LA SOLITARIA FIGURA ARRODILLADA en la base de un profundo barranco en el desierto miraba uno de los dos pequeños paquetes que había cargado durante tres semanas; el otro contenía los restos de su provisión de alimentos.
Era casi la puesta del sol. A él no le gustaba estar en el desierto después del anochecer; el terror acechaba allí, imágenes de los calabozos de la Fortaleza, imágenes de batalla.
La hora había llegado… ya había esperado demasiado tiempo.
Desató el paquete y con cuidado sacó la caja metálica en el interior. Abrió rápidamente el pestillo y sacó un envoltorio cuidadosamente amarrado. Levantó un pequeño pergamino atado con un sencillo cordel de cuero.
Con manos temblorosas removió el cordel, abrió el pergamino de Corban y leyó las palabras escritas a mano por el alquimista nefasto.
Apreciado Ammon:
Eres el último vestigio del Orden como fue… como estaba destinado a convertirse. Huye para salvar tu vida. Establece una orden de custodios. Protege este precioso remanente para el día de ajustar cuentas.
La sangre negra aquí destruye o concede el poder para vivir.
—Corban
Ammon bajó con cuidado la nota, la volvió a poner adentro, y luego desenvolvió el objeto dentro de la caja.
Un frasco de sangre.