Capítulo treinta y cuatro

Shannon Richterson corría descalzo por la selva, bajo una niebla negra de confusión. Por sobre la espesura el sol brillaba en un cielo azul, pero en la mente casi no le llegaba luz a los pensamientos.

Sherry era Tanya. Tanya estaba viva. Apenas lograba manejar la idea. Tanya Vandervan viva. Y llena de ira con él. ¿No podía ver ella que él estaba haciendo lo que muy pocos en el mundo se atreverían a hacer?

¿Qué quería ella que él hiciera? Arrodillarse al lado de Abdullah y orar para que él se reclinara y lo matara. Shannon rezongó ante el pensamiento.

Ella solo conocía la mitad del asunto. Si supiera en verdad lo que estaba sucediendo aquí, por sí misma podría matar a Abdullah. O a Jamal.

Jamal tenía que morir. Shannon mataría a Jamal aunque no hiciera nada más aquí en la selva.

Se detuvo cerca del borde de Soledad, respirando pesadamente, las manos en las caderas.

En realidad él era quien afectaría el mundo real. El mundo estaba lleno de traición y la única manera de enfrentar ese mal era con la misma traición. Esa fue una de las primeras lecciones que había aprendido de los nativos en su juventud. Combatir violencia con violencia.

Pero Tanya…

Tanya había salido con esta tontería de morir.

Shannon escupió en la tierra y siguió corriendo. Ocho años habían venido a parar en este momento, y ninguna persona, ninguna mujer, tenía derecho a decir algo ahora. Ni siquiera Tanya. Él la había sostenido y besado, y en un momento habría dado gustoso la vida por ella… pero ella había cambiado. Y lo odiaba.

La mente de Shannon se oscureció, y él gimió por sobre el golpeteo de los pies. Cerró los ojos.

Le mostraría a ella.

Se detuvo ante el pensamiento. Ella ya no era Tanya. En realidad no. Se había convertido en Sherry.

Volvió sobre sus pasos y corrió hacia el pueblo.

Y ahora le mostraría a Sherry cómo funcionaban las cosas en el mundo real. Por qué estaba haciendo esto. Cómo tratar con un mundo que había enfermado. Quizás entonces ella entendería.

Volvería a la selva y concluiría lo que había empezado, y dejaría que Sherry lo viera por sí misma.

Graham pulsó la radio.

—Comprendido, adelante.

—La misión ha cambiado. Barran el complejo del valle y eliminen a todos los hostiles que encuentren. ¿Entendido?

Graham levantó la mirada hacia Parlier.

—Pregúntale qué quiere decir con hostiles —pidió este.

—Comprendido, señor —manifestó Graham oprimiendo el botón del transmisor—. Solicitamos que clarifique lo de hostiles.

Por un momento se oyó estática.

—Si no saben quiénes son, son hostiles. ¿Entendido? Eliminen todo lo que camine.

—¿Y qué hay acerca del agente? —preguntó Parlier haciendo un gesto con la cabeza a Graham.

—Copiado eso. ¿Y qué hay respecto del agente? —inquirió Graham por el micrófono.

—Elimínenlo.

—Entendido. Alfa fuera.

Parlier ya estaba caminando hacia los otros hombres apostados sobre el risco.

—Comunícate con Beta y Gama y diles que nos sigan —ordenó volviéndose a Graham—. Quiero estar en la base de los riscos por la mañana. Que Beta se abra al este y Gama al oeste.

Volvió a girar hacia el risco.

—Empaquen, muchachos. Vamos a bajar.

Tanya se había quedado sin hacer nada durante más de tres horas, acostada en la cama del hotel. Los pensamientos le giraban en lentos círculos alrededor de la idea de que esta vez había enloquecido de veras; que todo este asunto muy bien podría ser un episodio extendido del sueño en que ella había sobrevolado al golpe y vuelto a visitar América del Sur solo para encontrar en Shannon un asesino trastornado en vez de un inocente amor. Después de ocho años de pesadillas una mente podía imaginar eso, ¿verdad que sí? Ella había leído en alguna parte que si se utilizaba todo el poder del cerebro, este podría reordenar moléculas hasta permitirle a una persona atravesar paredes. Pues si podía atravesar objetos sólidos, sin duda podría conjurar esta locura.

Un toque en la puerta la sacó de su órbita. Se sentó y casi se desliza de la cama.

Él entró entonces. Shannon. O Casius, o quien realmente fuera. El alto y robusto asesino con ojos verdes y musculatura firme. La joven deseó desaparecer en el rincón.

Él fue hasta el tocador, sacó una pequeña mochila y se la ató alrededor de la cintura.

—Muy bien, señora —expresó—. Alístate. Vamos a dar una caminata.

—¿Una caminata? ¿Adónde?

—Una caminata al infierno. ¿Qué importa? Los dos sobrevivimos, bien. Ahora vas a ver cómo funcionan las cosas en este nuestro trastornado mundo. Levántate.

Él fue hasta ella, la agarró del brazo, y la levantó ásperamente, con ojos centelleantes.

Tanya sintió que una punzada de dolor le subía por el brazo y jadeó. Él aflojó la presión y la jaló hacia la puerta. La muchacha salió a tropezones tras él.

—Ya he visto tu mundo. ¡Suéltame!

—Ahora vas a ver por qué hago lo que hago. Al menos te debo eso, ¿no crees?

—No tienes que hacerme daño. ¡Suéltame!

Esta vez le hizo caso. Ella lo siguió. Por el momento le seguiría este absurdo juego. No estaba segura por qué. Pero tenía que averiguar qué había hecho que el amor de su vida se transformara en esta… criatura. Shannon la sacó del hotel. Tanya se detuvo en la calle, pero él siguió caminando. Él le lanzó una iracunda mirada y ella continuó.

Caminaron hasta las afueras de Soledad. Ella esperaba que él se volviera en el costado de una calle y le mostrara en cualquier momento el «mundo deteriorado» de él. Pero no lo hizo. Shannon pasó la última calle y entró a un delgado camino que serpenteaba en el interior de la selva.

—Espera un momento —objetó ella—. No voy a entrar otra vez a la selva contigo. ¿Estás loco? ¿Crees que…?

Él se volvió otra vez, la agarró del brazo, y la empujó delante de él.

—¡Está bien! —exclamó Tanya conteniendo una urgencia de darse la vuelta y abofetearlo.

Entonces la chica perdió la comprensión de cuáles podrían ser las intenciones del hombre; él la pasó una vez que entraron al bosque y ella lo siguió, creyendo que ella volvería en cualquier momento y regresaría a la ciudad.

Pero no regresó a la ciudad. En primer lugar habían cambiado de sendero varias veces y ella rápidamente comprendió que difícilmente encontraría el camino de vuelta. En segundo lugar, se sentía atraída por el hombre de pecho desnudo delante de ella, guiándola como un bárbaro salvaje. No atraída hacia él, por supuesto, sino por él, como un radiofaro direccional débilmente rojo en la distancia.

El hecho de que fuera Shannon adentrándola en la selva y no Casius le hizo pensar que ella lo podría seguir al infierno si él se lo pidiera. En lo profundo del corazón, Shannon seguía siendo el amor perdido de Tanya.

Pero a duras penas ella consideró el pensamiento antes de reemplazarlo con la idea de que él merecía ser enviado al infierno.

Querido Dios, ¡ayúdame!

Una hora después ella estaba resollando. Shannon no se molestó en regresar a mirar para chequearla. Al contrario, caminó más rápido, de manera más intencionada, quizás queriendo castigarla. Ella decidió entonces no darle la satisfacción; le había mantenido el paso una vez, y lo haría otra vez. Mientras él se lo permitiera, por supuesto.

Tanya anduvo detrás de él, observándole los músculos que se le movían sobre los huesos con cada pisada. Pensar que una vez ella amara a este hombre con tanta pasión. Shannon. ¿Cómo se había vuelto tan robusto? No que no fuera robusto antes, pero este… este hombre que se abría paso por la selva delante de ella era tan fuerte como lo fueron los primeros seres en las especies humanas.

Y ella lo odió porque esos dedos una vez tiernos habían sido reemplazados por garras. Esos ojos color esmeralda dentro de los que ella una vez mirara con un corazón débil, ahora flagelaban y atravesaban con insaciable furia.

¿Y qué esperarías de un muchacho traumatizado por el asesinato de sus padres? ¿Ocho años de pesadillas?

No. Esa serías tú, Tanya.

Ella apretó los dientes y reprendió el sentimiento. Él se había vuelto uno de ellos. Andaba por el mundo buscando a quién poder destruir. Este endemoniado que la conducía ahora al infierno.

Los pensamientos se le arremolinaron desenfrenados.

La luna salió detrás de ellos y acentuó la espalda del hombre. Pero él seguía negándose a mirarla. Tal vez podía olerla, como algún despiadado animal que sabía cuándo lo estaban siguiendo. Y ella podía olerle el sudor… almizclado y fragante en la húmeda noche.

Tanya se detuvo en el sendero y habló por primera vez desde que entraron a la selva.

—¿Adónde me estás llevando? Está oscuro.

Él siguió caminando, haciéndole caso omiso.

—¡Discúlpame! —exclamó ella con ira encendiéndosele por la espalda—. Discúlpame, está oscuro, por si no lo has notado.

—Sugiero que permanezcas cerca si no quieres que te deje aquí —contestó él, la voz le flotaba entre los chillidos de cigarras.

Ella refunfuñó enojada entre dientes y corrió hasta alcanzarlo. Él la había guiado al peligro sin considerar la seguridad de ella y ahora la amenazaba con dejarla atrás.

—¡Detente! —gritó Tanya alcanzándolo y golpeándolo en el hombro—. ¿Qué intentas demostrar? ¡Esto es absurdo!

Él se dio la vuelta, con los puños apretados.

—¿Crees eso? ¿Crees que esto es absurdo? Entonces escúchame, Tanya, ¡esto no es nada! —exclamó, y ella pudo ver que él temblaba—. Somos dos personas caminando por un sendero en el mundo real. Te diré lo que es absurdo. Ver a un grupo de hombres perforar a tu padre y a tu madre mientras estás impotente para hacer algo. Eso es absurdo. Y ese es el mundo real. Pero entonces no estás acostumbrada al mundo real, ¿verdad? Estás demasiado ocupada huyendo de tus pesadillas, supongo. Explicando la muerte de papito y mamita. ¿Tratando de hacer que todo tenga sentido? Solo hay una cosa que tiene sentido ahora, y no tiene nada que ver con tu Dios.

Él se volvió y la dejó allí parada, sorprendida. ¿Huyendo de mis pesadillas? Ella siguió rápidamente, temiendo quedarse sola en la oscuridad.

Y él la había llamado Tanya.

Él está herido, Tanya.

Él es un animal.

Entonces es un animal herido. Pero necesita mi amor.

Siguieron caminando por horas en silencio, deteniéndose solo de vez en cuando para descansar y tomar agua. Aun entonces no hablaban. Tanya dejó que la mente se le resbalara dentro de un ritmo aletargado que seguía el firme compás de los pies de ella.

Al final solamente la oración le apaciguó el extenuado espíritu.

Padre querido Dios, estoy perdida aquí. Perdóname. Estoy perdida, sola y confundida. Odio a este hombre y detesto odiarlo. ¡Y ni siquiera sé si eso es posible! ¿Qué estás haciendo? ¿Cuál es tu propósito aquí?

Ella pisaba ahora sin precaución en el sendero detrás de Shannon, confiando en la guía de él.

Odio a este hombre.

Pero debes amar a este hombre.

¡Nunca!

Entonces, serás como él.

Sí, y de cualquier modo soy una tonta.

Una imagen de Jesús en la cruz le entró a la mente. Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen. La imagen le produjo un nudo en la garganta.

Entonces la mente regresó a la visión. Estaba más allá de ella saber qué sentido tenía ahora su vida en esta locura. El pensamiento de una nube por la propagación rápida de una bomba apenas lograba registrarse aquí en la densa espesura. Por lo que ella sabía, toda la noción era absurda. Shannon sin duda pensaba así.

La mente de ella volvió a él. Dios, ayúdame.

Con cada paso Tanya se resignaba a la idea de que esto era en realidad una parte de alguna sinfonía dirigida por Dios mismo. En alguna manera absurda, el asunto tenía sentido. Al final ella vería eso. Comprenderlo le dio fortaleza.