46

Tavi no tenía adonde ir, ningún lugar en el que esconderse y, si no hacía nada, lo matarían.

Así que mientras el cane subía las escaleras, Tavi lanzó un aullido de terror y rabia y se lanzó contra el cuerpo blindado de su enemigo con toda la fuerza, violencia y temeridad que pudo reunir.

Le dio al cane un fuerte golpe en la parte alta del peto. Aunque el cane era bastante más grande, el factor sorpresa, el peso de la armadura de Tavi y la inercia bastaron para abrumarlo. Tavi lo empujó por las escaleras hasta producir un fuerte impacto contra la superficie de piedra del puente. Sin darle tiempo a recuperarse, Tavi golpeó una y otra vez con el yelmo la nariz y el morro del cane, que eran muy sensibles. Alzó la espada, con una mano agarrando la empuñadura y la otra colocada hacia la mitad de la hoja, y la empujó con todas sus fuerzas contra el cuello del cane.

O bien no le acertó a ningún punto vital o bien el cane era demasiado duro como para morir. Así pues, el cane agarró a Tavi y lo apartó de un empujón. Tavi se golpeó contra el pretil del puente, pero la armadura amortiguó la mayor parte del impacto. Se puso en pie cuando el cane herido se incorporó mostrándole los dientes desnudos en una sonrisa horrible.

—¡Capitán! —gritó una voz, y el fuego abrió la noche y se elevó en una cortina formada por las piedras que separaban a Tavi del cane herido.

Bajo aquella luz, Tavi solo tuvo tiempo de vislumbrar los rasgos de su oponente. Se trataba del cane canoso que le había llevado a Tavi la misma espada que acababa de utilizar. Entonces los caballeros Aeris descendieron a su alrededor.

Aterrizaron con ímpetu. Antes de que tocasen el suelo, Nasaug se dio la vuelta y lanzó una de las barras de acero que Tavi había examinado el día anterior. Le dio un tremendo golpe en la rodilla a uno de los jóvenes caballeros y lo arrojó al suelo, con la pierna doblada.

Crasus aterrizó al lado de Tavi y, gruñendo por el esfuerzo, lanzó una llamarada contra el cane más cercano. Surgió muy débil bajo el diluvio que caía, pero bastó para obligar al cane a detenerse. Los caballeros Aeris agarraron a Tavi por los brazos y, dirigidos por Crasus, lo levantaron del puente y se perdieron en el cielo nocturno. Otro relámpago de luz mostró a Nasaug lanzando otra barra contra Crasus, pero el joven tribuno de los caballeros la apartó con destreza valiéndose de la espada, y condujo a los caballeros Aeris fuera del alcance de los proyectiles.

Pero no fuera del alcance del acero mortal.

Desde abajo sonaron más zumbidos. Uno de los caballeros Aeris que sostenían a Tavi soltó un gruñido: cayó y desapareció en la oscuridad. El otro caballero estuvo a punto de dejarlo caer, y todo dio vueltas y más vueltas a su alrededor. Entonces apareció Crasus, que ocupó el puesto del caballero caído, y la cansada banda de voladores descendió detrás de la segunda posición defensiva, a un centenar de metros del extremo meridional del puente.

Las horas siguientes se resumieron en un enorme borrón de oscuridad, frío y desesperación. El sorprendente primer asalto había destruido dos cohortes enteras. La primera cohorte había quedado aniquilada hasta el último hombre, hecha trizas por los proyectiles de acero y superada por los guerreros canim a quienes conducía Nasaug. La novena cohorte había intentado avanzar para contener el ataque en el extremo del puente, pero las tropas de Nasaug las eliminaron entre las tinieblas casi impenetrables. Solo el equivalente de una centuria había conseguido retirarse a la siguiente posición defensiva, pero ocho de las diez centurias de la cohorte perecieron en el puente. Los sanadores, desbordados, apenas pudieron atender a los heridos que consiguieron acceder a ellos. No había manos suficientes, y muchos hombres que en otras circunstancias habrían sobrevivido a sus heridas murieron esperando su turno.

Cayeron cerca de seiscientos aleranos.

Todo había durado siete u ocho minutos.

Tavi recordaba haber dado órdenes y haber recibido preguntas y respuestas frenéticas por parte del Primera Lanza. Nunca había luz suficiente. Los canim destruían todas las lámparas que ellos o sus francotiradores habían conseguido. Además, las lámparas de furia ya escaseaban debido a la trampa que Tavi había dispuesto en el lado sur del pueblo. Tavi se enfrentó otras dos veces a enormes guerreros canim en una oscuridad casi total. Luchó tan solo para retirarse y sobrevivir.

Los canim superaron las dos posiciones defensivas siguientes sobre el puente. Todo se redujo a una carrera por ver quién conseguía llegar primero al arco central del puente: o los canim o los ingenieros aleranos que intentaban derrumbarlo a la desesperada.

En medio de la oscuridad y la confusión, los canim ganaron la carrera. Tavi contempló con frustración, impotencia y terror como el propio Nasaug saltaba por encima de las fortificaciones mucho más bajas en el ápice del puente, mataba a media docena de aleranos que intentaban defender el muro y empezaba a destrozar a los legionares que se batían en retirada.

Tavi sabía que si no detenían a los canim en ese punto, iban a usar la inercia de la «bajada» hacia el otro extremo del puente para pasar a través de las restantes líneas defensivas y penetrar en el pueblo por el extremo septentrional del puente. Si lo hacían, se cebarían en los civiles que se apiñaban allí en busca de protección.

De alguna manera, el Primera Lanza y él consiguieron reunir un bloque sólido de hombres delante de la última muralla que había sobre el puente, mientras los extenuados caballeros Aeris de Crasus formaban detrás de ellos sobre la muralla baja de la ciudad. Tavi tenía a sus espaldas dos pilas enormes de muebles traídos desde el pueblo, empapados en licor. Max las había encendido para proporcionarles luz a los legionares, y las mantuvo ardiendo con un artificio de fuego. Los caballeros enviaron un vendaval contra las caras de los canim, tanto para proteger los fuegos como para cegar al enemigo bajo el aguacero. Una carga rugiente conducida por el Primera Lanza golpeó contra el avance canim. Tavi contempló desde la muralla como los legionares y los guerreros se trababan en una batalla desesperada y mortal. Una vez hubieron contenido la inercia de los canim y se hubo disipado la oscuridad con las hogueras, los legionares que combatían en el espacio reducido del puente cobraron ventaja debido a su coordinación, disciplina y desesperación. Paso sangriento tras paso sangriento, fueron rechazando a los canim, hasta que el enemigo inhumano pasó por encima de la penúltima muralla y pasó a una posición defensiva.

Tavi ordenó a los legionares que regresaran a la última muralla sobre el puente: temía que los francotiradores canim los hicieran trizas si permanecían en campo abierto.

Y al cabo de una hora, la batalla había terminado.

Tavi se dejó caer al suelo detrás de la última muralla y se quedó sentado durante un momento. Se quitó el yelmo y alzó la cara hacia el cielo para beber la lluvia que seguía cayendo. La tormenta había ido amainando a lo largo de la última hora. Hacía que la noche fría fuera mucho más incómoda, y los escalofríos no dejaban de recorrerlo.

—¿Capitán? —llamó Ehren en voz baja. Tavi no lo había oído acercarse—. ¿Te encuentras bien?

—Cansado, eso es todo —respondió Tavi.

—Deberías protegerte de la lluvia y comer algo caliente.

—No hay tiempo —replicó Tavi—. Ellos pueden ver en la oscuridad. Nosotros, no. Nos volverán a atacar antes del amanecer. Necesito que la tribuno Cymnea reúna todas las lámparas de furia que pueda encontrar, cualquier madera que arda y hasta la última gota de licor que pueda localizar por toda la ciudad. Los vamos a necesitar para encender hogueras y que los hombres puedan ver. Valiar Marcus está haciendo un recuento. Pídele a Foss las cifras de muertos y heridos y entrégaselas al Primera Lanza.

Ehren frunció el ceño, pero asintió.

—De acuerdo. Pero después de eso…

—Después de eso —le interrumpió Tavi—, coge los dos caballos más rápidos que puedas encontrar y sal de aquí.

Ehren se quedó en silencio.

—Es tu deber —explicó Tavi en voz baja—. El Primer Señor tiene que saber lo que los ritualistas son capaces de hacer. Y sobre esos lanzadores de proyectiles que están usando los canim. Y… —Movió la cabeza—. Dile que vamos a encontrar una forma de derrumbar el puente. Transmítele mis disculpas por no poder mantenerlo intacto.

Se produjo otro momento de silencio.

—No me puedo ir así como así y dejar a mis amigos —replicó Ehren.

—No te vayas, corre. Lo más rápido que puedas. —Tavi se puso en pie y se volvió a colocar el yelmo. Entonces puso una mano sobre el hombro de Ehren y lo miró a los ojos—. Si Gaius no recibe como mínimo la noticia, todo habrá sido en vano. No lo permitas.

La lluvia pegaba el cabello al cráneo del pequeño cursor. Entonces bajó la cabeza y asintió.

—De acuerdo.

Tavi le apretó el hombro en señal de agradecimiento. Al menos iba a conseguir que un amigo saliera vivo de todo este lío.

—Muévete.

Ehren le ofreció una sonrisa débil y un saludo desmañado antes de darse la vuelta y alejarse a paso rápido.

—Tiene razón, ¿sabes? —comentó Max en voz baja desde la oscuridad más cercana.

Tavi dio un respingo sorprendido y miró en dirección a la voz de Max.

—Cuervos, Max. Me has dado un susto que me ha quitado diez años de vida.

Max bufó.

—Me parece que, en cualquier caso, no tenías intención de utilizarlos.

—Deberías comer —replicó Tavi—. Descansar. Muy pronto vamos a necesitar tus artificios.

En respuesta, Max sacó un cuenco de cerámica de debajo de la capa y se lo pasó a Tavi. Estaba tan caliente que lo pudo sentir a través de los guantes, pero cuando el aroma del guiso espeso le llegó a la nariz, una petición repentina de su estómago hizo que dejara atrás sus precauciones y engulló el caldo, casi sin detenerse a masticar la carne. Max llevaba otro cuenco y se quedó en compañía de Tavi.

—De acuerdo —asintió Tavi—. Probablemente debería…

—Marcus lo está organizando —le cortó Max—. Dice que deberías comer. Sentarte durante un minuto. Así que relájate.

Tavi empezó a hacer un gesto de negativa, pero el cuerpo dolorido le impidió hacer otra cosa que apoyarse contra el muro.

—Esto está bastante mal —comentó en voz baja—, ¿no es cierto?

Max asintió.

—Lo peor que he visto.

Desde una cercanía sorprendentemente próxima se oyeron el gruñido frenético de un cane enrabietado y golpes violentos contra el agua. Max desenfundó la espada antes de que se diluyera el sonido, y no tardó ni un segundo en mirar a su alrededor.

—¿Qué cuervos…?

Tavi no se había movido.

—Es en el río, debajo de nosotros.

Max arqueó una ceja.

—¿No deberíamos estar preocupados de que envíen tropas hacia la otra orilla?

—No en especial. Lo están haciendo desde el anochecer. Aún no han conseguido llegar a esta orilla.

Max frunció el ceño.

—¿Furias de agua?

—¿Crees que iba a dejar que los sanadores perdieran el tiempo en algo así? —preguntó Tavi.

—Eres demasiado listo para tu propio bien, Calderon —gruñó Max.

—Tiburones —explicó Tavi.

—¿Qué?

—Tiburones. Peces enormes con grandes dientes.

Max alzó las cejas.

—¿Peces?

—Hummm. Atraídos por la sangre que hay en el agua. La tribuno Cymnea ha estado recogiendo la sangre de todo el mundo que ha matado animales en el campamento y en el pueblo, y la ha estado tirando al río. Los tiburones han captado el rastro de la sangre desde el mar. Cientos de ellos. Ahora están devorando a cualquiera que se atreva a nadar allí. —Tavi señaló el agua con un gesto vago—. Los pescadores ancianos que trabajan en el río me contaron que incluso han conseguido atraer a un bebé leviatán. Pequeño, de unos doce metros.

Max gruñó.

—Peces. Tarde o temprano se saciarán y los canim conseguirán colocar un equipo de asalto a este lado del río. Deberías dejarme enviar a algunos jinetes a patrullar la orilla.

—No es necesario —indicó Tavi—. Kitai verá a cualquier cane que consiga pasar.

—¿De verdad? —dijo Max con escepticismo—. Está sola, Calderon. ¿Qué puede hacer ella que no consigan cincuenta de mis hombres?

—Ver en la oscuridad —respondió Tavi.

Max abrió la boca, pero la volvió a cerrar.

—Oh.

—Además —continuó Tavi—, si no estuviera allí, estaría aquí.

Max soltó el aire.

—Sí. Siempre tan listo.

—No siempre —reconoció Tavi y pudo oír la amargura en su tono—. Nasaug me ha dejado en evidencia.

—¿Cómo?

—Creía que estaba retrasando el ataque para fastidiar a Sarl. Pero no era eso lo que estaba haciendo, en absoluto. Sarl fue tan estúpido como para ordenar un gran ataque contra la muralla cuando aún quedaba una hora de luz solar. Nasaug consiguió retrasar ese ataque hasta la caída de la noche, puesto que entonces los canim tendrían una gran ventaja. Derribó las puertas y las protegió para que sus tropas más sacrificables sufrieran las pérdidas de la trampa de fuego. —Tavi movió la cabeza—. Debería haberme dado cuenta de lo que estaba haciendo.

—Aun así —replicó Max—, no habría existido ninguna diferencia.

—Y esos lanzadores de proyectiles. —El estómago de Tavi le dio un vuelco al pensar en todos los hombres a los que habían matado—. ¿Por qué me quedé tan tranquilo pensando que solo tenían armas de mano para el combate de corto alcance?

—Porque eso es lo que han usado siempre —respondió Max—. Nadie lo podría haber previsto. Esta es la primera vez que he visto u oído algo así.

—Es igual —se cerró en banda Tavi.

—No —replicó Max—. Que te lleven los cuervos, Calderon. Has hecho mucho más de lo que nadie esperaba de ti. Probablemente más de lo que deberías haber sido capaz de hacer. Deja de culparte por todo. Tú no has traído a los canim hasta aquí.

Oyeron como otro cane gritaba en el río, en la oscuridad.

Tavi dejó escapar una carcajada cansada.

—¿Sabes qué es lo que más me preocupa?

—¿Qué?

—Cuando estaba a la orilla del río y aquellos canim venían a por mí, y se alzaron los leones, solo durante un instante… —Negó con un gesto—. Creí que quizás era algo que había hecho yo. Que quizás eran mis furias. Que quizá no era… —Se le hizo un nudo en la garganta.

Max habló en voz baja desde la oscuridad.

—Padre no me dejó nunca que manifestara una furia. Una criatura, ¿sabes? Como el perro de piedra de tu tío, o el halcón de fuego de lady Placida. Pero nunca me enseñó nada del agua, y en la biblioteca tenían un viejo libro de historias. En él había un león de agua como ese. Así que… prácticamente he aprendido solo todo lo que sé sobre los artificios de agua. Y cuando no estaba cerca, se manifestaba como un león. Le puso el nombre de Androcles. —Tavi no podía estar seguro pero en la penumbra le pareció que Max se ruborizaba—. Me sirvió de compañía cuando murió mi madre.

—Crasus debió de leer el mismo libro —comentó Tavi.

—Sí. Curioso. Nunca pensé que tuviera nada en común con él. —Se removió nervioso—. Siento mucho que no fuera lo que esperabas.

Tavi se encogió de hombros.

—Está bien, Max. Quizás ha llegado el momento de dejar de soñar con tener mis propias furias y seguir viviendo sin ellas. Las he deseado durante mucho, mucho tiempo, pero… tus furias no cambian nada.

—Nada de lo que realmente importa —reconoció Max—. No en el interior. Mi padre siempre me decía que el artificio de las furias de un hombre solo lo hacían más de lo que ya era. Un idiota con furias sigue siendo un idiota. Un buen hombre con furias sigue siendo un buen hombre.

—El viejo Killian intentó enseñarme algo por el estilo —explicó Tavi—. El día de nuestro combate final. Cuanto más pienso en ello, más convencido estoy de que estaba intentando que comprendiera que hay muchas más cosas en el mundo además de las furias. Que hay más vida que lo que podría hacer con ellas.

—No era tonto —reconoció Max—. Calderon. Sé lo que has hecho. Te debo la vida, a pesar de todos mis artificios de las furias. Al final eras el único que seguía en pie. Y eso vale el doble para Gaius. Has matado asesinos y monstruos sin ninguna ayuda. Derrotaste a un señor de la guerra canim sin armas ni la ayuda de un artificio de las furias que te protegiera, y no conozco a nadie que lo haya hecho nunca. La trampa al sur del puente ha matado a más canim en una hora que las legiones en los últimos diez años. Y aún no tengo ni la menor idea de cómo has conseguido detener su carga: creía que estábamos acabados. Y lo has hecho solo, sin la ayuda de ninguna furia. —El puño de Max golpeó ligeramente el hombro de Tavi cubierto por la armadura—. Eres un maldito héroe, Calderon. Con o sin furias. Y eres un capitán innato. Los hombres creen en ti.

Tavi negó con la cabeza.

—¿Qué es lo que creen?

—De todo —respondió Max—. Creen que debes de ocultar algún artificio de las furias de los grandes si has sido capaz de sobrevivir al impacto de ese rayo. Y la mayoría no ha terminado de entender todo ese plan del serrín y las lámparas de furia. Solo vieron que movías la mano y toda la parte sur del pueblo estallaba en llamas. Conseguiste salir luchando del ataque que mató a toda la primera cohorte, y algunos de esos veteranos eran artífices del metal cercanos al nivel de un caballero. —Otro cane gritó en el río, a mayor distancia—. Te garantizo que ahora mismo están corriendo rumores de que tienes furias en el río matando canim.

—Yo no he hecho nada de eso, Max —replicó Tavi—. Están creyendo en una mentira.

—Los cojones —exclamó Max con voz seria—. Lo has hecho, Tavi. En algunos casos has tenido ayuda. Otros han costado un montón de trabajo. Ninguno de ellos ha implicado un artificio de las furias, pero lo has hecho. —Max señaló el pueblo con un gesto—. Saben lo que está ocurriendo. Cualquier hombre cuerdo saldría corriendo hacia las colinas. Pero en lugar de eso están rabiosos. Les hierve la sangre por luchar. Durante la batalla has estado aquí a su lado. Has golpeado a los canim a la carrera por puro instinto y les has hecho sangrar sus delgadas narices. Los hombres creen que lo puedes hacer de nuevo. Te seguirán, Calderon.

—Pero has visto esas fuerzas, Max. Sabes lo que queda aún ahí fuera. Y nosotros estamos cansados, arrinconados y sin más trucos a los que recurrir.

—Eh —replicó Max—. Así es como funciona la fe. Cuanto peor sea la situación, mayor será la fe que la sostenga. Les has dado algo en que creer.

Tavi sintió unas ligeras náuseas ante esa afirmación.

—Tenemos que derrumbar el puente, Max. Tenemos que conseguir que los ingenieros lleguen a lo alto del arco para derribarlo.

—Creía que no teníamos personal suficiente que pudiera realizar un artificio de tierra —comentó Max.

—Si recuerdas —replicó Tavi—, en el Pabellón hay muchos empleados que tienen mucha práctica con los artificios de tierra.

Max parpadeó.

—Pero son bailarinas, Calderon. Profesionales… eh… cortesanas.

—… que han practicado artificios de tierra todos los días de su vida profesional —comentó Tavi—. Sé que una obra en piedra no es lo mismo, siempre me has dicho que cualquier aplicación en una de las áreas del artificio de las furias conduce a diferentes usos del mismo don.

—Bueno —reconoció Max—. Sí, pero…

Tavi arqueó una ceja.

—¿Pero…?

—Conseguir con un artificio que una sala llena de legionares se ponga frenética es una cosa, pero alterar una obra realizada con piedras pesadas es otra muy diferente.

—Las he puesto a practicar —reconoció Tavi—. No son exactamente ingenieros, pero no se trata de un artificio muy complicado. Es una demolición. Lo que necesitan realmente los ingenieros es músculo para el artificio de tierra, y las bailarinas lo tienen. Si conseguimos llevarlas con los ingenieros a la cima del puente, lo pueden derrumbar.

—Eso es un muy grande —replicó Max en voz baja.

—Sí.

Max bajó aún más la voz al darse cuenta de las implicaciones.

—Alguien tendrá que contener a los canim mientras trabajan. Sea quien sea, caerá al río o quedará atrapado en la mitad meridional del puente cuando se derrumbe.

Tavi asintió.

—Lo sé. Pero no hay alternativa. Nos costará conseguirlo, Max. Tenemos que resistir durante la noche. Si lo conseguimos, aún tendremos más bajas al rechazar a los canim a través de nuestras defensas. Quizá tantas que no podamos resistir.

—Otorga un poco de confianza a los hombres —replicó Max—. Como te he dicho, creen. En especial, los peces. Lucharán jodidamente bien.

—Aunque lo hagan —reconoció Tavi—, es posible que no podamos vencer. Es posible que no lo consigamos.

—Solo hay una manera de averiguarlo.

—Y si es posible —continuó Tavi—, quien contenga a los canim, morirá. —Se quedó en silencio durante un momento antes de proseguir—: Yo lo haré y pediré voluntarios.

—Es un suicidio —concluyó Max en voz baja.

Tavi asintió antes de que lo volviera a recorrer un escalofrío.

—¿Hay alguna posibilidad de que hagas algo con esta lluvia?

Max miró hacia arriba con los ojos entornados.

—No se trata de ningún artificio. Creo que un artífice lo suficientemente poderoso podría cambiarlo un poco. Pero para hacerlo, tienes que subir ahí arriba, y con esas cosas flotando alrededor…

—De acuerdo —lo interrumpió Tavi—. Que los cuervos se lleven la lluvia. Sin ella, seguirían esperando a que se apagasen los incendios en el pueblo. Sin ella, podríamos encender una hoguera enorme en el puente y dejar que los contuviera hasta el amanecer.

Max gruñó.

—Qué no daría ahora mismo por veinte o treinta caballeros Ignus, en lugar de todos esos Aeris. Miles de canim atrapados en un puente estrecho. Con un buen grupo de caballeros Ignus podríamos convertir todos esos perros en papilla.

Una idea golpeó a Tavi con tanta fuerza que el cuenco se le cayó de repente de los dedos entumecidos y se rompió en las piedras del puente.

—¿Calderon? —preguntó Max.

Tavi levantó una mano, pensando a toda velocidad y obligando a su mente cansada a que evaluara con rapidez la idea, las posibilidades.

Podía funcionar.

Por todos los cuervos y truenos, podía funcionar.

—Me lo dijo —oyó Tavi que decía él mismo totalmente sorprendido—. Maldita sea, me dijo exactamente dónde debía golpearles.

—¿Quién te lo dijo? —preguntó Max.

—Nasaug —respondió Tavi y sintió cómo una sonrisa amplia y repentina le estiraba la boca—. Max, tengo que hablar con los hombres —indicó—. Quiero que tu hermano y todos los caballeros Aeris se reúnan al otro lado de las puertas del pueblo. Necesitarán tiempo para practicar.

Max parpadeó.

—¿Qué tienen que practicar?

Tavi levantó la mirada hacia las pesadas nubes de tormenta, con su lluvia helada y los relámpagos escarlata, mientras le llegaban los aullidos de los canim procedentes de las posiciones enemigas en el Elinarch.

—Un viejo truco románico.