—Hola, Marisa. Siento despertarte. Te extrañé anoche y desperté temprano.
—No te preocupes. Me acabo de levantar. ¿Dónde estás?
Sherry vaciló y se pasó el auricular al otro oído.
—Anoche volví a tener la… visión —titubeó con voz entrecortada, y carraspeó.
El teléfono se le silenció en el oído.
—Estoy saliendo por unos pocos días. Quizás una semana. Tal vez más, no lo sé.
—¿Saliendo? ¿Dónde estás ahora?
—Bueno, simplemente es así. Me encuentro en el aeropuerto. Me voy a Venezuela, Marisa.
—¿Qué estás haciendo qué?
—Lo sé. Parece una locura. Como volver a meterse al foso de serpientes. Pero tuve esta conversación con Helen, y… bueno, hay un vuelo que sale a las ocho. Debo abordarlo.
—¿Y el pasaporte y la visa? No puedes saltar así no más a un avión y levantar vuelo, ¿no es así? ¿Con quién te vas a quedar?
—Mis padres me consiguieron ciudadanía doble, por tanto realmente sí… puedo saltar así no más a un avión. Estaré allá en veinticuatro horas. Solo es un viaje, Marisa. Volveré.
El teléfono se volvió a silenciar.
—¿Marisa?
—¡No puedo creer que estés haciendo esto de veras! Es muy repentino.
—Lo sé. Pero me estoy yendo. Algo está… pasando, ¿sabes? Quiero decir, no sé qué, pero tengo que ir. Por mi propia cordura, aunque sea por eso. De todos modos, quería que lo supieras. Así que no te preocupes.
—¿Que no me preocupe? Claro, está bien. Vas a regresar a la selva a buscar a un novio que ha estado muerto durante diez años, pero oye…
—No se trata de Shannon. Sé que está muerto. Esto es distinto. De todas maneras. Tengo que llegar a la puerta de salida.
—Cuídate entonces, ¿de acuerdo? —expresó Marisa, suspirando—. De veras.
—Lo haré —contestó Sherry sonriendo—. Oye, regresaré antes de lo que te imaginas. No es gran cosa.
—Claro que volverás.