LA VIDA SIGUE
A pesar de mis esperanzas y expectativas, tardé meses en recuperarme del aborto. Aunque el doctor Lester aseguraba que mi salud evolucionaba favorablemente, me sentía cansada y abúlica. Incluso después de quedar embarazada estaba acostumbrada a trabajar horas y horas sin tan siquiera detenerme para ir al lavabo, pero ahora pude comprobar que tan sólo una hora de trabajo me dejaba agotada. Tenía que retirarme frecuentemente a descansar. A veces yacía sobre la cama con los ojos abiertos, preguntándome por el bebé que había perdido y soñando con él.
Jimmy insistió en que me tomara unas vacaciones de invierno. Quería ir a los cayos de Florida a pescar, pero yo iba posponiéndolo hasta que finalmente desistió.
—Te comportas igual que un oso en hibernación —me reprendió.
En efecto, agradecía los días grises y fríos porque me incitaban a dormir, y las horas de sueño eran lo único que me proporcionaba alivio.
No me interesaba nada, ni siquiera los planes de Jimmy para nuestra casa nueva. Intenté mostrarme entusiasmada, pero al mirarme a la cara mientras me explicaba sus planes, Jimmy se dio cuenta de que no lo estaba escuchando. Yo sabía que se había metido de cabeza en ese proyecto con la esperanza de plantar nuevas semillas de felicidad y alegría en el jardín de nuestro matrimonio. Intentaba ayudarme a superar mi depresión con todas sus fuerzas y de todas las maneras posibles.
Finalmente explotó. Fue una tarde de primavera en que subió a nuestra habitación y me encontró mirando fijamente el techo. No lo había visto tan enfadado desde los días en que Papá Longchamp nos arrancaba bruscamente de un lugar para conducirnos a través de la noche a otro, obligándonos a abandonar amigos y posesiones queridas.
Jimmy levantó los brazos y casi me hizo saltar del susto con su ira.
—¡Esto no puede seguir así, Dawn! —exclamó. Iba y venía delante de mí, pisando el suelo con tanta fuerza que la habitación entera tembló—. Te estás dejando vencer. Todos se han dado cuenta y están preocupados. Incluso le está afectando a Christie.
—Lo siento, Jimmy —dije. Las lágrimas acudieron a mis ojos y amenazaron con bajar como cascadas por mis mejillas.
—No basta con pedir disculpas —dijo—. No puedes pasarte día y noche, mes tras mes, compadeciéndote de ti misma. Sé que lo que ha ocurrido ha sido terrible, pero no podemos cambiar las cosas. Tenemos que ser fuertes y reconstruir nuestras vidas. He hablado con el médico y me asegura que no existe ninguna razón física para que estés así. Con tu actitud das a entender que Clara Sue ha vencido. Le estás dando la satisfacción de saber que ha conseguido destrozarte, y no sólo a ti, sino también a mí. —Se sentó en un sillón, apoyó la barbilla sobre el pecho y juntó las manos sobre el regazo, agotado.
No podía soportar ver a Jimmy tan triste y abatido. Me odiaba a mí misma por hacerlo sufrir de ese modo. Había sido paciente y comprensivo, pero incluso él tenía una tolerancia limitada. Por primera vez me di cuenta de que podía perderlo. ¿Qué estaba haciendo? Tenía que sobreponerme.
—¡Oh!, Jimmy, lo siento —dije, y me incorporé—. No quiero estar así. De verdad que no quiero. Pero cada vez que intento animarme una nube gris se sitúa sobre mí y hace que me sienta como si fuese a vivir bajo un cielo tormentoso por el resto de mis días.
—Dawn, te comportas cada día más como tu madre —dijo—. ¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres convertirte en una especie de inválida y pasarte el día y la noche gimiendo y quejándote de lo mal que te ha tratado la vida? Pues sí, ha sido duro, y quizá las cosas se pongan más duras antes de que acabemos, pero todavía somos jóvenes, y tenemos que ser fuertes y hacer todo lo posible por superar las derrotas. ¿Qué pasará con Christie? ¿Qué pasará con nuestro bebé cuando decida venir? ¿Qué pasará con nosotros? —me suplicó con lágrimas en los ojos.
Me mordí el labio inferior para no echarme a llorar. A continuación asentí.
—Tienes razón, Jimmy. Me estoy comportando como mamá, tan egoísta y autocompasiva. No estoy siendo justa contigo —confesé.
—No sólo conmigo —me corrigió rápidamente—. Tampoco lo estás siendo contigo misma. —Se puso de pie—. Insisto en que abandones esa cama y salgas fuera conmigo.
—¿Fuera?
—Estoy a punto de empezar la construcción de nuestro nuevo hogar —me anunció— y eso merece que lo celebremos.
—¿Nuestro nuevo hogar, ya? —pregunté, incrédula. Todo aquello estaba ocurriendo a mi alrededor y yo ni siquiera me había percatado. Antes del aborto era capaz de enterarme hasta de cuando se cambiaba el pomo de una puerta.
—Sí —dijo Jimmy—. Puse manos a la obra en cuanto me lo permitió el buen tiempo. Quiero que estemos viviendo en nuestra propia casa antes del próximo verano. He llegado a la conclusión de que tenías razón en lo referente a nuestra vida en el hotel. No es que crea en fantasmas y todo eso —añadió rápidamente, descartando la idea con el brazo—, pero sí opino que estar día y noche en el mismo ambiente puede tener sus problemas. La abuela Cutler dejó sus huellas en demasiadas cosas. No tenemos ocasión de alejarnos ni por un momento, y sé lo presentes que están esas cosas en tu cabeza. Aunque técnicamente sigamos en el mismo terreno, al vivir en nuestra propia casa, lejos del hotel, nos sentiremos libres, como si estuviéramos en nuestro propio mundo, un mundo que estamos construyendo, y no uno que hemos heredado de otros.
»Además —continuó—, Philip va a casarse en cuanto se gradúe y quiere vivir aquí con su mujer. Creo —dijo, intuitiva y quizá proféticamente— que será mejor que estemos un poco apartados, de ese modo todos gozaremos de algo de intimidad.
Las palabras de Jimmy me animaron. Nunca olvidaría el aspecto que tenía mamá cuando abandonó el hotel para casarse con Bronson Alcott. Parecía que le hubieran quitado un peso de encima, como si escapara de la sombra de la abuela Cutler. Era más feliz, tenía más energía y vitalidad. ¿Por qué no podía pasar lo mismo conmigo?
—Tienes razón, Jimmy. Deja que me lave la cara y me refresque un poco. Quiero formar parte de todo esto y ver cómo comienzan a construir nuestra casa.
—Bueno, por eso subí a buscarte, y cuando te vi en la cama lamentándote, no pude aguantarlo más. Siento haberme enfadado tanto —dijo.
—No, Jimmy. Tenías todo el derecho a estarlo. En realidad, me alegro de que así fuera —dije, y lo besé. Me lavé la cara, me puse un jersey de punto azul, bajé y salí por la puerta trasera del hotel.
Jimmy había elegido un terreno aproximadamente un kilómetro al sur del edificio principal. Estaba sobre una suave colina y a pesar de contar con suficientes árboles y setos para proporcionar una sensación de intimidad, tenía una vista estupendo sobre el océano.
—He pensado que podíamos comprar un par de esos carritos de golf para ir y volver del hotel —dijo Jimmy mientras caminábamos hacia el terreno—. Aunque no es que esté tan lejos.
—No lo está, y sé que disfrutaré del paseo —dije. Y ya estaba disfrutando de éste. Era un día de principios de primavera claro y fresco con nubes dispersas que recorrían un hermoso cielo azul. Los arbustos iban llenándose de hojas de un verde intenso. El resplandor y el aire fresco hicieron que volviese el color a mis mejillas. Sentía un hormigueo en la piel al entrar en contacto con la grata luz del día, como si fuese una flor en el alféizar de una ventana importunada por los rayos de sol. Por fin volvía a estar fuera, floreciendo de nuevo.
Cuando llegamos encontramos a Buster Morris hablando con el operario de la excavadora. Los dos levantaron la vista, expectantes. A continuación Buster sacó una botella de champaña y cuatro vasos que había mantenido ocultos a la espera de mi llegada. Me eché a reír. Era una sensación muy agradable, como si no hubiera reído en siglos.
Jimmy sirvió el champaña y levantó el vaso para hacer un brindis.
—Por nuestro nuevo hogar. Para que sea un hogar lleno de amor y felicidad para siempre.
—Por nuestra casa —dije.
—Lo mismo digo —dijo Buster, y todos bebimos.
—De acuerdo —anunció Jimmy—. Adelante.
Buster, se apartó para mirar con nosotros cómo la excavadora empezaba a limpiar el terreno y agujerear el lugar para poner los cimientos. Jimmy me cogió de la mano.
—Enhorabuena y buena suerte, señora Longchamp —dijo Buster.
—Sí, señora Longchamp. Enhorabuena y buena suerte —repitió Jimmy, y me besó.
Después de aquello comencé a ir a la obra por lo menos una vez al día, bien con Christie o bien sola para observar con Jimmy la construcción de nuestro nuevo hogar. Jimmy había trabajado codo a codo con un arquitecto y había diseñado una casa clásica de dos plantas con un porche de entrada de dos gradas sostenido por cuatro sencillas columnas.
La casa tendría cinco habitaciones, un despacho, una sala de estar, un amplio comedor y una gran cocina detrás de la cual estarían las habitaciones para el servicio. A Jimmy le habían impresionado los suelos y la escalera de entrada de mármol de la casa de Bronson Alcott y había decidido que en ese aspecto la nuestra fuese igual. Una vez planeada la estructura, los detalles del interior dependían de mí. Bronson, y especialmente mamá, venían a menudo a ofrecer sus sugerencias. En cualquier caso, las segundas intenciones de Jimmy habían funcionado. Me impliqué mucho en la casa una vez iniciada la obra y consulté revistas de diseño y decoración. Resultó muy divertido, y a medida que la casa iba tomando forma empecé a imaginármela.
En cuanto Christie comprendió que aquello iba a ser nuestro nuevo hogar, quiso saber de inmediato dónde estaría su cuarto. Después de que Jimmy le señalara el lugar que ocuparía, se pasaba el día pidiendo que la lleváramos a ver su futura residencia. Poco a poco la casa fue convirtiéndose en una de las atracciones de los huéspedes del hotel, a quienes resultaba difícil mantener alejados de la obra. Jimmy decidió que más adelante, cuando estuviese acabada, construiríamos una bonita valla alrededor de ella para que todos entendieran que no formaba parte del hotel.
—Una de las habitaciones es para tu futuro hermanito, pequeña, cuando venga —le dijo Jimmy a Christie una tarde cuando los tres revisábamos el trabajo del día.
—¿Dónde está? —preguntó Christie—. No lo veo por ningún lado —dijo, al tiempo que levantaba las manos y se encogía de hombros. Era bastante precoz para sus tres años, y a todos les sorprendía las cosas que decía y hacía. Había empezado a explorar por sí misma las teclas del piano y a combinar las notas produciendo algo más que tonterías musicales. Sissy se quejaba de que sabía todos los cuentos infantiles de memoria y que contaba el final cuando ella estaba en la mitad de la lectura. Teníamos que comprarle libros y juguetes diseñados para niños del doble de su edad.
—No sé dónde está tu hermanito o hermanita, Christie —le respondió Jimmy, mientras me lanzaba una mirada—. Él o ella está escondido dentro de tu mamá.
Sabía lo que quería decir. Hacía meses que veníamos intentándolo, pero por alguna razón no quedaba embarazada. El doctor Lester nos había dicho en más de una ocasión que no existía motivo alguno para que no pudiese tener otro hijo. Sabía que Jimmy sospechaba que yo inconscientemente me oponía a ello.
—¿No temes volver a quedarte embarazada, Dawn? —me preguntó una noche al cabo de algunos días.
—No —respondí demasiado rápidamente. Supongo que en mi fuero interno estaba asustada. Había superado mi depresión y trabajaba activamente en el hotel y en nuestra casa, pero no podía librarme de ese pesado sentimiento de que una maldición pendía sobre mí. Me preocupaba traer a otro niño al mundo.
—No deberías estarlo —insistió Jimmy—. Sólo nos esperan cosas buenas.
—Lo intento, Jimmy. Lo intento —dije, pero en vez de pensarlo y desearlo, mi mente se centró en la siguiente temporada de verano en el hotel. Aquello y acabar la casa nos tenía a todos bastante ocupados.
Una semana después de que llegaran las invitaciones para la boda de Philip, mamá y Bronson decidieron dar una pequeña cena para la familia como forma de presentar a Betty Ann Monroe, la prometida de Philip. Le dije que no asistiría si también lo hacía Clara Sue, pero me garantizó que no estaría presente.
Habían mandado a Clara Sue a una escuela para señoras a la que Bronson había hecho un generoso donativo para asegurarse de que la aceptaran. Estaba bastante lejos, en Florida. Philip, según él mismo me dijo, no había vuelto a hablar con ella desde el desgraciado incidente.
Me sigue avergonzando —me explicó por teléfono— y no tengo intención de invitarla a mi boda. Aunque no creo que le importe.
—No sé cómo podrás hacer una cosa así, Philip —dije—. Pase lo que pase, sigue siendo tu hermana, y lo único que conseguirías es que los rumores por aquí aumentaran. Sabes cómo le sentaría a mamá —le recordé.
—Pero tú no vendrás a la boda si la invito, ¿verdad? —preguntó.
—No lo sé. Ha transcurrido casi un año. Supongo que podré ignorarla teniendo en cuenta lo importante de la ocasión —dije.
—No quiero arriesgarme —dijo—. Para mí es muy importante que asistas.
Finalmente le prometí que iría aunque también lo hiciese Clara Sue. Estaba tan agradecido que me sentí avergonzada y busqué una excusa para finalizar la conversación.
Todavía me costaba aceptar cumplidos de Philip. Intuía la pasión que sentía por mí, las intenciones que ocultaban sus palabras, los sentimientos que palpitaban apenas por debajo de la superficie dispuestos a liberarse en cualquier momento. Mi único anhelo era que su matrimonio con Betty Ann pusiera fin a todo ello. Pero cuando la conocí, no abrigué demasiadas esperanzas.
Mamá dio una de sus elegantes cenas. Aunque la finalidad de la reunión había sido presentar a Betty Ann a la familia, decidió invitar a algunos de los ciudadanos más destacados de Cutler’s Cove. Cuando me enteré de que en las invitaciones que envió decía que se trataba de «una cena de etiqueta», supe lo que se traía entre manos. Empezó con un cóctel mientras un trío de músicos amenizaba el ambiente. Al parecer, mi madre nunca perdía ocasión de restablecer su posición social en la comunidad.
De modo que cuando Jimmy y yo llegamos no nos sorprendió ver una fila de limusinas aparcadas frente a la casa. Era una noche cálida, el cielo estaba despejado y las estrellas resplandecían por todas partes, especialmente sobre el mar. Los chóferes charlaban en un pequeño círculo y Julius se unió a ellos. Bronson nos saludó en cuanto Livingston abrió la puerta.
—Su madre está en plena forma esta noche —nos informó. A mí me pareció más un aviso. Minutos después se apartó de unos de sus invitados en el pasillo de mármol para recibirnos. Llevaba un traje de terciopelo negro con el habitual escote bajo. Reconocí un deslumbrante collar nuevo de diamantes y pendientes haciendo juego. Estaba tan radiantemente bella como siempre, el cabello recogido en un elegante moño. Sus ojos resplandecían casi tanto como sus joyas.
—Dawn, cariño —exclamó—, y James. Qué alegría veros tan bien a los dos.
Me abrazó y a continuación le extendió el brazo a Jimmy para que le besara la mano.
—Te vi anteayer, mamá —dije secamente.
Antes de responder le dedicó una sonrisa a uno de sus invitados.
—¿Hace sólo dos días? Parece que hayan transcurrido siglos. ¡Oh!, Dawn, Jimmy, ya conocéis al señor Parkings, el presidente de Seaside Savings —dijo en el momento en que pasaba junto a nosotros un caballero mayor. Se detuvo para las presentaciones. En cuanto se alejó cogí la mano de mi madre y la acerqué a mí.
—Mamá, pensé que esto iba a ser una sencilla reunión familiar para presentar a la prometida de Philip y tener oportunidad de conocernos todos mejor. ¿Cómo quieres que ocurra eso con toda esta gente aquí?
—Fue mi primera intención —dijo, sin pestañear—. Pero después de pensarlo mejor, me di cuenta de que sería una tontería desperdiciar la oportunidad de presentarle a Betty Ann algunos de nuestros más destacados ciudadanos antes de la boda. Siempre tendremos tiempo de llegar a conocernos… una vida entera. Además —añadió—, creo que todos necesitamos un poco de extravagancia en nuestras vidas estos días. Hace que desaparezca la tristeza y el pesimismo.
—¿Dónde están Philip y Betty Ann? —preguntó Jimmy, mirando a su alrededor. Se acercó un camarero con una bandeja con copas de champaña y Jimmy cogió una para mí y otra para él.
—Todavía no han llegado —nos informó mamá en voz baja—. Les dije que no vinieran hasta que no estuviese segura de que todos los invitados estaban aquí. Así el efecto será mayor, ¿no os parece?
—¿Dónde los tienes esperando, fuera en las sombras? —pregunté.
Mamá se echó a reír y nos cogió a los dos por el brazo.
—Venid al salón. Quiero presentaros a otras personas —dijo. Yo miré a Bronson, quien me dedicó una sonrisa como si quisiese decirme «Ya te lo advertí».
Una buena media hora más tarde llegaron Philip y Betty Ann. Hacía tiempo que no veía a Philip. Su parecido con Randolph me sorprendió. Parecía más alto, y su rostro más maduro. Seguía siendo delgado, y su piel bronceada, su sonrisa picara y sus alegres ojos azules eran los de siempre. Estaba guapo, un hombre de éxito en su esmoquin negro.
La belleza y el aspecto distinguido de Philip contrastaban con el rostro ordinario de su prometida. Tenía una boca excesivamente pequeña y sus ojos marrones estaban demasiado juntos. Su cutis era tan pálido que le daba un aspecto enfermizo, especialmente si se lo comparaba con la tez bronceada de Philip. Su cabello castaño carecía de brillo y lo llevaba cepillado hacia atrás, dejando al descubierto una ancha frente. El traje negro de satén no conseguía realzar su figura, aunque era obvio que se trataba de un vestido caro. Me pregunté qué habría encontrado Philip de atractivo en ella.
Imaginé que debía de tener una personalidad fuerte y que debía de ser inteligente. Pero cuando finalmente nos presentaron, advertí que ni siquiera poseía esos atributos.
Cada dos palabras dejaba escapar una risita tonta y pronunciaba mi nombre «Don» en vez de Dawn. Mientras hablábamos me sentí como una dentista, pues conseguir que dijera algo era como arrancar clientes. Respondía a rodas las preguntas con un escueto «sí» o «no», pensé que seguramente se debía a que la cohibían tantas atenciones.
Mi madre la cogió por la muñeca y la arrastró por el gran salón presentándola a todos y cada uno de los invitados. Cuando la presentaba, hablaba de ella como si fuera un premio o algo que Philip hubiera adquirido en Tiffany’s, y mientras describía las casas, el yate y el avión de su padre, Betty Ann permanecía de pie con aquella sonrisa idiota en el rostro.
Al principio me dio lástima, pero al cabo de un rato empecé a divertirme. Nada de lo que decía o hacía mamá parecía afectar a Betty Ann. Era como una muñeca de tamaño natural que sabía saludar correctamente, permanecer imperturbable, sonreír y recitar las mismas frases educadas. Tenía una postura perfecta, caminaba mesuradamente, sorbía el champaña con puntual regularidad y asentía con una sonrisa a todo lo que le decían. Era como si Philip hubiera reclamado un trofeo humano que se concedía a un miembro destacado de alguna fraternidad universitaria.
—¿Qué te parece? —me preguntó en cuanto estuvimos solos un momento.
—Es demasiado pronto para juzgar, Philip —respondí diplomáticamente—. Pero si tú la quieres y ella te quiere no debe importarte lo que piensen los demás.
Me miró fijamente; en sus labios se dibujó una sonrisa temblorosa.
—Tú no eres los demás, Dawn. Para mí nunca lo serás —dijo. Había dolor en sus profundos ojos azules.
Aparté la vista de él.
—Ya sabes lo que quiero decir, Philip.
—Claro —dijo con una renovada nota de alegría en la voz—. Betty Ann me adora. No cesa de repetir que tiene mucha suerte de tenerme. Es muy cariñosa. Y muy, muy rica —añadió.
—Me alegro por ti, Philip, si eres feliz —dije.
Fijó su mirada en mí.
—A pesar de todo —dijo—, sabes que cualquier persona que elija siempre será la segunda. Y siempre que la mire te veré a ti —añadió con una sonrisa tímida en los labios—. Pero no te preocupes, Betty Ann no lo sabe. No sabe que hace muchos, muchos años, tú y yo éramos novios. Bueno, sabe tu historia, pero no esa parte. Esa parte está encerrada aquí —susurró, y se llevó la mano al pecho—. No puedo evitarlo. No me odies por confesarlo. Por favor.
Fui incapaz de responder. Me miraba con tanta intensidad que sentí su pasión y su deseo. Atontada, negué con la cabeza. Me he equivocado, pensé; el deseo de Philip persistirá siempre. Jimmy tenía razón al querer que tuviéramos un hogar apartado del hotel y lejos de Philip y Betty Ann, pero incluso eso, me temí, no sería suficiente.
Miré a Betty Ann y me di cuenta del motivo por el cual había elegido a una persona tan ordinaria. Había buscado a propósito una chica que físicamente destacara poco, porque de ese modo le resultaría más fácil verme a mí en sus ojos y sentir mis labios en vez de los suyos cuando se besaban. La idea me hizo temblar. Me alegré cuando mamá lo llamó para presentarle a otro de los invitados.
—¿Qué ocurre? —preguntó Jimmy, acercándose. Había estado hablando con Bronson—. Pareces preocupada. ¿No te encuentras bien?
—Estoy bien —dije—. Demasiado champaña.
—Demasiado champaña haría que tuvieras las mejillas encendidas, y tú estás pálida —insistió. Miró a Philip, que estaba al otro lado del salón—. ¿Tiene algo que ver con él? ¿Te dijo algo?
—No, no es nada, Jimmy. Por favor. Estoy bien —repetí enfáticamente. Jimmy arqueó las cejas—. Philip estaba hablando conmigo, y ni siquiera oí lo que dijo —mentí—. Durante unos momentos me perdí y sentí náuseas. No es nada.
—¿Náuseas? Quizás… —Abrió los ojos, esperanzado.
—No, Jimmy —dije—. No estoy embarazada. Recuerda, acabo de tener la menstruación.
—¡Oh! —dijo desilusionado—. De acuerdo. Bueno, si vuelve a ocurrir, será mejor que vayas al médico —dijo.
Un poco más tarde nos llamaron a cenar. Había veinte invitados, y mamá había dispuesto que su hijo y la prometida de éste se sentaran a su lado, de modo que no tuve ocasión de charlar con Betty Ann. Después de cenar pude por fin mantener una verdadera conversación con ella. Salimos al jardín a tomar un poco de aire. Ella estaba más relajada.
—Qué casa y qué vistas tan maravillosas —exclamó—. Y tu madre es muy guapa. Es difícil creer que tenga hijos de tu edad y la de Philip.
—Mamá estaría encantada si te oyese decir eso, Betty Ann —comenté.
Ella dejó escapar una risita tonta.
—Me apetece tanto vivir en el hotel —dijo—. Por lo que me ha contado Philip, siempre hay cosas que hacer, siempre hay actividad. Nunca es aburrido.
—En eso tiene razón.
—Y estoy muy impresionada con lo que tú haces. Philip me ha dicho que ni siquiera has ido a la Universidad. Me ha contado tantas cosas de ti. Sé toda la historia de cómo te raptaron y cómo volviste después. Philip habla continuamente de ti —añadió, pero sin tono de envidia en la voz—. Lo inteligente que eres y tu don para la música.
—Exagera —dije, incapaz de ocultar mi vergüenza.
—¡Oh!, no. Philip no. Todos saben lo honesto y sincero que es. Además, siempre pone aquella cinta en la que tú cantas, y es verdad que tienes una voz preciosa.
—¿Una cinta? —Me pregunté cuándo había hecho Philip la grabación—. ¿Qué estoy cantando? —quise saber. Cuando me lo dijo, me di cuenta que Philip me había grabado una noche en que cantaba para los huéspedes en el hotel. Nunca me había informado de ello. Me hizo sentir rara, como si me hubieran espiado. ¿Por qué lo había mantenido en secreto?
—Está muy orgulloso de ti. Es maravilloso que un hermano y una hermana se entiendan como os entendéis vosotros, sobre todo teniendo en cuenta lo que te ha ocurrido —añadió.
—Sí. —Sonreí débilmente.
—Algún día espero que me lo cuentes todo. ¿Lo harás? Quiero saber los detalles, cómo eran las cosas para ti antes, cómo te encontraron, qué sentiste al volver…
—No es una historia tan interesante y divertida como puede parecer —contesté.
—¡Oh!, no, sé que lo es. A Philip siempre se le saltan las lágrimas cuando habla de ello… especialmente cuando describe el primer día que llegaste al hotel y os dijeron que tú y él erais hermanos. Cuando lo oigo me entran ganas de llorar. Philip es muy romántico, y muy guapo también, y tiene un gran sentido del humor. Todas mis amigas se mueren de envidia. Y mis padres lo adoran, especialmente papá, porque le encanta que sepa tanto de inversiones. Soy muy afortunada, ¿no te parece? —me preguntó, y de pronto me apiadé terriblemente de ella. Sería horrible que algún día se enterase de que cada vez que Philip la miraba con cariño, era a mí a quien estaba mirando, y que cuando la besaba apasionadamente era a mí a quien besaba.
La pobre Betty Ann estaba siendo engañada y utilizada. Philip se había buscado una mujer inocente y joven que era ideal según los criterios sociales. Era incapaz de ver o comprender la mentira. Un hombre elegante y apuesto, que procedía de una familia famosa la había elegido a ella. Todas sus fantasías y sus sueños se habían hecho realidad.
Sentí deseos de decirle algo, de impedir que iniciara una vida de ilusiones, pero entonces pensé que si supiese la verdad era probable que lo aceptara sólo por estar con Philip. Evidentemente, él significaba mucho para ella.
Casi podía oír las palabras de mamá: «Todo el mundo acepta una cierta cantidad de mentiras y engaños, Dawn. Es el precio que pagamos por la poca felicidad que conseguimos».
Así era como había vivido ella su vida; Betty Ann y Philip harían lo mismo. Y mi vida sería igual por mucho que tratara de impedirlo, estaba segura de ello.
—Me alegro por los dos, Betty Ann —dije—. Me alegro por los dos.
De pronto, detrás de nosotras, apareció Philip.
—¿Qué hacen mis dos mujeres preferidas aquí fuera solas? —exclamó al tiempo que nos cogía a ambas por la cintura—. Espero que no estéis intercambiando opiniones acerca de mí —dijo, y me dirigió una mirada de sospecha.
—Qué ego. ¿Por qué íbamos a estar hablando de ti? —pregunté.
Los músculos alrededor de sus labios se movían espasmódicamente, como si estuviese a punto de sonreír o incluso de echarse a reír, no pude adivinar cuál de las dos cosas.
—Me lo dijo un pajarito —contestó, apretándonos con más fuerza la cintura—. Está bien. Quiero que las dos os conozcáis cuanto antes para que volvamos a ser una feliz familia.
—Espero ser de alguna ayuda en el hotel —dijo Betty Ann—. Quiero participar, aunque sea poco.
—Estoy seguro de que encontraremos algo apropiado para ti, querida —dijo Philip. Volvió a sonreírme—. Aunque sólo sea estar a la entrada del comedor saludando a nuestros huéspedes como solían hacer la abuela y mamá.
—¡Oh!, me encantaría —dijo Betty Ann.
Philip me miró y me guiñó un ojo.
—Seré un hombre muy afortunado al tener dos bellas mujeres a mi alrededor día y noche —dijo, y besó a Betty Ann en la mejilla. A continuación se volvió hacia mí, pero yo me liberé de su abrazo.
—Será mejor que volvamos a la fiesta antes de que mamá se ponga histérica —dije, y me alejé deprisa, como si huyera de un mal sueño.
Claudine Monroe, la madre de Betty Ann, se encargó de planificar la boda de Philip y Betty Ann. Mamá intento en varias ocasiones expresar sus ideas y opiniones, pero sus intentos resultaron frustrados. A medida que se acercaba el día de la boda las quejas de mamá acerca de cómo la trataban fueron en aumento.
—Me siento como un invitado, más —me dijo una mañana por teléfono—. Aquella mujer (había cogido la manía de llamar a la madre de Betty Ann de ese modo) ni siquiera contesta mis llamadas. Sólo consigo hablar con su secretaria… ¡su secretaria! Tiene una secretaria que se ocupa de sus asuntos sociales, ¿te lo imaginas? Me dice secamente que le dará mi recado, pero nunca me llama. ¿No te parece de mala educación?
—Es su boda, mamá. Tú tuviste la mía —le recordé.
—¿Y quién lo hubiera hecho si no yo? Además, esa gente cree que están por encima de nosotros, Dawn. No soporto la condescendencia con la que me tratan. Creen que sólo porque viven en las afueras de la capital de la nación y se codean con congresistas y senadores, son mejores que nosotros —se quejó.
—Estoy segura de que será una boda preciosa, mamá. ¿Por qué no te relajas y disfrutas y por una vez en la vida dejas que sean los otros quienes hagan el trabajo? Si la madre de Betty Ann te trata como una invitada, entonces compórtate como tal —sugerí.
—Sí, tienes razón. No tengo por qué ofrecerle mi experiencia. Dejemos que aquella mujer se las arregle sola.
—Estoy segura de que cuenta con el asesoramiento de muchos profesionales —dije—, y que no debe de tener que hacer casi nada.
—Hum… ¿has elegido la moqueta para el dormitorio principal? —preguntó, mencionando un tema en el que pensaba que podía tener alguna influencia: mi nuevo hogar.
—Me decanto por el beige —dije.
—¡Oh!, eso es un gran error. No sabes lo difícil que es mantenerla limpia. Piensa…
Había llegado al punto que podía escuchar a mamá sin hacer caso de sus palabras. Normalmente me ocupaba del papeleo mientras ella parloteaba en el teléfono, y por mera intuición intercalaba aquí y allá un «sí» o un «bien». Sin embargo, en esta situación en concreto cambió de pronto a un tercer tema. Su actitud hizo que prestase la máxima atención. Primero se puso a llorar.
—¿Qué ocurre ahora, mamá? —pregunté en tono de hastío.
—Clara Sue ha abandonado el colegio y se ha ido a vivir con un hombre —anunció con voz quebrada.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Hace más de un mes, pero no he tenido las fuerzas suficientes para hablar de ello. Todavía no las tengo, pero pienso que si me lo callo, acabaré por explotar. Todo ese dinero que nos hemos gastado en su educación no ha servido para nada. Bronson dice que no podemos inmiscuirnos. Ella ya es mayor de edad.
—Tiene razón, mamá. Aunque a decir verdad, nunca prestó demasiada atención a lo que tú y Randolph le decíais. ¿Con qué clase de hombre vive? —pregunté. Lo que realmente quería decir era ¿qué clase de hombre estaba dispuesto a vivir con semejante mujer?
—¡Un hombre quince años mayor que ella! Y divorciado, además —exclamó—. ¡Con dos hijos, un chico de diez y una niña de doce!
—¿Dónde lo conoció? —pregunté.
—Iba a la bolera —contestó mamá, suspirando—. Afortunadamente, aquí todavía no lo sabe nadie, pero, ¿te imaginas lo que va a ocurrir cuando se enteren? Y tiene la intención de traer a ese hombre a la graduación y a la boda de Philip. Será una deshonra para mí, me sentiré avergonzada. Pero a ella nada de eso le importa.
—Ahora le ha llegado a otro el turno de aguantarla —dije secamente—. Considéralo de este modo, mamá.
—No es momento de bromas, Dawn. El problema es serio. En este momento de mi vida no necesito cosas que adelanten mi proceso de envejecimiento. He leído acerca de unos tratamientos dermatológicos que obran milagros y he pensado en someterme a ellos.
—Mamá, te lo he dicho una y cien veces: para encontrar arrugas en tu cara se necesita una lupa —dije.
—Ya sé que intentas ser agradable, Dawn, pero no creas que no me miro al espejo. ¡Oh!, este asunto de Clara Sue será mi fin —gimió—. ¿Qué debo hacer?
—Alguien llama a mi puerta, mamá —dije.
—Estoy segura de que mientes, Dawn. Sólo quieres deshacerte de mí. Todo el mundo quiere deshacerse de mí estos días… Philip, aquella mujer, Clara Sue, y ahora tú —sollozó—. Gracias a Dios que tengo a Bronson.
—De verdad que alguien llama a la puerta, mamá. No olvides que estamos en temporada alta —le recordé.
—¡Oh!, ese hotel. Siempre competirá conmigo. Primero era Randolph, después Philip, y ahora tú.
—Las responsabilidades no se resuelven solas, mamá —dije.
—Hablas igual que lo habría hecho ella, Dawn. ¿Lo sabes? Igual que ella.
—Mamá…
—No, Dawn, sólo piensas en ese hotel. Francamente, no sé por qué es tan importante para ti. Bueno —dijo, y dejó escapar un profundo suspiro—, adiós, entonces. En cuanto empiecen a correr los rumores acerca de Clara Sue, avísame para que pueda prepararme para lo peor —añadió antes de colgar.
Jimmy encontró la historia la mar de divertida, pero yo no podía llegar a imaginarme por qué Philip no me había informado acerca de lo de Clara Sue. Todas las semanas telefoneaba al menos una vez. Me sorprendió descubrir que no lo sabía.
—Mamá no me ha dicho ni una palabra —afirmó— y hace meses que no hablo con Clara Sue. ¿Un hombre mayor? ¿Y divorciado? Pues vaya ¿qué te parece? Me he preguntado muchas veces qué llegaría a ser de ella. No sirve para gran cosa, nunca le ha importado el hotel, le ha ido mal en los estudios y no le interesa la Universidad, de modo que… —dijo— por lo menos nos dejará en paz a los demás.
De alguna manera dudaba que Philip tuviese razón.