52

El Elinarch era una maravilla de la ingeniería alerana. Cruzaba las aguas del Tíber, y cubría una distancia cercana a un kilómetro con un arco de granito sólido surgido de los huesos del mundo. Lleno de furias propias, el puente era casi una criatura viva, que se curaba los daños que se le infligían, alterando su estructura para compensar el calor del verano y el frío intenso del invierno. El mismo artificio que permitía que las calzadas desplazaran y fortalecieran a los viajeros aleranos, también atravesaba toda la extensión del puente. Podía alterar su superficie para desaguar el exceso de agua y hielo y durante las tormentas pequeñas canaletas a ambos lados del puente recogían el agua de lluvia.

No obstante, durante esta tormenta, esos canales corrían llenos de sangre.

Tavi condujo a sus hombres a paso ligero por el puente. A unos veinte pasos del punto de partida, Tavi vio los riachuelos de sangre dentro de los canales. Al principio creyó que las nubes rojizas simplemente relucían en el agua de lluvia recogida en el desagüe. Pero la lluvia había parado hacía unas horas y el día lúgubre drenaba el color del mundo en lugar de resaltarlo. No creyó realmente que fuera sangre hasta que la olió: fuerte, metálica e inquietante.

No eran riachuelos largos, solo tenían la profundidad de la palma de la mano de un hombre adulto y la anchura de sus dedos extendidos. O mejor dicho, no habrían sido grandes riachuelos de agua de lluvia. Pero Tavi sabía que la sangre que corría por los desagües del puente se llevaba consigo las vidas de muchos hombres a lo largo de las piedras despiadadas y despreocupadas del puente.

Tavi apartó la mirada, obligándose a concentrarla en lo que tenía por delante, en la marcha cuesta arriba que le estaba esperando. Oyó cómo alguien sufría arcadas en las filas detrás de él, cuando los legionares se dieron cuenta de lo que estaban viendo.

—¡Mirada al frente! —ordenó Tavi a los legionares—. ¡Tenemos una tarea por delante, caballeros! ¡Concentraos!

Llegaron a la última muralla defensiva, que ahora estaba ocupada por una media cohorte de legionares, todos ellos heridos pero capaces de manejar las armas. Saludaron a Tavi al acercarse junto con sus voluntarios.

—¡Dadle fuerte a esos cabrones! —gritó un centurión muy veterano.

—¡Enviadlos con los cuervos, capitán! —chilló un pez herido con un vendaje ensangrentado alrededor de la cabeza.

—¡Dadles fuerte!

—¡Acabad con ellos!

—¡Primera Alerana!

—¡Pateadles el pelaje…!

—¡Formación de asalto! —ordenó Tavi a gritos.

Sin detenerse, la cohorte cambió de formación, transformándose en una columna de dos legionares en fondo. El paso se ralentizó un poco cuando la columna pasó a través de la abertura en la muralla defensiva más septentrional y Tavi los mantuvo en la misma formación mientras se acercaban a paso ligero a la siguiente muralla defensiva. El sonido de la batalla fue creciendo en intensidad.

El grueso de la legión se encontraba en la muralla siguiente. Tavi pudo ver la silueta baja y fornida de Valiar Marcus sobre la muralla, gritando órdenes. Los legionares defendían las almenas y después se extendían dos largas filas a ambos lados del puente, donde esperaban ante unos escalones bastos para subir a las almenas improvisadas. Cuando un legionare caía en la muralla, el hombre siguiente en la fila ocupaba su lugar. Tavi tembló al imaginarse la pesadilla de esperar en fila a que llegase el dolor y la muerte, sin nada más que hacer que contemplar como la sangre de tus hermanos de armas se perdía por los desagües.

Una fuerza importante estaba situada delante de la abertura en el centro de la muralla para bloquearla. Los legionares más cercanos al hueco luchaban con escudos y espadas cortas, pero los que estaban detrás utilizaban las lanzas para pasar por encima y alrededor de la primera fila con el fin de herir y distraer la llegada constante de saqueadores canim que intentaban abrirse camino a base de fuerza bruta. Los cadáveres canim yacían en pilas que se habían convertido en barricadas improvisadas. Entre ellos yacían aleranos inmóviles, y sus compañeros eran incapaces de liberarlos de la presión incontenible del cuerpo a cuerpo.

Alguien lanzó un grito y los cansados legionares de la Primera Alerana respondieron con una esperanza repentina.

—¡Max! —llamó Tavi—. ¡Crasus!

—¡Muchachos! —gritó Max, antes de sonreírle a Crasus y lanzar un guiñó a su medio hermano.

Crasus se lo devolvió como una parodia pálida y fantasmal de una sonrisa. Max y Crasus se situaron a la cabeza de la columna con los caballeros Terra ocupando las dos filas siguientes, seguidos de Tavi y Ehren. Kitai, como era inevitable, no corría en formación, sino a un lado de la columna, con los ojos verdes brillando y el trote ligero y cómodo a pesar del peso de la armadura prestada.

—¡Alera! —gritó Tavi, levantando la espada para señalar la carga.

La columna ganó velocidad y el corazón le latía con tanta fuerza que creyó que se le iban a romper las costillas.

Valiar Marcus volvió rápidamente la cabeza y empezó a ladrar órdenes. En el último instante, la tropa sobre el puente se abrió, apartándose a ambos lados y con un aullido de triunfo muchos canim pasaron a través de la abertura.

Los recibieron los hijos de Antillus Raucus con aceros brillantes en las manos.

Para Tavi, el ataque de Max y Crasus solo fue un borrón reluciente. Max dio un paso al frente y les dio primero con gran velocidad, violencia y un acierto letal con la espada sajando desde arriba. Acertó en el cane más cercano y le abrió el brazo que sostenía el arma hasta el hueso a la altura del hombro, entonces giró hacia un lado y la hoja atravesó el cuello de otro cane. Volvió a mover la espada y desvió el ataque de una espada en forma de hoz.

Crasus luchaba tan perfectamente coordinado con el ataque de Max que podría haber sido la sombra de su hermano. Liquidó al cane desarmado con un tajo que lo atravesó por el cielo de la boca, bloqueó un ataque frenético y desesperado de un cane cuyo cuello ya se estaba vaciando de vida sobre el puente y cortó la mano que sostenía el arma de un tercer cane mientras Max desviaba el arma, abriendo su defensa.

Los hermanos pasaron a través de los primeros canim y llegaron al hueco en la muralla sin frenar el paso. De la abertura llegaban los gritos y los chillidos de los canim cuando los caballeros Terra pasaron a través de ella y se abrieron a ambos lados. Tavi y Ehren fueron los siguientes y el hedor metálico de la muerte era asfixiante en un pasadizo terriblemente estrecho. Salieron de él en menos de un latido, aunque a Tavi le pareció una eternidad, y se encontraron ante la enorme extensión de un puente en ascenso que se elevaba hacia la muralla improvisada, construida en la cima del Elinarch.

El impulso lo era todo. Max y Crasus se empezaron a abrir camino a través de los canim como si fueran exploradores rodesios abriendo una senda a través de las junglas de su patria. En cuanto los caballeros Terra se pudieron desplegar a ambos lados, empezaron a emplear sus armas enormes. Tavi contempló cómo una espada movida con la fuerza impulsada por las furias cortaba en dos a un canim a la altura de la cintura, cayendo al suelo en dos mitades confusas, sangrantes y moribundas. Un martillo enorme se elevó y cayó, aplastando a otro cane con tanta fuerza que los huesos rotos en el tórax y la espina dorsal salieron disparados a través de la piel.

Tavi vislumbró un movimiento por el rabillo del ojo y se giró para ver cómo un cane saltaba por encima de los caballeros y aterrizaba en las piedras que tenía delante, descargando un garrote enorme contra su cabeza. Tavi se agachó, amagó hacia un lado y se acercó antes de que el cane pudiera recuperar el equilibrio. Lanzó hacia arriba un tajo con fuerza, que abrió las grandes arterias en la parte interior del muslo del cane, se apartó de la caída del enemigo y utilizó la inercia del giro para alcanzar el cuello del cane. El tajo no era lo suficientemente fuerte para cortar el cuello musculoso y cubierto de pelaje del cane, pero fue más que adecuado para llegarle hasta la nuca, de manera que cayó impotente al suelo y se desangró hasta morir.

Un segundo cane saltó por encima de la primera fila, aterrizando fuera del alcance de la espada de Tavi. Se volvió hacia Ehren.

El pequeño cursor movió el astil del estandarte, el águila ennegrecida de la legión —ahora un cuervo, supuso Tavi en un rincón desconectado de su mente—, de manera que la bandera salió disparada y golpeó la nariz del cane como si fuera un látigo. El golpe no hizo nada más que sorprender al cane durante un segundo. Tavi podría haber atacado durante ese segundo, pero no lo hizo. El instinto le advirtió de que no lo hiciera y Tavi reconoció y confió en su instinto.

La figura acorazada de Kitai descendió desde la muralla detrás de ellos con espadas en ambas manos que atacaron y abrieron unas heridas horribles en el cane. La chica marat había subido por las escaleras mientras ellos pasaban por el túnel y había saltado de las almenas un latido después de su salida. Kitai rodó hacia delante, bajo los tajos ciegos y rabiosos de la espada en forma de hoz del cane, se puso en pie detrás del saqueador y lo derribó en una rápida sucesión de tajos letales.

Kitai limpió la sangre de las espadas y se dio la vuelta para avanzar a la derecha de Tavi, mientras Ehren se colocaba a la izquierda. Siguieron adelante, rodeados de violencia y ruidos enfurecidos por todos lados, y detrás de ellos los Cuervos de Batalla empezaron a salir del pasadizo a través de la muralla, conducidos por el centurión en funciones Schultz, el astil de la lanza detrás de la punta letal formada por Max y Crasus.

Los canim no estaban preparados para defenderse de un ataque, según se dio cuenta Tavi. El enemigo debía saber que las fuerzas para combatir de los aleranos se estaban acabando y que el tiempo y las heridas se estaban cobrando su peaje. Tavi supo de alguna manera que los canim habían pasado la última hora anticipando con ansia la caída final y letal de los defensores aleranos, y cuando los defensores habían abandonado el hueco en la muralla, los canim supieron que finalmente había llegado el momento del asalto definitivo y demoledor. Habían avanzado ansiosos por descargar el golpe mortal que destruiría a su enemigo.

Pero se habían encontrado frente a uno de los espadachines más letales de la legión y con el poder sobrehumano de los caballeros Terra, seguidos por la bandera ennegrecida y ensangrentada del capitán que había desafiado a Sarl y a sus ritualistas, lo había avergonzado delante de la hueste y vivía para contarlo a pesar de los poderes terribles que le habían lanzado los ritualistas.

Según se dio cuenta Tavi, las batallas se libran en terrenos embarrados, en ciudades en llamas, en bosques traicioneros, en montañas despiadadas y sobre las piedras manchadas de sangre de puentes en disputa. Pero las batallas se ganan dentro de la cabeza y el corazón de los soldados que las libran. Ninguna fuerza era derrotada en una batalla hasta que creía que estaba derrotada. Ninguna fuerza podía triunfar hasta que creyera que saldría victoriosa.

La Primera Alerana creía.

Los canim no estaban seguros.

En aquel momento, en ese puente, ante las espadas terribles de los hijos de Antillus, ante el poder aplastante de los caballeros Terra, ante la bandera ennegrecida de la Primera Alerana y ante la carga imparable y frenética de los Cuervos de Batalla, esos eran los dos únicos hechos que importaban.

Era tan sencillo como eso.

La resistencia de las fuerzas canim en el puente no solo se tambaleó, sino que se desvaneció abruptamente cuando se dejaron llevar por el pánico. Max y Crasus siguieron con el avance y Tavi condujo a los Cuervos de Batalla detrás de ellos. En las murallas a sus espaldas resonaron las trompetas. Valiar Marcus había visto como se rompían los canim y el resto de la cansada legión corrió hacia delante para aportar su fuerza y empuje al avance.

El asalto tenía que cubrir casi unos quinientos metros cuesta arriba hasta alcanzar las defensas en la cima del puente, que no se habían construido para defenderse contra un ataque desde el lado alerano del puente. Sin almenas, la única protección que podía ofrecer a los canim era el obstáculo que representaba para el movimiento y la abertura relativamente estrecha que la atravesaba.

No obstante, el hueco también detuvo a los canim que ahora intentaban huir. Los legionares a pie eran más lentos que sus oponentes, pero los atraparon cuando la estrechez en la muralla les obligó a permanecer en el lado septentrional.

Tavi casi no pudo disponer su cohorte en un frente de combate más convencional, incorporando a los caballeros en el centro, antes de que los vengativos aleranos cayeran sobre los canim. Los canim chillaron. Los legionares cayeron. Tavi se esforzó en mantener un frente estable y en retirar a los heridos antes de que los pisoteasen. Los canim, desesperados, subieron a las almenas y se lanzaron hacia el otro lado, prefiriendo la caída que el empuje del avance de la Primera Alerana. Algunos incluso se lanzaron del puente en lo que era una caída larga y peligrosa porque las aguas se encontraban en el punto más alejado puesto que el puente alcanzaba la altura máxima por encima de su superficie.

Por muy peligrosa que fuera la caída, los tiburones que los estaban esperando eran una amenaza mucho más seria y después de dos días de un goteo constante de sangre en el agua y relativamente poca comida, estaban hambrientos. Nada de lo que cayó al río salió con vida.

Tavi fue el primer legionare en subir a las almenas en el centro del puente. Ehren le pisaba los talones y los aleranos lanzaron un rugido cuando la bandera con el águila cuervo ennegrecida se alzó sobre la muralla.

Tavi contempló cómo Max y sus caballeros atravesaban el hueco en la muralla para asegurarse de que los canim tuvieran una buena razón para proseguir la retirada. Les siguieron un número de Cuervos de Batalla excitados que deberían haber ocupado posiciones defensivas, pero que habían permitido que el calor del combate controlase sus movimientos. Max, Crasus y los caballeros Terra descargaban golpes que dejaban incapacitados a los canim que huían y los legionares que les seguían remataban la terrible tarea que habían iniciado los caballeros.

Tavi no tenía ni idea de si Max se había dado cuenta de lo lejos de la muralla que lo había llevado el avance, de manera que le hizo una señal al trompetero de los Cuervos de Batalla para que tocase alto. El clarín resonó a lo largo del descenso hasta el lado más alejado del puente y al oírlo Max miró a su alrededor e incluso a un centenar de metros, Tavi pudo ver la expresión de consternación en el rostro de Max cuando vio hasta dónde lo había llevado el ataque.

Al lado de Tavi, Kitai suspiró e hizo girar los ojos.

—Aleranos.

Max detuvo a los caballeros y los legionares, e inició una retirada ordenada hacia la muralla en el centro del puente.

Tavi miró hacia atrás, antes de volver la atención hacia la extensión delantera del puente y empezar a ladrar órdenes.

—¡Traed a los ingenieros! ¡Caballeros Aeris, a las murallas! ¡Cuervos de Batalla, conmigo!

Ehren le siguió pisándole los talones.

—Eh…, ¿señor? ¿No nos tendríamos que preparar…, uf…, ya sabe, para defendernos de un contraataque?

—Eso es lo que estamos haciendo —respondió Tavi, mientras pasaba por el hueco en la muralla y salía al otro lado del puente.

Tavi miró por la bajada del Elinarch hacia donde se estaban reuniendo los canim junto a la siguiente muralla defensiva.

—¡Schultz! ¡Tráelos aquí!

—De acuerdo —asintió Ehren, pero la voz sonaba claramente nerviosa—. Es que parece un desperdicio que los ingenieros se hayan molestado tanto en construir una muralla realmente buena y estemos aquí fuera a la intemperie, delante de ella. Sin utilizarla. Me temo que estemos hiriendo sus sentimientos.

—Los caballeros necesitan espacio en la muralla y los ingenieros no se pueden permitir que les interrumpa una incursión. A todos ellos les tenemos que garantizar el espacio para trabajar —explicó Tavi.

—Nosotros —aclaró Ehren—. Y una cohorte. —Miró hacia el puente—. Contra algo así como sesenta mil canim.

—No —intervino Kitai en voz baja—. Nosotros contra uno.

Tavi asintió.

—Sarl.

—Ah —exclamó Ehren y miró hacia atrás mientras los Cuervos de Batalla se colocaban en posición a su alrededor—. ¿No crees que exista la posibilidad que se traiga a uno o dos amigos?

—Esa es la idea —respondió Tavi—. Asegúrate de que pueden ver el estandarte.

Ehren tragó saliva y sostuvo la bandera contra el viento.

—Así saben exactamente donde estás.

—Exacto —reconoció Tavi.

Bajando por el puente empezaron a resonar una vez más los cuernos de bronce, esta vez en una secuencia diferente a la anterior. Tavi vio cómo los canim empezaron a salir por la abertura en la siguiente muralla y el corazón se le aceleró.

Cada uno de ellos vestía con el manto y la capucha de los ritualistas. Se colocaron en filas, envueltos por un humo verdoso que se elevaba desde los incensarios, muchos de ellos sosteniendo largas barras de hierro, que estaban rematadas por una docena de hojas de acero en forma de colmillos. Formaban la punta de una columna de saqueadores, que salían por docenas hacia el puente. Por cientos. Por miles.

—Oh, por las grandes furias —exclamó Ehren en voz baja.

—Allí —le indicó Tavi a Kitai, sin poder suprimir una oleada de excitación—. Avanzando desde el fondo. ¿Ves la brillante armadura roja?

—¿Es él? —preguntó Kitai—. ¿Sarl?

—El mismo.

—Señálaselo a los caballeros Flora —sugirió Ehren—. Ordena que lo maten cuando avance. Casi lo pueden hacer desde aquí.

—No es suficiente —replicó Tavi—. No podemos simplemente matarlo. Su lugar lo ocuparía el siguiente ritualista en el escalafón. Lo tenemos que desacreditar, destruir su poder, demostrar que no puede cumplir lo que le ha prometido a su pueblo.

—No podrá cumplir nada si tiene una flecha clavada en la mollera —objetó Ehren, pero suspiró—. Parece que siempre lo tienes que hacer todo por el camino más difícil.

—Costumbre —reconoció Tavi.

—¿Cómo lo vas a desacreditar?

Tavi se dio la vuelta e hizo un gesto. Crasus saltó ágilmente de la muralla, como si no existiera la caída de tres metros. Se abrió camino hasta Tavi a través de las tropas y saludó.

—Capitán.

Tavi se adelantó un poco a la tropa para que no lo pudieran oír.

—¿Listo?

—Sí, señor —respondió Crasus.

Tavi sacó del bolsillo una bolsita de tela y se la entregó a Crasus. El tribuno de los caballeros abrió la bolsa y dejó caer en la mano la piedra de sangre roja y pequeña. Se la quedó mirando durante un momento, la volvió a meter en la bolsita y la cerró.

—Señor —dijo en voz baja—. Estáis seguro de que estaba en la bolsa de mi madre.

Tavi sabía que no iba a conseguir nada repitiéndose.

—Lo siento —se disculpó con Crasus.

—¿Era la única de estas gemas que tenía?

—Por lo que yo sé —respondió Tavi.

—Ella es… es ambiciosa —reconoció Crasus en voz baja—. Lo sé. Pero no puedo creer que haya…

Tavi esbozó una sonrisa hueca.

—Es posible que no conozcamos toda la historia. Quizás estemos malinterpretando sus acciones.

Tavi no lo creía ni por un instante, pero necesitaba un Crasus confiado y no corroído por la culpa y las dudas.

—Es que no me lo puedo creer —repitió Crasus—. ¿Creéis que está bien?

Tavi puso una mano sobre el hombro de Crasus.

—Tribuno —empezó en voz baja—, ahora mismo no podemos perder la concentración. Después habrá mucho tiempo para plantear preguntas y os juro que si sigo con vida, la encontraremos y las responderemos. Pero por ahora, necesito que dejéis esto de lado.

Crasus cerró los ojos durante un momento y le recorrió un escalofrío, con un movimiento que a Tavi le recordó el de un perro secándose el agua. Entonces abrió los ojos y saludó con un gesto firme.

—Sí, señor.

Tavi devolvió el saludo.

—En marcha. Buena suerte.

Crasus le ofreció a Tavi una sonrisa forzada, saludó con la cabeza a Max, que estaba de pie con los caballeros en la muralla, y salió disparado hacia el cielo con una repentina columna de viento.

Tavi se protegió los ojos de la lluvia de gotas de agua y sangre, y contempló cómo Crasus se iba elevando antes de volver a su puesto en la fila.

—Creía que esas nubes estaban llenas de una especie de criaturas —comentó Ehren—. Y que por eso no podemos volar.

—Lo están —le explicó Tavi—. Pero la piedra de sangre es una especie de antídoto contra el poder de los ritualistas. Lo debería proteger.

—¿Debería?

—Me protegió a mí —respondió Tavi—. De aquel rayo.

—Eso no es lo mismo que unas nubes llenas de criaturas —replicó Ehren—. ¿Estás seguro?

Tavi apartó los ojos de la figura del joven caballero que iba desapareciendo y volvió a mirar hacia la cuesta.

—No, pero él sabe que es una suposición.

—Una suposición —repitió Ehren en voz baja.

—Hummmm.

Los tambores de la hueste canim empezaron a redoblar y los canim iniciaron el avance con paso tranquilo y controlado. El sonido de cientos de voces gruñendo al unísono se alzó como un viento oscuro y terrible.

—¿Qué ocurrirá si te equivocas?

—Lo más probable es que Crasus muera. Después, los ingenieros y los caballeros Terra derribarán el puente mientras contenemos a los canim.

Ehren asintió, mordiéndose el labio.

—Hum. Odio preguntarlo, pero si Crasus tiene la gema, ¿qué va a detener a Sarl si decide freírte con un relámpago en cuanto te vea?

Tavi se giró cuando Schultz le pasó un escudo y empezó a ajustarlo con fuerza al brazo izquierdo.

—La ignorancia. Sarl no va a saber que no lo tengo.

Ehren bizqueó.

—¿Por qué me parece que eso es otra suposición?

Tavi sonrió al ver cómo se preparaba el asalto.

—Espera y verás.

En ese instante Sarl echó hacia atrás la cabeza y lanzó un aullido escalofriante, que contestó toda la hueste con una oleada ensordecedora y dolorosa de gritos de guerra. Los oídos recién curados de Tavi le volvieron a dar punzadas y la superficie del puente empezó a temblar.

—¡Listos! —gritó Tavi, aunque la voz se perdió en el tumulto.

Sacó la espada y la levantó por encima de la cabeza, y a su alrededor los Cuervos de Batalla hicieron lo mismo. Ante la señal, los caballeros Flora sobre la muralla a su espalda empezaron a disparar flechas contra los canim, intentando herir más que matar en un esfuerzo por obligar a los canim a reducir la velocidad de la carga para recoger a sus heridos.

Sin embargo, Sarl no iba a permitir ninguna vacilación en el avance y los canim dejaron atrás a los heridos, abandonándolos para que se desangraran en el suelo y sin reducir su velocidad.

Tavi murmuró una maldición. El intento había valido la pena.

—¡Muro de escudos! —gritó Tavi y los Cuervos de Batalla cambiaron de formación, acercándose a los legionares que tenían al lado y sobreponiendo el acero de sus escudos.

Kitai y Ehren no se podían unir al muro si no llevaban escudo y se retrasaron varias filas en la formación. Tavi sintió cómo su escudo golpeaba el del hombre que tenía al lado y apretó los dientes, intentando controlar el temblor que le provocaba el miedo.

Entonces Sarl volvió a aullar, levantando la vara rematada por los colmillos, y los canim, dirigidos por los ritualistas de ojos enloquecidos, cargaron contra los Cuervos de Batalla.

El terror en estado puro redujo la visión de Tavi a un túnel. Se dio cuenta de que estaba gritando junto con todos los hombres de la cohorte. Se acercó aún más al hombre que tenía al lado y sus figuras acorazadas se apretaron mientras las filas que tenían detrás se acercaron todo lo que podían, apoyándose en el hombre que tenían delante para aportar su peso y resistencia al muro de escudos.

La hueste canim impactó contra el muro de escudos alerano como un ariete vivo y enfebrecido. Las espadas brillaron y la sangre salió volando.

Tavi luchaba desesperadamente por ver y para comprender lo que estaba ocurriendo a su alrededor, pero el ruido, los gritos y la confusión de la lucha cuerpo a cuerpo lo cegaban para todo lo que no fuera el instante inmediato. Se agachó detrás del escudo y tuvo que mover la cabeza hacia un lado cuando una espada en forma de hoz se precipitó directamente contra él. La punta curvada del arma amenazó con pasarle por encima del escudo y clavarse en el yelmo. Contraatacó a ciegas con los golpes que Max y Magnus le habían enseñado hacía una eternidad. No pudo decir si todos o algunos de ellos dieron en el blanco, ni mucho menos si provocaron alguna herida, pero afirmó los pies y defendió el terreno, impulsado por el apoyo de las filas posteriores.

Otros no tuvieron tanta suerte. La vara de colmillos de un ritualista acertó y desgarró el cuello de un legionare cercano como si fuera una especie de sierra espantosa. Otro se agachó detrás del escudo, pero la punta de una espada en forma de hoz le atravesó el yelmo y el cráneo a la vez. A otro legionare lo sacaron del muro tirando del escudo y lo destrozaron un trío de ritualistas con sus mantos de piel humano.

Los Cuervos de Batalla mantuvieron el terreno a pesar de las bajas y el asalto canim se rompió salvajemente contra ellos, rugiendo como las olas de un mar sangriento que golpease inútilmente contra un acantilado rocoso.

Al caer un hombre, un compañero de cohorte ocupaba su lugar, avanzando con todo el poder, la coordinación y la fuerza de combate que podían reunir.

Era inútil. Tavi sabía que lo era. El acantilado podía resistir durante un tiempo contra el océano, pero poco a poco el mar lo iba desgastando, solo era cuestión de tiempo. Los Cuervos de Batalla habían detenido la carga inicial, pero Tavi sabía que no podían detener el enorme número de canim en el puente más que durante un rato.

Tavi se encontró luchando al lado de Schultz. El joven centurión descargaba tajos rápidos, salvajes y poderosos con el gladius, derribando a un ritualista y dos saqueadores con cuatro golpes precisos y bien calculados, hasta que pagó el precio de su bravura y resbaló con la sangre de los enemigos, de manera que salió trompicado hacia delante y se alejó del muro. Un cane dirigió una lanza contra el cuello expuesto de Schultz.

Tavi no dudó. Se giró y cortó el astil de la lanza con un golpe seco y duro, aunque dejó su flanco izquierdo completamente expuesto a la vara con colmillos del ritualista con espuma en la boca que tenía delante. Vio por el rabillo del ojo como el cane atacaba y supo que no sería capaz de bloquear o evitar el arma letal.

No fue necesario.

El legionare a su izquierda giró hacia delante, apartando la vara con el escudo y lanzando un tajo amenazador contra la cabeza del ritualista, que le obligó a echarse hacia atrás para evitarlo. No lo retrasó demasiado, pero fue suficiente para que Schultz recuperara el equilibrio, de manera que Tavi y él regresaron a la formación y prosiguió la lucha.

Y siguió.

Y siguió.

Los brazos de Tavi le ardían a causa del esfuerzo de usar el escudo y la espada, y le temblaba todo el cuerpo como consecuencia del esfuerzo agotador de sostenerlos frente a un enemigo apabullante. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaban combatiendo. Segundos, minutos, horas. Habría podido ser cualquiera de esas posibilidades. Lo único que sabía con toda seguridad era que tenían que conservar el terreno hasta que hubiera acabado. De una u otra manera.

Murieron más hombres. Tavi sintió una bocanada de calor en la mejilla cuando una espada canim en forma de hoz le pasó cerca. Los canim caían, pero no parecía que su número fuera disminuyendo y poco a poco Tavi fue sintiendo como cedía la presión de las filas que tenía detrás. El colapso inevitable no iba a tardar demasiado. Tavi apretó los dientes de pura frustración y vio un destello rojo a unos pasos de distancia. Ahí se encontraba Sarl con su armadura escarlata y Tavi vio cómo la vara con colmillos del ritualista golpeaba a un legionare que ya estaba herido y lo derribaba contra la superficie del puente.

Con decisión, Tavi empezó a transmitir la orden de avanzar. Un empujón fuerte y repentino podía dejar a Sarl al alcance de su espada y estaba decidido a que ocurriera lo que ocurriese, Sarl no iba a abandonar el puente con vida.

Cuando estaba a punto de gritar la orden, de repente la dorada luz del sol cubrió el puente.

Durante el espacio de un latido, la confusión convirtió el combate en un ejercicio cansino e ineficaz porque prácticamente todos los implicados miraron sorprendidos al cielo. Por primera vez en casi un mes, el sol dorado brillaba sobre el Elinarch, el sol resplandeciente y cálido de una tarde de finales de verano.

Aunque sabía que no lo iba a oír, Tavi gritó:

—¡Max!

En la muralla a su espalda, los caballeros dejaron escapar un rugido repentino a causa del esfuerzo enorme y descargaron contra los canim un arma que los aleranos no habían visto nunca.

Aunque no todos los caballeros Aeris sabían volar bien, su falta de habilidad era más una cuestión de inexperiencia que de fuerza. Cada uno de los caballeros Aeris presentes tenía un poder considerable para la aplicación del artificio del viento y teniendo en cuenta lo básico que era este, todos estaban preparados para realizarlo.

Tavi solo podía imaginar lo que estaba ocurriendo en ese momento detrás él y encima de las murallas y en el cielo sobre el Elinarch. Treinta caballeros perfectamente coordinados levantaron un artificio para ver a lo lejos, del tipo que solía utilizarse para ver objetos a cierta distancia. No obstante, en lugar de formarlo entre sus manos, este artificio era enorme y todas su furias trabajaban juntas para formar un artificio en forma de disco con un diámetro de casi cuatrocientos metros, justo por encima de la muralla en la que se encontraban. Esta lente concentró de repente toda la luz del sol, manipulándola y convirtiéndola en una corriente desbocada de energía de solo unos pocos centímetros de diámetro que se concentró directamente por encima de Max.

Tavi oyó cómo Max gruñía y el ojo de la mente le proporcionó otra imagen: Max levantando su artificio para ver desde lejos, formado por una serie de discos individuales que curvaban y doblaban la luz para que recorriera toda la bajada del puente.

Para convertirla en un arma. Lo mismo que el trozo de vidrio curvado románico que Tavi había utilizado para encender el fuego, solo que… más grande.

La punta abrasadora de la luz del sol recorrió el puente y donde tocaba a alguien, ritualistas y saqueadores chillaban cuando la piel se ennegrecía y la ropa y el pelaje estallaban inmediatamente en llamas. Tavi miró hacia atrás y vio a Max sobre la muralla, con los brazos extendidos por encima de la cabeza y con una expresión de tensión y rabia. Gritó y esa luz terrible empezó a barrera a los canim, que cayeron ante ella como el trigo cae bajo la guadaña. Un hedor horrible y una cacofonía de chillidos tremendamente espantosos llenó el aire.

La luz se movió de un lado a otro, letal, precisa, y los canim no tenían donde esconderse. Docenas murieron durante cada uno de los laboriosos latidos del corazón de Tavi y de repente la suerte de la batalla empezó a cambiar. El hueco en las nubes se hizo más grande, pasó mucha más luz y Tavi creyó que podía ver la sombra de una persona en lo más alto del cielo, en el centro del área despejada de nubes.

Y cuando el ataque de los canim se frenó en seco, Tavi vio de nuevo a Sarl a menos de seis metros de distancia. El ritualista miró hacia arriba durante un segundo y se dio la vuelta para ver cómo moría su ejército, abrasado hasta la muerte bajo sus ojos. Se volvió a girar con el rostro contraído en una mueca de terror cuando su asalto final se convirtió en una huida desesperada. Los saqueadores, aterrorizados, corrían para salvar la vida, pisoteaban a sus compañeros y se tiraban del puente en un esfuerzo por evitar la hechicería alerana, horrible e inesperada. Los más cercanos a la muralla siguiente consiguieron atravesarla a tiempo.

Los demás murieron. Murieron por el fuego, a manos de sus compañeros, o en las fauces de las hambrientas bestias marinas en el río que corría por debajo. Murieron a cientos, a miles.

Al cabo de unos segundos solo los canim más cercanos al muro de escudos alerano y por eso demasiado próximos a los defensores para que se pudieran convertir en un blanco fácil, seguían con vida. Los que intentaban huir eran aniquilados por el rayo de sol letal de Antillar Maximus. Los demás, casi todos ellos ritualistas, huyeron con un frenesí cada vez mayor nacido en la desesperación de saber que la muerte había venido a por ellos.

Tavi esquivó con fuerza el ataque salvaje de una vara con colmillos y cuando volvió a mirar hacia Sarl vio que el canim lo estaba mirando y después desplazó la vista hacia el cielo.

Los ojos de Sarl se volvieron calculadores, ardiendo de rabia y locura, y entonces empezó a aullar de repente, con el cuerpo arqueado de manera similar al día anterior.

Sarl debía de saber que su vida estaba a punto de terminar, y Tavi sabía que Sarl disponía de mucho tiempo para invocar una vez más el rayo… y a Tavi lo rodeaban sus compañeros aleranos. Aunque la descarga estaba destinada a él, también morirían todos los que le rodeaban, lo mismo que había ocurrido cuando el rayo de Sarl cayó sobre la tienda de mando del capitán Cyril.

Le había dado a Crasus la piedra de sangre de lady Antillus, de manera que Tavi tomó la única decisión posible.

Corrió hacia delante, abandonando el muro, y cargó contra Sarl.

Una vez más, el poder crujió en el aire. Una vez más, las luces resplandecieron alrededor del cuerpo del ritualista. Una vez más, los relámpagos escarlata se filtraron a través de las nubes alrededor del hueco de cielo azul despejado que había abierto Crasus.

Una vez más, la luz blanca cegadora y el ruido atronador cayeron sobre Tavi.

Y una vez más, no hicieron nada.

Esquirlas de piedras calientes salieron volando del puente. Un ritualista que se encontraba accidentalmente demasiado cerca acabó convertido en carne carbonizada y humeante. Pero Tavi no se detuvo. Cruzó el espacio que los separaba de un solo salto y con la espada levantada.

Sarl tuvo un instante para mirar a Tavi con los ojos muy abiertos a causa de la sorpresa. Manoteó para adoptar una posición defensiva con su vara de colmillos.

Antes de conseguirlo, Tavi clavó la espada en el cuello de Sarl. Se quedó mirando durante un segundo los ojos sorprendidos del cane, antes de girar la hoja y retirarla, abriendo un gran tajo en la garganta del ritualista.

La sangre se derramó sobre la armadura escarlata de Sarl y cayó sin fuerzas sobre el puente para morir con la expresión de sorpresa aún en la cara.

Los ritualistas soltaron un grito horrorizado cuando vieron caer a su maestro.

—¡Cuervos de Batalla! —aulló Tavi, señalando con la espada que debían avanzar—. ¡A por ellos!

Los Cuervos de Batalla cargaron contra los canim con un rugido.

Y unos momentos más tarde, la batalla del Elinarch había concluido.