14

DE NUEVO JUNTOS

El corazón me latía con tanta fuerza que sentía que me faltaba el aire, y durante unos momentos no pude más que hablar en un susurro.

—Entra y siéntate —dije.

Fern miró a Jimmy, que estaba absolutamente atónito, y a continuación se dirigió rápidamente al sofá del salón de nuestra suite. Se desabrochó la chaqueta, se quitó la boina de lana, y dejó que el cabello le cayera suelto sobre los hombros. Me senté, pero Jimmy permaneció de pie, con los ojos fijos en Fern. Por la forma en que la miraba, supe que en cada gesto de la niña veía a mamá. Muchos recuerdos volvieron a mi mente. Pensé que me echaría a llorar.

—Esto es bonito —dijo Fern, mirando a su alrededor—. Una amiga mía, Melissa Holt, se hospedó aquí una vez con su padre, y yo vine a visitarla. Su padre nos llevó a las dos a cenar y después al circo. Sus padres están divorciados, pero su madre tiene un nuevo marido —continuó—. Melissa lo odia. Quiere escaparse de casa para irse a vivir con su verdadero padre —concluyó.

Su falta de timidez y la serenidad con que hablaba hicieron que Jimmy sonriera. Finalmente se sentó y cruzó las manos sobre el regazo.

—¿Cómo te enteraste de la verdad? —preguntó Jimmy.

—Un día miré a escondidas los papeles importantes de Clayton y encontré mi certificado de nacimiento y los documentos de adopción —contestó, y se encogió de hombros—. No sabía que iba a encontrarlos. No soy una fisgona —dijo, volviéndose más hacia mí—, pero estaba aburrida haciendo toneladas y toneladas de estúpidos deberes y decidí ponerme a explorar.

—¿No te preocupaba que tus padres te descubrieran mirando sus cosas? —pregunté.

—Leslie estaba en su estudio, como de costumbre, y Clayton asistía a una cena con unos clientes.

—¿Te dejaron sola en casa? —preguntó Jimmy.

—Sí. Lo hacen muchas veces, porque Clayton tiene que ir a algún sitio y Leslie dice que volverá directamente de su estudio, pero se enfrasca tanto con sus cuadros, que se le olvida la hora. A veces hasta se olvida de comer. Se olvidó también del cumpleaños de Clayton, y del mío, y la semana pasada se olvidó de que se había dejado a Snoogles en el dormitorio, y se hizo pipí en la moqueta en tres lugares distintos.

¿Snoogles? —pregunté.

—El perro —adivinó Jimmy.

—Leslie le puso el nombre a Snoogles, pero Clayton me dio el nombre de Kelly Ann en memoria de su madre —dijo Fern—. Había muerto antes de que Clayton y Leslie me adoptaran.

—¿Siempre llamas a tus padres por el nombre de pila? —pregunté.

—No son mis verdaderos padres —contestó, y en sus ojos oscuros advertí un brillo de cólera—. De modo que no me importa.

—¿Quieres decir que empezaste a llamarlos por el nombre de pila después de lo que descubriste? —pregunté.

—¡Oh, no!, siempre los he llamado así. Es lo que ellos querían. Son… —Se detuvo para buscar el término exacto. Al hacerlo, se pasó la lengua por los labios. Jimmy no pudo evitar sonreír: era un gesto típico de Mamá Longchamp cuando estaba pensativa—. Padres progres —concluyó finalmente—. Tienen montones y montones de libros acerca de cómo educar a los hijos. Aunque Clayton es el único que los ha leído. Leslie se limita a escuchar lo que dice él. Clayton siempre se queja de Leslie porque se olvida de sus citas o llega tarde a todas partes o no se ocupa de la casa ni de mí.

Hizo una pausa y abrió los ojos como platos.

—Esa es una de sus quejas preferidas —añadió—. Justamente hoy, después de que os marchaseis, riñeron por ello.

—¿Dices que riñeron? —preguntó Jimmy.

—Sí, él la culpó por lo que me había ocurrido en la escuela y le dijo que no se interesaba por mi educación.

—¿Qué ocurrió en la escuela? —pregunté.

—El proyecto científico de Jason Malamud se quemó en el laboratorio.

—¿Qué? —Dirigí a Jimmy una mirada de preocupación.

—Bueno, era una cosa eléctrica, y se produjo un cortocircuito o algo así, sólo que él dijo que había sido culpa mía, y la profesora le creyó porque es él mimado de la clase.

—¿Fue culpa tuya? —pregunté.

Me devolvió la mirada con gran tranquilidad.

—En absoluto. Y estoy cansada de que me culpen de cosas que han hecho otros —se quejó—. Odio esa escuela. Está llena de… niños ricos y mimados.

—Se parece a una queja que oí una vez del colegio Emerson Peadbody —dijo Jimmy, y me guiñó un ojo. Le agradaba la similitud; era como si creyese que lo llevaban en la sangre.

—¿Por qué querría Jason echarte la culpa a ti? —pregunté.

—Porque me odia desde el día en que les conté a todos cómo se había hecho pipí en los pantalones. Intentó ocultarlo diciendo que estaba enfermo y que iba a la enfermería.

Jimmy se echó a reír.

—¿Cuánto tiempo hace que sabes la verdad acerca de nosotros y tú? —pregunté.

—Un par de años, supongo —dijo, y volvió a encoger los hombros—. No recuerdo la fecha exacta. Fue antes de Navidad, creo. Sí, antes de Navidad aquel año —confirmó, asintiendo—, Clayton me compró una enciclopedia, pero yo quería una casa de muñecas que había visto en el escaparate de «Macys».

—¿Tanto tiempo? ¿Se te ocurrió alguna vez preguntarles algo?

—¡Oh, no! Clayton se pondría furioso si llegara a enterarse de que he visto sus papeles privados. Los tiene bajo llave, pero un día vi dónde guardaba la llave. Nunca dije nada —afirmó.

—Bueno, legalmente ellos siguen siendo tus padres —señalé—. Te han educado y alimentado y…

—¡Los odio! —exclamó—. Especialmente a Clayton.

Jimmy dejó de sonreír, se inclinó hacia delante, me dirigió una mirada fugaz y luego sus ojos se posaron en Fern.

—El sólo quiere lo que cree que es mejor para ti —le expliqué a la niña—. Parece un hombre muy inteligente y de éxito, de modo que…

—Es malo y cruel —exclamó—. Todas mis amigas están de acuerdo. No les gusta nada venir a mi casa. Les hace miles de preguntas y se sienten incómodas. Después me dice que no valen para nada y que son demasiado mayores, y me prohíbe que vaya a sus casas o al cine con ellas…

—Estoy segura de que lo hace con buena intención, pensando en ti, cariño —dije—. Normalmente, cuando una niña de tu edad se junta con chicas mayores, se mete en líos. Estoy segura de que está preocupado por ti y quiere que hagas lo correcto.

Fern nos miró y a continuación se tapó la cara con las manos.

—¡Me hace cosas feas! —dijo bruscamente.

—¿Qué? —Jimmy dio un respingo—. ¿Qué quieres decir? ¿Qué clase de cosas feas?

Fern sacudió la cabeza y se echó a llorar. Me levanté y me acerqué a ella.

—No llores, cariño —le dije, intentando tranquilizarla—. Explícanos qué quieres decir. No podemos ayudarte si no nos lo explicas. —La abracé. Ella hundió la cara en mi hombro.

—No puedo —murmuró—. Es demasiado… feo.

Jimmy se puso de pie.

—¡Dawn! —dijo.

Asentí y con la mirada le pedí que se calmase y me dejara interrogarla con más detalle.

—Ahora sabes que Jimmy es tu hermano, cariño —le dije a Fern—. Yo soy su esposa, pero crecimos juntos, y yo te cuidé desde el día que naciste hasta que todos nos separamos.

—¿De verdad? —dijo ella, incorporándose.

—Sí. Te gustaba mucho que te cantase. Mamá se puso muy enferma, y yo tuve que ayudarla. Te lo contaré todo; cómo Jimmy y yo creímos durante años que éramos hermanos y cómo descubrimos que no era así, y que estábamos enamorados. Te contaremos todo acerca de tus verdaderos padres.

—¿Qué les pasó? —preguntó rápidamente.

—Mamá ha muerto —respondió Jimmy—. Papá está bien, pero se ha vuelto a casar y tiene otro hijo, de modo que tienes otro hermano. Se llama Gavin.

—¿Y por qué no me quedé a vivir con mi verdadero padre? ¿Por qué me abandonó? —exclamó mientras las lágrimas corrían por su rostro.

Saqué el pañuelo y le sequé las tiernas mejillas.

—No te abandonó —le expliqué—. Fueron los de Protección de Menores. Te lo vamos a contar todo, cariño, pero tienes que confiar en nosotros y decirnos a qué te refieres cuando dices que Clayton te hace cosas feas. ¿Qué tipo de cosas feas? ¿Cuánto tiempo hace que está ocurriendo esto?

Tragó saliva con dificultad, cerró los ojos y se recostó. Jimmy volvió a sentarse a escuchar.

—Desde que recuerdo, supongo —empezó, sin abrir los ojos. Se secó las lágrimas y continuó—: Clayton era el que me cuidaba la mayor parte del tiempo porque Leslie estaba siempre ocupada con sus cuadros. Clayton solía vestirme y bañarme. —Abrió los ojos y miró a Jimmy—. Todavía lo hace —dijo.

El rostro de Jimmy enrojeció tanto que pensé que le empezaría a arder la cabeza.

—¿Qué? —exclamó—. ¿Todavía lo hace?

—Eres suficientemente mayor como para bañarte sola —dije casi en un susurro.

—Ya sé que puedo hacerlo sola, pero él siempre viene y me dice que no me lavo bien. Dice que me salto lugares importantes —afirmó—. Y una vez que intenté cerrar la puerta con llave, se puso furioso y empezó a golpearla hasta que tuve que salir de la bañera y abrirla.

Miré a Jimmy. Estaba sentado al borde de la silla y parecía a punto de pegar un brinco y salir corriendo de la habitación del hotel. Quizás incluso atravesar la puerta de un golpe. Tenía los músculos del cuello tensos, y los ojos fijos en Fern.

—Lo supe desde el momento en que lo vi —dijo.

—Jimmy, no saques conclusiones precipitadas —le aconsejé.

—¿Conclusiones precipitadas? Escúchala a ella —dijo.

Yo asentí y me volví a la niña.

—¿Sabes lo que nos estás diciendo, cariño? —Asintió—. Tu padre…, Clayton…, ¿entra cuando te estás bañando y te toca?

Volvió a asentir.

—Me obliga a ponerme de pie y darme la vuelta —dijo—. Yo cierro los ojos porque no lo puedo aguantar. Coge la esponja y empieza por la espalda, pero pronto me está tocando por delante y…

Se cubrió de nuevo la cara con las manos y sollozó. La abracé y comencé a acariciarle la cabeza.

—No pasa nada. No pasa nada —le aseguré.

—¿Que no pasa nada? —estalló Jimmy—. Ya he oído bastante. —Se puso de pie—. Quiero ir a ver a ese hombre de inmediato —declaró.

Espera, Jimmy —le rogué—. Hagamos las cosas bien para que no acaben peor. Deja que llame al señor Updike y le pida consejo acerca de lo que debemos hacer Puede que lo estropees todo si te precipitas.

Su rostro se relajó, pero su cuerpo siguió rígido y sus puños crispados.

—Ven a llamarlo, entonces —dijo.

—¿Por qué no vas al cuarto de baño, cariño, y te lavas la cara? —le dije a Fern.

—De acuerdo —contestó—. Pero estoy asustada. Se va a enfadar mucho cuando se entere que os lo he dicho. Me hizo jurar que nunca se lo contaría a nadie. No me obligaréis a volver allí, ¿verdad? Por favor no me obliguéis —rogó, con una expresión de miedo en el rostro. Parecía estar verdaderamente aterrorizada.

—No vas a volver. Ni ahora, ni nunca —le prometió Jimmy—. No te preocupes por nada —añadió, asintiendo.

Ella sonrió a través de las lágrimas. La ayudé a ponerse de pie y la conduje hasta el cuarto de baño. A continuación, fui al teléfono. Jimmy se quedó a mi lado mientras llamaba al señor Updike.

En cuanto le hube explicado dónde estábamos y de lo que nos habíamos enterado, el señor Updike nos recomendó un abogado de Nueva York al que conocía desde hacía años, llamado Simington, quien a su vez nos dijo que tendríamos que ponernos en contacto con las agencias de bienestar social y pedir una investigación. También dijo que la gravedad de los hechos haría del todo imposible pretender una solución rápida.

—Por lo que me ha dicho —continuó—, el señor Osborne ya se ha puesto en contacto con su propio abogado. Él y su mujer tienen derechos que querrán ver protegidos. Habrá acciones legales.

—¿Qué pasa con la hermana de mi marido mientras tanto? —pregunté.

—La Agencia de Protección de la Infancia la alojará en uno de sus hogares hasta que el caso se resuelva. Puedo decirle por experiencia propia que es un asunto muy desagradable para todos los involucrados, especialmente el niño. Es muy probable que tenga que testificar en un juicio público. Asegúrese de que lo entiende, y de que está diciendo la verdad. Los niños dicen las cosas más increíbles cuando no están de acuerdo con un castigo o se sienten frustrados porque no se les ha permitido hacer algo.

—Lo dice en serio —le aseguré—. Está muy, muy, afectada. Si sólo la viera… No me gustaría que tuviese que pasar por cosas aún peores. Ya ha sufrido demasiado, y durante muchos años, por lo que parece.

—Bueno —dijo—. En ocasiones estos casos pueden resolverse con rapidez si los hechos son tal como el niño los describe. Por supuesto, el padre que ha abusado de su hijo no quiere que el asunto llegue a los tribunales. Quizá fuese una buena idea investigar esa posibilidad.

El señor Simington me proporcionó los números de teléfono de las agencias apropiadas.

—Si necesitan algo más, llámeme mañana a mi despacho —dijo.

Le di las gracias y colgué. A continuación le transmití a Jimmy todo lo que me había dicho el señor Simington.

Después de lavarse la cara y beber un vaso de agua, Fern se sentó de nuevo en el sofá y empezó a hojear algunas de mis revistas de modas mientras Jimmy y yo hablamos. Me pareció que estaba sorprendentemente relajada para una niña que había sufrido tanto. Se lo dije a Jimmy.

—Ya sabes cómo son los niños —me contestó—. Piensa en todo lo que sufrimos nosotros cuando teníamos su edad y cómo pudimos aguantarlo. Los niños son de goma; puedes retorcerlos de cualquier manera y nunca se rompen.

—Por fuera, Jimmy. Por dentro quedan hechos trizas —dije.

—Ya lo sé. Por eso quiero que esto acabe esta misma noche, no mañana, y de ningún modo dentro de meses y meses de maniobras legales en Nueva York.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunté.

Se quedó pensativo. A continuación, Jimmy se volvió hacia Fern, quien en ese momento levantó la mirada de la revista. El se dirigió al sofá y se sentó a su lado.

—¿Crees —le preguntó— que serías capaz de volver con nosotros y enfrentarte a Clayton una vez más?

—¿Qué quieres decir? —preguntó. Lo miró y después volvió sus ojos a mí—. ¿Por qué?

—Para decirle a la cara lo que acabas de contarnos —explicó Jimmy.

Fern se mordió el labio inferior y bajó los ojos a la revista.

—En algún momento tendrás que hacerlo, cariño —le dije.

—¿Por qué no podemos irnos de Nueva York a vivir al hotel? —exclamó.

—Te repito, Fern —dije suavemente—, que ellos son tus padres legales.

—Pero Jimmy es mi hermano de verdad. Y tú eres su esposa —exclamó.

—Eso no significa que estemos legalmente autorizados a llevarte con nosotros, Kelly —le expliqué.

—No quiero que me llamen Kelly nunca más. Quiero utilizar mi nombre de verdad: Fern. ¡Fern! —subrayó, los ojos llenos de cólera y determinación.

Jimmy se volvió hacia mí, su rostro estaba iluminado de satisfacción.

—Y quiero irme a casa con vosotros —continuó Fern—. Quiero estar con mi familia, mi familia de verdad, y no con ellos. Los odio —repitió, al tiempo que se golpeaba las rodillas con los puños—. Lo odio por lo que me ha hecho.

—Por eso tenemos que ir a verlo y decirle lo que sabemos y hacerle comprender que tiene que dejarte marchar con nosotros… o de lo contrario acabará en la cárcel —dijo Jimmy—. No tienes por qué sentir miedo. —La cogió de la mano—. Estaré a tu lado, y si te amenaza yo…

—¿Y no puede obligarme a que me quede?

No, no después de lo que nos has dicho —afirmó Jimmy—. Eso seguro.

Fern me miró par ver si yo estaba de acuerdo en lo que Jimmy decía.

—Muy bien —asintió—. Mientras pueda marcharme con vosotros en cuanto acabe.

—Bien —dijo Jimmy.

—Jimmy…

—¿Qué?

—No podemos garantizarle que volverá a casa con nosotros de inmediato —dije.

—Claro que podemos —replicó él—. No te preocupes, Fern —continuó, mesándose el cabello—. De ahora en adelante vas a estar a salvo. Nadie más te hará cosas feas mientras yo esté a tu lado.

Fern sonrió y se echó en sus brazos.

—Oh, Jimmy —exclamó—. Estoy tan contenta, tan contenta de que me encontraseis.

Jimmy irradiaba felicidad. Me miró por encima del hombro de Fern, los ojos tan llenos de alegría y orgullo que no pude evitar devolverle la sonrisa. Pero en mi fuero interno tenía la sensación de que en todo aquello había más…, mucho, mucho más, y sólo el tiempo diría si habíamos obrado correctamente.

—Vamos —dijo Jimmy, poniéndose de pie—. Acabemos con este asunto.

—¿Cómo conseguiste llegar hasta el hotel? —le pregunté a Fern mientras el botones llamaba un taxi.

—Me escapé de casa, caminé hasta la esquina y paré un taxi. Lo he hecho antes, sola y con Melissa —dijo con orgullo—. Tengo mi propio dinero. Me lo llevé todo cuando me fui —añadió, y abrió un pequeño bolso para enseñármelo. En el interior se veía un montón de billetes arrugados.

—Parece mucho dinero, Fern. ¿Cuánto tienes?

—Más de quinientos dólares.

—¿Quinientos dólares? ¿Cómo has conseguido tanto dinero? —pregunté.

—Lo fui ahorrando de mi semanada —me explicó—. Sabía que tarde o temprano lo necesitaría.

—Clayton debía de ser muy generoso —comenté.

—¡Oh, no! He ido ahorrando durante mucho tiempo. A veces me castiga y se pasa semanas y semanas sin darme nada. Dice que no me lo merezco. Dice que soy yo quien debería pagarle a él, por mantenerme…, por aguantarme —añadió.

—¿Aguantarte, eh? Ese hijo de… —dijo Jimmy.

—¡Jimmy! —exclamé, apartando la vista de Fern—. Por favor. Cuidado con lo que dices.

—De acuerdo.

Los tres subimos al taxi y Jimmy le dio al conductor la dirección de los Osborne. Fern estaba sentada entre los dos. Pensé que su temor crecería a medida que nos acercásemos a casa de Clayton y Leslie, pero no fue así, y no cesó de hacernos preguntas acerca de Cutler’s Cove y Christie y los demás miembros de lo que quizá pronto fuese su nueva familia. Qué niña tan valiente, pensé.

Cuando nos bajamos del coche me aferré al brazo de Jimmy.

—Tienes que prometerme que no perderás los estribos ni harás ninguna tontería, Jimmy. Sólo conseguirás empeorar la situación —le advertí.

—No te preocupes —me aseguró—. Sabré controlarme. —Miró fijamente la puerta—. ¿Preparada, Fern? —le preguntó a la niña al tiempo que la cogía de la mano. Ella levantó la vista y asintió—. Recuerda —dijo—, di la verdad y no tengas miedo.

—De acuerdo. —Fern asintió y avanzó con paso decidido, aunque en mi opinión estaba aterrorizada.

—Todo saldrá bien, cariño —dije acercándome por detrás. Posé una mano sobre su hombro. Los tres subimos los escalones. Jimmy tocó el timbre, y al igual que antes, Snoogles empezó a ladrar. La cara de sorpresa de Clayton Osborne cuando abrió la puerta se convirtió de inmediato en una mirada de ira al ver a Fern de pie entre nosotros.

¿Que significa esto? —exigió saber—. ¿Dónde has estado, Kelly Ann? ¿Cómo te atreves a salir de casa sin permiso? —Alargó el brazo para cogerla por el hombro, pero Jimmy lo asió por la muñeca.

—Un momento —le espetó—. Tenemos unas cuantas cosas que discutir y Fern —dijo, pronunciando el verdadero nombre de la niña— debe estar presente.

Clayton se libró de la mano de Jimmy.

—De modo que han incumplido el acuerdo —dijo, frotándose la muñeca—. Tendría que haberlo sabido. Bueno, pues los dos pueden dar media vuelta y marcharse de aquí antes de que llame a la Policía.

—Eso mismo es lo que quiero que haga —dijo Jimmy—. Si no lo hace usted, lo haremos nosotros.

—¿Qué? —dijo Clayton frunciendo el entrecejo.

—Clayton ¿qué ocurre? —preguntó Leslie, acercándose por detrás—. ¿Kelly? ¿Qué estás…?

—Se escapó de casa y fue a verlos —explicó apresuradamente Clayton—. Obviamente se han identificado y le han dicho quiénes son.

—¡Oh, no! —dijo Leslie haciendo una mueca—. Kelly, querida, no debes disgustarte. Hay muchos niños adoptados, y eso no significa que sus padres no los quieran.

—Desde luego que está disgustada —dijo Jimmy—. Y no sólo porque se ha enterado de que es adoptada. —Se volvió y le dedicó una mirada asesina a Clayton—. Creo que deberíamos discutir lo que realmente le ha disgustado.

Clayton retrocedió ante aquellas palabras.

—Vamos a ver —comenzó a decir—. Si creen que pueden venir y empezar a amenazarme…

—Deja que entren, Clayton —dijo Leslie—. Es una tontería discutir estas cosas en la puerta, y Kelly debería prepararse para ir a la cama. ¿Ha comido algo? —preguntó dirigiéndose a mí.

—La comida no es nuestra principal preocupación, señora Osborne —dije, manteniéndome firme.

—Entiendo —dijo Leslie—. Clayton, que entren todos, por favor. No hay razón alguna para no comportarse de forma civilizada y arreglar las cosas.

De mala gana, Clayton se apartó, y entramos todos.

—¿Quieren sentarse?, preguntó Leslie cuando llegamos al salón.

—Creo que nos quedaremos de pie —respondí.

Clayton pasó por delante de nosotros en actitud desafiante y se sentó. Nos miraba con furia, especialmente a Fern, quien seguía aferrada a la mano de Jimmy como si la vida le fuera en ello y apoyaba su cuerpo contra el mío.

—De acuerdo —dijo Clayton, las manos apoyadas sobre las piernas—. ¿De qué va todo esto?

—Se trata de los abusos de los que mi hermana ha sido víctima —dijo Jimmy con firmeza.

—¿Abusos? —Los labios de Clayton dibujaron una grotesca sonrisa de burla, el tipo de sonrisa fría que siempre me pone la piel de gallina—. Sin lugar a dudas hemos abusado de ella, especialmente si consideran un abuso gastarnos cientos de dólares en clases de piano, sólo para enterarnos de que nunca ha practicado. O gastarnos cientos de dólares en profesores particulares para que hiciera por lo menos lo básico, solo para enterarnos de que ni siquiera hacía los deberes. ¿Abusos? —espeto, abriendo los ojos, furioso—. Sí, especialmente si consideran todos los lujosos campamentos de verano a los que ha ido y de los que educadamente le han pedido que se marche. Especialmente si suben y abren los armarios y armarios repletos de ropa cara que en su mayor parte ni siquiera se ha puesto. Vayan a ver las montañas de discos, las cajas de muñecas, el estéreo, la radio…, vayan a ver todos los abusos.

Durante un momento se hizo un gran silencio en la habitación. Incluso Leslie parecía asombrada por el arrebato de ira de Clayton. Este suspiró profundamente y apartó la mirada; estaba rojo de rabia.

—No nos estamos refiriendo a ese tipo de cosas —dijo Jimmy tranquilamente—. Sabemos que le han proporcionado de todo.

—Entonces, ¿a qué demonios se refieren? —chilló Clayton.

—Nos referimos a abusos sexuales —respondió Jimmy, impávido. Durante un momento fue como si hubiera explotado una bomba en la sala. Las palabras de acusación de Jimmy reverberaron en mis oídos. Clayton Osborne abrió y cerró la boca, pero no emitió sonido alguno. Leslie se llevó la mano al cuello como si se hubiese quedado sin respiración.

—¿Qué…, qué ha dicho? —preguntó finalmente Clayton.

—Ya me ha oído, y Fern está aquí para repetirle lo que nos ha contado a nosotros.

Clayton miró a Fern. Yo observé sus reacciones. No se acobardó; conservó la mirada fija, sin siquiera parpadear.

—¿Qué le has contado a esta gente, Kelly? —exigió saber Clayton.

—Les conté lo que me haces en la bañera —dijo Fern sin dudar.

—¿La bañera?

—¡Oh, Dios mío! —jadeó Leslie—. ¿Qué estás diciendo, Kelly? ¿Qué bañera? ¿Cuándo?

—Dice que su marido ha abusado sexualmente de mi hermana cuando se baña.

—Eso no es cierto; no puede ser cierto —dijo Leslie, horrorizada—. ¿Por qué ibas a decir una cosa tan terrible, Kelly? —Se acercó a la niña. Fern no se inmutó.

—Lo dije porque es verdad —contestó Fern. Se volvió hacia Clayton y entrecerró los ojos. La confusión hizo que el hombre frunciera el entrecejo. A continuación movió la cabeza de un lado a otro, desconcertado.

—No me lo puedo creer —dijo—. ¿Es todo esto idea de ustedes dos? —preguntó, levantando la vista hacia Jimmy y hacia mí.

—Claro que no —contesté apresuradamente—. Vino a vernos, y sólo después de mucha persuasión conseguí que nos contara lo que le ocurría. Estaba bastante histérica y aterrorizada. —Me volví hacia Leslie—. Usted, obviamente, no sabía que Fern conoce la verdad de su procedencia desde hace años.

—¿Que lo sabe? —Leslie sacudió la cabeza y miró a Fern—. ¿Cómo lo sabe?

—Un día encontró su partida de nacimiento y los documentos de adopción —respondí. Fern parecía más asustada por la revelación de su descubrimiento que por acusar a su padre adoptivo de abusos sexuales—. Pero temía que su marido la castigara por mirar sus papeles privados, de modo que no abrió la boca.

—¿Es eso verdad, Kelly? —preguntó suavemente Leslie.

—No me llamo Kelly. Mi nombre es Fern —contestó, desafiante.

Por primera vez aparecieron unas lágrimas en los ojos de Leslie Osborne. Se cubrió la boca con la mano y agitó la cabeza. Clayton Osborne se puso de pie lentamente y se dirigió hacia nosotros con los ojos fijos en la niña. Tenía los hombros levantados y parecía un buitre a punto de atacar.

—¿O sea que descubriste que tu nombre es Fern y que no llevas nuestra sangre? ¿Te gusta eso? ¿Te gusta ser Fern Longchamp y no Kelly Ann Osborne? ¿Te gusta tener por padres a unos secuestradores?

Fern nos miró, sorprendida.

—No es cierto —dije en voz baja.

—Es cierto; es cierto —dijo Clayton—. Y después de que aparecieran, te escapaste de casa para ir a verlos y contarles esta ridícula mentira para que se compadecieran de ti. ¿Quieres vivir con ellos y abandonarnos? ¿Es eso lo que quieres?

—Sí —contestó Fern—. Eso es lo que quiero.

Clayton asintió, los ojos le resplandecía de frustración y furia.

—De acuerdo, entonces. Vete. Vete a vivir con ellos, a ver si te gusta.

—¡Nooooooo! —exclamó Leslie.

—Sí —respondió Clayton—. Deja que se marche. —Se volvió hacia Fern—. Quizás así te des cuenta de lo que tienes aquí y llegues por fin a apreciarlo. Sólo que posiblemente no te deje volver —añadió—. No después de haber contado esta terrible mentira acerca de mí. Éstas son las consecuencias de estar siempre con niñas mayores que tú. Te meten ideas en la cabeza. Tienes razón: ya no eres mi hija.

—¡Clayton! —gritó Leslie—. ¿Qué estás diciendo?

—Estoy diciendo que no la quiero en esta casa, no hasta que no se disculpe por decir estas mentiras —dijo. Se volvió hacia Jimmy—. Llévesela de aquí. Recoja las cosas que necesite y llévesela. Cuando se dé cuenta de su error y de lo cruel que puede ser la niña, no vuelva a pedirme ayuda. Para eso uno se gasta dinero en psiquiatras y profesores especiales. Sí —dijo, regodeándose en sus palabras—, es su hermana. Sufra con ella. Yo me voy al despacho. Y tú, Leslie, asegúrate que esta gente está fuera de aquí en menos de una hora—añadió, y se marchó dando un portazo.

—¡Clayton! —exclamó Leslie, pero él no se volvió—. Kelly —dijo dirigiéndose a Fern—. Discúlpate con tu padre ahora mismo.

—No pienso hacerlo —replicó Fern, desafiante.

—Sabes que él nunca te haría una cosa así —dijo, sonriendo a través de las lágrimas—. Lo sabes.

—¡Lo hizo! Lo hizo, y no me importa si está enfadado conmigo. ¡Hizo esas cosas! ¿Quieres que te enseñe dónde me tocaba? —le espetó Fern a la mujer que había intentado ser su madre.

Leslie se cubrió los oídos con las manos y negó con la cabeza.

—Fern, sube a tu cuarto y prepara algunas cosas, cariño —dije suavemente—. No necesitas demasiado. Te compraremos lo que haga falta.

—De acuerdo —canturreó, y subió corriendo las escaleras. Leslie Osborne sacudió la cabeza y se dirigió al sofá. Se sentó y empezó a llorar. Me acerqué a ella.

—Lo siento, señora Osborne —dije—. Pero si se ha abusado y se continúa abusando de Fern…

—No es cierto. Clayton es incapaz de algo así. Puede que en ocasiones sea algo severo con ella, pero nunca haría nada que pudiese dañarla —dijo.

—Quizás usted no se enteró —dijo Jimmy.

—Me habría enterado de una cosa así —replicó.

Jimmy negó con la cabeza.

—No si se encierra en su estudio e incluso se olvida de hacer la cena o celebrar los cumpleaños —dijo.

—¿Qué? Yo nunca… ¿Ha dicho eso? —Miró hacia la puerta y volvió a negar con la cabeza.

—El lugar de mi hermana está con nosotros —dijo Jimmy—. Es hora de que vuelva con su verdadera familia.

Leslie giró la cabeza y lo miró fijamente. Sus lágrimas parecían estar congeladas.

Nosotros somos su verdadera familia. Nosotros le hemos dado un hogar —dijo lentamente—. Le ofrecimos todo lo que podía necesitar.

—A excepción de un verdadero amor —contestó Jimmy. No perdonaba. Incluso yo me compadecí de Leslie Osborne. Se quedó allí, paralizada, las lágrimas rodaban sin cesar por sus mejillas.

Minutos después oímos que Fern bajaba corriendo las escaleras.

—Estoy preparada —anunció, sosteniendo en la mano una pequeña maleta. Había vuelto tan deprisa que pensé que la tendría preparada.

—Entonces, vámonos —dijo Jimmy con una sonrisa. Cogió a Fern de la mano y se dispusieron a salir.

—Fern —dije.

—¿Qué?

—¿No quieres por lo menos despedirte de Leslie?

Volvió a mirar a la mujer que había sido su madre. Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de la niña.

—Claro. Adiós, Leslie —dijo, y se dirigió corriendo hacia la puerta.

Leslie Osborne agitó la cabeza con fuerza como si intentase negar lo que estaba viendo y oyendo.

—Lo siento, señora Osborne —dije—. De verdad que lo siento, pero es posible que esto sea lo mejor para todos.

La mujer sollozó en silencio pero no respondió.

—Dawn —me llamó Jimmy desde la puerta.

Miré a Leslie por última vez y me uní a ellos. Fern estaba ya al pie de las escaleras.

—Jimmy—dije—, espero que no nos estemos equivocando.

—No nos equivocamos. ¿Cómo podríamos? Vuelve con su verdadera familia. Eso es lo que querría mamá, ¿no te parece?

—Supongo que sí —respondí—. Eso espero —añadí.

—Escucha —dijo en voz baja—. Si Clayton Osborne no fuera culpable, ¿estaría tan dispuesto a que nos lleváramos a Fern sin oponerse a ello? Obviamente quedó aturdido cuando advirtió que nos atreveríamos a enfrentarnos a la verdad. Toda esa ira es su forma de encubrir las cosas.

Asentí. Lo que decía Jimmy tenía sentido. ¿Cómo podía Clayton, si no, desprenderse de Fern con tanta rapidez y facilidad? Al fin y al cabo ella había sido su hija, para bien o para mal, durante todos esos años.

Nos dirigimos a la esquina en busca de un taxi. Fern estaba tan ansiosa por alejarse que casi corría por la acera, la maleta balanceándose en la mano. Ahora que lo peor había pasado, todos admitimos tener hambre. En cuanto llegamos al hotel y dejamos las cosas de la niña en nuestra suite, bajamos al comedor. Durante toda la cena Fern habló sin parar, y cuando por alguna razón hacía una pausa, Jimmy aprovechaba para hacerle una pregunta. Era como si los dos quisieran recuperar en un par de minutos todo el tiempo perdido. Yo la observaba a la espera de que se diese cuenta de lo que realmente había ocurrido. Esperé que rompiera a llorar cuando fuera consciente de que abandonaba el único hogar que podía recordar y a las únicas personas a las que podía considerar sus padres. Pero realmente debía de haber sufrido mucho a causa de los abusos a que la sometía Clayton Osborne, porque apenas habló del tema.

No podía evitar sentirme nerviosa. Miraba continuamente la entrada, y cada vez que aparecía alguna persona esperaba que fuera Clayton en busca de Fern, o un oficial de Policía; afortunadamente no apareció nadie. Cuando regresamos a nuestra suite pensé que encontraríamos un mensaje, pero no fue así.

El sofá de nuestra suite se convertía en cama. Pedimos a la camarera que lo preparase. Estaba segura de que Fern sentiría ansiedad y miedo ahora que tenía que dormir en un lugar extraño con gente que casi no conocía, pero ni lloró ni mostró preocupación alguna. Lo único que le molestó fue haberse olvidado el cepillo de dientes. Llamé a recepción para que le subieran uno.

Mientras Jimmy estaba en la otra habitación preparándose para acostarse, ayudé a Fern a ponerse el camisón. Me mostró las cosas que había metido en la maleta.

Tenía una docena de panties, un sujetador, sus zapatillas deportivas preferidas y algunas blusas y faldas. Bajo las prendas guardaba revistas románticas, el cepillo para el pelo y un tubo de pintalabios. Me confesó que en su casa nunca lo usaba. Clayton se lo había prohibido.

Me vino a la mente una imagen de mí misma a su edad sosteniendo la pequeña y desgastada maleta, y recordé lo importante que era para mí viajar con mi muñeca preferida. Era una muñeca de trapo, tan raída que ya casi no tenía mejillas y en muchas partes podía verse el relleno de algodón. Fern no tenía muñecas, ningún recuerdo. Su maleta era más extravagante que cualquier cosa que yo hubiera podido soñar tener, pero no llevaba nada que le recordara los momentos queridos, las horas de cariño. Realmente me compadecí de ella.

Apareció en el cuarto de baño mientras yo estaba cepillándome el cabello.

—Ahora voy a dejar que me crezca el pelo hasta que me llegue a la mitad de la espalda —dijo—. Clayton odia el cabello largo.

—Tendrás que cuidarlo mucho si quieres llevarlo largo —señalé.

—Lo haré. En el hotel hay una peluquería, ¿verdad? Jimmy me lo dijo.

—Así es.

—Bien. Y en la casa hay servicio, ¿verdad? —preguntó.

—Sí, pero todos nos ocupamos de nuestras cosas —dije—. La doncella ayuda, pero no es la esclava de nadie —le aclaré.

—¡Oh!, no seré descuidada, pero también quiero trabajar en el hotel. Como dijo Jimmy. —Su ansia me hizo sonreír. Qué distinta iba a ser su llegada a Cutler’s Cove de la mía, pensé. Llegaría a una casa llena de amor, a un lugar donde todos la deseaban—. Y me muero de ganas de conocer a Christie y los gemelos —exclamó.

No pude evitarlo. Tenía que preguntárselo.

—¿No te lamentas de nada, no sientes tristeza al abandonar a los Osborne, Fern?

—Bueno…

Aquí viene, pensé. Por fin.

—Echaré de menos a mis amigos —dijo, asintiendo—, especialmente a Melissa. Pero —añadió, nuevamente animada— haré nuevos amigos, ¿verdad?

La miré fijamente y recordé todas las veces que me habían arrancado de mi mundo para trasladarme a otro totalmente desconocido para mí. Ni una sola vez fui capaz de consolarme pensando en los nuevos amigos que haría ni en los nuevos lugares que conocería. Siempre me pareció trágico dejar atrás a la gente. Una verdadera amistad no era algo que pudiese sustituirse fácilmente. Cada vez que nos trasladábamos, tenía la sensación de dejar atrás una parte de mí. Empecé a temer que llegaría un momento en que no me quedaría nada que trasladar. Las personas sólo tienen una determinada cantidad de lealtad y amor.

Al parecer, Fern no había dado mucho de sí misma a nadie, ni siquiera a aquellos que durante mucho tiempo creyó que eran sus padres. Por otra parte, pensé en lo horrible que debía haber sido crecer en un hogar en el que el hombre al que consideras tu padre abusa sexualmente de ti. Cualquiera querría huir en esas circunstancias. Volví a sonreír. Jimmy tenía razón. Me alegraba de que volviese a casa. La arropé en el sofá cama.

—¿Quieres que deje encendida la lámpara, cariño? —pregunté.

—No, no importa. He dormido en hoteles muchas veces —contestó.

—De acuerdo. Estamos aquí al lado si nos necesitas. Buenas noches.

—Buenas noches.

—¿Cómo está? —preguntó Jimmy cuando me metí en la cama a su lado.

—Muy bien, pero no sé si ha asumido todo lo que le está ocurriendo —contesté.

Jimmy asintió y sonrió.

—¿No te parece increíble, Dawn? Volvemos a cuidar de la pequeña Fern. Mamá estaría tan contenta, y a papá le encantará —dijo—. Supongo que si uno reza lo suficiente y no pierde la esperanza, entonces ocurren las cosas buenas. ¿No te parece, Dawn? —preguntó.

—Quisiera pensarlo, Jimmy —dije.

Pero tenía miedo, todavía tenía miedo a ser feliz. Disimulé mis temores lo mejor que pude y cerré los ojos, esperando que de un momento a otro alguien llamase a la puerta. Incluso tuve pesadillas, pero no vino nadie.

Sin embargo, sabía que aquello no quería decir que nunca ocurriría.