Sherry siguió a Casius por un largo tramo de escaleras detrás del hotel que él tomara antes por una semana. Ella estaba segura que la mentalidad asesina había abandonado al hombre durante el viaje.
En el río solo habían hablado una vez acerca del cautiverio. Una fascinante conversación en que él principalmente miraba la selva que pasaban, rezongando respuestas cortas. Él había dejado por fuera a Sherry; una vez más ella se había convertido en equipaje.
Ahora los ojos de Casius permanecían abiertos solo por cortesía con su propio cerebro, el cual estaba totalmente absorbido con lo que haría a continuación. Y lo que haría era regresar y matar a Abdullah. Destruir el reducto y tajarle la garganta a Abdullah. Cuando ella le preguntó la razón, él simplemente la horadó con esa sombría mirada y le dijo que el tipo era un traficante de drogas. Pero la explicación casi ni tenía sentido.
La joven le volvió a preguntar qué pensaba que debía hacer ella en caso de que hubiera una verdadera arma nuclear en la selva. Pero él rechazó la idea de manera tan categórica y con tanta firmeza que ella comenzó a cuestionarse sus propios recuerdos de la visión.
Al final todo se reducía a las creencias que tenían. Casius había venido a la selva a matar. Nada más complicado que eso. Solo a matar. Como el hombre calavera en las visiones de ella, como un endemoniado. Por otra parte, Sherry había venido a morir… si no literalmente, como parecía haber sugerido el padre Teuwen, entonces a morir al pasado. A encontrar vida a través de una muerte simbólica de alguna clase. Quizás ya la había encontrado allá atrás en la prisión. Al haber experimentado otra vez su muerte cuando era una niña.
Hablaron de la selva, finalmente; este parecía un puente común que no llevaba a ninguna alusión de vida o muerte. Casius parecía más informado acerca de la selva local que cualquier persona que ella pudiera imaginar. Si Sherry no supiera mejor, podría suponer que el hombre se había criado aquí, en esa selva y no en las del norte cerca de Caracas.
Por un aterrador momento Sherry hasta imaginó que si Shannon hubiera vivido se podría haber convertido en un hombre como este: alto, fuerte y apuesto. Sería un individuo más tierno y más amable, desde luego. Alguien con amor, no un asesino. Ella expulsó la comparación de la mente.
En algún momento mientras flotaban sobre las turbias aguas la joven finalmente llegó a la conclusión que el hombre le había tocado una fibra de familiaridad al haberle correspondido jugar esta parte en la misión de ella. A él también Dios lo había atraído, y esa realidad le resonaba como un recuerdo.
Quizás él había tenido razón al decir que sus mundos no estaban tan separados. Como el cielo y el infierno besándose allá arriba, pero separados por alguna impenetrable lámina de acero. Tal vez eso explicaba el creciente dolor en el corazón de ella cuando en la tarde se aproximaban a la apacible ciudad de Soledad.
Entraron a un asqueroso cuarto en el tercer piso. Casius cerró la puerta.
—¿Es este tu cuarto? —preguntó ella mirando por todos lados el escasamente iluminado dormitorio. A no ser por una cama doble y un sencillo tocador, el cuarto estaba vacío. Soledad tenía una docena de hoteles con servicios mucho mejores que este, pero al menos el tocador tenía espejo.
—No es exactamente el Hilton, pero tiene cama —expresó él, buscando a tientas algo en el baño—. He pagado hasta esta noche. Es probable que quieras hallar algo un poco más limpio.
Casius salió del baño y lanzó a la cama dos fajas atiborradas de dinero. Era evidente que matar era buen negocio. Cayó de rodillas, extrajo algunas ropas dobladas y una mochila ocultas debajo de la cama, y lanzó todo junto a las fajas de dinero.
—Viajamos con poco equipaje, ¿no es así? —comentó Sherry ante el pequeño montón de posesiones.
El asesino la miró sin sonreír.
—No estoy precisamente de vacaciones.
—Yo podría usar alguna ropa limpia y tomar una ducha —dijo Sherry.
—Encontrarás esas un poco grandes, pero servirán hasta obtener alguna ropa en el mercado —enunció Casius señalando el montón de ropa sobre la cama—. Adelante, aséate. El agua está caliente y hay toallas en el baño.
Sherry asintió y agarró la ropa. Un poco grande de veras. Flotaría en esta ropa. Por otra parte, la camiseta blanca que le colgaba del cuerpo prácticamente estaba deshaciéndose. Los pantalones cortos de mezclilla le habían sobrevivido en condición asombrosa, teniendo en mente la selva. Una buena lavada les sentaría bien. Ella estiró los pantalones masculinos sobre la cama y se volvió, sosteniendo la camisa blanca también de él.
—Gracias —manifestó, y entró al baño.
Sherry tomó una prolongada ducha, disfrutando de la humeante agua, y restregándose la mugre de los poros. Lavó y escurrió los jeans retorciéndolos, se puso la camisa de Casius, y se recorrió los dedos por el cabello. No exactamente adecuada para un baile de graduación, pero al menos estaba aseada. Pensó en quitarse los lentes de contacto de colores. Normalmente se quedaban en su puesto hasta por un mes, pero el viaje por la selva le había fatigado los ojos, así que decidió quitárselos a pesar de las preguntas que un repentino cambio de color en los ojos pudiera provocar en el hombre.
—Gracias a Dios por el agua caliente —expresó ella saliendo del baño.
Casius estaba arrodillado en el tocador, escribiendo en un bloc.
—Qué bueno —contestó él sin levantar la mirada; era obvio que estaba absorto en el bloc.
Ella se desplomó sobre la cama y se puso de espaldas, cerrando los ojos.
—Me voy a duchar —anunció él, y cuando la muchacha levantó la mirada, él ya no estaba allí.
Sherry volvió a recostarse y se quedó descansando. Por el momento el hombre que plantaba su esferita plateada en la arena parecía muy lejos. Como un sueño nublado por la realidad.
¿Qué iba ella a hacer ahora? ¿Contactar las autoridades con su versión de lo que había sucedido? ¿Decirles que la había capturado un terrorista oculto en la selva?
Y hay más, explicaría ella.
¿De veras? ¿Y qué sería eso, señorita?
Él tiene una bomba nuclear que va a explotar en los Estados Unidos, diría ella.
¿Una bomba nuclear, dice usted? ¡Oh, cielos! Activaremos la bati-señal lo más pronto posible, señorita. ¿Dónde dijo usted que vivía?
Se acostó de lado y refunfuñó. Quizás había interpretado demasiado en el sueño. A no ser que la tuvieron cautiva por un día, nada concreto había ocurrido que la llevara a la conclusión de que algo remotamente parecido a una bomba estaba implicado. Solo su sueño. Y en realidad eso podría significar que la vida de ella estaba a punto de explotar, y no una verdadera bomba.
Contrólate, Sherry.
El rostro del padre Teuwen le inundó la mente. Él aún se hallaba allá. La muchacha tragó saliva. Eso había sido real. Recordó las palabras del padre Teuwen. Piensa en ti como una vasija. Una taza. No trates de imaginar lo que el Maestro verterá en ti antes de que lo haga, le había dicho él. Tu vida de tormento te ha suavizado, como una esponja para las palabras de Dios.
Pero tú has vertido, Dios. Cada noche viertes, llenándome con esta visión.
¿Estás lista para morir, Sherry?
Se sentó erguida en la cama, casi esperando ver al padre Teuwen parado allí. Pero la habitación estaba vacía. Cesó el sonido de agua salpicando… Casius estaba concluyendo su ducha.
Helen le había dicho que Sherry era privilegiada. Que jugaba alguna parte en el plan de Dios. Como una pieza en alguna partida cósmica de ajedrez. Cielos, no se sentía ni como un caballo o un alfil más de lo que se sentía como la esponja del padre Teuwen.
Se levantó de la cama y fue hasta el tocador. Su imagen se reflejó en el espejo. Pasó los dedos por el cabello, tratando de ponerlo un poco en orden. Los ojos le devolvieron la mirada, otra vez azules relucientes. Le impactó que con el cabello mojado se parecía más a su antigua individualidad, como Tanya. La puerta del baño se abrió y ella levantó la mirada hacia el espejo, olvidándose del cabello. En el reflejo la puerta del baño se abrió, y Casius salió.
Solo que no era Casius al que ella estaba viendo. Era un hombre de cabello rubio, aún sin camisa, usando aún pantalones cortos negros, pero limpio.
Algo le chasqueó entonces en la memoria… algo doloroso y profundamente enterrado. Una ilusión experimentada antes en tres dimensiones y que la hizo pestañear. Sherry se dio media vuelta. Él se detuvo, agitándose el cabello.
Vio el afligido rostro de Sherry y se quedó helado.
«¿Qué? —manifestó—. ¿Qué pasa?»
El hombre miró alrededor del cuarto, no vio peligro, y volvió a enfocar sus inquisitivos ojos en ella.
Sherry lo miró desde el cabello hasta el rostro, limpio por primera vez de la pintura de camuflaje. Los ojos de él eran verdes. Las rodillas de Sherry le empezaron a temblar. La garganta se le paralizó, y de repente se sintió mareada. El parecido de él se le estrelló en la mente como una roca de diez toneladas.
Pero esto era imposible y la mente de Sherry se negó a encerrarse en esta imagen. Mil recuerdos de sus años anteriores le surcaron la imaginación. Su Shannon sonriendo sobre las cascadas; su Shannon lanzándose por debajo de la superficie para sofocarla con besos; su Shannon disparándole a ese gallo encima del cobertizo y luego volviéndose hacia ella con un brillo en los ojos.
Una reencarnación de esa imagen se hallaba ahora delante de ella. Más alto, más ancho, más maduro, pero por lo demás el mismo.
Ella encontró la voz.
«¿Shannon?»
Shannon se quedó mirando a Sherry. La boca de ella estaba abierta como si viera un fantasma; y él ya había abierto la boca para decirle que se controlara cuando vio el cambio en los ojos de ella. Eran azules. No eran color avellana.
Las palabras se le atoraron en la garganta. No lograba ubicar el significado del cambio en el color de los ojos femeninos, pero los detalles le dieron vueltas en la mente de manera alocada. Ella era ahora claramente un interruptor muerto para alguien que él conoció. El problema era que su mente había perdido la identidad. Durante tres días la imagen de ella le había susurrado; ahora esta se había cansado de las sugerencias y comenzaba a gemir. ¡Tú conoces a esta persona! ¡Realmente la conoces! ¿Otro asesino? ¿La CIA? Las campanas de advertencia le resonaban en el cráneo.
Entonces ella lo llamó. Le dijo: «¿Shannon?» En tono de pregunta.
La manera en que ella había pronunciado su nombre, «Shannon», le lanzó un rostro a la mente. Era el rostro de Tanya. Las piernas se le debilitaron. Pero tenía que ser el rostro equivocado, porque esta no podía ser Tanya. Tanya estaba muerta.
—¿Shannon? —volvió a pronunciar ella.
Por el cuello le surgió un calor que le quemó las orejas. El hombre bajó la mano y tragó saliva, sintiendo que si no se sentaba, se podría caer.
—¿Sí? —contestó él, pareciendo más un niño, pensó.
La joven titubeó y el color que le quedaba en el rostro la abandonó.
—¿Eres… eres Shannon? ¿Shannon Richterson?
Esta vez él apenas oyó la pregunta porque una noción le estaba creciendo como maleza en la cabeza. Sherry había conocido la selva demasiado bien para una estadounidense. Los ojos de ella eran azules brillantes. ¿Podría tal vez ser?
—¿Tanya? —exclamó él.
Dos largas lágrimas cayeron de cada uno de esos ojos azules, y los labios de la joven temblaron. Entonces Shannon supo que estaba mirando a Tanya Vandervan.
Viva.
El corazón se le subió a la garganta y la habitación se le desenfocó.
¡Tanya estaba viva!
Tanya sintió que las lágrimas le rodaban por las mejillas. Se agarró a la silla a su lado. O hacía eso o caía.
¡Era Shannon! «¿Tanya?» La voz la hizo remontar a mil recuerdos y de pronto quiso lanzarle los brazos alrededor del cuello y escapar, todo a la vez. Casius. ¡El asesino! ¿Shannon? Este hombre que la había arrastrado por la selva en una misión de muerte era realmente Shannon. Después de estos años. ¿Cómo era posible?
—Sí —contestó ella—. ¿Qué está sucediendo?
La pregunta resonó por el cuarto. ¡Era él! Ella caminó hasta la cama como si estuviera en una nube y se sentó, entumecida.
Shannon se balanceaba sobre los pies.
—Yo… yo creía que estabas muerta.
Ella pudo verle pequeños charcos de lágrimas en los ojos.
—Me dijeron que te habían matado —declaró ella e intentó tragar el aferrado nudo que se le había hecho en la garganta.
—Vine a la misión y vi los cadáveres. Yo… yo pensé que estabas muerta.
Shannon retrocedió un paso y se topó con la pared. Ella vio que se le movía bruscamente la manzana de Adán, y se dio cuenta de que él apenas lograba controlarse.
—¿Cómo… saliste?
—Yo… maté a algunos de ellos y escapé por sobre los riscos —respondió—. ¿Qué…?
La muchacha se paró y fue hacia él, apenas consciente de que lo estaba haciendo. Este hombre se había convertido en alguien nuevo. Alguien de sus sueños.
—Shannon…
Él corrió hacia ella. Los brazos se le extendieron torpemente antes de llegar a Sherry. Ella sintió que el pecho le estallaría si no lo tocaba ahora. Sus cuerpos se juntaron. Tanya le abrazó el ancho pecho y comenzó a llorar. Shannon la agarró cuidadosamente con brazos temblorosos.
Se tambalearon, manteniéndose apretados. Por algunos momentos él se convirtió otra vez en el muchacho debajo de la cascada, atlético, joven y con un corazón tan grande como la selva. Él estaba cayendo en un salto de ángel, los brazos extendidos, el largo cabello rubio ondeándole al viento por detrás. Luego ambos daban volteretas bajo el agua y reían, reían porque él había regresado por ella.
Ella enterró el rostro en el pecho masculino, le olió la piel, y dejó que las lágrimas corrieran libremente por el pecho del hombre.
El siguiente pensamiento le entró a la mente como el ensordecedor estallido de una granada, aniquilándole las imágenes con un deslumbrante relámpago.
Este que la sostenía con la piel presionada contra ella no era Shannon. Este era… este era Casius. El asesino. El demoníaco.
Los ojos de la joven se abrieron. Los brazos se le paralizaron, aún rodeándolo. Un pánico le desgarró la columna. Dios, ¿qué le has hecho?
Ella se apartó poco a poco, con cuidado, de repente aterrada. Él se había puesto rígido; permaneció allí y la miró, con los gruesos músculos abriéndose camino por el torso como enredaderas. Fieras cicatrices le abultaban el pecho, como babosas debajo de la piel.
Este no era Shannon.
Esta era alguna bestia que se había apoderado del cuerpo del muchacho que ella una vez amara y que lo había transformado en… ¡esto! Una mórbida broma. Con ella llevando la peor parte. Oh, querida Tanya, después de todo hemos decidido contestar tu oración. He aquí tu precioso Shannon. No importa que esté distorsionado y vomitando bilis por la boca. Tú lo pediste. Tómalo.
—No —exclamó ella, y la voz le tembló.
Los ojos de Shannon brillaron interrogantes.
Ella respiró hondo e intentó calmarse. Aún no podía creer que estuviera sucediendo esto. Que este asesino, Casius, estuviera de algún modo relacionado con su Shannon. ¡Que fuera Shannon!
—Tú… has cambiado.
Él se quedó de pie y ella le vio el pecho expandiéndosele con fuertes respiraciones. Pero no reaccionó. De repente pareció tan confundido como ella.
—¿Qué te ocurrió?
Ella no quiso hacerlo, pero las palabras brotaron acusadoras. Amargas.
El labio superior de él se curvó en un furioso refunfuño. Como un animal herido. Pero se recobró inmediatamente.
—Escapé… a Caracas. Tomé la identidad de un muchacho a quien mataron junto a su padre, el mismo año en que mataron a mis padres.
—¡No! Quiero decir, ¿qué te ocurrió a ti? Te has convertido en… ¡ellos!
De algún modo las palabras llegaron hasta él y le dispararon un interruptor en lo más profundo. Los ojos se le opacaron y la mandíbula se le flexionó. Ella retrocedió otro paso, pensando que debería dar media vuelta y escapar. Dejar esta pesadilla.
—¿Ellos? ¡Los maté! —exclamó él.
—¿Y quiénes son ellos?
—¡Los tipos que mataron a mi madre! —profirió con labios retorcidos, amargado más allá de sí mismo—. ¿Sabes que la CIA lo ordenó? ¿Para darle a ese hombre en la selva un lugar dónde cultivar sus drogas?
—¡Pero no se mata simplemente! Para eso tenemos leyes. Te has convertido en uno de ellos.
—Mi ley es Sula —declaró ahora con voz tranquila, temblando totalmente.
El nombre resonó en la mente de Tanya. Sula. El dios de la muerte. El espíritu del hechicero.
—Haré cualquier cosa para destruirlos. ¡Lo que sea! No tienes idea por cuánto tiempo he planeado esto —confesó él mientras baba le cubría los labios—. Y tampoco tienes idea cuán enfermos son.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó ella pestañeando—. ¿Cómo puedes decir eso? ¡Estás chiflado!
—¡Ellos mataron a mis… a nuestros padres! —exclamó con el rostro retorcido en una mueca horrible y aterradora.
—¿Cómo pudiste hacerme esto? —susurró ella.
—¡Yo no te he hecho nada! —se defendió Shannon.
Él se volvió de ella y corrió hacia la puerta. Sin voltear a mirar, usando aún solamente pantalones, salió de la habitación y cerró la puerta.
Tanya retrocedió hasta la cama impactada. Se sentó pesadamente, apenas capaz ahora de formar pensamientos coherentes. Cuando uno se le ensartó en la cabeza, le dijo que esto era una locura. Que el mundo se había enloquecido y ella junto con él.
Se tumbó de espaldas, totalmente consciente del silencio de la tarde. Afuera sonaban bocinas y transeúntes gritaban palabras sordas. Ella estaba sola. Quizás hasta Dios la había abandonado.
Padre, ¿qué me está sucediendo? Me estoy volviendo loca.
Entonces Tanya comenzó a llorar suavemente en la cama. Se sintió tan abandonada y desvalida como esas primeras semanas después de que mataran a sus padres.
¿Morirás por él, Tanya?
¿Por él? Shannon.
Ella se acurrucó y se dejó envolver por el dolor.