—¡NO LO COMPLIQUES! —EXCLAMÓ Roland paseándose delante de Jordin en el gran salón del santuario como un león enjaulado—. ¡Dime todo!
Michael estaba de pie a un lado, mirando a Jordin como si ella, y no el virus, fuera el flagelo que se cernía sobre la propia vida de la guerrera.
Cain se inclinó contra una columna tallada a la derecha de Jordin, la seducción había desaparecido de sus ojos.
El cambio en ellos era profundo. Darse cuenta de la inmortalidad recortada no les había sentado bien.
—Ya te lo dije —respondió Jordin—. Quizás debiste haberme escuchado con más atención la primera vez.
Michael se le abalanzó como una gata, agarrándola por la garganta.
—¡Recuerda tu lugar, soberana! —exclamó.
—Lo… haré.
—¡Suéltala! —ordenó bruscamente Roland.
Que Jordin fuera la única en el salón que podría sobrevivir al virus era algo que no podían pasar inadvertido. Si esto no le daba una ventaja, al menos la envalentonaba. Lo que menos le importaba era si vivía o moría en el momento.
—Entonces cuida lo que dices o te cortaré la garganta —amenazó Michael soltándola poco a poco hasta terminar empujándola.
—¡Basta! —exclamó Roland, controlándose—. Y sí, estuve escuchando. Quiero oírlo otra vez. ¿Estás segura de que el virus estaba en ese envase?
—Sin duda alguna. Liberarlo era la gran obsesión de Mattius. La ampolla está marcada con una «R» y el virus se llama Recolector. ¿Necesitas más?
—Y tu argumento es que este Recolector se transporta en el aire.
—No es ningún argumento. Todo sangrenegra que estuvo en este lugar está infectado y ha llevado el virus al interior de la ciudad.
—Infectados. Como nosotros lo estamos —manifestó Roland con el ceño fruncido.
Jordin titubeó.
—Así es. Igual que tus magníficos afuera. El virus tiene un período de incubación de tres días, después de los cuales todo sangrenegra e inmortal vivo hoy día enfermará gravemente y morirá. Al venir acá has ejecutado tu propia sentencia de muerte. Intenté advertirte.
—¿Importa eso? —objetó él, haciendo un gesto de desprecio con la mano—. El daño estaba hecho antes de que viniéramos.
—Por parte de Rom —añadió Michael—. Si todo lo que dices es verdad, él nos traicionó a todos nosotros.
—¿Los traicionó a ustedes? ¡Él luchó por ustedes! —prorrumpió Jordin señalando con un dedo hacia la salida del túnel—. ¡Él pudo haber destruido a todos nuestros enemigos sin levantar una sola espada! En vez de eso, a fin de salvarlos acudió a Feyn, conociendo el peligro. Si ustedes me hubieran escuchado en el momento que llegué, podríamos haber alcanzado a Rom antes de que Feyn lo manipulara. Esto recae sobre las cabezas de ustedes, no de Rom.
—¿Cómo pudimos haber alcanzado a Rom? —replicó Michael—. Tu memoria falló, ¿recuerdas?
—Yo estaba retrasada —explicó Jordin taladrando a Roland con la mirada—. Un día pudo haber sido determinante.
—¡Por tu propia obstinación! —expresó Michael.
Roland levantó la mano para silenciarlas.
—Lo que sucedió ya no importa. Lo importante es la preservación de nuestra especie.
—Que ya no es inmortal —añadió Jordin.
—¡Basta! —rugió él, haciendo resonar el salón con su rugido—. Dime qué más sabes.
Ella retomó el diálogo con Rom y Mattius en mente.
—Tenemos que suponer que Rom es sangrenegra y que pronto también estará infectado.
—¿Y? ¿Cómo detenemos el virus?
—No hay manera —respondió ella sacudiendo levemente la cabeza—. El virus infectará al mundo. Todos los sangrenegras y los inmortales morirán. Los amomiados padecerán un resfriado común y los soberanos probablemente perderán todas sus emociones. El daño está hecho.
Él la miró.
Ella soltó una lenta respiración, sin saber si lo que iba a decir podría hacer que la mataran por la sola sugerencia.
—Hay una manera de vivir. Convertirse con mi sangre. Solamente la sangre de Jonathan puede salvarlos. Parece que hemos llegado al punto de partida.
—¡Nunca! —exclamó el príncipe; su respuesta no pudo haber sido más contundente.
—¿Ni siquiera si eso significa vivir?
—¿Bajo la tiranía del miedo una vez más? ¡Nunca! —decretó él dando dos pasos a su izquierda antes de girar otra vez, el rostro sombrío—. Olvidas que fuimos nómadas antes de volvernos inmortales. Durante quinientos años nos rebelamos por principio contra el Orden de temor. Soy un príncipe atado tanto por mi propia historia como por mi sangre. Tu soberanía no es nada más que humanidad despojada de vida. El virus nos volvería amomiados a todos. ¡Moriría antes de poner en mi cuerpo una sola gota de sangre contaminada de muerte, traicionando así la verdadera vida que Jonathan nos dio!
Esas palabras entraron a la mente de Jordin como plomo, quitándole la esperanza de los huesos. Había mucha más verdad en ellas de lo que habría admitido incluso una semana atrás.
Mattius, en su falta de entendimiento, había sentenciado al mundo a un futuro no de paz… sino de aflicción.
—Soy la única soberana viva —declaró Jordin—. No hay seguridad de que vaya a perder mis emociones. Pero lo que sí es seguro es que si te niegas a tomar mi sangre, tú y todo tu pueblo…
—¿No me expresé con claridad? ¡Nunca!
¿Había esperado ella alguna otra reacción? Roland preferiría morir en batalla que ceder un milímetro ante el miedo o la soberanía, a lo cual veía como la misma muerte en vida. Y el ejemplo de su propia existencia infeliz no había hecho nada por convencerlo de lo contrario.
Nada por mostrarle la vida abundante que Jonathan había prometido…
Porque ella misma no la había encontrado.
Jordin se dio vuelta, frotándose las sienes con los dedos como si quisiera canalizar pensamientos coherentes en la mente. La puerta hacia la cámara del consejo estaba cerrada, igual que la del laboratorio de Mattius. Con el mundo presionando sobre ella, no podía comenzar a pensar en cómo honrar debidamente a los muertos. Tantos niños y ancianos… el pensamiento le produjo náuseas. Si había alguna gracia en la situación, era que ellos habían muerto como soberanos. Y que habían muerto por la espada antes que por el fuego.
Jordin solo podía esperar que aún se pudiera hacer volver a Rom de su condición de sangrenegra. Y a Kaya.
—No se ha demostrado que el virus vaya a matar inmortales —comentó Cain—. ¿Cómo podía saberlo este alquimista si no lo ha probado?
—Porque la sangre inmortal es igual a la sangre mortal —explicó Jordin—. Él estaba seguro, créeme. ¿Quieres de veras arriesgarte a creer que él se equivocó?
—Se me conoce por tomar riesgos —replicó él con calma—. En lo único que no deseo pensar es en cambiar mi naturaleza.
Entonces Cain se puso en cuclillas sobre un talón y miró a Roland hacia arriba.
—Rom podría saber lo que ella no sabe.
El príncipe miró a Michael, pero esta no le ofreció ninguna opinión. Él se había enemistado con Rom seis años atrás cuando los mortales se dividieran, pero cualquier diferencia entre ellos era ridícula ahora.
—Él tiene razón —expresó Jordin aprovechando el momento—. Si Rom es un sangrenegra quizás pueda volver a ser soberano. Al haber contraído el virus, su sangre podría ser resistente en maneras que la mía no lo es.
Esta era una posibilidad muy remota, y ella lo sabía.
—Si no, en el último de los casos él podría saber más que yo —concluyó.
La mandíbula de Roland se apretó mientras consideraba las palabras de la joven.
—Hace meses él sugirió que uno de nosotros se volviera inmortal para llegar a ti, Roland. Él bien podría haberse vuelto inmortal si con esto te hubiera salvado. Él nunca ha abandonado sus creencias.
Roland le lanzó una mirada claramente irónica.
—¿No entiendes? ¡Él no quiere que mueras!
El príncipe vaciló solo un momento más.
—Entonces solamente hay un curso de acción —declaró él al fin—. Vayamos a la Fortaleza. Solo puedo esperar que sepas tanto como afirmas.
—Conozco el camino. Eso es todo.
—Entonces llévanos —pidió él, moviéndose ya hacia la salida—. Le arrancaremos a Feyn la cabeza de los hombros.
—¿Y Rom? —preguntó ella corriendo tras él.
Sus palabras llegaron por sobre el hombro del príncipe.
—Oremos porque pueda salvarnos a todos.