PRÓLOGO
ERASE UNA VEZ
Siempre he pensado en mí misma como en una Cenicienta a quien nunca le llegó su príncipe azul con un zapato de cristal para arrebatarla y transportarla a un mundo maravilloso. En lugar de un príncipe, lo que tenía era un hombre de negocios que me ganó en un juego de cartas. Igual que una ficha que se lanza sobre la mesa, a mí me lanzaron de un mundo a otro.
Aquél había sido mi invariable destino desde el día en que nací. No cambiaría hasta que llegara el momento en que yo misma pudiera transformarlo, siguiendo la filosofía que un viejo trabajador de color de The Meadows me explicó cuando era pequeña. Se llamaba Henry Patton y tenía un cabello tan blanco que parecía una mancha de nieve. Solía sentarme a su lado sobre un viejo leño de cedro, delante de la caseta donde se ahumaban los alimentos mientras me tallaba en madera un pequeño conejo o zorro. Un día de verano, cuando una tormenta acumulaba una capa de oscuros nubarrones en el horizonte, interrumpió su tarea y señaló un grueso roble en el prado del este.
—¿Ves aquella rama de allí, combándose a causa del viento? —preguntó.
—Sí, Henry —dije.
—Bueno, pues mi madre un día me dijo algo acerca de aquella rama. ¿Sabes lo que me dijo?
Negué con la cabeza, y mis doradas coletas se balanceaban a la vez que me rozaban suavemente la boca.
—Me dijo que una rama que no se comba al viento, se rompe. —Fijó sus grandes ojos oscuros sobre mí, las cejas casi tan blancas como su cabello—. Recuerda que es mejor ir con el viento, hija —aconsejó—, para no romperte nunca.
Respiré profundamente. En aquella época el mundo parecía henchido de sabiduría, conocimientos e ideas, filosofía y superstición cerniéndose en forma de sombra, con el vuelo de las golondrinas, con el color de las orugas, con las manchas de sangre en los huevos de las gallinas. Lo único que tenía que hacer era escuchar y aprender, pero también me gustaba hacer preguntas.
—¿Qué ocurre cuando se detiene el viento, Henry?
Se echó a reír y negó con la cabeza.
—Bueno, en ese caso puedes elegir tu propio camino, hija.
El viento no cesó hasta que me casé con un hombre al que no amaba, pero cuando se detuvo seguí los consejos de Henry.
Elegí mi propio camino.