Un mes después
Tanya se hallaba al lado de la mesa cuadrada de roble, moviéndose de modo nervioso, observando la puerta por la que supuestamente traerían a Shannon. Era su primera visita a las instalaciones correccionales de Canyon City, y esperaba que fuera la última.
Helen se dejó caer en una silla, suspirando.
—No está mal para una prisión.
Tanya giró en los pies. Así era, pero aún seguía siendo una prisión.
—No te preocupes, querida —continuó Helen en voz queda—. Por lo que me has contado, Shannon no tendrá problemas en desenvolverse aquí. Además, prácticamente es un héroe nacional. Paró la bomba, por amor de Dios. No estará aquí mucho tiempo.
—Él no es quien solía ser —objetó Tanya—. No estoy segura que él pueda seguir soportando esto.
Tanya había permanecido al lado de Shannon durante la formulación de cargos y la subsiguiente audiencia del juzgado superior. Sin duda fue un extraño caso. Los medios de comunicación tuvieron un día de campo con el agente de la CIA que en realidad era Jamal, el terrorista, quien era realmente un muchacho de la selva que había visto morir a sus padres a manos de terroristas y de la CIA. ¿Podría levantarse el verdadero Shannon Richterson?
Al preguntársele al ciudadano promedio, el verdadero Shannon era el hombre que había salvado a Estados Unidos de la conspiración terrorista más horrible que se concibiera alguna vez. Es verdad que, motivado por la muerte de sus padres, se había convertido en cómplice de la maquinación. Pero una vez que entró en razón también había parado ese mismo complot. El plan se habría ejecutado con éxito total, sin él. Eso es lo que diría el ciudadano de la calle. Es más, toda la nación lo estaba diciendo.
Pero técnicamente, Shannon había ayudado a terroristas. A todos aquellos que había matado con los años, lo había hecho al servicio de los Estados Unidos. Pero trece personas habían muerto en el Madera del Señor como resultado de la detonación nuclear en que Shannon participara. La mayoría de ellos eran criminales. Pero eso no excusaba al hombre que la mayor parte de estadounidenses quería ver libre.
Un guardia armado pasó la ventana al otro lado del salón, y el corazón de Tanya dio un brinco. El hombre que seguía al guardia estaba vestido con ropa anaranjada de prisionero como todos los presos en el edificio de máxima seguridad. Pero ella apenas se fijó en el brillante color; estaba mirando a Shannon al rostro; su cabello, y la línea de la mandíbula…
Entonces Shannon volvió a estar fuera de la vista… por un momento. La puerta se abrió y él la atravesó. Los ojos verdes del hombre se levantaron, enfocados en ella, y mirando fijamente. Se detuvo al interior de la puerta, la cual se cerró detrás de él con un ruido.
El corazón de Tanya palpitaba con fuerza y por un momento ambos se miraron. Ella quiso correr hacia él, lanzarle los brazos alrededor y asfixiarlo con besos, pero de alguna manera el momento parecía demasiado pesado para despreocupados besos. Este era Shannon, el hombre hacia quien ella fuera guiada en la selva para amarlo. El hombre a quien siempre había amado. El hombre envuelto en musculatura y endurecido como el acero, pero también tan manso como una paloma.
Su Shannon.
Una tímida sonrisa se le formó a él en los labios, y Tanya pensó que estaba avergonzado.
—Hola, Shannon —saludó la joven en tono suave.
—Hola, Tanya.
Él sonrió ampliamente y caminó hacia ellas. Sí, verla le hizo eso, ¿no es así? Lo derritió.
La muchacha le salió al encuentro. El pecho se le inundó de tristeza y supo que iba a llorar. Él la tomó en los brazos y ella puso la cabeza en el hombro de él y le deslizó los brazos por la cintura.
—Todo está bien, Tanya. Yo estoy bien.
—Te extraño —confesó ella, inhalando fuerte y tragando saliva.
Se abrazaron y Tanya deseó pasar así toda la hora. Detrás de ellos, Helen se acomodó en la silla. Shannon besó el cabello de Tanya y los dos se sentaron a la mesa frente a frente.
—Bueno, jovencito, en persona pareces más grande que en la televisión —comentó Helen—. Y simplemente tan guapo.
Shannon se sonrojó a través de una sonrisa y miró a Tanya.
—Lo siento, te debí haber presentado. Esta es Helen.
Shannon miró a la abuela de Tanya.
—Así que usted es Helen. He oído mucho de usted. Todo bueno, por supuesto. Es un placer conocerla —manifestó él con una inclinación de cabeza.
—Igual para mí —contestó Helen sonriendo favorablemente.
Intercambiaron algunas noticias y hablaron un poco acerca de la vida en la prisión. Tanya le contó a Shannon que el último programa positivo de Larry King Live estaba que echaba humo. Shannon bromeó acerca de la comida y habló con amabilidad respecto de los guardias. A los diez minutos se les acabó la charla trivial y un torpe silencio los envolvió.
Al mirar al tímido y tierno hombre frente a ella ahora, el corazón de Tanya le dolió.
—Aún estás confundido, Shannon —comentó Helen.
—Abuela —objetó Tanya—. No estoy segura de que este sea el momento.
Shannon miró a Tanya y luego bajó la mirada hacia la mesa.
—Apenas logro recordar quién era yo —expresó.
El salón se sintió cargado con electricidad. No tienes que hacer esto, Shannon.
Cerró los ojos y respiró hondo.
—En realidad me siento más perdido que confundido.
Levantó la mirada hacia Helen, quien tenía una débil sonrisa. Cada uno pareció mirar dentro del alma del otro.
—Entonces dime lo que recuerdas —pidió Helen.
Shannon titubeó y apartó la mirada.
—Recuerdo lo que sucedió. Solo que parece como si una persona totalmente distinta hiciera todas esas cosas —expuso él haciendo una pausa, y al volver a hablar lo hizo de manera introspectiva—. Cuando fueron asesinados mis padres a manos de la Hermandad, algo se rompió en dos. Fui a la cueva…
—Sula —añadió Tanya después de otra pausa—. La tumba del hechicero.
—Sí. Y yo… yo cambié allí.
—¿Qué cambió? —preguntó Helen.
—Las cosas se volvieron confusas. Apenas lograba recordar cómo era Tanya, o cómo se veían mis padres. Me obsesioné con la muerte. Con matar. Principalmente con matar a todo aquel que me había arruinado la vida.
—Abdullah y la CIA —terció Tanya.
Él ya le había contado todo a su amada, pero al oír que se lo contaba a Helen parecía algo nuevo. De algún modo diferente.
—Sí. Pero más que eso —explicó meciendo la cabeza y con los ojos húmedos—. La situación se volvió poco clara. Odié todo. Cuando me enteré de la participación de la CIA, simplemente empecé a odiar todo lo que tuviera que ver con algo de la CIA.
—Pero si estabas motivado por la maldad, ¿por qué querrías destruir a Abdullah, quien también era malvado? —preguntó Tanya.
—La maldad no es tan discriminatoria —contestó él encogiendo los hombros—. Volví al interior de la selva al año de la muerte de mis padres, decidido a matar a Abdullah. Pero mientras estuve allí supe que la CIA había hecho tanto como el árabe. Luego me enteré de los planes de la Hermandad de introducir una bomba a los Estados Unidos. Decidí entonces convertirme en Jamal y destruir ambos bandos de un golpe.
—¿Por qué no simplemente matarlos y luego poner al descubierto a la CIA? —inquirió Tanya.
—Eso no bastaba —respondió él mirándola—. Creo que pude haber volado todo el mundo y pensar que no era suficiente.
Tragó saliva.
—Tienes que comprender, me hallaba muy… muy consumido con este asunto.
—Estaba poseído —intervino Helen.
La simple declaración los acalló.
—Pero los poderes de las tinieblas olvidaron algo —explicó Helen—. O quizás nunca lo han entendido de verdad. El Creador es el maestro supremo del ajedrez, ¿verdad? Difícilmente podemos comprender por qué permite que el mal cause estragos. Pero al final el asunto siempre va a parar a las manos de Dios.
La mujer hizo una pausa.
—Como sucedió esta vez —concluyó.
—Para mí es difícil aceptar —objetó Shannon; había una profunda tristeza en sus ojos, y Tanya estiró la mano hacia él—. Hice mucho… daño. Ahora lo siento como algo imposible.
—Yo he estado allí personalmente, Shannon —declaró Helen—. Créeme, he estado ahí. El diablo es poderoso, pero no tan poderoso como el amor y el perdón de Dios. Estás libre, hijo. Y eres amado.
Lágrimas inundaban los ojos de Shannon y una le rodó por la mejilla derecha.
—Escúchame, Shannon —expresó Tanya inclinándose hacia adelante y tomándole la mano entre las suyas—. Estoy locamente enamorada de ti. Siempre he estado locamente enamorada de ti. Dios llevó a mis padres a la selva para que yo pudiera enamorarme de ti. Y él lo hizo todo con un propósito. ¿Crees que algo de eso fue una equivocación?
Él movió la cabeza de lado a lado, pero las lágrimas se le deslizaban ahora por el rostro.
—Y el amor que siento por ti es solo una fracción del amor que él tiene por ti.
Los hombros de Shannon empezaron a estremecerse y de pronto se vio sollozando en silencio. Tanya miraba a Helen en desesperación. Ella sonreía, pero también tenía lágrimas en los ojos.
Tanya volvió a mirar a Shannon, y ella pensó entonces que en esas lágrimas había más que tristeza. Había gratitud, alivio y amor.
La joven echó la silla hacia atrás, se colocó al lado de él, y le puso los brazos alrededor de los hombros. Shannon reposó la cabeza en el hombro de ella, sacudiéndose como una hoja mientras lloraba. De repente estiró la mano y la rodeó entre los brazos.
—Te amo, Tanya.
—Lo sé. Lo sé. Y yo te amo.
Permanecieron abrazados llorando. Pero definitivamente se trataba de un buen llanto; de la clase que limpia el alma y ata corazones en uno solo. De la clase que sana profundas heridas. Lágrimas de amor.
En algún momento Tanya vio que Helen los había dejado solos. Pudo ver a la anciana parada ante una enorme ventana, mirando afuera el cielo azul. Sonreía. Y si Tanya no se equivocaba, estaba canturreando. Era una antigua tonada que le había oído cientos de veces antes.
Jesús, amor de mi alma.
Al final siempre se trata del amor, ¿verdad que sí?