51

Tavi tembló bajo la lluvia, intentado que los hombres que tenía a su alrededor no se dieran cuenta. Lo que más deseaba en el mundo era estar caliente y dormido.

Los aleranos estaban preparados para enfrentarse al siguiente asalto en menos de una hora. Las antorchas y lámparas de furia rechazaban la oscuridad de una manera mucho más eficaz que bajo el primer asalto, y los legionares estaban más organizados y decididos.

Al menos, eso era lo que esperaba Tavi.

Estaba en lo alto de la última muralla de adobe al lado de Valiar Marcus. El Primera Lanza se movía con una cojera apreciable gracias a una jabalina canim. Llevaba la pierna envuelta con una vendaje manchado de sangre y la herida cerrada con aguja e hilo, prueba de que los sanadores de Foss estaban sobrecargados de trabajo. En otras circunstancias, habrían cerrado y tratado una herida como la de Marcus y el Primera Lanza habría vuelto a la acción prácticamente como nuevo. Los sanadores habían estado tratando tantas heridas leves —y cerrando otras peores para mantener con vida a los hombres gravemente heridos para poderlos tratar más tarde— que el Primera Lanza, según todos los informes, le había pedido a un veterano herido que le sacase la jabalina y después él mismo había limpiado y cosido la herida, la había cubierto con una venda y había regresado a su puesto cojeando.

La lluvia seguía cayendo fría y constante. Los estallidos ocasionales de relámpagos escarlatas no mostraban nada más que cortinas de lluvia. Tavi había podido vislumbrar algunos movimientos en la oscuridad, pero las murallas defensivas construidas por los aleranos a lo largo del puente le impedían ver los detalles.

No obstante, el hecho de que Tavi pudiera estar de pie en la muralla y observar le indicaba un detalle: los lanzadores de proyectiles canim habían dejado de emitir sus zumbidos letales.

—Creía que estabais en la lista de bajas, Primera Lanza —observó Tavi.

Marcus miró al legionare más cercano y bajó la voz para que el hombre no lo pudiera oír.

—Nunca me ha interesado demasiado la lectura, señor.

—¿Estáis capacitado? —preguntó Tavi.

—Sí, señor —respondió Marcus—. No voy a participar en ninguna carrera, pero puedo quedarme sobre la muralla.

—Bien —reconoció Tavi en voz baja—. Os vamos a necesitar.

—Señor —empezó Marcus—, no hay manera de saber si sus guerreros se han retirado.

—No. Pero tiene sentido —aclaró Tavi—. Los guerreros son su punta de lanza. Después vienen los saqueadores con las tareas de limpieza. Esto les ahorra bajas entre sus tropas más eficaces y permite que los saqueadores ganen experiencia.

—No tiene sentido —gruñó Marcus—. Otro empujón con fuerza y acaban con nosotros.

—Lo sé —reconoció Tavi—. Tú lo sabes. Supongamos que Sarl y los ritualistas también lo saben. No creo que quieran que el maestro de batalla Nasaug obtenga la gloria de una victoria que parece que ha conseguido por sí mismo. Sarl tiene que ser quien acabe con nosotros para conservar la buena opinión de la clase de los productores. Los productores son los primeros en repartirse el botín si acaban con nosotros. Nasaug desaparece del escenario, y Sarl sigue siendo popular entre los productores.

—Si tenéis razón —puntualizó Marcus.

—Si estoy equivocado —replicó Tavi—, lo más probable es que nos indigestemos con uno de esos proyectiles de acero dentro de muy poco.

El Primera Lanza gruñó.

—Al menos será rápido. —Su voz transmitía una amargura poco habitual.

Tavi se quedó mirando durante un momento el perfil bajo, fornido y tosco.

—Siento mucho lo de la primera cohorte. Los hombres de tu centuria —comentó.

—Debería haber estado con ellos —se quejó.

—Estabas herido —le recordó Tavi.

—Lo sé.

—Y yo me quedé con ellos en tu lugar —concluyó Tavi.

La postura envarada de Marcus se relajó un poco y miró a Tavi.

—Eso he oído. Después de sacarme de allí como una oveja herida.

Tavi bufó.

—Las ovejas con las que he trabajado tenían el doble de tu tamaño y los carneros eran aún más grandes.

Marcus gruñó.

—¿Erais un campesino?

Tavi apretó las mandíbulas. Había vuelto a olvidar su papel. Podía echarle la culpa al cansancio, pero era igual, Rufus Scipio no había estado nunca demasiado cerca de una explotación agrícola.

—Trabajé con ellas durante un tiempo. Mi gente me dijo que ganaría en experiencia.

—Se pueden aprender oficios peores si se quiere dirigir hombres, señor.

Tavi rio.

—No tenía planeado que ocurriera de esta manera.

—Las guerras y los planes no son compatibles, señor. Se matan entre ellos.

—Os creo —reconoció Tavi, mientras contemplaba la larga extensión vacía del puente, que se elevaba hacia el centro, una cuesta de piedra de doscientos metros de largo y nueve metros de ancho, cubierta de aleranos y canim caídos—. Tenemos que resistir hasta el amanecer, Marcus.

—¿Queréis atacarles con las primeras luces del día?

—No —respondió Tavi—. Al mediodía.

Marcus gruñó a causa de la sorpresa.

—No vamos a estar más fuertes. Cuanto más dure esta batalla, menos probable resulta que los podamos empujar hacia el otro lado.

—Al mediodía —repitió Tavi—. En esto tendréis que confiar en mí.

—¿Por qué?

—Porque no estoy seguro de que no tengamos más espías en el campamento y necesito saberlo, Primera Lanza.

Marcus se lo quedó mirando durante un momento y asintió.

—Sí, señor.

—Muchas gracias —replicó Tavi en voz baja—. Cuando avancemos hasta el centro del puente, yo seguiré adelante con una cohorte mientras los ingenieros trabajan.

—¿Una cohorte? —preguntó Marcus.

Tavi asintió.

—Si el plan funciona, una cohorte será suficiente. Si no funciona, podremos contener a los canim hasta que los ingenieros hayan terminado.

Marcus inhaló lentamente. El Primera Lanza comprendía las implicaciones.

—Voy a pedir voluntarios —explicó Tavi en voz baja.

—Los tendréis —le aseguró Marcus—. Pero no veo por qué no les podemos atacar con las primeras luces, cortar el puente y decidir que hemos vencido.

—Si perdemos el puente, pueden defender todo el frente septentrional con unas pocas tropas y el resto estará libre para matar aleranos en cualquier otro punto. Mientras el puente siga en pie, podremos colocar a las legiones en el territorio al sur del puente y no se atreverán a dividir sus fuerzas. —Tavi entornó los ojos—. Esta es nuestra tarea, Marcus. No es bonita, pero no se la puedo dejar a nadie más.

El gruñido de aceptación de Marcus emitió un cierto tono de frustración.

—Dejaré que los voluntarios descansen hasta que ataquemos. El resto de la Primera Alerana está a vuestra disposición, al igual que nuestros caballeros Flora.

—Los seis —suspiró Marcus.

—Decidles que agachen las cabezas. Si esos francotiradores vuelven a las andadas son nuestra única posibilidad de acabar con ellos.

—No intentes dar clases a tu maestro —murmuró Marcus.

Tavi bufó y se volvió hacia el Primera Lanza.

—Tenéis que conservarlos, Marcus. A cualquier precio.

Marcus soltó el aire con lentitud.

—¿Puedo haceros una sugerencia, señor?

—Adelante —respondió Tavi.

—No dividáis una cohorte cuando pidáis voluntarios. Esos hombres se conocen, han entrenado juntos y eso puede marcar la diferencia.

Tavi frunció el ceño.

—No llevaré conmigo a nadie que no quiera ir.

—Entonces aseguraros de que los hombres que están dispuestos a morir por vos tengan todas las posibilidades para sobrevivir. Se lo debéis.

Tavi arqueó una ceja.

—¿Trescientos veinte hombres que se presenten voluntarios juntos? ¿Qué posibilidades hay de que ocurra?

Marcus lo miró de reojo.

—Señor, esto es la infantería.

Tres cohortes se presentaron voluntarias para encabezar el ataque.

Tavi lo decidió a suertes. Cuando los canim reanudaron el ataque, se encontraba en el extremo norte del Elinarch con los ganadores. O, según su impresión, con los perdedores. Dependiendo de si su idea funcionaba o no.

Su corazón se saltó un par de latidos pero le ordenó con severidad que volviera al trabajo.

—Señor —lo interpeló Schultz—, cuando Antillar Maximus era nuestro centurión, era el centurión más veterano de la cohorte y su centuria era la primera centuria. Pero yo solo soy un centurión accidental, señor. No tengo la veteranía para mandar la primera centuria y mucho menos la cohorte.

Tavi miró al pez.

—He hablado con los demás centuriones y están de acuerdo en que sabes lo que se hace, Schultz, y que tu centuria es la más disciplinada. Así que eres el centurión más veterano hasta que yo te diga lo contrario. ¿Me has entendido, soldado?

—Sí, señor —respondió Schultz de inmediato.

—Bien —asintió Tavi.

Un rugido se elevó de los legionares en la última muralla, y todos los hombres de la cohorte puntera parecieron de repente muy tensos. Resonaron los cuernos canim, redoblaron tambores pesados y el griterío del combate se extendió por el pueblo mientras el resto de la legión luchaba contra los canim en el puente.

Tavi escuchó durante dos minutos antes de ver la señal en la muralla: un pendón azul izado al lado del estandarte de la legión.

—Buenas noticias, capitán —observó Max en tono divertido, mientras se acercaba desde la parte trasera de la cohorte, agarrando la espada mucho más larga que preferían los duelistas y los legionares montados—. Han hecho lo que pensabais. Nos están atacando con los saqueadores.

Tavi soltó el aire muy lentamente y asintió.

—¿Estás preparado?

—Yo nací preparado —contestó Max con alegría, provocando una ronda de risitas amortiguadas entre los legionares que estaban esperando.

Los únicos tres caballeros Terra de la legión venían con él, recubiertos por una armadura estruendosa y unas armas de tamaño desmesurado y aspecto malévolo apoyadas pesadamente sobre el hombro.

Tavi hizo un gesto de saludo hacia los caballeros y alzó la voz.

—¿Tribuno Antillus?

—Preparados cuando deis la orden, señor —gritó Crasus desde la retaguardia de la cohorte, donde esperaba con los caballeros Aeris y con los ingenieros de la legión, incluidos los nuevos reclutas, las bailarinas del Pabellón, vestidas con las armaduras de los legionares muertos o incapacitados.

—Entonces, todo preparado —concluyó Tavi—. Mantened a los hombres en este patio, pero que coman y descansen. En cuanto empecemos el avance no habrá tiempo para nada más.

Maximus le hizo un gesto con la cabeza a Schultz, que empezó a repartir órdenes entre su cohorte sin experiencia para que rompieran filas, fueran a buscar comida y permanecieran en las cercanías.

—Capitán —dijo Max por debajo del ruido circundante—. Siéntate. Nos queda algún tiempo de espera y no has descansado.

—No —se negó Tavi—. Tengo que estar en la muralla con el Primera Lanza hasta que sea el momento de avanzar. Entonces regresaré aquí.

—Capitán —repitió Max, exactamente con el mismo tono de voz, pero esta vez puso la mano sobre el hombro de Tavi y sus dedos se cerraron como bandas de acero—. Ahí arriba no vas a hacer nada que no pueda hacer él. Solo conseguirás cansarte aún más y eso hará que pienses con menos rapidez. Y como todos estamos apostando por tus ideas, señor, creo que lo mejor será que te asegures de que están en buena forma. —Max lo miró a los ojos—. Por favor, Calderon.

Tavi cerró los ojos durante un segundo y ese cansancio horrible se volvió a apoderar de él. Una parte de él le quería ladrar a Max que cerrase la boca y cumpliese las órdenes. Pero el resto se daba cuenta de que el gran antilano tenía razón. Le estaba pidiendo a estos hombres que arriesgasen sus vidas por un plan que había elaborado él. Les debía que tuvieran a su disposición lo mejor de él cuando todo estuviera preparado.

—De acuerdo —se rindió Tavi—. Me sentaré. Pero solo durante un minuto.

—Un minuto —repitió Max con un gesto de asentimiento—. Eso está bien.

Tavi se quitó el yelmo, se sentó apoyando la espalda en una columna de piedra en la base del Elinarch y cerró los ojos. No iba a ser capaz de dormirse, pero al menos podía conseguir unos minutos de tranquilidad para ordenar las ideas, repasar las posibilidades y todo lo que podía ir mal en su plan.

Por mucho que lo intentó, no pudo pensar en nada más que pudiera hacer y después de unos momentos de esfuerzo, movió la cabeza y abrió los ojos.

La mortecina luz del día saludó a sus ojos y el sol velado casi no se podía ver a través de las nubes que cubrían la tierra. Tavi parpadeó confuso durante un segundo. El agarrotamiento de un músculo le atravesó el cuello y desencadenó una serie de dolorosas contracciones similares en los músculos entre sus omoplatos. Se puso en pie con gran esfuerzo y se inclinó, intentando estirar la musculatura, hasta que se fueron soltando las contracturas.

—Señor —saludó Schultz a su espalda.

—Centurión —murmuró Tavi, dándose la vuelta—. ¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?

—Horas, señor —contestó Schultz—. El tribuno Antillar dijo que no os molestásemos.

Tavi murmuró algo sobre Max, pero resultó inaudible. Al fin y al cabo, no estaba bien que un capitán de la legión llamase de todo a uno de sus tribunos delante de sus hombres.

—Oh —exclamó Schultz, antes de tragar saliba y correr hacia un lado para recoger una bandeja cubierta con una servilleta y una jarra de peltre que había al lado—. Me dijo que os entregara esto en primer lugar, señor.

Tavi apretó los dientes y consiguió controlarse para no arrebatar la bandeja y la jarra de las manos de Schultz.

—Muchas gracias.

—A sus órdenes, señor —respondió Schultz y se retiró con rapidez como si temiera que Tavi le fuera a arrancar la cabeza.

Tavi ahogó un gruñido de mal humor, devoró la comida y se bebió el agua de la jarra. Cuando terminó, el malestar persistente de los músculos agarrotados se había desvanecido.

—¿Podéis formar palabras, señor? —preguntó Max acercándose a Tavi con grandes zancadas.

Le hizo un gesto a Schultz, y el centurión en funciones empezó a gritar órdenes para que formase la cohorte. Los legionares empezaron a levantarse de donde estaban durmiendo, en el suelo o sentados, esperando su turno para luchar.

—No me obligues a hacerte daño, Max —respondió Tavi, mientras movía la cabeza hacia la cuesta del puente, donde continuaba el sonido de la batalla—. ¿Nuestra situación?

—Valiar Marcus lo ha conseguido —respondió Max—. Los ha contenido.

Tavi le lanzó a Max una mirada imprecisa.

—Pero eso ya lo sabes —continuó Max—. Porque todos estamos aquí.

—Max…

Max le dedicó una sonrisa.

—Solo intentaba animaros un poco, señor. Siempre estás tan huraño por las mañanas. —Hizo un gesto con la cabeza hacia la muralla—. Los saqueadores han estado atacando durante toda la mañana. Los caballeros Flora empezaron a nadar por medio de las flechas como si fuera agua y el Primera Lanza los pescó desprevenidos entre ataques y les obligó a regresar a la segunda muralla hace una hora.

—¿Bajas? —preguntó Tavi.

—Muchas —respondió Max con expresión seria—. Sin unas puertas adecuadas, alguien tiene que detener a los canim a pie cuando las atraviesan e incluso sus saqueadores son difíciles de matar para cualquier legionare. Y hace un rato aparecieron esos ritualistas y empezaron a lanzar contra nuestros hombres ese humo de incienso. El humo era venenoso. Ha matado a un montón de hombres. Y no ha sido rápido.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Tavi.

—Los caballeros Flora empezaron a disparar contra los ritualistas en cuanto asomaban la nariz y el viento ha cambiado después de amanecer. Si lo intentan ahora, les devolverá el humo a los canim. Desde entonces no hay más humo.

Un carromato llegó traqueteando, tirado por un par de caballos cansados, conducidos por un muchacho. Hizo girar el carro y Tavi pudo ver el brillo de la sangre que cubría el centro del vehículo. El chico gritó y del puente llegaron corriendo unos legionares con sus compañeros heridos y los subieron al carro. Estaban claramente desesperados y cargaban a los hombres con toda la rapidez que podían. Cuando el carro estuvo lleno, el muchacho azuzó a los caballos y los condujo de vuelta con los sanadores todo lo rápido que pudo.

Tavi contempló, hastiado, como otro carruaje se cruzaba con el primero. Detrás de él venían otros más para recoger a los heridos y llevarlos con los sanadores.

Tavi intentó tragar saliva.

—¿Cuántos?

—Eh…, alrededor de mil cien muertos, creo —respondió Max con tono tranquilo y neutral—. Casi el mismo número de hombres fuera de combate. Foss y sus muchachos tienen el aspecto de haber pasado por los picos y las garras de los cuervos. Eso es todo lo que pueden hacer para salvar a unos hombres que se desangran.

Tavi contempló cómo, siguiendo sus órdenes, cargaban a más legionares en la media docena de carros reservados a los heridos.

Los muertos se apilaron como si fueran leña en el último de los carromatos. Era el más grande de los vehículos en servicio, con unas barandillas muy altas, y para tirar de él se requería la enorme fuerza y paciencia de un par de bueyes.

—El Primer Lanza tiene a sus hombres preparados para el ataque —anunció Max—. Pero están cansados y casi no pueden resistir más. Dice que si no atacamos pronto, no lo podremos hacer.

Tavi respiró hondo, asintió y se colocó el yelmo.

—¿Los caballeros?

—De camino, señor —respondió Max.

Tavi se ajustó el yelmo y se dirigió hacia la cohorte de peces que lo estaba esperando. Max se mantuvo a su lado y las figuras acorazadas de los caballeros Terra lo siguieron. Antes de que Tavi llegase ante los peces, Crasus y sus caballeros Pisces se colocaron en posición a paso ligero al lado de la cohorte voluntaria. Crasus ordenó parar y los caballeros se detuvieron con una disciplina destacable, teniendo en cuenta el poco tiempo que habían tenido para hacer la instrucción. Mientras tanto, los ingenieros se colocaron rápidamente en formación detrás de las otras dos fuerzas.

Tavi se detuvo delante de ellos, mirando a los hombres e intentando pensar qué les podía decir en un momento como este. Entonces se detuvo y parpadeó al ver la armadura de los dos grupos de hombres.

La armadura de los legionares había cambiado. En lugar del águila azul y rojo de la Primera Alerana, la insignia sobre el corazón se había convertido en la silueta perfectamente negra de, no un águila, sino un cuervo en pleno vuelo.

A su lado, la armadura de los caballeros Pisces también había cambiado. La insignia original de la legión se había sustituido esta vez con la forma definida y de un negro sólido de un tiburón con las fauces muy abiertas.

Tavi arqueó una ceja y miró a Crasus.

—Tribuno. ¿Esto es obra tuya?

Crasus saludó a Tavi antes de responder.

—Esta mañana hemos visto a los canim que intentaban atravesar el río a nado, señor. Aparentemente no se dieron cuenta de lo peligrosos que podían ser un puñado de peces. —Crasus estiró la espalda—. Parecía apropiado, señor.

—Hum —replicó Tavi, antes de mirar a Schultz—. ¿Y tú, centurión en funciones? ¿Tus hombres también han decidido cambiar el uniforme?

—Señor —empezó a responder Schultz con un saludo tenso—. ¡Solo queríamos reproducir el estandarte, señor! —Schultz miró de lado a Tavi—. ¡E informar a los canim que esta vez los cuervos vienen a por ellos, señor!

—Ya veo —replicó Tavi.

Se volvió para hablar con Max y encontró a Ehren al lado del tribuno, recubierto con un peto que le sentaba fatal. El pequeño cursor llevaba el estandarte de Tavi en la mano derecha y la armadura y el yelmo hacían que tuviera un aspecto mucho más formidable de lo que Tavi hubiera podido imaginar.

Al lado de Ehren se encontraba Kitai. La chica marat llevaba otra armadura que, aunque estaba claro que no era suya, se ajustaba perfectamente a su figura alta y atlética. También llevaba colgado de la cadera un gladius reglamentario de la legión. Su boca formaba una sonrisita de excitación y sus exóticos ojos verdes ardían con intensidad a causa de lo que les esperaba.

—¿Qué hacéis aquí los dos? —preguntó Tavi.

—Se me ocurrió, capitán —respondió Ehren—, que como ya están de camino mensajes sobre el Elinarch para el Primer Señor, y sus capitanes y él estarán aquí como muy tarde dentro de dos o tres semanas, y a mí me iba a llevar unas cuatro semanas cabalgar hasta encontrarme con él; la manera más rápida de enviarle un mensaje era quedarme aquí, capitán.

Kitai resopló.

—Alerano, ¿de verdad creías que te íbamos a permitir que nos ordenases que nos alejásemos del peligro mientras tú te enfrentabas a él?

Tavi miró a Kitai a los ojos durante un momento largo y silencioso, antes de mirar a Ehren.

—No tengo tiempo para discutir con vosotros —replicó en voz baja—. Pero si salimos de esta, os voy a arrancar la piel a tiras.

—Eso puede resultar interesante —murmuró Kitai.

Tavi sintió cómo le ardían las mejillas y se volvió hacia sus hombres.

—De acuerdo, muchachos —empezó Tavi lo suficientemente fuerte para que todos lo pudieran oír—. Los canim han hecho lo que esperábamos. Los saqueadores han intentado terminar lo que empezaron los guerreros. El Primera Lanza Valiar Marcus y vuestros hermanos de legión no se lo han permitido. Así que ahora que estamos bien descansados, nos ha llegado el turno. Les vamos a empujar al otro lado de la muralla central en el vértice del puente. Vosotros y yo, junto con el tribuno Antillar, todos los caballeros y nuestros compañeros legionares vamos a darle tan fuerte a los canim que los dientes les van a salir volando hasta el otro lado del maldito océano.

La cohorte estalló en una carcajada contenida.

—Si esto sale bien —prosiguió Tavi—, saldremos victoriosos y las cervezas corren de mi cuenta. —Se calló hasta que se calmó otra carcajada—. Pero no importa lo que ocurra, en cuanto tengamos a los ingenieros en el punto adecuado para destruir el puente, tenemos que resistir. No importa lo que ocurra después, pero ese puente tiene que caer. Lo sabéis y a pesar de eso estáis aquí.

Tavi blandió la espada, se puso firmes y saludó a las filas de hombres jóvenes con el símbolo del cuervo que tenía delante.

—¡Primera Alerana, Cohorte del Cuervo de Batalla! —gritó Tavi—. ¡Primera alerana, Caballeros Pisces! ¿Estáis conmigo?

Respondieron con un rugido de voces y aceros extendidos. Max, Ehren, Kitai y los caballeros Terra lo rodearon cuando Tavi se dio la vuelta y condujo a los Cuervos de Batalla y los caballeros Pisces hacia el Elinarch.