7

MÁS SECRETOS DEL PASADO

—En primer lugar debería hablarte un poco de mí mismo —dijo Bronson— para que comprendas mejor cómo y por qué los acontecimientos se desarrollaron de la forma en que lo hicieron.

Aquella sonrisa seductora y provocadora desapareció de su rostro. Se inclinó hacia delante, me miró fijamente y continuó:

—Nací en el seno de una familia adinerada y de buena posición social, y disfruté de una infancia bastante cómoda. Mi padre era un hombre severo, pero mi madre era una mujer cariñosa y dedicada por entero a su esposo, sus hijos y la imagen del apellido Alcott.

»Ya de pequeños, tanto Alexandria como yo aprendimos lo importante que era la imagen. Nos hizo entender que teníamos la responsabilidad de mantener nuestra posición social. Fuimos educados en la creencia de que, en cierto sentido, éramos la nueva clase dominante del Sur. Teníamos dinero y poder para cambiar la vida de otras personas.

»Como inversor y banquero, mi padre controlaba los destinos de mucha gente. En resumen, crecí convencido de que era una especie de príncipe, y de que algún día heredaría el trono de mi padre y que reinaría continuando la tradición de los Alcott.

Se recostó, apoyó la barbilla en la palma de la mano durante unos instantes, y a continuación sonrió.

—Todo era un poco excesivamente dramático, pero a ciertas personas les ocurre que empiezan a creer en la imagen que se han hecho de sí mismas. Así le sucedió a papá. En cualquier caso —continuó con un tono de voz algo triste— como ya te he contado, Alexandria nació con una enfermedad incurable. Por todo ello, y por lo importantes que hacían que nos sintiésemos, se convirtió poco a poco en una persona melancólica. De alguna manera pensaba que si estaba enferma era por su, culpa, y que en especial mi padre se sentía desilusionado por ello. Pero a pesar de su enfermedad era una alumna excelente, y continuamente intentaba superarse. Yo la quería mucho y habría hecho cualquier cosa por ella.

Sonrió.

—Siempre me reñía por pasarme tanto tiempo con ella. «Tendrías que salir por ahí con tus amigos —decía—, ir a perseguir chicas guapas en vez de pasarte todo el tiempo con tu hermana tullida». Pero yo me sentía incapaz de abandonarla. Aunque no podía bailar, la obligué a ir al viaje de fin de curso y yo mismo fui su acompañante. Yo era el que la llevaba al cine y al teatro, el que insistía en que paseara en barca o fuera al campo. La llevaba en el velero e incluso a montar a caballo, cuando todavía estaba lo suficientemente bien para hacer aquellas cosas. Al cabo de un tiempo todo lo que veía o hacía era gracias a mi insistencia. «¿Qué importancia tiene, Bronson?», preguntaba cuando yo insistía tercamente. No quería decírselo, pero mi intención era que disfrutase al máximo los pocos años de vida que le quedaban. Pero no era necesario explicitarlo: ella lo entendía.

»En cualquier caso, supongo que mi devoción por Alexandria desanimó a más de una muchacha. Se hacían comentarios desagradables y se extendieron rumores acerca de nuestra relación, ya que para la mayoría no resultaba normal que un hermano y una hermana fueran tan íntimos. Pero yo no estaba dispuesto a volverle la espalda a Alexandria sólo para complacer a los cotillas y salir en busca de alguna joven bella y engreída.

—Mi madre era una de aquellas jóvenes, ¿verdad? —pregunté con confianza.

Bronson se quedó con la mirada vacía durante unos segundos, tamborileando con los dedos sobre el brazo del sillón. Luego se puso de pie, se dirigió a los ventanales y se quedó observando los jardines y, más allá, el mar. Finalmente se volvió hacia mí; sus ojos denotaban una angustia interna profunda que me resultaba familiar, ya que reconocí en ellos el pesar que siente un hombre cuando desea a una mujer que parece estar para siempre fuera de su alcance. Había visto la misma mirada en los ojos de Jimmy cuando crecíamos juntos creyendo que éramos hermanos y sentíamos emociones y deseos que considerábamos indecentes.

—Tu madre —dijo Bronson por fin— era, y sigue siéndolo, una de las mujeres más bellas de Cutler’s Cove, y como todas las mujeres guapas era algo vanidosa.

—Mamá —dije secamente— es demasiado vanidosa.

Empezó a sonreír pero se detuvo y sacudió la cabeza.

—No voy a negarlo, pero entiendo las razones. —Se detuvo un momento a pensar—. Por lo que veo no sabes gran cosa de la familia de tu madre ni de su infancia, ¿verdad?

—No. Nunca habla de ello, y si alguna vez le preguntaba algo, respondía con tanta rapidez e impaciencia que creía que le molestaba, de modo que dejé de hacerlo. Todo lo que realmente sé —dije— es que era hija única, y que sus padres están muertos.

—Sí, era hija única, y amaba, o mejor dicho, adoraba a su padre. Pero Simón Thomas era un mujeriego y no le prestaba la atención que tan desesperadamente necesitaba. Su fama de seductor era tema de conversación constante. Su pobre madre sufría, pero intentaba fingir que todo iba bien. Laura Sue —dijo con tono enfático— proviene de un mundo de ilusiones y mentiras, desconfianza y traición. En consecuencia, reclamaba atención, ansiaba amor, y era mucho más exigente que cualquier otra mujer que conocía. Pero me enamoré desesperadamente de ella desde el primer día que la vi. Recuerdo —dijo, y se le iluminaron los ojos— que aparcaba el coche en una esquina de su calle y permanecía allí sentado durante horas sólo para verla entrar y salir.

Hizo una pausa y su mirada se perdió en la pared de enfrente, como si en ella estuviese reflejada la imagen de mi madre cuando joven.

—En cualquier caso —dijo al cabo de un momento— empecé a hacerle la corte, y durante un tiempo formamos una pareja llamativa. Pero cuando mi madre enfermó de leucemia y murió, sentí que Alexandria necesitaba mi compañía más que nunca. La repentina muerte de mi madre la había destrozado.

—Y tu querida Laura Sue, es decir, mi madre —dije, adelantándome a los acontecimientos— se sintió molesta por toda la atención que le prestabas a tu hermana.

—Laura Sue necesitaba un hombre para quien ella fuese el centro de su existencia —explicó—. Yo quería ser aquel hombre, lo quería desesperadamente, pero no podía abandonar a Alexandria.

—De modo que mamá te abandonó a ti —dije—. ¿Por qué sigues interesado en ella, si sabes lo egoísta que ha sido? —pregunté—. ¿Es tan ciego el amor? ¿Realmente sois tan imbéciles los hombres?

Se echó a reír.

—Quizá —dijo—. Pero para ser una mujer que sabe lo que es sufrir de amor, no muestras excesiva compasión o comprensión.

Me sonrojé. ¿Tenía razón? ¿Me estaba convirtiendo en la persona dura y fría que Jimmy temía?

—Lo siento —dije.

Regresó al sillón y dio otro trago a su jerez. A continuación volvió a reclinarse y colocó las manos debajo de la barbilla.

—Laura Sue se fue a un colegio para señoritas, y yo puse todas mis energías en el trabajo. Intenté ocultarle todo mi dolor a Alexandria, pero ella era una mujer muy perceptiva, especialmente cuando se trataba de mí. Sé que se sentía terriblemente culpable pues pensaba que me estaba destruyendo la vida, e intentó que pasara menos tiempo con ella. Incluso le rogó a mi padre que la internara en un sanatorio para inválidos, pero a él le avergonzaba la enfermedad de su hija y se negaba a aceptarla. Poco después me enteré de que Laura Sue se había comprometido con Randolph Cutler. Fue extraño —dijo con una sonrisa melancólica— pero era como si se me hubiera quitado un peso de encima. Ahora que había perdido a Laura Sue, el tormento cesó durante un tiempo.

—¿Tuviste algún otro romance? —pregunté.

—Nada serio. Quizá desconfiaba del amor —dijo, y me dirigió una mirada picara—. Fue una época difícil de mi vida. Mi padre tuvo un ataque al corazón. Permaneció semanas en el hospital hasta que finalmente murió. Tras su fallecimiento ocupé su lugar en el Banco. Sólo quedábamos Alexandria y yo. Pero su salud empeoraba por momentos. Contraté los servicios de una enfermera a jornada completa, comía con ella en su habitación, la paseaba en la silla de ruedas cuando podía; en resumen, pasaba a su lado todo el tiempo que podía, pues era consciente de que tenía los días contados. Nunca se quejó e hizo todo lo posible para no convertirse en una carga. Finalmente, una noche falleció mientras dormía. Incluso muerta tenía esa suave sonrisa en el rostro. —Se le llenaron los ojos de lágrimas que empezaron a caer por sus mejillas. No se las limpió; miraba el vacío como si no se diera cuenta de ello.

Yo tampoco pude impedir que se me llenaran los ojos de lágrimas. Cuando Bronson advirtió que intentaba secármelas con las manos, se incorporó. Ya no lloraba, pero la angustia permanecía en su mirada.

—Para entonces, claro, Laura Sue y Randolph ya se habían casado, y había nacido Philip. Dado que el Banco tenía una relación económica tan estrecha con el hotel, a menudo me invitaban a cenar, y compartía la mesa con la señora Cutler, Randolph y Laura Sue.

—Aquello debía de ser un tormento para ti —dije—. Estar tan cerca de la mujer que amabas.

—Sí —admitió—. En realidad, era un tormento exquisito. Anhelaba aquellos momentos, aquellas oportunidades de estar a su lado, verla, hablar con ella y sentir su mano en la mía cuando nos saludábamos. Pronto me convencí de que algo en su mirada demostraba el deseo que sentía por mí.

»Aquélla fue una época particularmente difícil para Laura Sue. A la señora Cutler nunca le gustó que se casara con Randolph, y la señora Cutler no era una persona dada a esconder sus sentimientos. El ambiente era irrespirable en el hotel; el odio que se profesaban era tremendo. Pero el señor Cutler era otra cosa. El padre de Randolph tenía fama de mujeriego. Le encantaba seducir a las jóvenes huéspedes del hotel, y siempre se contaban historias acerca de sus romances. Claro, nadie se atrevía a hablar de ello delante de la señora Cutler. Era una mujer tremenda; físicamente podía ser pequeña, pero tenía un carácter terrible.

—Soy consciente de lo terrible que era —dije con desagrado.

—¿Qué? Ah, sí, sí. En cualquier caso, una noche, tarde, oí que tocaban el timbre de la puerta y que Livingston acudía a ver quién era. Me puse la bata y las zapatillas y bajé rápidamente las escaleras. Para mi sorpresa, me encontré con Laura Sue. Era obvio que estaba al borde de la histeria. Se había vestido descuidadamente, iba despeinada, no llevaba maquillaje y tenía los ojos inyectados en sangre. Livingston se quedó literalmente aterrorizado al verla. Vinimos a este mismo salón y le serví una copa de jerez. Se bebió el vaso de un trago y se derrumbó sobre el sofá, deshecha en llanto. Poco a poco la ayudé a que me dijese qué le ocurría. A pesar de que por momentos hablaba de un modo incoherente, me di cuenta de que lo que pretendía decirme era que su suegro la había violado.

»Naturalmente, me quedé de una pieza. Mis emociones iban de la sorpresa a la pena pasando por la ira. En dos ocasiones estuve a punto de salir de casa para ir al hotel y descuartizar al hombre, pero las dos veces ella me imploró que no lo hiciera. Finalmente, los dos nos tranquilizamos. Yo la sostuve entre mis brazos durante horas. Le prometí que estaría a su lado para ayudarla como fuera y que contrataría los servicios del mejor abogado. Le ofrecí mi hogar, pero ella estaba asustada, y por mucho que le ofrecí mi ayuda, no pude convencerla de que emprendiera acciones legales.

—Apartó la mirada un instante y luego volvió a poner sus ojos sobre mí. Supimos que nos queríamos —continuó—, y lo admitimos abiertamente. Pasó la noche conmigo —confesó.

—¿Justo después de una violación? —pregunté, incrédula.

—Sólo nos abrazamos. A la mañana siguiente regresó al hotel, pero volvería a mi casa de vez en cuando. Pensamos que sería mejor que yo no apareciese por el hotel. En cualquier caso la señora Cutler dejó de invitarme. —Durante un momento se sonrojó de vergüenza y culpabilidad. A continuación se incorporó en el sillón y respiró profundamente—. Las cosas difícilmente pasaban inadvertidas para la señora Cutler, por muy furtivos y cuidadosos que fuéramos. Poco después, Laura Sue supo que estaba embarazada de ti, Dawn, y por los cálculos que hizo supo que eras la hija del señor Cutler. Cuando Laura Sue anunció su embarazo, la señora Cutler la acusó de haberse acostado conmigo y dio por sentado que yo era tu padre. Ella y Laura Sue se enfrentaron, y Laura Sue le contó lo que le había hecho su marido. Por supuesto, Lillian Cutler se negó a aceptarlo, pero Laura Sue y yo creemos que sabía que era verdad. Se amenazaron mutuamente. La señora Cutler juró montar un escándalo si Laura se atrevía a contar una sola palabra de esta historia. Dijo que encontraría testimonios que darían fe de que Laura Sue y yo manteníamos relaciones y tu eras mi hija. Laura Sue quedaría deshonrada por haber acusado falsamente al señor Cutler. Tu madre no era rival para la señora Cutler. Muchas veces intenté que abandonase a Randolph y se casara conmigo, pero ella tenía miedo.

»Poco después de aquello, el señor Cutler sufrió un ataque de apoplejía, y al cabo de una semana murió. Tras su fallecimiento, Laura Sue pensó que ya no tenía forma de demostrar lo que le había hecho. A medida que se acercaba la fecha de tu nacimiento, la señora Cutler estrechó aún más el cerco que mantenía sobre Laura Sue, hasta el punto de traer un abogado para que le explicase lo que le ocurriría si se atrevía a desobedecer sus órdenes. Tu pobre madre estaba tan aterrorizada que aceptó el montaje de tu secuestro, ideado para que tú desaparecieses de la escena. Los demás detalles ya los conoces —añadió.

—Sí —dije amargamente—. Desafortunadamente, así es.

—Pero no sabes el dolor y la pena que sintió Laura Sue. El sentimiento de culpa no la abandonaba ni por un instante —dijo.

—Me resulta difícil de creer —repliqué—. Creo que siempre será así.

—Lo sé —dijo Bronson, asintiendo con la cabeza—. ¿Cómo puede un hijo llegar a comprender por qué su madre lo abandona? Sin embargo, quizá puedas perdonarla algún día con el corazón.

Me mordí el labio inferior y aparté la mirada. Aturdida, negué con la cabeza.

—Dices eso porque eres hombre y estás tan enamorado de ella que te resulta fácil perdonarle su egoísmo. Yo no puedo prometer nada—dije.

—Lo único que pido es que lo intentes —dijo—. ¿Te apetece un poco más de jerez? —preguntó, al tiempo que se ponía de pie para coger la botella.

—Sí, por favor —contesté. Me sirvió una copa y llenó también la suya.

Esperé hasta que volviera a sentarse.

—Dime —dije—. ¿Estaba Randolph al tanto de todo?

—Laura Sue se lo contó, pero él se negó a aceptarlo. Al principio, se refugió en su propio mundo, en gran medida obligado por su madre. Yo lo conocía lo suficiente como para saber que era un hombre inseguro que incluso se avergonzaba de no estar a la altura de las expectativas que su madre había puesto en el. Lo castigaba de diversas maneras por haberse casado con Laura Sue contraviniendo su voluntad. Fue la única vez que se atrevió a desafiarla, y ella no podía perdonárselo. Supongo que hizo todo lo posible para que se sintiese menos hombre, y ésa fue la razón que lo llevó a convertirse en lo que se convirtió. Creo que a la señora Cutler no le importaba. De hecho, estoy seguro de que se alegraba de sus males cuando se refería a Laura Sue.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, intuyendo que había que leer entre líneas.

—Randolph seguía queriendo a Laura Sue, y fingía que eran marido y mujer en todos los sentidos. Creo que a su manera seguía amándola, pero poco después de que Laura Sue fuese violada, dejaron de acostarse juntos.

—Dejaron de acostarse juntos —repetí. Dejé que el jerez me calentara el pecho, y a continuación me incorporé—. Pero eso no puede ser —dije, turbada—. Clara Sue…

—Es hija mía —confesó.

Bronson se recostó en el sillón, agotado tras la confesión. Estaba sofocado por aquello y por las copas de jerez que había bebido, una tras otra, para darse ánimos. Yo sentía que la cabeza me daba vueltas. El corazón me latía con fuerza. Sentía que me ahogaba en un mar de emociones conflictivas. Odiaba a mi madre, y al mismo me compadecía de ella; sentía lástima por Randolph pero aborrecía su debilidad. También despreciaba un poco a Bronson por permitir que mi madre lo atormentara como lo hizo durante tantos años, pero al mismo tiempo lo admiraba por la lealtad que había mantenido hacia su hermana y el amor que le había dado.

Lo más importante y trágico era que me daba cuenta de que siempre había algo que impedía que la gente hiciera aquello que le dictaba el corazón. Si mi madre hubiera sido menos egoísta, pensé, tal vez se habría casado con Bronson consiguiendo de ese modo la felicidad. Habría evitado el horror de vivir dominada por la abuela Cutler.

Por fin, rompí el profundo silencio que se había hecho entre nosotros. Será mejor que vuelva a casa.

—Claro —dijo Bronson, y se puso de pie de un salto—. Deja que vaya a buscar al chófer.

Cuando Bronson se retiró, reflexioné acerca de sus confesiones. Clara Sue era hija suya. Ahora sabía por qué el retrato de su madre me había resultado familiar. Se parecía a Clara Sue. Su padre no era un Cutler, de modo que los lazos de sangre que nos unían no eran tan fuertes como yo había llegado a pensar. Agradecí que fuese así. Ella y yo teníamos personalidades muy distintas. Pensé que yo nunca podría ser tan odiosa, perversa o cruel como ella, y no es que Bronson me pareciera un padre del cual se pudiesen heredar semejantes rasgos.

Lo que resultaba irónico era que Clara Sue, acabaría viviendo con sus verdaderos padres, sin saberlo; en tanto que yo había pasado la mayor parte de mi vida sin saber que aquellos a quienes había considerado mis padres, no lo eran. Para las dos, la familia se había basado en la mentira.

Por eso estaba tan silenciosa cuando Bronson, al acompañarme al coche, se volvió para decirme:

—Espero que ahora todos podamos ser una familia.

Me quedé mirándolo como si estuviese hablando de castillos en el aire. Para mí el concepto de familia se había convertido en algo mítico. Era como un cuento de hadas. ¿Cómo debía de ser tener padres y hermanos y hermanas a los que amabas y te amaban? ¿Cómo debía de ser cuidar el uno del otro, recordar los cumpleaños y celebrar los logros, todas las cosas nuevas que uno hacía? ¿Cómo debía de ser estar en un hogar en un día como el de Acción de Gracias y tener una familia reunida alrededor de una mesa en la que todos reían y daban gracias por estar juntos?

—Dawn —dijo. Cuando estaba a punto de entrar en el coche, Bronson me cogió del brazo. Me volví hacia él, y me dirigió una mirada de súplica—. Espero que en tu corazón puedas perdonarnos a todas nuestras debilidades y pecados.

—No está en mis manos perdonar a nadie por nada —dije. Bajé los ojos y a continuación los levanté para volver a enfrentarme a su mirada angustiosa—. Gracias por confiar en mí —dije—, y por importarte lo suficiente como para desear mi comprensión.

Sus ojos azules resplandecieron.

—Buenas noches —dijo con una sonrisa.

—Buenas noches. La cena estaba estupenda —dije. El chofer puso en marcha el coche y me alejé de allí. Cuando miré hacia atrás, Bronson seguía de pie delante de la casa, observando cómo me marchaba.

Mientras descendíamos la sinuosa colina en la que se encontraba la bella casa de Bronson veía las ventanas iluminadas a mis pies. Tras ellas quizá hubiese familias reunidas, charlando, viendo la televisión o escuchando música. Todos los niños estaban seguros de que vivían con sus padres. Resultaba irónico que muchos quizá desearan ser propietarios de un elegante y famoso hotel llamado «Cutler’s Cove». Pensaban que sus existencias eran aburridas y anhelaban el tren de vida que llevábamos nosotros.

Sí, vivíamos en castillos, pero los fosos que los rodeaban estaban llenos de mentiras y lágrimas. Los ricos y famosos vivían detrás de carteleras; sus hogares eran como decorados, fachadas resplandecientes, pero vacías. ¿Qué persona que considerase que su vida era mediocre estaría dispuesta a cambiar de lugar con Bronson Alcott si conociese la verdad acerca de los sufrimientos de aquel hombre?

De pronto, miré el mar y advertí que la luna en cuarto menguante aparecía entre dos nubes blancas; me sentí melancólica. Deseé retroceder en el tiempo y volver a ser una niña, aquella niña que creía que el hogar en que vivía era suyo, y que quien la consolaba cuando se cortaba el dedo y necesitaba cariño y atención, era su verdadera madre. Quería irrumpir en cualquier humilde apartamento en el que estuviéramos viviendo en aquel momento y abrazar a Mamá Longchamp y sentir sus brazos rodeándome y sus besos sobre mi cabello y mi rostro. Quería que todos los arañazos y cortes y golpes desaparecieran en segundos.

Pero ahora ya no desaparecen en segundos, pensé. Permanecen en nuestros corazones, porque sólo nos tenemos a nosotros mismos para consolamos.

A medida que nos acercábamos al hotel algo de la tristeza que inundaba mi corazón, fue desapareciendo porque sabía que allí me esperaban Jimmy y Christie. Era importante —más importante que nunca, pensé— que nos aferráramos el uno al otro y nos amáramos.

El hotel estaba tranquilo. La mayoría de los huéspedes se habían retirado. Quedaban algunos en el vestíbulo, hablando en voz baja, y otros sentados fuera. Subí a toda prisa a nuestra suite, pero antes me detuve en la habitación de Christie. Estaba totalmente dormida. Seguía abrazada a su osito. Le arreglé las mantas y la besé en la mejilla y me fui a contarle a Jimmy las confesiones de Bronson.

Escuchó atentamente, y de vez en cuando movía la cabeza como si lo que oía le pareciese increíble. Cuando terminé le pedí que me abrazara con fuerza.

—¡Oh!, fue terrible, Jimmy, estar allí sentada y oír como describía lo crueles y malos que han sido unas personas que se supone deben amarse —exclamé.

—Nuestras vidas no serán así —prometió.

—Quizá este lugar esté maldito, Jimmy. Quizá no podamos evitarlo —dije, temerosa.

—Las únicas maldiciones que han caído sobre este hotel son las que la gente se hace a sí misma —dijo.

—Jimmy —dije, apartándome— quiero que concibamos nuestro hijo ahora mismo.

No respondió, y en su rostro advertí las ojeras que siempre sugerían algo triste.

—¿Qué ocurre, Jimmy? ¿Por qué no te alegras? —pregunté.

—Me alegra. Sólo que… —Me miró fijamente un momento—. Ayer recibí carta de papá.

—¿Papá Longchamp? ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Qué dice? ¿Viene a vernos?

Jimmy negó con la cabeza.

—¿Qué ocurre?

—Edwina ha sufrido un aborto —respondió—. No quería contártelo por todo lo que estaba pasando aquí. Ya se encuentra bien, pero los dos se sienten muy tristes.

—¿Por eso tienes miedo de que quede embarazada ahora? —pregunté.

—No es eso. Últimamente estás tan ocupada que casi no tienes tiempo para Christie y para mí.

—Tener nuestro hijo es más importante que cualquier otra cosa.

Jimmy se recostó sobre la almohada y me observó mientras me desvestía. Una vez desnuda, me metí en la cama y me acurruqué. A pesar de que yo podía sentir que su deseo despertaba, me di cuenta de que seguía dubitativo.

—No lo hagas porque estás deprimida, Dawn —me aconsejó—. No tienes que lamentarlo nunca.

—Nunca lo lamentaré —juré, y a continuación posé mis labios sobre los suyos y lo besé apasionadamente. Lo abracé con fuerza para que todas las dudas que albergaba se evaporaran bajo el calor de mi pasión. Continuó acariciándome. A medida que me elevaba más y más, el desánimo que había invadido mi corazón empezó a retroceder. Me volví para mirar por la ventana y vi la luna pasar entre las nubes, resplandeciente sobre el oscuro cielo.

El pasado no puede hacernos daño, pensé, si construimos una fortaleza con nuestro amor.

A la mañana siguiente mamá no salió de su suite, tampoco bajó a comer ni fue a ningún lado. Jimmy me dijo que después de abandonar la casa de Bronson había llorado durante todo el trayecto de regreso al hotel. Bronson había intentado darme una imagen distinta de ella; me había pintado el retrato de una niña a la que su padre no hacía caso, una niña que se había convertido en una persona bella pero frágil e insegura, atrapada en un matrimonio que había resultado horrible. Yo sabía que en gran medida la actitud de Bronson respondía al amor desesperado e inalterable que sentía por mi madre, y que ella no era la inocente víctima que él quería mostrar; pero también me perseguía el temor de que me estuviese convirtiendo en una mujer demasiado dura y fría.

Cansada de odiar y luchar, me obligué a ir a verla.

Estaba tendida sobre la cama, y se la veía débil y desanimada igual que antes de mi boda y de la muerte de Randolph. La bandeja de comida descansaba sobre la mesita de noche tal como se la había servido la señora Boston. Permanecía con los ojos cerrados; tenía la cabeza hundida entre los grandes almohadones y el cabello le cubría la cara. Lo que más me sorprendió fue que no se había maquillado.

—¿Qué te ocurre hoy, mamá? —pregunté.

Abrió los ojos, parpadeó y miró fijamente el techo durante un momento antes de responder.

—Estoy cansada de discusiones —contestó—. Cansada de palabras odiosas. Han acabado por enfermarme. Nunca fui muy fuerte, Dawn —añadió, mientras levantaba la cabeza y se incorporaba lentamente—, y tantos años de ajetreo tienen un precio. Tengo ganas de rendirme al Padre Tiempo y su odioso compañero, la Edad. Mejor dejar las cosas como están —dijo, y volvió a descansar la cabeza sobre las almohadas.

No pude por menos que sonreír ante semejante actuación, pero me giré para que no lo advirtiera.

—Pero mamá —dije—, ¿qué pasa con tu idea de casarte con Bronson y empezar una vida nueva y maravillosa? ¿Crees que Bronson querrá casarse con una vieja llena de arrugas? —bromeé.

—Bronson no se casará conmigo si tú te opones a ello y lo consideras otro escándalo —dijo, y me dirigió una mirada llena de tristeza—. Dice que todos debemos querernos o que de lo contrario no funcionará.

—Yo no me opongo —dije—. No soy rencorosa. Si los dos os queréis casar, pues adelante —dije, y mis palabras hicieron que su rostro se iluminase como un árbol de navidad.

—¿Lo dices en serio, Dawn? ¿De verdad? Eso es estupendo —exclamó, y volvió a incorporarse en el lecho.

—¿Piensas celebrar la boda aquí? —pregunté, al tiempo que intentaba imaginarme cómo podrían hacerse todos los preparativos en apenas una semana.

—¡Oh!, no, no. Ya no estamos para esas cosas. Iremos a Nueva York y nos casaremos en un juzgado y después asistiremos a cientos de producciones de Broadway —exclamó. Cogió la bandeja de la comida y se la acercó a la cama—. Ya me he comprado todo un ajuar nuevo para la ocasión —continuó, mientras mordisqueaba una hoja de lechuga—. Eso es lo que he estado haciendo todas las tardes durante las últimas semanas.

—¿O sea que lo sabes hace tiempo? —pregunté.

—¿Qué? ¡Oh! Bueno, siempre pensé… Sí —confesó, incapaz de encontrar una excusa—, lo sabía. Supongo que no parece muy bonito, pero qué sentido tiene mentirnos y fingir que no iba a ocurrir. Sabíamos que queríamos hacerlo, y que algún día lo haríamos. Quería prepararme y estar lista.

—Entiendo. ¿Le has contado algo a Clara Sue? —dije, preguntándome si sería ése el motivo por el cual Clara Sue se había negado a pasar el verano en el hotel. Mamá volvió a mirar la comida.

—Todavía no.

—¿Qué le dirás, mamá? —pregunté.

—Sólo que nos casamos —respondió—. Por ahora es suficiente. ¿Por qué complicar aún más las cosas? —preguntó.

—Eso es algo que debéis decidir tú y Bronson —dije—. Puedo asegurarte que resulta muy doloroso enterarse de que alguien que creías tu madre y tu padre no lo son.

—Estoy de acuerdo —accedió mamá, sin captar la indirecta—. ¿Por qué causar más daño? Pobre Clara Sue, ya ha sufrido al perder al hombre que creía su padre. Sería… sería como hacer que muriera por segunda vez —dijo. Levantó la vista y sonrió. Sus ojos azules estaban resplandecientes de alegría—. Y no quiero que nada desagradable ocurra cuando Bronson y yo empecemos de nuevo. Espero que vengas a visitarnos a menudo, Dawn. Ofreceremos unas cenas estupendas e invitaremos a toda la gente importante de Cutler’s Cove. Bronson conoce a todos los que valen.

—Veremos —dije—. ¿Cuándo tienes intención de marcharte?

—Pues, creo… —miró a su alrededor como si lo hubiera olvidado— creo que Bronson pasará hoy mismo, a última hora.

—¡Hoy! —exclamé, sorprendida. Si todo dependía de mi actitud ¿cómo sabía lo que diría y pensaría? Me reí en mi fuero interno y me pregunté si realmente era posible que Bronson no supiera lo tramposa que era mi madre. Claro, era posible que lo supiese y que estuviera dispuesto a vivir con ello, o incluso que pensara que podía cambiarla. El amor nos convierte a todos en soñadores, pensé. O en el caso de mamá, en maquinadores.

—Sí. De modo que me harías un favor si encontraras a la señora Boston. Quiero que me ayude a hacer las maletas, y quiero decirle cómo hay que disponer mis cosas para la mudanza.

—¿Qué pasa con Philip? ¿Se lo has contado? —pregunté. Ahora que ya estaba todo arreglado, me resultaba difícil hacerme cargo de la rapidez de los acontecimientos.

—¿Philip? Todavía está de viaje con su novia y la familia de ella —dijo—. Tendré que esperar a decírselo. Si llegase a llamar mientras estoy en Nueva York, podrías contárselo tú —añadió.

—¿No crees que deberías ser tú quien se lo dijera? —pregunté.

—Las noticias son las noticias —dijo y se quitó la bandeja del regazo—. Además —añadió— a Philip nunca le afecta nada de lo que pueda ocurrirme. En ese aspecto, se parece bastante a su abuela —concluyó.

—Muy bien, mamá —dije—, iré a buscar a la señora Boston.

—Gracias, Dawn. Y gracias por ser tan comprensiva —añadió—. Te has convertido en una verdadera dama.

—Espero que seas feliz, mamá —dije— en serio.

La dejé dando vueltas por la habitación, reanimada, por un momento pensé en ella como en un cadáver resucitado. No, pude evitar reírme.

A última hora de la tarde el coche de Bronson se detuvo frente al hotel. La señora Boston y algunos empleados habían ayudado a mi madre a preparar su partida, de modo que la noticia de ésta se había extendido por el hotel. Cuando Bronson entró en el vestíbulo, todos los que estaban ahí levantaron la visa. Se oyeron susurros en todos los rincones.

El equipaje de mi madre —media docena de maletas y dos grandes baúles negros— había sido bajado y estaba junto a la puerta de entrada. Los botones y el chofer de Bronson procedieron a cargarlo en la limusina. Cuando me di cuenta de que Bronson había llegado, salí a saludarlo. La señora Boston subió inmediatamente a avisar a mamá, tal como se le había ordenado.

—Bueno —dijo Bronson, un poco avergonzado por la atención que estaba recibiendo— parece que soy la noticia de la tarde.

—Primera plana —contesté—. ¿Cuándo vais a casaros?

—Mañana —contestó, desplazando el peso de una pierna a la otra y sonriendo nerviosamente.

—Quiero desearte suerte —dije, y le ofrecí la mano.

—Gracias. Hablaba en serio ayer por la noche. Espero que ahora podamos ser una familia —contestó.

Antes de que pudiera responder mi madre apareció precedida por una de sus típicas risitas. Su rostro irradiaba felicidad y alegría. Al cruzar el vestíbulo para unirse a Bronson vi la forma en que miraba a su alrededor, absorbiendo la curiosidad de los espectadores igual que lo haría una flor, ya que las atenciones la hacían florecer aún más. Bronson extendió los brazos, y ella los cogió para que él pudiera acercarla. Bronson le cubrió los hombros con un brazo y la besó en la mejilla.

—Tienes el aspecto de un día de primavera —dijo.

—¿De verdad? —preguntó mi madre con falsa modestia—. Pensé que después de tanto ajetreo estaría horrible. —Se volvió hacia mí y me cogió la mano. Dejé que lo hiciera. Me dedicó una sonrisa—. Adiós, Dawn —dijo en un susurro. Tenía el rostro sonrojado y le resplandecían los ojos.

Al observar su rostro detenidamente, me di cuenta que mamá sentía que estaba escapando, liberándose de la sombra de la abuela Cutler y del peso de tantos recuerdos desagradables. Y durante unos segundos la envidié. ¿Por qué se me había ocurrido aceptar la herencia a costa de sacrificar mis sueños y ambiciones?

Mamá me abrazó y me besó en la mejilla.

—Adiós y buena suerte —le dije.

—Llamaremos cuando decidamos volver —prometió Bronson.

Los seguí hasta el exterior. Jimmy, que estaba supervisando un trabajo que se realizaba en una de las fuentes, vino corriendo a saludar a Bronson. Mamá lo besó en la mejilla y él se ruborizó, avergonzado. Después se colocó a mi lado y los miró mientras subían a la limusina.

Vi la forma en que mi madre miró el hotel. Advertí la extraña mezcla de tristeza y felicidad reflejada en su rostro. Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas. A continuación Bronson la abrazó, y ella hundió la cara en su cuello. Así, abrazados, partieron… dos amantes que hacía años habían perdido el tren y que de alguna manera tenían una segunda oportunidad.

La limusina dejó atrás las oscuras sombras proyectadas por el sol del atardecer y el hotel. Sin duda, mi madre debía de sentir que se había librado por fin del fantasma de la abuela Cutler. Los rayos de sol se reflejaban sobre la limusina al girar y desaparecer.

—Ya está —dijo Jimmy, pasándome un brazo por los H hombros—. Es extraño, la vieja Cutler ha desaparecido y el pobre Randolph ha seguido sus pasos. Ahora tu madre desaparece para casarse y vivir en aquella gran casa, y Clara Sue se irá a vivir con ellos.

—De eso puedes estar bien seguro —dije—. Me encargaré de que así sea.

—Sólo estaremos nosotros —añadió.

—Y Philip —le recordé.

—¡Ah!, sí, y Philip.

Unos días después —la víspera de que mi madre y su nuevo marido regresaran de su luna de miel en Nueva York— llegó Philip. Estaba moreno y descansado tras las vacaciones en las Bermudas. Lo primero que hizo fue ir a verme a mi despacho. Lo oí llamar y luego abrió la puerta.

—Hola —dijo.

—Philip. ¿Acabas de llegar?

—Sí —respondió, y entró—. Descansado y dispuesto a cumplir con mi deber —dijo a modo de saludo. Sus ojos me examinaron rápidamente—. ¿Ocurre algo? —preguntó.

—Supongo que nadie te ha contado la noticia todavía —dije.

—¿Qué noticia? —Siguió sonriendo, pero sus ojos se llenaron de preocupación—. ¿Le ha ocurrido algo a mamá? —preguntó.

—Ciertamente ha ocurrido algo. Se ha vuelto a casar y está de luna de miel —contesté.

Su sonrisa era ahora de incredulidad.

—Hablas en broma —dijo.

—No. Ella y Bronson Alcott se marcharon hace unos seis días a Nueva York para casarse. Mamá ya ha trasladado la mayor parte de sus cosas a Beulla Woods —añadí.

—Bueno —dijo, mirando el suelo. Al cabo de unos instantes volvió a sonreír y me miró—. C’est la vie. Así es mamá. No puede decirse que pierda el tiempo. —Me pregunté cuánto sabía, o si sabía algo—. ¿Tú y Jimmy pensáis trasladaros a su suite?

—No —contesté—. Nos agrada donde estamos.

—De acuerdo. Entonces me trasladaré yo. Viviré ahí con Betty Ann —añadió.

—¿Qué?

—Hemos decidido comprometernos el próximo otoño y casarnos una semana después de la graduación —dijo.

—Me alegro mucho por ti, Philip. Enhorabuena —dije.

Se quedó mirándome de una manera tan intensa que no pude evitar apartar la vista.

—Imagínate —dijo, casi en un susurro— pronto estaremos durmiendo el uno al lado del otro.

—Quieres decir en habitaciones contiguas, Philip —le corregí.

—Sí —dijo, y su sonrisa se hizo más ancha—, por supuesto. En habitaciones separadas. Bueno —continuó— han ocurrido y están ocurriendo muchas cosas. Me pregunto si Clara Sue está al tanto de todo esto. ¿Lo sabe?

—Si no lo sabe, lo sabrá pronto —respondí con tono frío y severo.

—¿Qué quieres decir?

—Me he tomado la libertad de trasladar todas sus pertenencias a Beulla Woods —contesté.

Philip me dirigió una mirada de incredulidad. A continuación se echó a reír.

—Pues me parece decidida pero cruel —dijo. Sacudió la cabeza y añadió—: Realmente te has convertido en la abuela Cutler. Bueno, iré a recoger mis cosas —dijo antes de que pudiera contestar, lanzó una carcajada y salió.

Me puse de pie y me dirigí hacia la ventana para reflexionar en las palabras de Philip. No me importaba, me dije a mí misma. Esta es una de las ocasiones en las que no me importa que me comparen a ella. Tiene que haber un poco de abuela Cutler en todos nosotros si queremos sobrevivir, pensé.

Pero cuando me giré y miré el retrato de mi padre me pareció que su rostro y su mirada se habían ensombrecido.