarazadas las mujeres, ¿verdad? Aunque nadie se haya tomado nunca la molestia de decírtelo, tú sabes lo que tiene que hacer una mujer con un hombre para quedarse embarazada. No me cabe duda de que ese tema ha estado siempre prohibido en esta casa, especialmente desde que la gobierna Miss Emily, pero lo sabes, ¿verdad?

—Los contoneos —contestó, inmediatamente.

—¿Los contoneos? No entiendo, Charlotte. ¿Qué es eso de los contoneos? ¿Cómo pueden dejarte embarazada?

—Cuando él hizo los contoneos sobre mí —respondió—, el bebé empezó a crecer en mi barriga.

—¿Cuando él hizo los contoneos? ¿Quién, Charlotte? ¿Quién hizo los contoneos sobre ti?

—Fue en el granero —explicó—. Me enseñó cómo lo hacían los cerdos y luego lo hizo conmigo.

—¿En el granero? Fue Luther, ¿verdad? Fue Luther. —Lo supe por la expresión de su rostro—. Y creo que Miss Emily lo sabía desde el principio, claro que sí. Y por eso le ha estado castigando todos estos años, haciéndole expiar su conciencia. Por eso él tolera todos los abusos de Miss Emily y vive y trabaja como un esclavo.

—Oh, Charlotte —exclamé, tirando de ella hacia mí—. Siento que lo que te pasó se convirtiera en semejante pesadilla. Pero, dime, ¿qué le ocurrió al bebé?

Oímos las pisadas de Miss Emily en el pasillo y Charlotte me soltó inmediatamente la mano.

—Te haré un bonito trabajo de labor para colgarlo en el cuarto de los niños —se apresuró a decir, cogiendo el vaso vacío. Abandonó la habitación antes de que Miss Emily apareciera por la puerta. Miss Emily alzó el brazo para detenerla.

—¿Se lo ha bebido todo? —le preguntó. Charlotte afirmó con la cabeza y le mostró el vaso—. Bien, ve a lavarlo al fregadero —ordenó, mirándome luego a mí.

—¿Cómo está la niña? —le pregunté.

—La niña era demasiado pequeña —respondió sin pérdida de tiempo—. Quiero que duermas a fin de que puedas estar lista para marcharte por la mañana. Ya están hechos los preparativos. Iba a marcharse ya.

—¿Qué quiere usted decir? —pregunté, apoyándome en los codos—. ¿Qué quiere decir con que era demasiado pequeña?

—Cuando un niño nace demasiado pequeño, no se le considera nacido —contestó, sin darle importancia, disponiéndose a salir del cuarto.

—¿Qué le ha ocurrido a la niña? ¿Dónde está? —grité. Saqué las piernas de la cama, pero la cabeza empezó a darme vueltas y tuve que volver a reclinarme en la almohada y cerrar los ojos. Sentí calor en el vientre y un gorjeo. El calor parecía subirme rápidamente hacia el pecho.

«¿Qué habrá echado en ese brebaje? —me pregunté—. No he debido bebérmelo. No he debido…»

Me sentía muy aturdida, muy cansada y débil. Me había dejado tan extenuada que no podía volver a poner las piernas sobre la cama ni a abrir los ojos. Parecía que me hubieran echado encima una pesada manta de hierro que me impedía moverme y pronto tuve la sensación de estar hundiéndome cada vez más profundamente en la cama. Trataba de oponer resistencia, pero no podía levantar los brazos. Al cabo de un instante, caí en un sueño tan profundo como el anterior.

Estuve dormitando la mayor parte del día, y cuando me despertaba y trataba de incorporarme sentía unos fuertes martilleos en la cabeza. Sólo me confortaba seguir tendida con los ojos cerrados y ello daba lugar a que volviera a dormirme. Ignoraba si era de día o de noche, pues la puerta de mi cuarto continuaba cerrada, pero al cabo de mucho tiempo se abrió de par en par y Miss Emily volvió a entrar.

Empecé a levantar la cabeza de la almohada. Ella se acercó rápidamente y me puso la mano detrás de la nuca para ayudarme a incorporarme. Luego me acercó a los labios un vaso lleno del mismo líquido que había traído Charlotte. Intenté rechazarlo, pero ella me sujetó firmemente por la nuca con sus dedos, semejantes a pinzas metálicas, y sostuvo el vaso pegado a mi boca.

—Bébete esto —me ordenó cuando parte del líquido empezó a chorrear por los lados de mi barbilla—. Bébetelo o no estarás nunca bastante fuerte para marcharte.

Empecé a escupirlo y a intentar librarme de la mano que me sujetaba la nuca, pero sus dedos se agarraban a mí como el viejo musgo podrido, manteniendo el vaso entre mis labios, mientras el brebaje no cesaba de chorrear. No pude evitar tragar un poco del líquido. Por último, me soltó la cabeza y volví a reclinarla sobre la almohada.

—¿Dónde… está… mi… hija? —articulé cuando se alejaba.

—Ya te lo he dicho. Era demasiado pequeña —respondió. Cerró la puerta al salir y me dejó sumida en la oscuridad.

Yo me esforzaba por mantenerme despierta para poder levantarme a buscar a mi hija y empecé a cantar con la esperanza de lograr así no dormirme, pero en seguida me faltó el aliento para continuar. Mis palabras se fueron debilitando paulatinamente, hasta que sólo pude pronunciarlas con la boca y seguir cantando en sueños.

Cuando volví a despertar supe que era por la mañana porque la puerta de mi habitación estaba abierta y vi la luz entrando por una de las ventanas del corredor. Charlotte estaba a mi lado, esta, vez portando una bandeja con comida de verdad: un tazón de cereales calientes, un pedazo de torrija y una naranja ya pelada. Dejó la bandeja sobre la mesilla de noche y encendió mi lámpara de petróleo.

—Buenos días —me saludó, en una especie de cantinela—. Emily dice que debes desayunar bien y luego vestirte para que Luther pueda llevarte a la estación. ¡Vas a viajar en el tren!

Empecé a incorporarme. Me sentía muy débil y cansada, y el sueño me envolvía como una niebla, haciendo que todo me pareciera turbio, nebuloso, lejano.

—¿Vestirme? —pregunté. Charlotte asintió. Luego recogió del suelo un montón de ropa, me la enseñó y la puso sobre la cama.

«¡Mis ropas!» Estaban arrugadas y descoloridas, pero al verlas sentí lo mismo que si me encontrara con una antigua amiga. Estaba allí hasta la bota que había perdido aquella fría tarde.

—Gracias, Charlotte —dije, cogiéndoselas. Empecé a quitarme el camisón de saco. Charlotte me ayudó a incorporarme y luego procedí a ponerme mis propias prendas, deleitándome al sentir su tacto sobre mi piel. Debajo de todo estaba mi bolso. Busqué el peine, pero se había deformado cuando Miss Emily mandó hervir mis cosas y las púas estaban pegadas unas a otras. Mi cabello tendría que seguir desgreñado y retorcido por algún tiempo.

Pese al odio que sentía por todo lo que me daba o hacía Miss Emily, no pude evitar comer parte de la torrija y toda la naranja. Sus horribles cereales no los toqué, Sólo de pensar ahora en ellos se me revuelve el estómago. Pero lo que me comí apresuradamente me proporcionó renovadas fuerzas y energías para poder ponerme en pie, a pesar de que todavía me encontraba muy insegura.

—¿Dónde está tu horrible hermana? —pregunté.

—Abajo, en la biblioteca, trabajando con sus cuencas. Siempre está trabajando en ellas —respondió—. He de volver a mis labores porque estoy terminando una cosa para ti.

—¿Dónde está mi hija? —inquirí.

—Se la han llevado —respondió, encogiéndose de hombros—. Emily ha dicho que era demasiado pequeña y se la han llevado.

—¿Que se la han llevado? ¿Quién se la ha llevado? ¡Oh, Dios! ¡Dímelo, por favor! —Le supliqué, agarrándola por los hombros. Pero comprendí que Charlotte no sabía más de lo que me había dicho.

—Tengo que volver a trabajar para terminar tu regalo —dijo, dándose media vuelta.

Me puse de pie e intenté dar los primeros pasos. Empezaba a sentirme otra vez mareada y tuve que agarrarme al marco de la puerta y esperar a que desapareciera el mareo. La desesperación me daba fuerzas. Tenía que averiguar lo que habían hecho con mi hija y seguí caminando lentamente por el pasillo. Cada paso suponía un gran esfuerzo y me pareció que me costaría horas llegar a la escalera.

Pero cuando me puse andar hacia allí, oí la voz de alguien. Era una voz familiar, una voz que me inoculaba en la espina dorsal punzadas de esperanza y me llenaba de más fuerza y determinación. Oí que pronunciaban mi nombre y luego escuché el frío y áspero acento de Miss Emily.

—Se ha marchado —la oí decir—. Se ha ido esta mañana, temprano.

Apreté el paso, apoyándome en la pared, hasta llegar al final de la escalera y miré hacia abajo. En aquel instante vi a Jimmy saliendo y cerrando tras él la enorme puerta principal.

¡Jimmy! —grité, con todas mis fuerzas—. ¡Jimmy!

El esfuerzo me dejó exhausta. Sentí que las piernas me flaqueaban y que caía al suelo, de cara a la barandilla. Empecé a sollozar pero no me quedaban fuerzas ni para llorar. Hasta me costaba trabajo gemir débilmente. Miss Emily levantó la vista hacia mí, mostrando en su pálida cara una irónica y taimada sonrisa.

—Jimmy —dije, con voz queda.

¿Sería un sueño? ¿Le habría oído y visto realmente? No tuve que esperar para recibir la respuesta, porque la puerta principal crujió al abrirse de nuevo y Jimmy irrumpió otra vez en la casa. Se detuvo en el vestíbulo. Era él, guapo y arrogante con su uniforme militar, con unas cintas de colores en el pecho. Reuniendo todas las fuerzas que me quedaban, le llamé:

¡Jimmy!

Miró hacia arriba y me vio. Sin perder un segundo, dejó atrás a Miss Emily, casi derribándola, y se lanzó escaleras arriba, subiendo los peldaños de dos en dos, hasta llegar a mi lado. Me levantó en brazos, me apretó contra su pecho y me cubrió la frente de besos.

—¡Oh, Dawn, Dawn! ¿Qué te ha pasado? ¿Qué han hecho contigo? —me preguntó, sosteniéndome en alto y mirándome fijamente a la cara.

Yo sonreía y parpadeaba, intentando mantener los ojos abiertos.

—Jimmy, ¿eres tú? ¿Has venido de verdad, o estoy soñando?

—Aquí me tienes. He venido tan pronto como he podido encontrarte.

—¿Cómo has podido averiguarlo? Creí que estaba perdida y sepultada para siempre en este manicomio.

—Fui a la residencia de la escuela de Nueva York y hablé con tu amiga Trisha. Me habían devuelto todas las cartas que te escribía desde Alemania con la simple leyenda de «Ya no está en estas señas». Papá tampoco tenía noticias tuyas y dijo que dos de sus cartas le habían sido devueltas de la misma forma. Me costaba trabajo creer que te hubieras marchado sin decirme adonde ibas, así que en cuanto regresé, a los Estados Unidos fui a la residencia y pregunté por tu amiga.

Bajó la cabeza.

—Me contó lo que te había pasado —dijo.

—¡Oh, Jimmy! Yo…

Me puso el dedo en los labios.

—Ya ha terminado. No trates de explicármelo en este momento. Mi primera preocupación fue por ti y por lo que te ocurría. Trisha me ha contado todo sobre las cartas que te escribió. En una carta que dejaste para ella cuando te fuiste del hospital, le decías que te ibas a un lugar de Virginia llamado Upland Station y mencionabas a las hermanas Booth. Ella te escribió, pero tú no le contestaste nunca, ni le devolvieron sus cartas. De modo que no sabía si las habías recibido.

—¡Oh, Jimmy! —me lamenté—. Nunca las he visto. Esa horrible mujer se quedó con ellas, igual que me impidió escribir cartas o telefonear a nadie.

—¿Quién es esa mujer? ¿Por qué me ha mentido diciendo que te habías marchado? —me preguntó, mirando escaleras abajo. Pero Miss Emily ya no estaba allí.

—Es la antipática hermana de la abuela Cutler, incluso más antipática que ella. Yo no creía que eso pudiera ser, pero lo es. Aquí vive también otra hermana suya. Se llama Charlotte y es deficiente mental; a ella la atormenta de un modo distinto.

Jimmy meneó la cabeza y miró por encima de mi hombro.

—Lo que pasó…, quiero decir, pensaba que te habían traído aquí porque estabas embarazada.

—Lo estaba. Acabo de dar a luz; por eso estoy tan débil y tan cansada. Por eso y por algo que Miss Emily me ha dado a beber para no tener problemas conmigo hasta que estuviera lista para desprenderse de mí. Lo que no sé es dónde pensaban enviarme después.

—Bueno, ¿adonde está la criatura?

—No lo sé. Me ha dicho que era una niña demasiado pequeña. Me imagino lo que ha hecho con ella. Su hermana me ha dicho que habían venido y se la habían llevado. Quiera Dios que no sean los de la funeraria.

—¿Los de la funeraria?

—¡Oh, Jimmy! —gemí—. Ha nacido casi con un mes de adelanto. Aquí han pasado muchas cosas horribles. Entré en el cuarto de los niños y vi que había una muñeca en la cunita. Ella entró detrás de mí hecha una furia; por eso salí corriendo, me caí v…

—Tranquilízate —repuso Jimmy, acariciándome el pelo—. Ya tendrás tiempo de contármelo todo. Ahora no puedes razonar bien. Estás demasiado turbada.

—¿Turbada? Sí, sí. —Me toqué el rostro—. Debo tener un aspecto horrible. No he podido cepillarme el pelo desde hace meses, y estas ropas…

Traté de sostenerme en pie, pero estaba muy mareada y volví a caer en los brazos de Jimmy.

—Todavía no han pasado los efectos del líquido que me ha dado.

—Te llevaré a algún sitio para que descanses unos minutos. Luego llegaremos al fondo de todo esto —dijo, con absoluta autoridad.

Al mirarle detenidamente a los ojos, vi la fortaleza y la madurez que había adquirido. Jimmy era ahora todo un hombre adulto. Tenía los hombros anchos y la expresión firme. Siempre me había sentido más segura estando en sus brazos o con él cerca de mí, pero ahora le veía realmente capaz de hacer lo que fuera necesario. Me puso de pie como si no pesara más que una niña.

—Jimmy, llévame donde me ha tenido recluida. Es como una celda. Pero en cuanto me haya recuperado, quiero averiguar qué ha sido de la niña y…

—Lo averiguaremos —decidió, llevándome por el pasillo—. Tranquila, nadie va a hacerte más daño —me prometió con firmeza.

—¡Oh, Jimmy! Gracias a Dios que estás aquí.

Apoyé la cabeza en su robusto hombro y empecé a sollozar.

—No llores, yo voy a cuidar ahora de ti —susurró, besándome en el pelo y en la frente.

Cuando vio mi miserable cuarto, se quedó boquiabierto.

—¡Esto es una celda! —exclamó—. No hay ventana, ni ventilación. ¡Sólo una lámpara de petróleo por luz! ¡Qué atmósfera tan sofocante!

—Lo sé, pero necesito descansar un rato.

Me tendió en la cama y entró en el cuarto de baño en busca de un trapo mojado para lavarme la cara y ponérmelo en la frente.

—Ni en todo Europa he visto una choza peor que ésta —murmuró mientras me limpiaba las mejillas—. La celda de castigo de cualquier cárcel militar es un palacio comparada con esto.

Me puso el trapo húmedo sobre la frente, se sentó a mi lado en el borde de la cama y me cogió la mano.

—Jimmy —dije, apretándole firmemente los dedos—, ¿estás aquí, estás realmente aquí?

—Sí, estoy aquí, y no pienso volver a dejarte sola mucho tiempo —prometió. Se inclinó sobre mí y me besó tiernamente en los labios. Yo le sonreí. Ahora que me sentía segura, dejé que mis ojos se cerraran y tomé un corto y muy merecido descanso.

No dormí mucho rato y Jimmy no se alejó del cuarto en todo el tiempo. Cuando abrí los ojos entre parpadeos y no le vi a mi lado me quedé aterrada al pensar que todo había sido un sueño. Pero en cuanto él me vio despierta, se acercó otra vez a mí y me besó.

—¿Te sientes lo bastante fuerte para salir de aquí? —me preguntó.

—Sí, Jimmy, pero no sin averiguar qué ha sido de mi hija —respondí.

—Por supuesto. No puedo creer lo que te han hecho —dijo, pasándome la mano por algunas greñas sueltas—. Quiero conocer todos los detalles.

—Te lo contaré todo, Jimmy. Los duros trabajos que me ha obligado a hacer, el frío que he pasado por las noches, los miserables alimentos que me ha dado, las sesiones de rezos… Es una fanática creyente que me ha tratado como si yo fuera hija del diablo. Estoy segura de que la abuela Cutler sabía exactamente lo que me iba a pasar cuando me envió aquí. Pero primero quiero encontrar a mi hija.

Asintió. Las líneas de su boca se tensaron y en sus negros ojos se dibujó el brillo de cólera tan característico en él.

—Vamos —dijo, con autoridad—. No quiero que pasemos un instante más del necesario en este inmundo lugar.

Me ayudó a ponerme de pie. Me sentía ya más fuerte y tenía la cabeza mucho más despejada. Salimos del cuarto que había sido durante tantos meses mi patético hogar. Cosa extraña, me había acostumbrado a todos aquellos rincones y recovecos. Era como una chiquilla desvalida, maltratada, olvidada y sepultada en las sombras y horrores de «Los Prados». En cuanto empezamos a bajar por la escalera supe dónde estaba Miss Emily. La luz de la biblioteca se encontraba encendida.

—Confía en que nos vayamos, sin más —dije—. Quiere ignorarnos, ignorar todo lo que ha hecho.

Jimmy asintió y clavó firmemente los ojos en la puerta de la biblioteca. Le cogí de la mano y nos encaminamos decididamente hacia allí. Miss Emily estaba en su sitio habitual, sentada tras el gran escritorio, debajo del retrato de su padre; sólo que esta vez no me pareció tan intimidante, ni tampoco el retrato. Yo tenía a Jimmy a mi lado y podía usar libremente de su fortaleza. Tan pronto como nos vio entrar se echó hacia atrás, mostrando una tortuosa sonrisa en el rostro. Era un rostro con una epidermis tan blanca y fina, que a través de ella podían verse claramente los huesos de la calavera. Era igual que mirar de cara la propia Muerte, pero no desfallecí.

—Bueno —dijo—, me alegro mucho de que haya venido alguien a por ti. Esto me ahorra el gasto de que Luther tenga que llevarte a la estación de Lynchburg. Además, en este tiempo Luther tiene que hacer cosas más importantes.

—Sí, usted ha hecho de él su esclavo particular durante estos años, le ha castigado todo lo que ha querido y él lo ha aceptado. Pero eso es cosa de ustedes dos. No me iré de aquí hasta que sepa lo que ha hecho usted con mi hija. ¿Quién vino a por ella? ¿A quién se la ha dado? ¿Por qué lo ha hecho? —grité, acercándome al escritorio.

—Ya te lo dije —respondió, fríamente—. Era demasiado pequeña. Tú no habrías sido capaz de cuidarla. Mi hermana ha hecho lo que debía —añadió, con ademán de querer reanudar su trabajo y despacharnos.

Pero yo me incliné sobre el escritorio golpeando sus valiosos papeles.

—¿Qué quiere decir con que su hermana ha hecho lo que debía? ¿Qué debía hacer?

Levantó la cabeza hacia mí, sin miedo, inmutable, con la mirada fría. No estaba dispuesta a hablar. Jimmy se puso a mi lado.

—Será mejor que nos lo cuente todo —intervino—. Usted no tenía derecho a hacer nada con esa niña y, si es necesario, vendremos con la Policía.

—¿Cómo se atreve…?

—¡Escuche! —exclamó Jimmy, apoyando las manos en la mesa e inclinándose hacia ella, a punto de perder la paciencia—¡No quiero seguir aquí un solo minuto más del necesario, pero si no coopera usted estaremos aquí hasta que se hiele el infierno!

Mi corazón saltó de gozo al ver que, finalmente, alguien le hablaba a Miss Emily como le debían haber hablado hacía muchos años.

—¡Sepa que puede ser acusada de secuestro! Y, ahora, ¿quiere decirnos qué ha sido de la niña? ¡Hable! —exclamó, golpeando la mesa tan fuerte e inesperadamente que Miss Emily saltó en su asiento.

—No lo sé —gimoteó—. Mi hermana lo preparó antes incluso de que llegara Eugenia —dijo, escupiendo las palabras hacia mí—. Tendrá que preguntárselo a ella.

—Y eso es exactamente lo que vamos a hacer —decidió Jimmy—. Si está usted mintiendo a sabiendas, volveremos con la Policía y la acusaremos de cómplice de un delito.

—Yo no miento —respondió, desafiándonos, con sus delgados labios tan tensos que creí que iban a saltar como dos tiras de goma. Jimmy la miró fijamente durante un momento y luego se irguió.

—Vámonos de aquí, Dawn —dijo.

—¡Sí, váyanse con viento fresco! —replicó Miss Emily.

Algo explotó dentro de mí. Todo el sufrimiento y la ira que llevaba acumulados dentro de mi corazón saltaron de golpe. Todas las ásperas y cortantes palabras que me había dicho, todos los agrios alimentos que me había obligado a comer, la oscuridad en que me había tenido recluida y el modo que había utilizado conmigo para que me sintiera como un ser inferior…, todo ello regurgitó finalmente con la acidez que aquellas cosas encerraban dentro.

—¡Oh, no, Miss Emily! —dije lentamente, rodeando la mesa para acercarme a ella—. ¡Quien se va con viento fresco es usted! ¡Quien se va con viento fresco es su fea, frustrada y odiosa cara! ¡Adiós a su hipocresía religiosa, a su afán por considerar a todo el mundo malo y despreciable, mientras que usted es la cosa más mala y despreciable de esta casa! ¡Adiós a sus costumbres cicateras salvo cuando se trata de usted misma! ¡Adiós a su envidia de todo lo agradable y bello! ¡Adiós a sus pretensiones de querer que todo esté limpio mientras usted vive en este sucio y negro ataúd al que llama un hogar!

Me quedé de pie a su lado.

—Nunca he tenido más ganas de perder de vista algo como las que tengo de perderla a usted. Y sepa, Miss Emily, que haber vivido aquí, viendo lo que es usted, me ha hecho sentir lástima del diablo, porque cuando usted muera irá al infierno y ni siquiera Satanás se merece una cosa tan horrible como usted.

Giré sobre mis talones y la dejé allí sentada con la boca abierta y los ojos petrificados de asombro, como si fuera un cadáver. Jimmy me agarró de la mano y sonrió.

—A mamá le hubiera gustado ver y oír esto —dijo.

—Estoy segura —respondí, mientras abandonábamos la sombría biblioteca.

Cuando salíamos por la puerta principal y bajábamos los peldaños del pórtico en dirección al coche de Jimmy, oí que Charlotte me llamaba. Volví la cabeza y la vi salir corriendo de la casa.

—¿Quién es ésa? —preguntó Jimmy.

Charlotte llevaba sus largas coletas, como de costumbre, y la misma bata rosa con el cinturón de trapo amarillo que el día de mi llegada. Traía puestas las chinelas de su padre y las venía arrastrando por el paseo.

—Es Charlotte —le expliqué—. Me gustaría despedirme de ella.

—¿Vais a dar un paseo? —preguntó Charlotte, mirando a Jimmy.

—Me marcho, Charlotte. Tengo que encontrar a mi bebé —le contesté.

—Ah, tienes que irte ahora —dijo, mirándome a mí y luego a Jimmy.

—Sí.

—Bueno, entonces, toma esto.

Me tendió una pieza de sus labores. La desplegué y vi que era el dibujo de una mujer joven muy parecida a mí, salvo en que su cabello era largo y hermoso, y llevaba puesto un bello vestido de color azul celeste. Sostenía un niño en sus brazos y le miraba amorosamente.

—¡Oh, Charlotte, es precioso! No puedo creer que lo hayas hecho tú. Tienes mucho talento. Te debe haber llevado mucho tiempo.

—Ayer —dijo, echándose a reír. Para ella siempre era ayer. Tal vez fuese su manera de borrar todos los horribles días restantes. Tal vez fuera en realidad mucho más lista de lo que Miss Emily pensaba.

—Bueno, gracias, Charlotte. —Me volví a mirar a la casa—. No dejes que te atormente ni que te haga sentirte mala. Tú eres mejor que ella, mucho mejor. —La abracé—. Adiós, Charlotte.

—Adiós. ¡Ah! Cuando vuelvas, ¿me traerás dulces ácidos? No he comido dulces ácidos desde…

—Desde ayer —dije—. Sí, te traeré bolsas y bolsas de dulces.

Sonrió y se quedó allí viéndonos entrar en el coche. Cuando Jimmy arrancó y salimos traqueteando por el sendero sembrado de baches, volví la cabeza hacia la triste y oscura casa de la plantación, pintada de sombras, y vi a Charlotte agitando los brazos como una niña. Aquella visión me hizo llorar.

Jimmy dejó atrás el sendero y perdimos de vista la mansión, aunque ésta nunca desaparecería de mi mente. Siempre ocuparía un profundo lugar entre mis más horribles recuerdos. Librarme de ello, sin embargo, hizo que se me saltaran las lágrimas y me eché a llorar con tanta fuerza, que Jimmy tuvo que parar el coche y abrazarme para consolarme.

—Estoy bien, Jimmy. Es que soy muy feliz fuera de ese lugar. Sigue y vámonos lejos de aquí lo más de prisa posible.

El cielo era azul delante de nosotros. Era como si los nubarrones más negros estuvieran siempre encima de «Los Prados» y sus límites, porque a medida que nos alejábamos todo adquiría un aspecto más luminoso y cálido. Ya había olvidado lo mucho que me gustaba la vista del campo verde y el olor de la hierba fresca. Me sentía como el que acaba de salir de la prisión, como el que ha estado recluido y privado de ver todo lo bueno y bello del mundo, y de pronto permiten a sus ojos inundarse de todo ello. Me atacaron unas renovadas esperanzas y determinación. Cada momento que pasaba me sentía más fuerte.

—Jimmy, por favor, vamos a Cutler’s Cove lo más rápido que puedas. Quiero ver a la abuela Cutler antes de que sea demasiado tarde y obligarla a decirnos dónde ha enviado a mi hija.

—Ahora mismo —asintió él.

—¿Sabes una cosa, Jimmy? —exclamé, dándome plena cuenta de todo—. Ha hecho con mi hija lo mismo que hizo conmigo. Lo ha preparado para que otras personas la críen como si fuera suya. Cree que tiene derecho a disponer de la vida de todos los demás.

Jimmy asintió.

—Pues esta vez vamos a impedir que eso suceda. No tengas miedo.

—Jimmy, no merezco que me ayudes —me lamente—. Te prometí cosas cuando te fuiste a Nueva York y luego me olvidé de ellas, dejando que se me subieran a la cabeza las emociones, las luces, la música, como tú temías que podía ocurrirme. Te dije que jamás sucedería nada de eso y al poco tiempo sucedió. Traté unas cuantas veces de explicártelo por carta, pero no me venían las palabras adecuadas. Tal vez en lo más profundo de mí, yo no quería realmente que aquello estuviera sucediendo.

—Alguien se aprovechó de ti —dijo Jimmy, con una sensatez que me sorprendió—. He visto muchos casos parecidos: chicas jóvenes e impresionables a las que les prometen muchas cosas maravillosas unos hombres más mayores que así se aprovechan de sus esperanzas y sus sueños. Después las dejan llorando y solas. Algunos compañeros míos de armas lo hicieron —añadió, enojado—. Me gustaría echar el guante al hombre que te dejó en esta terrible situación. —Se volvió hacia mí—. ¿O te interesas todavía por él?

—No, Jimmy, no puedo interesarme por un hombre que hizo lo que hizo él.

Jimmy sonrió.

—Lo que importa es que ya hemos dejado todo eso atrás. Debemos remediar lo que podamos y seguir adelante. Todavía serás una gran cantante algún día. Ya lo verás —dijo, dándome un golpecito en la mano.

—Ahora lo más importante para mí es recuperar a mi hija. En el momento en que miré su pequeña y preciosa carita, supe que era algo bueno y digno de ser muy querida. Mis errores la han traído a este mundo y quiero hacer de él para ella el mejor lugar posible. Lo comprendes, ¿verdad, Jimmy?

—Por supuesto, pero lo primero es lo primero. Y lo primero que quiero hacer es llevarte a unos almacenes y comprarte algo bonito que ponerte. Adquiriremos cepillos y cosas de ésas y nos inscribiremos en algún motel para que puedas asearte y descansar un poco. Me acuerdo de la abuela Cutler, ¿sabes?, y quiero que cuando lleguemos a Cutler’s Cove te presentes fresca y fuerte para que sepa con qué dos tipos duros va a tener que vérselas. ¿De acuerdo?

—¡Oh, Jimmy, claro que sí! —le abracé y le di un beso en la cara.

—¡Eh, cuidadito! —exclamó—. Que estás besando a un cabo y tirador de primera —añadió, limpiándose con orgullo los galones. Luego se volvió hacia mí para que viera las cintas que llevaba en el pecho.

—¡Eres cabo! ¿Has vuelto a ascender? No me extraña. Siempre supe que tendrías éxito en todo lo que te propusieras.

—Quizá siempre supe que tú lo esperabas —sugirió Jimmy—. Y eso es lo que me hizo tener éxito.

Apoyé la cabeza en su hombro y pensé que era muy afortunada de tenerle conmigo otra vez. Poco tiempo antes, estaba convencida de ser la chica más desgraciada del mundo, maldita y perdida para siempre jamás.

Y ahora, igual que el arco iris después de la lluvia, como los primeros rayos del sol penetran a través de un claro entre las nubes, Jimmy había venido a mí y donde antes sólo había oscuridad y odio, ahora había luz y amor. Estaba segura de que recobraría a mi hija. Tenía los ojos cerrados pero veía la luz del sol por todas partes.