JORDIN DESPERTÓ SOBRESALTADA, CON los ojos abiertos y el corazón palpitándole fuertemente en el pecho. Los acontecimientos de la noche anterior le inundaban la mente con el estruendo de una catarata.
Se sentó, jadeando. Las cortinas de la enorme cama estaban cerradas a su alrededor, el débil brillo de una vela emitía sombras a través del techo, recordándole que no estaba muerta ni asfixiada.
Roland la había dejado sola a fin de que durmiera. Y de que recordara.
Ella había tomado sangre soberana y llegó a experimentar una muerte vacía antes de volver a nacer en una explosión de amor. Pero el encanto de ese momento había desaparecido tan rápido como llegó.
Apartó la cortina y miró la vela en la mesa cercana mientras las palabras de Jonathan le llenaban la mente: ¿Por qué te olvidas?
Jordin no sabía por qué. Pero con ese olvido había perdido su sentido de identidad. El miedo la había llevado a un punto álgido, y ella había llorado, muy consciente de su propia infelicidad después de haber sentido tanta belleza en su renacimiento.
¿Por qué la hermosura la había abandonado tan rápidamente?
No solo había olvidado lo que significaba ser soberana, sino los particulares de su existencia.
Jordin pestañeó.
Pero ahora lo sabía, ¿verdad? Detalles precisos del santuario soberano le volvieron a la memoria. El pasaje a través de las ruinas. El alerón de lienzo. La enorme cámara con asientos circulares… su propio cuarto pequeño con la cortina desgastada sobre la entrada. Lo que había estado oculto por la niebla de inmortalidad era claro por primera vez desde su llegada a la guarida de Roland. Como también lo eran los detalles del laberinto subterráneo que conducía a la Fortaleza. Otros recuerdos específicos se le ensartaron en la mente: lugares, personas, fechas… cada uno de ellos poniéndose en su sitio, uno tras otro.
Pero Jonathan no se había estado refiriendo a ese olvido. Sus palabras le habían cuestionado el alma misma de la joven. Ser soberana. La abundancia de vida que él había prometido.
Vida que ella no había experimentado.
¿Cómo podía recordar lo que nunca había conocido? ¿O lo había sabido alguna vez en esos primeros días como soberana?
El pecho se sentía vacío. Los ojos se le empañaron mientras la verdad se asentaba a su alrededor, espesa como la oscuridad, pesada como el cuero sobre la cama. Cualquier paz que Jonathan hubiera prometido estaba en ella tan ausente ahora como lo había estado antes de volverse inmortal.
Tal vez más. Al lado del recuerdo de su reciente renacimiento, su vacío solo parecía profundizarse más, un desfiladero cortado por el río de su reconversión.
Jordin había redescubierto su memoria solo para descubrirse… perdida.
Pero conocía el camino hacia Feyn. Eso era lo único que debía importar ahora. Después habría tiempo suficiente para descubrir el origen de su desgracia, suponiendo que aún tuviera la emoción que hubiera quedado para sentir.
Aventó las cobijas y se deslizó de la cama, vestida aún en corto atuendo negro. Fue tambaleándose hacia la puerta, la abrió y corrió por el corredor, la mente consumida de pronto por un solo pensamiento.
Tenía tres días para regresar ante Mattius con las cabezas tanto de Feyn como de Roland, o el virus sería liberado. Y de algún modo, después de conocer a los inmortales como los conocía ahora, Jordin entendía que exterminarlos ofendería profundamente a Jonathan. Los sangrenegras eran una cosa, pero anoche ella había visto humanidad en los ojos de Roland y…
Sin embargo, tenía intención de matarlo.
Jordin se detuvo bruscamente, a mitad del pasillo vacío. ¿Matarlo? ¿Al príncipe que únicamente amaba con pasión y odiaba la desdicha tanto como ella? Anoche la había tratado con ternura. Le había cedido la cama, dejándola sola.
Siguió corriendo, haciendo a un lado el dilema. Nada importaría si no mataban primero a Feyn. El tiempo era demasiado corto.
La chica atravesó la puerta al final del corredor, giró hacia las escaleras de la derecha, y voló por ellas, la mano en la barandilla, observando sus pies descalzos para asegurar un punto de apoyo. Solo cuando ya había descendido la mitad de los peldaños levantó la mirada y vio que tal vez una docena de inmortales estaban sentados en la inmensa mesa de comedor en el nivel principal, que sus cabezas se habían vuelto, y que todos la miraban.
En la cabecera de la mesa estaba sentado Roland, apoyándose contra el alto espaldar tallado de la silla.
Jordin se sonrojó al verlo, sintió que en la comisura de los labios se le formaba una leve sonrisa.
Entonces vio a Kaya. Sentada a la derecha de él.
El calor repentino que le brotó en la espalda sorprendió a Jordin. ¡La muchachita no tenía por qué estar cerca del príncipe!
Jordin le había dicho a Roland exactamente cuánta sangre soberana necesitaría, no más. El resto era para Kaya. Pero solamente ahora le llegó la urgencia de la seroconversión de Kaya.
Se controló y siguió su descenso, más lento ahora, consciente de que tenía el cabello revuelto y el vestido arrugado por una noche en la cama de Roland.
Jordin se acercó a la mesa y se detuvo a tres pasos del príncipe. Él no hizo ningún esfuerzo por levantarse o sacar una silla para ella, prefiriendo en su lugar mirar de modo expectante. Había desaparecido el hombre tierno que la abrazara brevemente la noche anterior.
Aquí estaba el príncipe, haciendo gala de autoridad delante de sus magníficos y de la chiquilla sentada a su lado, quien evidentemente adoraba el mismo aire que él respiraba.
—Necesito hablar contigo.
—Habla —contestó él.
—En privado.
—No tienes secretos aquí.
—¿No?
—No.
La irritación de la joven aumentó.
—Si tenemos alguna esperanza de detener el virus, debemos salir ahora mismo —manifestó ella, suponiendo que la revelación sería nueva para todos menos para Michael, quien se apoyaba contra una butaca de tres puestos frente al príncipe, con los brazos cruzados.
La mirada que la mujer le envió al príncipe confirmó la sospecha de Jordin. Pero Roland no dejó de fijar la mirada.
—Así que recuerdas todo.
—Sí.
La mirada de él fue intensa sobre ella por varios interminables segundos; el silencio era pesado en el enorme salón. El brazo derecho del príncipe se apoyó en la mesa, levantando un solo dedo… una postura desdeñosa. Al instante todos los inmortales se levantaron menos Michael y Kaya. Entonces, con una mirada a los otros, Kaya también se levantó.
—Ella se queda —expresó Jordin, mirando a la chica.
La ceja de Roland se arqueó. Los otros se detuvieron, el salón se llenó de tensión repentina ante la tácita confrontación.
—La necesito —expuso Jordin.
Roland titubeó y luego hizo un seco movimiento de cabeza. Kaya volvió a sentarse, con las manos en el regazo. Los demás reanudaron su salida en silencio, algunos hacia las puertas a lo largo del muro, otros subieron las escaleras como negros fantasmas desapareciendo por las paredes, y quedaron solamente Roland, Michael y Kaya en la mesa. El príncipe esperó hasta que la última puerta se cerrara antes de hablar.
—Todo un espectáculo tu entrada. Te haría bien recordar dónde te encuentras.
—¿Cómo es posible que lo olvidara? —replicó Jordin sin perder de vista a Kaya, quien le devolvió la mirada con indiferencia.
—De veras —comentó Roland—. Y sin embargo has olvidado mucho últimamente.
—Al parecer es fácil perder la razón en este lugar.
—Y sin embargo parece que encontraste la tuya en mi cama —corrigió él.
Jordin le lanzó una penetrante mirada. Pero el tono de él no tenía nada de burla, y ella vio que el semblante se le había suavizado.
—Así es —respondió ella—. Dormí bien. Y confío en que tú también.
—Mucho —dijo él sonriendo levemente, luego señaló una silla con la mano extendida—. Por favor…
El príncipe estaba vestido de negro, la camisa sin mangas y medio abotonada en el frente. Las bandas negras le abrazaban cada brazo donde los bíceps se unían a los codos. Los músculos tensos le presionaban las venas hacia la superficie de los antebrazos; los dedos, curvados y sueltos, parecían suficientemente fuertes para aplastar sin reparos el cuello de un hombre. A Jordin le sorprendió su propia reacción ante él incluso ahora, ya como soberana y totalmente descansada.
Y sin embargo este era el hombre al que debía matar. El pensamiento la aterró.
—No tenemos tiempo para sentarnos aquí —replicó ella—. Yo quizás sepa cómo entrar a la Fortaleza, pero llegar hasta Feyn y Rom podría tardar algún tiempo.
—Sí, desde luego. Hoy mismo mataremos a Feyn. Casi lo olvido.
—¿No me crees?
—No me has dicho qué es lo que recuerdas. Dímelo ahora y sabré qué creer.
Jordin lo miró, tratando de juzgar la sinceridad del hombre, consciente de que Michael los examinaba. Él estaba jugando con ella, sabiendo que no tenía más opción que seguir el juego. La joven necesitaba tanto de él como él de ella.
—Lo haré. Tan pronto como Kaya se vuelva soberana.
—Esa es decisión de ella, no mía —objetó él manteniendo su expresión plácida.
Kaya miraba entre ellos, en silencio.
—Adelante, adorada chiquilla. Dinos si quieres tomar la sangre muerta y perder tu inmortalidad.
—¿Por qué habría de hacerlo? —inquirió Kaya.
—¡Porque amaste a Jonathan antes de que te metieras a la cama de este hombre! —exclamó bruscamente Jordin—. ¡Ubícate, Kaya!
—¿No es esto lo que Jonathan quería? —cuestionó ella, con demasiada inocencia.
—¿Murió él por esto? —exigió saber Jordin—. ¿Te volviste loca?
Kaya pestañeó, por sorpresa o simple comprensión, Jordin no lo supo. Roland parecía contento de dejarlas en este intercambio. Lo disfrutaba, quizás.
Jordin caminó detrás de la silla del príncipe y se puso en cuclillas sobre un solo pie al lado de Kaya. Agarró la mano de la chica y la miró directo a los ojos negros.
—Por favor, Kaya… piensa en la soberanía que Jonathan nos dio al morir. ¿Cuántos han dado sus vidas por proteger su sangre? Tú, quizás más que cualquiera de nosotros, sabes lo que significa volver a vivir. ¡Él te salvó de la Autoridad de Transición! Tienes que volver a tomar su sangre y hallar vida de nuevo.
—Nunca me he sentido tan viva —cuestionó Kaya, con un indicio de temor cruzándole el rostro—. ¡No puedo tomar sangre muerta! No ahora. Acabo de encontrar vida.
Jordin sintió que le surgía ira a punto de estallar, acrecentada por la profunda comprensión de que ella había sentido lo mismo… y por el temor de poder estar equivocada. ¿Se suponía acaso que lo incorrecto debería sentirse tan natural y verídico?
—¡No seas tonta! —exclamó Jordin parándose abruptamente, sin saber si le estaba hablando a Kaya o a sí misma—. Tú tomaste su sangre y hallaste nueva vida, ¡así como yo!
—Una vida de desdicha —intervino Roland, repitiendo las mismas palabras que Jordin pronunciara la noche anterior.
—Él te hechiza y te levanta la falda, ¿y tú olvidas quién eres? —contraatacó Jordin empujándolo con el dedo y taladrando a Kaya con la mirada—. No confundas placer con verdad.
—¿Qué te hace creer que alguien me ha levantado la falda? —objetó Kaya con el rostro ennegrecido—. ¿Crees que soy una vagabunda? ¿Que he perdido la razón solo porque aún tengo la vida a la que tú renunciaste?
De repente Jordin se sintió ridícula, y avergonzada por dudar de la chiquilla, al menos en cuanto a Roland. Sintió que la cara se le sonrojaba.
—¡No tengo intención de tomar tu sangre! —gritó Kaya poniéndose de pie, ahora con la expresión firme—. Soy inmortal ahora y nunca he sido más feliz. Con tu permiso, mi príncipe.
Entonces miró a Roland.
—Me gustaría salir.
—Por supuesto —ratificó él tiernamente—. Y mantente lejos de manos ansiosas, ¿quieres?
Esta última frase la dijo mirando a Jordin.
—Lo haré —contestó Kaya haciendo una reverencia; entonces se volvió y corrió hacia las escaleras sin mirar a Jordin.
—¡El virus matará a todos los inmortales, Kaya!
La muchacha no hizo caso a la advertencia.
—¡Solo encontrarás infelicidad! —señaló Jordin detrás de ella.
—Tú eres la única infeliz, Jordin —expresó Kaya girando en el primer escalón.
Luego siguió subiendo las escalinatas y desapareció.
—Supongo que ella nos advirtió, ¿o no? —señaló Roland con risa irónica.
Las palabras de Kaya se incrustaron en la mente de Jordin como una garrapata. Ya no podía fingir que no era infeliz.
—La estás arrastrando a la tumba contigo —manifestó ella sentándose en la silla que Kaya dejara vacía.
—Y sin embargo tú podrías estar en la tumba antes que ella. Los inmortales son, después de todo, inmortales.
Jordin enfrentaba la corta vida de un soberano. Tal vez demasiado corta. Roland todavía podría matarla, y ella podría incluso morir en esta misión. Tal vez así sería. El hecho de que hubiera sobrevivido dos veces a la seroconversión no significaba nada.
—Ahora… como dices, se nos acaba el tiempo. Dime dónde puedo encontrar a este alquimista que nos quiere matar a todos.
—La única manera de detenerlo es matar a Feyn.
—Pondré mi fe en mi propia intuición, si no te importa.
La sonrisa del príncipe se desvaneció, reemplazándola una mirada de dominio absoluto.
—Supongo que conoces el camino de vuelta a casa. Llévame o dime dónde es. De cualquier modo estaremos a la puerta de la muerte al anochecer para crear nuestro propio destino.
El príncipe arqueó las cejas.
—¿O preferirías dejar que el virus siguiera su curso?