Amara pensó con rapidez, intentando encontrar cursos de acción alternativos. Se obligó a contemplar la situación de una manera desapasionada. Ningún enemigo era invencible, ni ninguna situación irresoluble. Algo podrían hacer para, al menos, mejorar sus posibilidades y eso significaba que debía evaluar de alguna manera la capacidad y los recursos del enemigo.
Y de repente se dio cuenta de que quizá no estaba todo perdido.
Era cierto que varias decenas de caballeros Aeris iban de camino, pero solo veinte habían estado en Kalare en su puesto habitual. El resto acababan de regresar a la ciudad con su amo, y eso significaba que tal vez estuvieran viajando desde antes de amanecer, lo que implicaba a su vez que posiblemente no podrían resistir una caza prolongada, en especial si se veían obligados a perseguirlos a través de los vientos inferiores que les obligaban a gastar más energía.
Y entonces le asaltó otra idea. No se había producido el lento rugido de aproximación de un grupo tan grande de voladores que se acercaban a baja altitud. Habían oído claramente como se aproximaban los caballeros de lady Aquitania minutos antes de que llegasen a la torre. Deberían haber oído como se acercaba un grupo veinte veces más grande de artífices del viento a mucha más distancia, antes de que llegasen realmente a la ciudadela. Lo que quería decir…
De hecho, ahora que pensaba en ello, no podía ser nada más. Lo más seguro era que Kalarus no se había pasado los diez u once días anteriores volando a ras del suelo como se había visto obligado el grupo de Amara. Su presencia habrá sido absolutamente necesaria con una o más de sus legiones, de manera que no podía perder días y más días en el viaje. Aunque era sádico, despiadado y ambicioso hasta extremos inhumanos, no era estúpido.
Eso quería decir que Kalarus y sus caballeros habían llegado desde las capas superiores del aire en un acercamiento mucho más convencional, después de medio día o un día y medio de viaje. Lo primero le permitía volar de Ceres a Kalare y lo segundo era el tiempo que se tardaba en regresar desde las fuerzas situadas para vigilar las legiones de lord Parcia.
Y si Kalarus podía enviar grupos a través de las capas superiores cuando el resto del Reino se tenía que quedar en tierra por culpa de la capa de nubes antinaturales de los canim, eso le daba una ventaja enorme en la campaña.
También significaba, como pudo advertir con una fría oleada de náusea, que si había sorteado la prohibición de los canim de acceder a las capas altas cuando ni siquiera Gaius podía hacerlo, ello se debía a que se quería que Kalarus lo pudiera hacer. Lo que indicaba una coordinación con el peor enemigo de todo el Reino.
Kalarus había llegado a un acuerdo con los canim.
Que idiota había sido. ¿Habría podido encontrar una manera más clara de decirle a los enemigos de Alera que sería vulnerable ante cualquier ataque? ¿O una manera más certera de enemistarlo con toda la ciudadanía de Alera, que en caso contrario habría podido permanecer neutral?
Eso no quería decir que su falta de neutralidad pudiera serle de ninguna utilidad a Amara. Tanto ella como el resto del grupo llevarían muertos desde hacía mucho tiempo si era cierto que Kalarus podía usar las capas altas del aire mientras que su partida se tenía que conformar con un vuelo a ras de suelo.
Pero un vuelo en los niveles altos los ocultaría por completo y los dejaría totalmente ciegos. Kalarus no podía ver a través de las nubes, como tampoco lo podían hacer todos los demás. Aunque podría viajar más lejos, más rápido y saltar por delante de ellos, si se alejaban mucho, lo único que tendrían que hacer para despistar esos saltos era alterar el rumbo.
Por eso su mejor opción era un sprint, una apuesta de que dejarían atrás a los caballeros Aeris perseguidores, contando que estarían cansados después del viaje. Eso, al menos, podía reducir el número de los perseguidores. Y no resultaba imposible que entre las Grandes Señoras pudieran obstaculizar la caza del enemigo. Era cierto que las señoras Placida y Aquitania estaban cansadas a causa de los esfuerzos anteriores, pero lo mismo le ocurría a Kalarus.
Amara asintió, decidida. Se dio cuenta de que solo habían pasado unos segundos desde que había vislumbrado por primera vez a sus perseguidores, pero estaba segura de que su razonamiento era correcto. Incluso era posible que tuvieran una posibilidad real de escapar.
Se deslizó delante de la vista de los portadores del carruaje y les hizo las señales para que volasen a su máxima velocidad. El jefe de vuelo hizo la señal afirmativa y se levantó el viento mientras le pasaba la señal a sus hombres, reunían sus furias y salían a toda velocidad. Amara les hizo un gesto afirmativo y descendió para volar a la altura de la ventanilla del carruaje.
—¡Nos están persiguiendo! —gritó—. Kalarus y entre ochenta y noventa caballeros Aeris. Pero su escolta tiene que estar cansada si han volado hoy. Vamos a intentar dejarlos atrás.
—¡El carruaje está sobrecargado! —le respondió Aldrick a gritos—. ¡Los hombres no podrán mantener un ritmo alto durante mucho tiempo!
—Vuestras Gracias —interpeló Amara a las señoras Placida y Aquitania—. ¿Puedo albergar la esperanza de que ayudéis a los porteadores o desaniméis a los perseguidores de alguna manera? Si conseguimos dejarlos atrás, es posible que no tengamos que luchar.
Lady Aquitania le lanzó a Amara una sonrisita fría y después miró a lady Placida.
—Creo que soy más de la opinión de desanimar a Kalarus y compañía.
—Como deseéis —asintió lady Placida, con un gesto seco, mientras sostenía la forma lánguida de Rook.
Se inclinó hacia el otro lado del carruaje y le ofreció a Amara la empuñadura de una espada larga que se había llevado del dormitorio de Kalarus en la torre.
—En caso que seáis de la misma opinión que lady Aquitania, condesa.
Amara cogió la espada con una gesto de agradecimiento con la cabeza e intercambió una mirada con Bernard. Entonces pasó al otro lado del carruaje con tiempo suficiente para inclinar la cara por la ventanilla y darle un beso en la boca.
—Mi turno —jadeó.
—Cuidado —le aconsejó con voz ronca.
Ella lo volvió a besar, con fuerza, antes de llamar a Cirrus y elevarse por encima del carruaje con la espada en la mano.
Lo que siguió se diferenció poco de cualquier otro día de vuelo, excepto por los pequeños detalles. El viento cantaba y chillaba a su alrededor. El paisaje se deslizaba a decenas de metros por debajo de ella, tan lentamente que se podría pensar que no se estaban moviendo.
Los pequeños detalles desmentían la apariencia rutinaria. El carruaje se desviaba y bamboleaba cuando los porteadores aprovechaban las corrientes favorables para cortar hacia uno u otro lado, subiendo y bajando varios metros para ganar cada ápice de velocidad sin aumentar el esfuerzo. Amara sentía como los vientos cambiaban a su alrededor, lo que a veces le facilitaba la labor de Cirrus, pero a veces lo hacía todo un poco más difícil, mientras voluntades y talentos más grandes que los suyos luchaban por el control del cielo. La habilidad de lady Placida les estaba proporcionando más velocidad con menos esfuerzos, pero Amara estaba segura de que las furias de Kalarus luchaban contra ella, y tan cerca del corazón de sus dominios, tenía una gran ventaja frente a los extraños.
El poder de lady Aquitania era un susurro sombrío que pasaba rápidamente de largo de Amara y los otros caballeros Aeris para interferir con las corrientes de aire de los caballeros perseguidores, dificultando sus esfuerzos y obligándoles a trabajar más duro para no perder terreno. Al cabo de un momento, Amara vio cómo descendía de repente el primer caballero exhausto, incapaz de seguir con la persecución. Otros más quedaron por el camino con el transcurso de los kilómetros, pero no con la suficiente rapidez y no en el número que Amara había esperado.
Pero lo peor de todo era un detalle pequeño y sencillo.
Kalarus y sus caballeros estaban disminuyendo lentamente la distancia.
Los porteadores del carruaje también lo vieron, pero no podían hacer nada por impedirlo, a pesar de lo preocupante que era presenciarlo. Amara los animaba sin descanso, y no dejaba de responder a sus señales frenéticas con órdenes para que continuasen el rumbo a toda la velocidad que pudieran desarrollar. En el transcurso de la hora siguiente recibió una recompensa: vio a otros veintiséis caballeros enemigos que se veían obligados a abandonar la persecución.
El instinto le advirtió que no perdiera de vista el cielo que tenían por encima y cuando los caballeros enemigos se acercaron a unos cincuenta metros, vio un movimiento en las pesadas nubes grises que tenían encima y unas volutas de niebla que se desprendían formando espirales, que se desplazaban como si acabaran de pasar más caballeros Aeris, aunque no había ninguno a la vista.
En el último instante se dio cuenta de lo que estaba viendo, y lanzó una señal de alarma a los porteadores. Solo la vieron los que se encontraban en el lado izquierdo del carruaje, pero se dieron cuenta de lo que significaban sus gestos de pánico y se giraron en los arneses, lanzando todo el poder de sus furias contra la inercia del carruaje. Sus esfuerzos empujaron el vehículo hacia un lado en un ángulo agudo y la pérdida de sustentación los lanzó a un descenso súbito y pronunciado, mientras los hombres al otro lado del carruaje intentaban evitar que se deslizasen hacia una barrera mortal.
Amara se desplazó hacia un lado solo un segundo antes de ver a través de la forma ondulada de un velo que se aproximaba con rapidez cinco figuras volando en la clásica formación de ataque en V, que descendían en picado entre el carruaje y su posición. Vio el brillo de los collares en el cuello de los caballeros Aeris —«más de esos locos Inmortales», pensó—, antes de cruzar su mirada con la del Gran Señor Kalarus en persona. Sus rasgos delgados se habían estirado hasta unas proporciones lobunas a causa de la tensión, la ambición desesperada y la rabia, y sus ojos ardían de puro odio, cuando pasó de largo en su ataque en picado, frustrado por el aviso de Amara.
Pero aunque el ataque que Kalarus había ocultado detrás del velo hasta que casi fue demasiado tarde no había tenido éxito, había triunfado en un aspecto. El carruaje había reducido su velocidad y los caballeros Aeris más rápidos que lo perseguían se abalanzaron sobre él con las espadas brillando en las manos.
Amara se lanzó hacia abajo en dirección a los caballeros Aeris.
—¡Abajo! ¡Tan cerca del suelo como podáis! —gritó.
Los hombres, cansados, respondieron de inmediato. El descenso les proporcionó velocidad suficiente como para seguir por delante de los atacantes durante unos momentos más. Mientras tanto, Amara maniobraba virando en un arco amplio hacia un lado y después revertiendo de manera abrupta el movimiento con toda la velocidad que le pudo proporcionar Cirrus. De este modo se situó detrás de los caballeros más cercanos al carruaje, que en su carrera excitada se habían adelantado un poco a sus compañeros.
Amara no intentó utilizar la espada, sino que apretó los dientes, estiró los brazos y dispuso las muñecas de manera que empezó a dar vueltas en círculos como si fuera un sacacorchos. Entonces le gritó a Cirrus y ganó velocidad para lanzarse contra la espalda de los cansados caballeros.
Cuando la corriente de aire de Amara pasó entre ellos, se había convertido en un vórtice giratorio situado a un lado de su plano de movimiento, de manera que derribó a la media docena de caballeros Aeris como si fueran hojas secas bajo un vendaval otoñal. La táctica no era nada original, y todos los caballeros Aeris habían pasado muchas jornadas de instrucción que les permitían recuperarse de semejante interrupción de su corriente de aire. No obstante, nunca se había intentado entrenar cómo se podía contrarrestar esa táctica volando a solo tres o cuatro metros por encima de la copa de los árboles, mientras el Gran Señor y las Grandes Señoras luchaban por influir en los vientos más fuertes, en el tramo final de una persecución agotadora que ya había reducido su número a menos de la mitad del contingente original.
Los caballeros Aeris, prácticamente extenuados, se habrían podido recuperar y volver a volar al cabo de unos segundos.
Pero Amara no les dio tanto tiempo.
Los hombres salieron despedidos de su trayectoria de una manera brutal. Oyó un crujido estremecedor cuando uno de ellos impactó contra el tronco de un roble especialmente alto. De los otros cinco, cuatro se precipitaron contra las ramas e incluso las partes más altas y frágiles de los árboles les obstaculizaban y desviaban, dependiendo de la velocidad de vuelo cuando las golpearon. Si conseguían evitar los impactos más sólidos contra los troncos de los árboles, podrían sobrevivir a la caída, siempre que tuvieran muchísima suerte.
El último de los caballeros Aeris, al igual que Amara, descubrió que la colisión de las fuertes corrientes de viento en direcciones divergentes lo había lanzado un poco hacia arriba, pero tardó mucho más tiempo que la cursor en recuperar el equilibrio. Cuando lo consiguió, Amara volvía a cruzarse en su rumbo de vuelo y bajaba la espada contra la espalda del hombre. La hoja era fina y salieron disparados algunos eslabones de la cota de malla. La herida no era profunda, pero la sorpresa y el dolor le bastaron para distraer al caballero, que se unió a sus compañeros al desaparecer a través de las ramas del bosque que les esperaba abajo. Amara lo perdió de vista.
Sus ojos se quedaron prendidos durante un momento en el punto situado entre los árboles donde habían caído los hombres. Ahora aún no podía sentir el remordimiento, las náuseas y la empatía hipócrita por los hombres que había herido y matado. Se negó a ello. Pero acababa de asesinar a seis hombres. Desde luego, había sido en servicio del Reino y en defensa propia, pero ni siquiera había sido un combate. Con lo cansados que estaban, no podían sobrevivir al vórtice que una furia tan poderosa como Cirrus había lanzado contra ellos, excepto si se producía algún accidente, como el que había sufrido el último hombre. Aun así, él tampoco había visto llegar la espada. Una cosa era matar a un enemigo en batalla, pero no se había librado ninguna. En realidad, no. Había sido una ejecución.
Era terrible. Resultaba terrorífico que pudiera hacer algo así, y lo era aún más saber que, si cometía un error similar, la podían matar con la misma facilidad. Entre los enemigos había al menos un artífice del viento que la podía derribar con la misma facilidad con que ella había eliminado a los caballeros. Era tan vulnerable y tan mortal como ellos… De hecho, lo era más, porque lo único que llevaba encima era una túnica de seda roja ridículamente escasa. Si caía entre los árboles con su velocidad, sin ninguna protección, quedaría aplastada y, al mismo tiempo, cortada en pedacitos.
¡Cuervos! En realidad, gracias al disfraz iba a tener quemaduras y cortes a causa del viento en zonas del cuerpo humano que era muy raro que sufrieran ese tipo de heridas. Suponiendo que consiguiera sobrevivir.
Amara apartó los ojos de los árboles y volvió a concentrarse en las obligaciones que tenía por delante. Levantó la mirada y vio que el carruaje había conseguido alejarse un poco. Mientras vigilaba los alrededores descubrió que una docena de hermanos vengativos de los caballeros que había derribado se estaban acercando a ella, valiéndose de la velocidad ganada en el descenso para dar impulso a su carga.
Amara esperó hasta que estuvieron casi encima de ella, se lanzó hacia un lado y salió disparada hacia arriba con toda la velocidad que pudo reunir, con la esperanza que los atraería a una subida casi vertical. En aquellas condiciones, sería demasiado esfuerzo para que lo pudieran mantener, y era posible que les obligara a abandonar la caza.
No funcionó como Amara había esperado. Aquellos caballeros volaban en alas triangulares y cerradas formadas por tres hombres cada una. Esa formación era muy difícil mantener si no se poseía una larga experiencia en el vuelo cooperativo. Mientras el hombre en punta lo tenía más fácil para volar, los de los flancos tenían una corriente de aire más constante y más fácil de mantener. Como resultado, esta formación permitía que dos hombres pudieran descansar, mientras que el tercero realizaba la mayor parte del esfuerzo. De ese modo, los tres iban rotando en la punta. Era excelente para los vuelos a larga distancia, y una señal de que aquellos hombres conocían su oficio.
Los caballeros más rápidos que había derribado del cielo debían de ser más jóvenes e inexpertos, probablemente algunos de los caballeros que se habían quedado en Kalare cuando lord Kalarus empezó su campaña. Pero estaba claro que se las estaba viendo con veteranos. Un ala la siguió con paciencia y precaución, lo suficientemente cerca para que se tuviera que esforzar en mantenerse por delante de ellos, pero sin intentar alcanzarla. Otra ala empezó una subida lenta y poco pronunciada, mientras que las otras se le colocaron en los flancos y se adelantaron.
Estaba en un aprieto y lo sabía. Los caballeros Aeris enemigos estaban utilizando la táctica paciente y despiadada de la manada de lobos. El ala que se elevaba lentamente acabaría llegando a la misma altitud que ella, pero sin tanto esfuerzo. El grupo más cercano le pisaría los talones y la obligaría a seguir maniobrando, con lo que desgastaría su resistencia mientras que el enemigo iba rotando en cabeza con caballeros relativamente descansados. Las dos alas en los flancos la mantenían encerrada, hasta que se cansase y la derribasen los perseguidores directos, o hasta que el ala en ascenso estuviera en una posición de picar contra ella y derribarla, probablemente lanzando sal contra Cirrus y precipitándola a una caída letal.
Al menos había atraído a buena parte de los caballeros Aeris que quedaban. Pero mientras la estaban persiguiendo, Kalarus y sus Inmortales asaltarían el carruaje.
Y Bernard.
Amara apretó los dientes, e intentó pensar qué más podía hacer. Relámpagos escarlatas jugaban a través de las nubes que tenía encima. El trueno que siguió le retumbó en el vientre y en el pecho, y ejerció una presión dolorosa contra sus oídos. Amara miró de repente hacia las nubes.
—Oh —se dijo en voz alta—. Qué mala idea. —Respiró hondo—. Pero supongo que no tengo muchas alternativas.
Se decidió con un gesto firme de la cabeza.
Entonces volvió a impulsar a Cirrus y salió disparada hacia las nubes de tormenta de los canim con sus truenos ensordecedores y relámpagos de color sangre.