53

Max llegó corriendo al lado de Tavi cuando liquidaron al último de los ritualistas. Los canim enloquecidos no habían dado ni pedido cuartel, lo que Tavi supuso que era lo mejor. No estaba seguro de qué hubiera podido contener a sus legionares después de las pérdidas que habían sufrido.

—Calderon —lo llamó Max—. Ha intentado lanzarte un rayo. De nuevo. —Max estaba sudando por el esfuerzo del artificio y parecía pálido—. ¿Cómo cuervos has sobrevivido?

Tavi alargó la mano hacia el cinturón y sacó el cuchillo canim que había capturado durante los combates contra las partidas de saqueadores el día anterior a la batalla. Levantó el pomo en forma de calavera. Una piedra de sangre brillaba húmeda en uno de los ojos. Una sangre roja y húmeda goteaba desde la joya y caía por la empuñadura.

—Teníamos otra gema, ¿recuerdas?

—Oh —se acordó Max—. De acuerdo. —Frunció el ceño—. ¿Cómo es que me puedes oír?

—Abrí la boca y llevo un poco de forro en el yelmo —respondió Tavi—. Foss me dijo que podía ayudar. Algo sobre la presión del aire.

Max le frunció el ceño a Tavi.

—Casi me da un ataque al corazón. Creía que estabas muerto y durante todo este tiempo llevabas encima otra gema. —Movió la cabeza—. ¿Por qué no le diste esa a Crasus?

—No estaba seguro de que funcionase —contestó Tavi—. Sabía que la que le di sí era eficaz. Para el plan, él era más importante que yo.

El joven caballero en cuestión descendió cansado desde el cielo y aterrizó en el puente entre vítores de los caballeros Pisces. Crasus se acercó lentamente a Tavi y saludó.

—Señor.

—Bien hecho, tribuno —le elogió Tavi con voz cálida—. Bien hecho.

Crasus sonrió un poco y Max le dio con fuerza en el hombro.

—No ha estado mal.

Ehren, que seguía llevando el estandarte, también lo felicitó, aunque Kitai solo le lanzó a Crasus una mirada sorprendida.

Tavi miró a su alrededor, intentando ordenar las ideas. Había sido más difícil de lo que había creído en un principio. Le asaltaban demasiadas emociones contradictorias. Alivio porque su plan había funcionado. Culpabilidad aplastante de que hubieran hecho falta tantas muertes para que tuviera éxito. Rabia contra los canim, contra Kalarus, contra la traicionera lady Antillus, y rabia también contra Sarl y los de su especie, cuyas ansia de poder había matado a tantos aleranos y canim por igual. Náuseas, unas náuseas incontrolables al ver y oler tanta sangre, tantos cadáveres, destrozados por el acero o abrasados por el salvaje fuego del sol que sus caballeros habían descargado contra el enemigo. Vértigo por el hecho de que, a pesar de todas las dificultades, había sobrevivido durante los últimos días. Y… comprensión.

El trabajo no había acabado.

—De acuerdo —dijo elevando la voz—. Schultz, lleva los heridos con los sanadores y regresa a la muralla. Dile al Primera Lanza que quiero que consolide las unidades con demasiadas bajas para que vuelvan a ser cohortes operativas y que ocupen posiciones defensivas hasta que estemos seguros de que el enemigo se ha retirado del pueblo y está en el camino de regreso hacia Founderport. Que todo el mundo coma y descanse un poco, en especial los sanadores y dile… —Tavi se detuvo, respiró hondo y negó con la cabeza—. Él sabe lo que tiene que hacer. Dile que refuerce las defensas y se ocupe de la gente.

Schultz le dedicó un saludo cansado.

—Sí, señor.

—Max —llamó Tavi—. Ve a buscar los caballos.

Max alzó las cejas.

—¿Nos vamos de cabalgata?

—Hummm. Tráete un alae de caballería. Vamos a seguir la retirada de los canim y asegurarnos de que se siguen alejando.

—Sí, señor —asintió Max. Saludó, silbó con fuerza, le hizo una señal con la mano a alguien que había sobre la muralla, y se fue.

—Sir Ehren, por favor, encuentra a Magnus e infórmale de lo ocurrido.

—De acuerdo —aceptó Ehren. Saludó a Tavi con la cabeza y le entregó el estandarte—. De todas formas, no me llevo demasiado bien con los caballos.

Tavi les repartió muchas más órdenes a los demás miembros de la legión, pero después de eso se encontró contemplando el cadáver caído de Sarl. El cane parecía ahora mucho más pequeño, como un juguete roto a los pies de Tavi. El cuerpo escuálido y el pelaje sarnoso solo quedaban parcialmente cubiertos por la armadura escarlata y sus dientes amarillentos estaban desgastados.

Tavi intentó encontrar algún tipo de satisfacción por haberle arrebatado la vida a un enemigo del Reino, a una serpiente asesina cuyos planes casi habían matado a sus amigos y a su patrón durante el Final del Invierno, hacía unos años. Pero no pudo. Sarl había sido una amenaza. Ahora estaba muerto. Para Tavi no había ningún rencor en ese pensamiento ni orgullo. Ni vergüenza. Pero quizá una punzada de arrepentimiento. Sarl podía ser un traidor asesino, pero Tavi dudaba que cada cane que lo había seguido fuera el mismo tipo de monstruo. Y sus órdenes habían matado a miles de ellos. Ellos también habían sido peligrosos, pero no de la misma manera maliciosa. O no completamente de esa manera. Aun así, había tenido pocas opciones. Pero le hubiera gustado encontrar un camino que no hubiera implicado tanta sangre. Tanta muerte.

Sintió la presencia de Kitai a sus espaldas y la miró. Ahora estaban solos en el puente, aunque la muralla que quedaba detrás estaba cubierta de legionares. Tavi se preguntó cuánto tiempo llevaría mirando a los muertos.

Kitai se puso a su lado y también contempló a los caídos.

—No tenías más remedio —afirmó en voz baja—. Te habrían matado. Habrían matado a todo el mundo.

—Lo sé —reconoció Tavi—. Pero…

Kitai levantó la vista y lo miró durante un momento con un ligero fruncimiento del ceño.

—Estás loco, alerano —concluyó con tono amable—. Puedes ser fuerte. Duro. —Puso la punta de los dedos sobre el peto de Tavi—. Pero por debajo de eso, lloras por los caídos. Incluso por los que no pertenecen a tu gente.

—Dudo que exista ningún otro alerano vivo que haya pasado tanto tiempo hablando con los canim como yo —explicó Tavi—. Lo habitual es que mi pueblo pase directamente a matarlos. Lo mismo hacen ellos.

—¿Crees que eso está mal?

—Creo… —empezó a responder Tavi con el ceño fruncido—. Creo que esto dura ya tanto tiempo que ninguno de los dos ha pensado en la posibilidad de detenerlo. Hay demasiada historia. Demasiada sangre.

—Si estuvieran en tu lugar, no llorarían por ti.

—Eso no importa —replicó Tavi—. No se trata de ser justo y ecuánime. Se trata de la diferencia entre bueno y malo. —Se quedó mirando el Elinarch ensangrentado—. Y esto ha sido malo. —De repente se le emborronó la visión a causa de las lágrimas, pero su voz siguió tranquila—. Necesario. Y malo.

—Estás loco, alerano —repitió Kitai en voz baja, pero sus dedos se encontraron con los de Tavi y sus manos no se separaron durante un rato.

Las pesadas nubes de tormenta seguían en el cielo, pero ahora se movían inquietas y entre fuertes aguaceros se abrían con frecuencia huecos entre las nubes, que dejaban pasar más luz del sol.

Tavi dejó escapar de repente una pequeña carcajada.

Kitai ladeó la cabeza y esperó.

—Mis partidas de ludus con Nasaug. Le estaba advirtiendo. Mostrándole que nos debía temer. O, al menos, intentándolo. Pero durante todo ese tiempo me estaba utilizando como una de sus piezas. Empujándome hacia donde quería que fuera.

—¿De qué manera? —preguntó Kitai.

—Me ha utilizado para matar a Sarl —respondió Tavi—. No podía abandonar a los compatriotas que lo acompañaban. Ni tampoco podía permitir que Sarl los condujera al desastre. Tampoco podía pedirme ayuda porque Sarl había conspirado con Kalarus. Vio cómo intentaba que Sarl saliera de su hueste y dirigió ese asalto nocturno para asegurarse de que si Sarl no intervenía, Nasaug sería el vencedor de la jornada. Entonces, en lugar de respaldar a Sarl, se quedó a un lado para mirar. Y nosotros hemos matado a Sarl por él. Tal como quería.

Kitai negó con la cabeza.

—Creo que los canim se parecen más a tu pueblo que al mío —concluyó Kitai—. Solo un loco resolvería un problema de esa manera. Cuando mi padre no estuvo de acuerdo en como Atsurak dirigía a mi pueblo, lo desafió y lo mató. Lo resolvió en cuestión de minutos.

Tavi sonrió.

—Todos no podemos ser tan sabios como los marat. —Sintió cómo se desvanecía la sonrisa—. He hecho lo que él quería. Pero es posible que haya cometido un error a largo plazo.

Kitai asintió.

—Es posible que Nasaug no tenga los poderes de Sarl, pero dirigirá a su pueblo con mayor eficacia de la que Sarl habría podido tener nunca.

—Sí. Inspira lealtad. Valor. Nasaug está aislado de su hogar, de recibir ayuda. Pero puede convertir en guerreros a todos los canim que le acompañan. Nos enfrentamos bastante bien a los saqueadores, pero casi no le hicimos ni cosquillas a los guerreros. Imagina que disponga de cincuenta mil en lugar de diez mil. Habría tomado el puente en un día.

—Me lo imaginaré cuando lo tenga delante —replicó Kitai con firmeza—. Le estás pidiendo al destino que haga realidad tus temores, alerano. Pero por el momento, solo son temores. Es posible que lleguen. Si ocurre, entonces nos enfrentaremos a ellos y los superaremos. Hasta entonces, no les prestes atención. Ya hay suficientes cosas en las que tienes que pensar.

Tavi respiró hondo y asintió.

—Probablemente tengas razón. Lo intentaré.

A su espalda, Tavi oyó cómo las murallas improvisadas gruñían y chirriaban. Miró por encima del hombre y vio que los ingenieros estaban ampliando la abertura en las murallas para que pudieran pasar los caballos. Unos instantes más tarde, Max y la caballería se acercaron a ellos.

—¿Vais a vigilar la retirada canim? —preguntó Kitai.

—Sí. Es posible que Nasaug los vuelva a reunir y ataque de nuevo antes de que nos podamos recuperar. No creo que lo podamos detener, pero mientras lo tengamos vigilado, siempre podremos derribar el puente antes de que lleguen aquí.

—Iré con vosotros —anunció Kitai con un tono que no admitía discusión.

Tavi le dedicó una sonrisita.

—En cuanto la gente tenga un momento para recuperar el aliento, se van a dar cuenta de que no eres alerana.

Kitai mostró los dientes con una sonrisa.

—Eso va a resultar interesante.

Tavi se sentía como si hubiera recorrido veinte kilómetros por carreteras malas, pero Kitai y él montaron y partieron con Max y la caballería. Siguieron a cierta distancia el cuerpo principal de la hueste canim que se retiraba hacia Founderport. Durante el viaje sufrieron dos veces los ataques de canim heridos, rezagados que habían perdido el contacto con la columna. Los ataques fueron rápidos, brutales y terminaron con rapidez, y la caballería avanzó en una columna poco compacta, liquidando a todos los canim que no podían seguir el ritmo de la retirada.

Al final del día, Tavi contempló exhausto como un grupo de ocho jinetes penetraban en las ruinas ocupadas de un granero en una de las explotaciones incendiadas. Tavi los siguió mientras revisaban las ruinas y de la oscuridad surgieron gruñidos y el sonido del entrechocar de las armas.

Tavi vio cómo una sombra grande saltó por encima de una pared en ruinas y salió corriendo. El cane era más lento que los demás, llevaba un paso vacilante y en el pánico de la huida se dirigía directamente hacia la caballería alerana que esperaba fuera de las ruinas. Un segundo grupo avanzó para interceptar al cane solitario.

Entonces Kitai dejó escapar un jadeo duro y repentino desde el caballo que montaba al lado de Tavi.

—Detenlos —siseó—. Ahora mismo.

Tavi parpadeó, pero inmediatamente gritó:

—¡Segunda lanza, alto!

Los jinetes detuvieron sus monturas, mirando confusos hacia atrás.

—Ven, alerano —indicó Kitai y salió detrás del cane solitario.

—Espera aquí —le ordenó Tavi a Max—. Volvemos dentro de un rato.

—Uh. ¿Señor? —replicó Max.

Tavi no le hizo caso, y siguió a Kitai, quien lo condujo por la penumbra hasta que encontraron al cane huido, agachado bajo la débil protección que le ofrecía un saliente de tierra medio derrumbado al lado del río.

Ella los miró con ojos asustados y muy abiertos, y apretó contra su pecho unas cuantas formas pequeñas que gimoteaban lastimeramente.

Ella.

Ella.

Tavi la miró sin poder pronunciar palabra. Un cane hembra, con crías. Recién nacidos, al parecer. Debió de haber dado a luz cuando se inició la retirada canim. Ningún alerano había visto nunca a una hembra cane, y a lo largo de los siglos eso había dado lugar a muchos rumores desagradables sobre como se reproducían los canim. La verdad era mucho más sencilla, mucho más obvia, y la encarnación de esta estaba temblando bajo la lluvia delante de él, abrazando a sus hijos, tan desesperada y asustada como lo estaría cualquier madre alerana en su lugar.

Tavi avanzó hacia la cane hembra. Bajó la barbilla hacia el pecho y enseñó los dientes.

Los ojos de la hembra brillaron con una rabia desesperada, que luchaba con un miedo aún más desesperado. Entonces aplastó las orejas, ladeó la cabeza y estiró el cuerpo para mostrar el cuello en gesto de rendición abyecto.

Tavi se relajó y le hizo un gesto a la cane hembra. Después ladeó ligeramente la cabeza y movió la mano hacia ella como si estuviera alejando algo.

La hembra levantó la cabeza y lo miró. Movió las orejas.

—Vete —le ordenó Tavi.

Intentó recordar la palabra adecuada en la lengua de los canim y se decidió por la que Varg solía utilizar en ocasiones cuando creía que Tavi se estaba tomando demasiado tiempo para mover una pieza en el tablero de ludus, mientras hacía el mismo gesto.

Marrg.

La hembra se lo quedó mirando durante un momento. Entonces volvió a mostrar el cuello, se puso en pie, sin quitarle los ojos de encima, y se desvaneció en la noche.

Tavi la vio desaparecer, y pensó todo lo rápido que pudo.

Los canim habían llegado a Alera y se habían llevado a sus compañeras y a sus retoños, a sus familias, algo que no había ocurrido nunca.

Eso significaba…

—Grandes furias —jadeó Tavi—. Ya no temo a Nasaug.

Kitai miró hacia la cane hembra y asintió lúgubremente.

—Temo por lo que le ha expulsado de su hogar —susurró Tavi.