8

UN ARCO IRIS ESCURRIDIZO

La mañana después de que mamá y Bronson regresaran a Beulla Woods, ella me telefoneó para contarme todo lo referente a su boda y su luna de miel en Nueva York. El entusiasmo con que describió las luces de Broadway, los elegantes empresarios teatrales, las multitudes, el tráfico y la música, hizo que recordase mis tiempos de estudiante de teatro; por supuesto, no pude evitar pensar en Michael.

Mamá no paraba de hablar. Describía minuciosamente cada detalle. Sin detenerse a tomar aliento pasó a hablar de los museos y las galerías de arte que habían visitado.

—Nunca me había dado cuenta de lo culto que es Bronson —dijo. Luego en un tono casi triste, añadió—: es extraño, puedes estar junto a alguien casi toda tu vida y sin embargo no conocerlo de verdad.

—Eso es absolutamente cierto, incluso con los parientes más cercanos, mamá —dije en cuanto conseguí que me dejase pronunciar una palabra—. ¿Has hablado con Philip desde tu regreso? —pregunté rápidamente antes de que siguiera describiéndome su luna de miel en Nueva York.

—¿Philip? No. Te he llamado a ti —dijo—. Puedes decirle que he regresado. Si quiere llamar, ya lo hará —dijo. A continuación, tras una pausa, preguntó—: ¿Cómo reaccionó al saber lo de mi nuevo matrimonio?

—No está molesto, si a eso te refieres. Le sorprendió, claro —respondí.

Emitió una de sus risitas nerviosas.

—Así es Philip. Por eso no me preocupo —canturreó.

—Habrás observado que he ordenado enviar las cosas de Clara Sue a Beulla Woods —dije. Supuse que Livingston la habría informado de ello en cuanto regresó de su luna de miel.

—Sí —contestó, alargando la palabra casi como si fuese un silbido—. ¿Fue ella quien lo exigió?

—No —contesté en tono despreocupado—. Decidí hacerlo yo.

—Quizá le moleste —murmuró.

—Bueno, pues será mejor que esté molesta allí y no aquí. No estoy dispuesta a seguir tolerando su comportamiento inmaduro. Debe estar con vosotros —insistí.

Mi madre estuvo de acuerdo.

—Bronson había dado por supuesto que viviría con nosotros. Así lo quería —afirmó, pero yo podía imaginarme su expresión de desagrado. Mamá esperaba que su nuevo matrimonio le devolviera mágicamente la juventud. No quería hijos ni ningún tipo de obligación familiar. Deseaba sentirse como una verdadera recién casada; deseaba rejuvenecer.

—Me alegro —dije—. Bueno, tengo que volver al trabajo. Bienvenida, mamá.

—¡Oh!, Dawn —exclamó antes de que pudiera despedirme—. ¿Cuándo vendréis tú y James a cenar? Y Philip, por supuesto. A Bronson le gustaría que vinierais todos este sábado, si es posible. Ya lo tenemos casi planeado. Invitaré a los Steidman —dijo con tono arrogante. Casi podía verla levantando la nariz—. El señor Steidman está construyendo una urbanización en las afueras de Virginia Beach. Es un proyecto multimillonario.

—No puedo hablar en nombre de Philip, mamá, pero sabes que los sábados es cuando más trabajo hay en el hotel. Además, este fin de semana estamos llenos a rebosar. Por primera vez en mucho tiempo hemos tenido que rechazar huéspedes —dije con orgullo.

—¿De verdad? —dijo sin interés alguno—. Bueno, haz lo que quieras, pero te perderás una cena importante.

—Lo siento. No tiene solución —dije—. Es temporada alta, ya sabes.

—¡Oh!, no te conviertas en una mujer aburrida, Dawn. Y no dejes que ese lugar domine tu vida —me aconsejó con indisimulada impaciencia.

—Te avisaré en cuanto podamos tomarnos una noche libre, mamá —dije, demasiado cansada como para discutir con ella.

—Que sea pronto —exigió—. Quiero que una invitación a Beulla Woods signifique algo especial. Voy a ser muy selectiva con los invitados. Bronson realmente sabe quien tiene dinero y quien finge tenerlo.

—Eso no debería importarte —dije—. Si la gente es amable, no la juzgues por lo que tiene —dije.

—¡Oh!, Dawn, sigues sin darte cuenta de lo importantes que son las relaciones ¿verdad? Y eso a pesar de estar al frente de un hotel famoso —dijo, y dejó escapar una de sus estúpidas risitas.

—Los buenos amigos, los amigos de verdad, son mucho más valiosos —dije—. No importa lo importantes que sean sus empleos o lo grandes que sean sus casas. Para mí no.

—Ya aprenderás —insistió. Era como si yo no tuviera voz o ella no tuviese oídos. Guardó silencio un momento y al cabo procedió a detallar el menú que serviría el sábado por la noche. Al final pude despedirme.

Mi madre cumplió su promesa al pie de la letra. Casi inmediatamente después de su regreso a Beulla Woods empezamos a oír rumores acerca de sus extravagantes cenas. Parecía estar librando una furiosa batalla para recuperar la aceptación social que había perdido con los escándalos y revelaciones de los Cutler. Jimmy, Philip y yo finalmente cedimos y asistimos a una de sus cenas, pero continuó llamándonos una y otra vez.

Sin embargo, estábamos todos muy ocupados. Aquel verano era uno de los más cálidos de la historia. La situación económica era buena y el teléfono de reservas no dejaba de sonar. Philip demostró ser un ayudante valioso y pronto se hizo cargo de algunas de las responsabilidades de la dirección. Se mudó al viejo despacho de Randolph y yo empecé a agradecer la ayuda que me proporcionaba porque me permitía pasar más tiempo junto a mi esposo y mi hija.

A Jimmy empezaba a encantarle el trabajo que hacía en el hotel. No le daba miedo ensuciarse las manos; de hecho, deseaba poder hacerlo, y a pesar del título que tenía —supervisor de mantenimiento— era habitual encontrarlo junto a los obreros cavando una zanja o segando la hierba. No tenía sentido comprarle trajes elegantes, ya que acababan manchados de pintura, aceite o barniz. Necesitaba un contacto directo con las cosas. Cuando se estropeaba un calentador, él era el primero en ir a desmontarlo. Y cuando el filtro de la piscina se averió, fue él quien se encargó de arreglarlo.

Un verano por la tarde entró en mi despacho con las mejillas llenas de grasa. Tenía las manos sucias, se las limpió con un trapo que llevaba en el bolsillo trasero, abrió un sobre y extrajo el contenido delante de mí.

—¿Qué es, Jimmy? —pregunté, al tiempo que me retrepaba en mi asiento y le dirigía una sonrisa. A Jimmy le encantaban las sorpresas, especialmente cuando se trataba de mí.

—Es de papá —dijo, y sin decir palabra me extendió una de las fotografías que había sacado del sobre. Había también una carta. Las fotos eran de Edwina, la esposa de papá, y del hijo de ambos, Gavin. En algunas fotos sólo aparecía Gavin. Le habían puesto el nombre del abuelo de Papá Longchamp.

—Papá dice que en cuanto tengan oportunidad vendrán a vernos —declaró Jimmy, y me alargó la carta.

—Eso sería maravilloso. Gavin es idéntico a Papá Longchamp —dije. Ciertamente Gavin tenía el cabello y los ojos negros de su padre—. Y Edwina es muy guapa —añadí. Ella era una muchacha delgada y morena con ojos castaño claro. Por lo que se veía en la fotografía, supuse que debía de ser casi tan alta como papá.

—Sí —contestó Jimmy, pero nos miramos y estuvimos silenciosamente de acuerdo en que no era tan bonita como lo había sido mamá.

—Papá parece muy feliz ahora —dije sin apartar los ojos de la carta—. Y muy orgulloso de su nuevo hijo.

—Sí —dijo Jimmy—. Y supongo que yo tendría que alegrarme de tener un nuevo hermano. —Una sombra de tristeza cruzó por su rostro—. Claro que Fern también tiene un nuevo hermano —dijo— aunque ella no lo sepa, y quizá no lo sepa nunca. ¿Has hablado con el señor Updike acerca de que, en mi opinión, deberíamos contratar los servicios de un detective privado? —preguntó.

Sus ojos oscuros permanecían expectantes como si toda su vida dependiera de mi respuesta. No quería decirle que el señor Updike no estaba demasiado de acuerdo con la idea y que había intentado disuadirnos.

—Sí. Dijo que se ocuparía del asunto, y que el fin de semana hablaría con nosotros.

—Bien —dijo Jimmy—. Ahora será mejor que vuelva ahí fuera. Quédate con todo esto —concluyó, y me extendió el sobre y la carta.

Permanecí un rato contemplando la foto de Papá Longchamp y su nueva familia. Me pareció de más edad, y mucho más delgado. Era casi como el fantasma del hombre que había conocido como mi padre. Su sonrisa parecía forzada; tenía el aspecto de un hombre que intentara desesperadamente mantener alejada la melancolía y la tristeza; que quisiera cerrar de un portazo la puerta del pasado mientras los recuerdos intentaban apoderarse de él. Estaba segura de que le resultaría muy difícil venir a verme. Llevaba una tonelada de culpabilidad sobre sus hombros, y enfrentarse conmigo podía llegar a hundirlo. Sería mejor que permaneciese donde estaba, en su nuevo mundo, viviendo una vida nueva, sin sombras del pasado.

No me di cuenta de que estaba llorando hasta que una lágrima cayó sobre la fotografía. Y entonces, de pronto, la tristeza me afectó el estómago. Sentí una oleada de náuseas. El color desapareció de mi rostro, y mi corazón comenzó a latir con tal fuerza que me resultó difícil respirar. Me puse de pie y me dirigí rápidamente al cuarto de baño, donde vacié el estómago de todo lo que había comido. Acabé casi de rodillas. Volví a mi despacho y me recosté en uno de los sofás. Las náuseas fueron desapareciendo y finalmente pude incorporarme.

No tenía fiebre, pero los vómitos me habían dejado débil y cansada. Intenté concentrarme de nuevo en el trabajo pero volví a sentir náuseas. Tuve que regresar corriendo al cuarto de baño. Por la tarde decidí que sería mejor ir al médico. No quería preocupar a Jimmy, de modo que no le dije nada. Simplemente le pedí el coche a Julius.

Pero guardar un secreto en Cutler’s Cove era algo casi imposible. Al pasar junto al escritorio de recepción tuve que decirle a la señora Bradly que salía. Ella vio que no me encontraba bien, y se lo contó a la señora Boston, quien se lo dijo a Robert Garwood. La noticia llegó a oídos de Jimmy con bastante rapidez, de modo que cuando salí del despacho del médico me lo encontré caminando de un extremo al otro de la sala de espera. Ni siquiera se había detenido a quitarse la grasa de las mejillas y la frente.

—¿Cómo te has enterado de donde estaba? —pregunté.

—¿Qué ocurre, doctor? —preguntó dirigiéndose al doctor Lester, el médico que estaba al cuidado de Christie. Era un hombre muy cariñoso y metódico que sabía cómo tranquilizar a sus pacientes con una sonrisa.

—No ocurre nada, señor Longchamp —respondió, y a continuación sonrió—. A menos que no quisiera que su mujer quedase embarazada.

—¡Embarazada! —El rostro de Jimmy pasó de la preocupación a la sorpresa, y luego a la alegría. Sonrió y empezó a tartamudear. Pero yo… yo…

—Enhorabuena —dijo el doctor Lester, riendo.

—¿Está bien? Quiero decir…

—Todo está perfectamente, señor Longchamp —dijo el doctor Lester en tono tranquilizador.

—¿No te sientes ridículo al venir corriendo aquí, James Longchamp? —lo reprendí en broma con los brazos en jarras. Jimmy empezó a tartamudear de nuevo, de modo que lo cogí de la mano y dije—: Vamos, Jimmy. Tenemos mucho trabajo.

—¡Trabajo! No pienses que seguirás trabajando tanto como ahora. No, señor. Las cosas van a cambiar en ese hotel. Y no empieces a discutir conmigo, Dawn —dijo, y apoyó el extremo de su dedo índice sobre mis labios—. Me voy a convertir en papá, y tengo derecho a opinar.

—Bueno, no va a ser mañana, Jimmy —dije, y lancé una carcajada—. Estar embarazada no significa estar enferma. No voy a meterme en la cama como mamá y esperar que me sirvan. De modo que no empieces tú —concluí con firmeza.

—Eso ya lo veremos —replicó.

—Vaya, vaya, no quiero tener nada que ver con esto —dijo el doctor Lester, y volvió a su despacho.

Jimmy y yo regresamos al hotel, donde sabíamos que la noticia se extendería y que todos querrían compartir nuestra felicidad. Todavía me resultaba difícil creérmelo. Estaba embarazada de Jimmy. Por fin parecía que nuestros sueños estaban convirtiéndose en realidad.

Al cabo de dos días mi madre se enteró y me llamó. Se lo había dicho Bronson. A veces Bronson se enteraba de cosas que ocurrían en el hotel incluso antes que yo. Contaba con informantes que lo mantenían al tanto de cómo nos iban las cosas. Sospeché que quizá el señor Dorfman fuera su fuente de información. No culpaba a Bronson; el «Hotel Cutler’s Cove» era una inversión muy importante para su Banco e imaginé que quería estar al corriente de todo lo que ocurría en él. Quizá algunos de los miembros del consejo de administración lo presionaran para que estuviera informado del modo en que la joven propietaria del hotel se desempeñaba en su nuevo cargo.

—No me extraña que me ocultaras la información —dijo mi madre sin siquiera saludarme ni preguntar cómo estaba

No entiendo por qué te empeñas en que vuelva a ser abuela. Acabas de casarte y eres demasiado joven. Con todo lo que te queda por hacer en la vida, se te ocurre tener otro hijo.

—Madre, quedar embarazada y tener hijos no es una sentencia de muerte —respondí rápidamente.

—Ahora piensas eso, pero espera —gimió, como si fuera ella la que iba a tener el niño—. Se necesitan años para recuperar la figura, y la mayoría de mujeres nunca lo consiguen.

—Eso no me preocupa, mamá. Después del nacimiento de Christie no tuve ningún problema en recuperar la figura, ¿verdad?

—Esto lo dices ahora porque eres joven e inocente, pero ya verás cómo cambias de opinión. Créeme. ¿Qué vas a hacer, tener media docena de niños?

—Mamá, tú tuviste tres hijos ¿verdad?

—No me lo recuerdes —dijo, y dejó escapar un profundo suspiro—. Supongo que nadie hablará de otra cosa —añadió, como si estar embarazada fuese un escándalo.

—Creo que tendrán temas más interesantes de conversación, mamá. Si no es así, deben de llevar una vida muy aburrida.

—No te das cuenta de lo que representamos en esta comunidad —dijo—. Todo lo que hacemos, todo lo que esté relacionado con nosotros es noticia aquí. Somos… somos su realeza, sus personajes famosos. Te guste o no —sentenció— vivimos en una pecera.

—No siempre has pensado así, mamá —repliqué—. A ti nunca te preocupó ser un personaje público —dijo con un tono más severo de lo que había deseado. No pude evitarlo, mamá me estaba haciendo enfadar. Yo no tenía ningún interés en ser un personaje público y que todas mis acciones y decisiones fueran estudiadas bajo un microscopio.

—En aquella época yo era joven y tonta —dijo—. Pensé que lo habías comprendido —añadió, y me di cuenta de que lloraba—. Haz lo que quieras. Nunca oyes mis consejos —se quejó—. En tu opinión siempre me equivoco, no importa lo que diga o haga.

—Sí que te escucho, mamá. Simplemente no estoy de acuerdo —dije.

—¿Por qué nuestras conversaciones tienen que acabar siempre en una discusión? —preguntó, con voz triste, como si se lo preguntara a alguna otra persona que estuviera con ella—. En cualquier caso —dijo cambiando de tema— este otoño Bronson y yo hemos decidido hacer un crucero… Italia, las islas griegas. Bronson sugirió que te preguntara si tú y Jimmy querríais acompañarnos, pero supongo que ahora, con la nueva maternidad a la vista…

—Agradécele a Bronson que haya pensado en nosotros, mamá —dije—. Ahora estoy cansada. Voy a echarme un rato.

—Eso es exactamente lo que quiero decir —espetó—. Estás en plena temporada alta, y vas y te quedas embarazada. Ni siquiera tienes la fuerza y la energía para hablar conmigo por teléfono. Honestamente, creo que ninguno de mis hijos tiene cerebro.

—Supongo que para ti debe de ser muy duro ser tan sabia y que nadie quiera escucharte —dije, pero no entendió mi sarcasmo.

—Así es. Así es —dijo.

Cuando por fin colgué, no pude evitar echarme a reír.

Aun cuando había imaginado el modo en que mi madre reaccionaria cuando se enterase de que estaba embarazada, no tenía forma de saber qué diría Philip. Cuando se lo dije, permaneció unos momentos con la mirada perdida. A continuación parpadeó, sonrió, y sus ojos resplandecieron. Me abrazó, me besó y me dio la enhorabuena, pero su actitud me resultaba extraña. Era como si el hijo que yo esperaba fuese suyo y no de Jimmy.

—Tendremos que reorganizarnos para que no estés sobrecargada de trabajo —dijo—. No podemos permitir que nuestra pequeña madre se canse. Se acabó lo de estar de pie durante horas junto a la puerta del comedor saludando a los huéspedes, y basta de ir de mesa en mesa a ver si están contentos. Yo me ocuparé de eso. Y llámame siempre que te pidan recorrer el hotel para comprobar cualquier cosa —me rogó—. Nuestro pequeño bebé tiene que recibir los mejores cuidados.

—Gracias, Philip —dije. Me quedé completamente aturdida cuando volvió a besarme en la mejilla y salió a encargarse de un problema en una de las habitaciones que yo estaba a punto de resolver. Primero Randolph, luego mamá y ahora Philip. ¿Había algo en el hotel que obligaba a la gente a vivir, de ilusiones? Esperé que nunca me ocurriera lo mismo.

Jimmy se pasaba el día pegado a mí para asegurarse de que no excedía en el trabajo, y Philip entraba y salía de mi despacho para comprobar mi estado de salud, de modo que empecé a sentirme dentro de la pecera que mi madre había mencionado. Tanto Philip como Jimmy habían ordenado a los empleados que me espiaran y los mantuviesen informados cada vez que yo subía y bajaba al sótano a comprobar cualquier cosa. Cuando salía a pasear por los jardines advertía que los botones y las camareras no me quitaban el ojo de encima. Minutos después Jimmy o Philip aparecían a mi lado para preguntarme cuáles eran mis intenciones. Si me atrevía a levantar algo que pesara más de un kilo, quien se encontrase cerca dejaba lo que estaba haciendo y acudía en mi ayuda. Subir o bajar las escaleras con Christie en brazos era suficiente para que sonara la alarma de un ataque aéreo. Sissy se ocupaba de impedirme que hiciese cualquier cosa que pudiera ser interpretada como trabajo, y finalmente reconoció que Philip y Jimmy así se lo habían ordenado.

Al principio resultó divertido, pero después de semanas y semanas de lo mismo empecé a sentirme molesta, y se lo hice saber claramente a Jimmy y a Philip una noche que ambos aparecieron en mi despacho para acompañarme a cenar. Primero llegó, y a continuación entró Philip.

—Venía a ver si había algo que pudiera hacer —dijo Philip—

—¿Hacer, Philip? —exclamé furiosa al tiempo que me ponía de pie—. ¿Puedes llevarme al comedor en brazos? ¿Puedes comer por mí? Y tú —dije volviéndome hacia Jimmy—, ¿por qué le prohibiste a Sissy que me dejara llevar a Christie en brazos o que la sacara de la cuna o el parque?

—Pensé… —Extendió los brazos—. El doctor Lester dijo…

—Dijo que no hiciera nada que saliese de lo habitual. Eso es lo que dijo, no que me convirtieras en una inválida —chillé.

A diferencia de mi embarazo anterior, éste me estaba causando depresiones y malhumor. Ya no tenía náuseas, pero mi temperamento había cambiado. ¿Se trataba sólo del embarazo?, me pregunté. ¿O tenía algo que ver con el trabajo, el hotel, la toma de decisiones? ¿Me estaría convirtiendo en el tipo de administradora que había sido la abuela Cutler?

—De acuerdo —dijo Jimmy, levantando los brazos en señal de rendición—. Lo siento.

—Sólo tratamos de cuidarte —insistió Philip.

—Pues no lo hagáis —espeté.

Ambos pusieron la misma cara de sorpresa.

—Iré… iré a ver cómo va la cena de esta noche —tartamudeó Philip, y salió corriendo. Yo volví a sentarme y me llevé las manos a la cabeza.

—Dawn —dijo Jimmy, posando su mano sobre mi hombro. Me eché a llorar. Últimamente me ocurría a menudo, pero había tratado de ocultarlo, especialmente a Jimmy. Sin razón aparente, de pronto sentía ganas de llorar. No había razón para ello; el hotel iba bien, Christie estaba cada día más guapa, Jimmy y yo nos amábamos y deseábamos nuestro hijo, pero bastaba que una nube ocultase el sol o que se rompiera la mina de mi lápiz y me echase a llorar como un bebé.

A veces me despertaba durante aquella hora triste y solitaria antes del amanecer, y yacía en la semioscuridad mirando a mi alrededor, sintiéndome extrañamente fuera de mi cuerpo. ¿Estaría volviéndome loca?

Apenas Jimmy me tocó, comencé a temblar.

—¿Qué pasa, cariño? —preguntó. Se puso en cuclillas a mi lado y me apartó el brazo para poder verme la cara.

—No lo sé —dije sin dejar de llorar—. No puedo evitarlo. Simplemente… no puedo evitarlo. Jimmy me puso de pie y me abrazó. Comenzó a acariciarme y besarme en la frente y las mejillas, y a limpiar las lágrimas a medida que brotaban.

—No pasa nada —susurró—. No pasa nada. Sólo estás cansada. Quizá no físicamente, pero sí emocionalmente cansada. Han ocurrido muchas cosas en muy poco tiempo, Dawn. Tienes que darte cuenta —me tranquilizó.

Respiré profundamente y reprimí los sollozos. A continuación me limpié las lágrimas y miré los ojos de Jimmy, oscuros y tiernos, ahora llenos de preocupación.

—Estoy asustada, Jimmy —le confesé.

—¿Asustada? ¿Por qué? ¿Por estar embarazada? —preguntó.

—No, eso no. Por eso estoy contenta. De verdad que sí. Sólo que a veces estoy asustada, tengo miedo de cambiar, de convertirme en alguien que no soy, en alguien que no quiero ser. Pero no estoy cambiando ¿verdad, Jimmy? Sigo siendo la misma persona. Sigo siendo Dawn Longchamp, la Dawn Longchamp de la que te enamoraste ¿verdad? —pregunté frenéticamente.

—Claro que sí —dijo él, sonriendo—. No te preocupes que cuando te conviertas en alguien horrible, te avisaré.

No se lo dije a Jimmy, pero sentía como si el despacho me tuviese prisionera, como si la abuela Cutler estuviese todavía entre esas cuatro paredes, a pesar de que había cambiado todo, hasta el color de las estilográficas. Un día, por ninguna razón aparente, solicité que tres camareras limpiaran a fondo el despacho, como si tuviese miedo de que quedase algún vestigio de la abuela Cutler que pudiera afectarme. Nunca se lo mencioné a Jimmy, pero sufría pesadillas. Si se había enterado de que había ordenado limpiar el despacho, nunca dijo nada.

—¡Oh!, Jimmy, no quiero convertirme en alguien horrible —exclamé, y lo abracé.

Él me sostuvo entre sus brazos.

—No te pasará —susurró. No dejaré que te pase. Te lo prometo.

—¿De verdad, Jimmy? ¿Me lo prometes?

—Absolutamente —contestó—. Ahora ve a lavarte la cara. Sissy ha bajado a Christie para que cene con nosotros esta noche. Ya saluda a los invitados como una pequeña princesa.

Me eché a reír.

—Apuesto a que sí. Cree que es una princesa —dije. Puse los dedos sobre la mejilla de Jimmy y lo miré fijamente a los ojos—. Gracias por quererme tanto.

—Oye —dijo, negando con la cabeza—. No podría dejar de quererte aunque quisiera.

Nos besamos, me lavé la cara y bajamos a hacer nuestro papel de anfitriones de Cutler’s Cove.

El resto del verano pasó volando, quizá porque teníamos mucho trabajo y yo estaba ocupadísima con Christie y mi embarazo. Un día era mediados de julio, y al cabo de un tiempo que nos pareció cortísimo ya estábamos estudiando los planes para el fin de semana del Día del Trabajo. Tal como ocurriera durante todos los fines de semana de aquel verano, estaba todo reservado. En dos ocasiones durante la temporada alta había dejado que el director de la orquesta del hotel me convenciera de que cantase a los huéspedes la noche del sábado. Me hizo prometer que haría lo mismo el fin de semana del Día del Trabajo, y me aseguró que algunos de los huéspedes habituales lo habían solicitado. Era cierto que más de uno me había parado para felicitarme y preguntarme cuándo volvería a cantar. Esto ocurría especialmente a la hora de la cena, cuando pasaba por las mesas para saludar a la gente.

A menudo echaba de menos mi música e intentaba mantenerme en forma tocando el piano. Un fin de semana Trisha pudo escaparse de su curso de verano de artes escénicas y vino a visitarme, lo cual me alegró mucho. Al escucharla hablar de sus clases de arte dramático y de música sentí ganas de volver a aquellos tiempos. Como ocurría siempre que hablábamos o nos veíamos, me informó sobre la vida de Michael Sutton.

—Su obra en Londres bajó de cartel antes de lo esperado —me dijo cuando vino al hotel—. He oído ciertos rumores acerca de él.

—¿Rumores? —Sabía cuán rápidamente se difundían las habladurías en el mundo del espectáculo, pero Trisha no pareció considerar esto un simple rumor.

—Acerca de su afición a la bebida —dijo—. Al parecer ha ido a Suiza a someterse a una cura de desintoxicación.

—Es muy triste —comenté.

—Espero que reciba lo merecido —respondió Trisha, pero a pesar de todo lo que me había hecho, no podía sentir rencor. Al fin y al cabo, siempre que miraba a Christie veía su cara. La pequeña se parecía cada vez más a él. Era como si Michael reapareciera a través de nuestra hija, de modo que me resultaba imposible odiarle. No podía evitar el preguntarme cómo reaccionaría Christie cuando tuviera edad de entender y yo me viese obligada a explicarle quién era su padre. Lo haría lo antes posible, porque sabía que su tía Clara Sue no dudaría en decírselo en cuanto tuviese oportunidad.

Yo casi no pensaba en Clara Sue, ya que ella había pasado todo el verano con su amiga en New Jersey y ni Philip ni mi madre la mencionaban para nada. Pero el jueves anterior al fin de semana del Día del Trabajo regresó al hotel. Yo estaba en mi habitación durmiendo la siesta. De mala gana había accedido a tomarme un día de descanso, y eso porque Jimmy y Philip me prometieron que no dudarían en despertarme si ocurría algo importante. En realidad no les creía, pero aunque mi embarazo no era todavía evidente y sólo había engordado dos kilos, me sentía bastante fatigada.

El estampido de los truenos me despertó; abrí los ojos, miré por la ventana y comprobé que una gran pared de nubes oscuras habían ocultado el sol por completo. Siguió tronando y relampagueando, de modo que no oí a Clara Sue cuando recorría a grandes zancadas al pasillo después de haber comprobado que su antiguo dormitorio estaba totalmente vacío.

Por lo que pude entender en los primeros segundos de mi enfrentamiento con ella, mamá no le había dicho que yo había ordenado trasladar sus cosas a Beulla Woods. Me pregunté si mi madre habría hablado con ella más de una o dos veces en todo el verano.

Una vez que descubrió lo ocurrido, Clara Sue abrió de golpe la puerta de mi dormitorio y entró como un torbellino.

Después de pasarse el verano tirada en la playa, comiendo y festejando con sus amigos, la voluptuosa figura de Clara Sue tenía algunos kilos de más. Parecía haber engordado unos cinco kilos desde la última vez que la vi. Llevaba un ceñido vestido color violeta que era como una segunda piel y que dejaba sus senos bastante al descubierto. Había sometido su larga cabellera rubia a una permanente, y sus labios estaban pintados dos de rubí y sus ojos llevaban una espesa capa de rímel. Su aspecto me pareció bastante vulgar, pero estaba segura de que a Clara Sue mi opinión no le importaba en absoluto. Estaba muy morena, y sus fríos ojos azules echaban chispas.

Los golpes en la puerta me asustaron, y me incorporé rápidamente. Vi a Clara Sue bufando de cólera, en medio de la habitación, con los puños cerrados.

—¿Qué haces? —le pregunté. Me senté en la cama y me calcé los zapatos mientras ella me dirigía una mirada llena de odio. Sus ojos se entrecerraron peligrosamente y pensé que de un momento a otro comenzaría a salir humo de sus orejas.

—¡Cómo te atreves! ¡Cómo te atreves a tocar mis cosas! —chilló—. ¿Qué has hecho con ellas? —exigió saber al tiempo que daba un paso hacia delante.

—¿No te lo ha dicho mamá? —pregunté con tono de indiferencia—. Todas tus cosas han sido trasladadas a Beulla Woods. Ahí es donde vas a vivir a partir de ahora.

—¿Quién lo ha decidido? —preguntó con los dientes apretados.

La miré fijamente.

—Lo he decidido yo —respondí con tranquilidad, a pesar del temor que crecía en mi interior.

De pronto dejó escapar un grito tan agudo como el de un animal atrapado en una trampa. Se llevó las manos a la cabeza y empezó a tirarse de los pelos. Bajó la cabeza, las pupilas en blanco, y me embistió. Su acción me cogió tan de sorpresa que no me moví.

—¡Hija de puta! —exclamó—. ¡No puedes meterte en mi vida, también! ¡No te dejaré!

Sin aviso alguno levantó el puño y me golpeó con todas sus fuerzas en un lado de la cabeza. Lo inesperado del golpe me hizo tambalear. Caí sobre la silla del tocador y me desplomé en el suelo. Aturdida, traté de ponerme nuevamente de pie. Coloqué bien la silla y ya de rodillas intenté levantarme, pero Clara Sue volvió al ataque.

—¡Ya te enseñaré a tocar mis cosas! ¡Te enseñaré a darme órdenes! ¡Te va a costar caro, Dawn! ¡Voy a hacer que sientas el mismo dolor que he sentido yo desde el día que volviste a inmiscuirte en nuestras vidas! —chilló, y a continuación me dio una fuerte patada en el vientre. El golpe me produjo una tormenta de dolor que me subió desde el costado hasta el pecho quitándome la respiración. Me derrumbé, y Clara Sue comenzó a darme de patadas mientras chillaba como una loca. Cuando abrí los ojos la habitación empezó a dar vueltas. Tenía la sensación de estar cayendo en un pozo profundo y oscuro. Intenté gritar y agité mis manos y mis brazos desesperadamente para protegerme de sus golpes.

Antes de desmayarme me pareció oír las voces de Jimmy y Philip. Uno de ellos apartó a Clara Sue. Alguien—quizá Sissy, quizá la señora Boston— chillaba en el pasillo. Clara Sue continuaba gritando histéricamente. Jimmy, o tal vez fue Philip, empezó a levantarme, y después de todo fue oscuridad.

Recuperé el conocimiento en el asiento trasero de la limusina del hotel, pero las voces que oía eran débiles y lejanas. Intenté hablar, pero era como si mi voz estuviera atrapada en mi pecho. El dolor que había empezado en el estómago se convirtió en una mano de fuego con dedos como brasas ardientes que se extendió por todo mi cuerpo invadiendo las paredes de mi corazón, que alternativamente latía con fuerza y también débilmente. Era como si los pulmones se me hubieran llenado de un aire demasiado caliente para respirar. Advertí que tenía la cabeza sobre una almohada, y que ésta estaba sobre el regazo de Jimmy, quien me acariciaba y me miraba con los ojos llenos de lágrimas. Intenté sonreír, pero mi cara parecía de plástico. Mis labios no se movían sentía la piel rígida.

—Tranquila —oí que me decía Jimmy—. Ya llegamos.

«Ya llegamos… ya llegamos…», las palabras se deslizaban por mi mente. No podía mantener los ojos abiertos.

Cuando conseguí volver a abrirlos estaba sobre una camilla recorriendo el pasillo de un hospital. Vi las luces del techo, y oí las voces de las enfermeras y otra, más clara, que reconocí como del doctor Lester.

Estoy con el doctor Lester, pensé, y me sentí segura. Ahora estaré bien. Todo irá bien.

—Tiene una hemorragia, doctor —oí que decía una enfermera.

—Aquí, rápido —respondió el doctor Lester. Algo cálido se deslizó por mis piernas. El pánico volvió a apoderarse de mi cuerpo, y mi corazón comenzó a latir con tal fuerza que podía sentir el flujo de la sangre en mi cabeza. Me di cuenta de que me levantaban y depositaban mi cuerpo sobre la cama; entonces volví a perder el conocimiento.

Cuando desperté estaba en una habitación de hospital, y Jimmy se encontraba a mi lado. Tenía la cabeza baja y los hombros hundidos. No sabía que estaba despierta, de modo que no ocultó las lágrimas, ni impidió que se deslizaran por sus mejillas. Miré las paredes blancas de la habitación y vi una enorme ventana a mi izquierda. La sencilla cortina de algodón se movía a causa de la brisa. Percibí el olor a humedad que precede a una fuerte tormenta de verano.

—Jimmy —dije con una voz que me pareció sorprendentemente débil. Él levantó la cabeza y rápidamente se secó las lágrimas. A continuación cogió mi mano entre las suyas.

—¿Cómo te encuentras, cariño? —preguntó.

¿Cómo me encontraba? No sentía nada. El dolor fuerte había desaparecido, y sólo sentía un incómodo malestar en las paredes del estómago.

—Jimmy —dije, con labios temblorosos.

—Lo sé, lo sé, Fue algo horrible, estaba fuera de sí. No podíamos apartarla de ti. Parecía poseída. La eché, y se paseó chillando por el hotel. Quiero denunciarla —dijo con ira—. Quiero verla en la cárcel. Merece ser tratada como lo que es: una… una criminal. —Jimmy se atragantó con las palabras.

¡Oh!, no, por favor, no, pensé. Por favor…

—Como una asesina —dijo, y era como si Clara Sue estuviera todavía allí, golpeándome una y otra vez.

—El bebé… ¿he abortado?

Jimmy asintió y se mordió el labio inferior.

Cerré los ojos y aparté la mirada. No tenía solución, pensé. Otra vez la nube negra que parecía perseguirnos desde que éramos jóvenes. Nunca sería feliz, y aquello significaba que Jimmy tampoco lo sería. Deseé no haber accedido a casarme con él, porque al hacerlo lo uní para siempre a la maldición que había caído sobre mí.

—El doctor Lester dice que te pondrás bien —dijo Jimmy tratando de tranquilizarme—. Asegura que con el tiempo podremos volver a intentarlo. Dice que no hay razón para…

Volví mi cabeza hacia él.

—¡Oh!, Jimmy, siempre habrá alguna razón —exclamé—. Siempre habrá algo que hará que la vida sea un infierno para nosotros, que convertirá todo lo dulce en agrio. ¿Por qué molestarse en tener esperanzas?

—No hables así, Dawn —me suplicó—. Por favor no lo hagas. En cualquier caso no es verdad. Nos han ocurrido cosas buenas y continuará siendo así. Tenemos el hotel y…

—El hotel —dije con odio, incapaz de reprimir mi amargura—. ¿No te das cuenta? La última venganza de la abuela Cutler fue dejármelo en herencia.

Jimmy negó con la cabeza.

—Sí, Jimmy —dije con firmeza. Intenté incorporarme, pero el dolor en el abdomen me lo impidió. A pesar de ello, continué—. El hotel no es una bendición sino una carga. Al final nos destruirá. Quiero venderlo. Sí, eso es lo que haremos. Lo venderemos y cogeremos el dinero para empezar una nueva vida en algún sitio… tú, yo y Christie.

—Ya veremos —dijo Jimmy en un esfuerzo por calmarme—. Ya veremos.

—Sigue ahí, Jimmy —insistí—. Era ella que me golpeaba a través de Clara Sue ¿no lo entiendes? ¡Era ella!

Tranquila, Dawn. Lo único que estás consiguiendo es ponerte peor.

—Era ella la que me daba patadas. Ha matado a mi bebé —murmuré, cerrando los ojos—. Era ella.

Me dormí. Tuve una pesadilla en la que la abuela Cutler pateaba una y otra vez y sonreía mientras hundía en mi estómago su pie pequeño con un zapato puntiagudo. Me estremecí y desperté de golpe. Sabía que había dormido un rato porque fuera estaba oscuro. Jimmy se encontraba en la puerta hablando en voz baja con Philip.

—Está despierta —dijo Philip.

Los dos se acercaron a la cama.

—Hola, Dawn —dijo Philip—. ¿Cómo te sientes?

—Cansada —contesté—. Muy cansada, y con sed.

Jimmy cogió un vaso de papel de la mesita de noche y de inmediato lo acercó a mis labios. El líquido fresco me reconfortó, fue como si aplacase las brasas que ardían en mi interior.

—Se ha convertido en un monstruo —dijo Philip—. Le dije que no pensaba considerarla mi hermana nunca más. Por lo que a mí respecta, puede tirarse por la ventana.

—He pensado en denunciarla —dijo Jimmy.

Yo negué con la cabeza.

—Deberías hacerlo —asintió Philip—. Tendrían que encerrarla y arrojar la llave al mar.

Alguien llamó a la puerta, y todos nos volvimos; eran Bronson y mamá.

Ella llevaba una capa de marta sobre un vestido color escarlata. Tenía el cabello recogido y llevaba tanto maquillaje y joyas que pensé que debían de venir del teatro.

—Hace tanto frío ahí fuera —dijo al entrar y se arropó con la capa—. ¿Por qué está abierta esa ventana?

—Está bien así —dije en voz baja.

—Bueno —dijo tras respirar profundamente y erguir la espalda— ¿cómo estás?

—Me pondré bien —contesté.

—Bueno, bueno. No soporto los hospitales. Huelen tanto a… a medicinas. Siento que en cualquier momento caeré desmayada. Ni siquiera fui al hospital a ver a mi propia madre hasta que no tuve más remedio —dijo, como si aquello fuera algo de lo que pudiera estar orgullosa.

Bronson se acercó a Philip y me dedicó una sonrisa.

—Siento lo que ha ocurrido —dijo, moviendo la cabeza tristemente—. Cuando vino a Beulla Woods le prohibí que saliera de la habitación.

—Seguramente ya se ha marchado —dijo Philip—. Siempre hace lo que le place. Es un animal salvaje.

—Eso cambiará —replicó Bronson secamente. Fijó la mirada sobre Philip con tanta firmeza que éste tuvo que apartar la vista—. Tu madre se enteró ayer de que había suspendido casi todas las asignaturas en el colegio.

Mamá, emitió un pequeño gritito semejante al chillido de una rata.

—Se las ingenió para interceptar todos los informes escolares y nos lo ocultó —continuó Bronson.

Miré a mamá y me pregunté si aquello sería cierto, o si sencillamente ella había preferido ignorarlo todo hasta que finalmente se vio obligada a enfrentarse a la realidad.

Bronson me acarició la mano y me sonrió.

—Si hay algo que podamos hacer…

—Gracias —dije. Empezaron a temblarme los labios.

—Bueno —dijo mamá de pronto con un estallido de energía— quizá cuando te den el alta tú y Jimmy consideréis la posibilidad de venir con nosotros en ese crucero.

—Claro que sí —intervino Philip—. Id, que yo me ocuparé de la marcha del hotel. No os preocupéis por eso.

—Creo que no estoy de humor para cruceros —dije.

—Tienes que tratar de olvidar —dijo mamá—, y un crucero es perfecto para eso ¿verdad Bronson?

—Creo que habrá que tomarse las cosas con paciencia —respondió Bronson con tono prudente.

—Bueno, ahora que ya sabemos que estás bien —dijo mamá como si no diese importancia al hecho de que yacía en la cama porque mi cuerpo estaba lleno de magulladuras, y que estaba pálida y débil porque había perdido mucha sangre y había sufrido un aborto— nos marcharemos. No me gusta pasarme mucho tiempo en los hospitales. Si alguna vez me pongo muy, muy enferma, tendrán que traerme las medicinas a casa. ¿Bronson?

—De acuerdo. Que te mejores, Dawn —dijo Bronson y se inclinó para besarme en la mejilla. Mi madre me tiró un beso, y los dos se marcharon.

Jimmy y yo nos miramos fijamente durante un momento.

—¿Qué le has dicho a Christie? —le pregunté.

Negó con la cabeza.

—Pensaba que venías aquí a tener un nuevo bebé —respondió—. Esa niña es algo increíble —añadió, y se echó a reír.

—¡Oh!, Jimmy… —No pude evitar a echarme a llorar.

—No, Dawn. —Se puso inmediatamente a mi lado.

—Para eso es para lo que debería haber venido al hospital —exclamé.

—Ya lo sé. Y así será. Ya verás como pronto se cumple tu deseo —me prometió—. Tranquilízate, tú y yo hemos pasado momentos muy duros, y siempre hemos sobrevivido para ver el arco iris después de la tormenta. Volveremos a encontrarlo, siempre que estemos juntos.

Le sonreí. Era tan guapo y tan fuerte. Me sentí muy afortunada de tener un hombre como él.

—Así está mejor. Ésa es la Dawn que yo recuerdo —dijo.

Cerré los ojos.

—¿Estás cansada otra vez? —preguntó. Asentí.

—De acuerdo. Te dejaré dormir, pero permaneceré cerca —me aseguró.

—Vete a casa, Jimmy. Yo estaré bien. Descansa un poco tú.

—No empieces a dar órdenes otra vez —me reprendió—. No estás de servicio.

No tenía fuerzas para discutir. Cerré los ojos y sentí sus labios sobre mis párpados y después sobre mis labios. Abrí los ojos, él retrocedió y me saludó con la mano. Entonces volví a cerrarlos para conservar en mi interior su imagen, una imagen que me traía muchos recuerdos.

Estábamos en algún lugar, mucho tiempo antes. Nos habían arrastrado de un lugar a otro tantas veces que no podía recordar exactamente dónde nos encontrábamos, pero yo había estado corriendo, me había caído y me había rasguñado la rodilla. Volví a toda prisa a casa para enseñárselo mamá, pero ella estaba en el trabajo, y no había nadie que me reconfortara, de modo que me senté en el suelo a llorar. Al final se abrió una puerta, y entró Jimmy Se acercó rápidamente a mí y me miró la rodilla. A continuación fue al cuarto de baño y volvió con una toalla húmeda para limpiarme la herida. Luego me la vendó. Por fin me ayudó a ponerme de pie y me condujo hasta el sofá cama para que me recostara en él.

Gran parte del tiempo vivíamos como dos huérfanos, y los huérfanos apenas si tienen ocasión de ser niños. Es como si algún adulto extraño, alguien con un rostro oscuro nos cogiese de la mano y nos hiciese correr más deprisa y de pronto nos soltara y nosotros perdiésemos el rumbo y buscásemos una identidad, deseosos de hallar un lugar al que poder llamar hogar. Me pregunté si llegaríamos a encontrarlo algún día.

Lo único que podía hacer era esperar que Jimmy tuviese razón. Habíamos pasado por muchas tormentas, y siempre habíamos logrado encontrar el arco iris. ¿Dónde nos esperaba ahora el arco iris?