45

La noche cayó oscura y densa bajo la capa de nubes de tormenta de los ritualistas. Las tinieblas hicieron que los gritos de batalla canim fueran aún más terroríficos, y Tavi pudo sentir cómo en lo más profundo de sus pensamientos se alzaba el miedo primario e inevitable a colmillos y bocas hambrientas. Ninguna lámpara de furia iluminaba las murallas mientras corría hacia su posición encima de la puerta. La única luz era la franja anaranjada del final de la puesta de sol. No podía ver tan bien a los hombres apostados sobre las murallas como para distinguir sus expresiones, pero al pasar a su lado pudo oír movimientos de nerviosismo y se dio cuenta de que eran bastante más delgados que la mayor parte de los veteranos de la tropa. El Primera Lanza había mantenido en la muralla la cohorte de peces.

—¿Marcus? —preguntó Tavi cuando llegó al centro de la muralla.

—Señor —gruñó una forma oscura cerca de él.

—¿Todo listo?

—Sí, señor —respondió el Primera Lanza—. Estamos listos.

—¿Los hombres conocen la señal?

—Sí, señor —gruñó Marcus con tono contenido—. Eso era lo que quería decir cuando dije que estamos listos, señor.

Tavi empezó una réplica tajante, pero contuvo la lengua. Se quedó en silencio mientras la luz se seguía desvaneciendo. Los tambores redoblaban en el exterior. Los cuernos resonaban. La noche caía y la oscuridad solo quedaba rota por algunos rayos de luz escarlata.

Entonces se produjo un silencio repentino.

—Ahí vienen —jadeó Tavi.

Los aullidos que atravesaban el aire eran cada vez más fuertes y el suelo empezó a temblar.

—Quedaos al lado de las lámparas de furia —ladró Tavi.

Los jefes de lanza repitieron la orden a lo largo de la muralla. El destello de un relámpago le mostró a Tavi una masa de canim cubiertos de armaduras negras que se acercaban a las puertas.

—¡Lámparas de furia, ahora! —gritó.

Una docena de grandes lámparas de furia, suspendidas de cadenas que colgaban a un metro y medio por la parte exterior de la muralla, cobraron vida. Emitían una fría luz azul sobre el terreno delante de las murallas, iluminando el suelo para los defensores aleranos, mientras daban directamente a los ojos de los canim atacantes.

—¡Disparad! —gritó Tavi.

Los legionares se dividieron en equipos de dos hombres: escudero y arquero. Las flechas se precipitaron contra los guerreros canim, que iban fuertemente blindados, pero esta vez muchos de ellos llevaban escudos pesados de acero escarlata y las flechas apenas surtieron efecto. Enseguida llegaron las jabalinas pesadas y letales, apuntadas contra los legionares que se encontraban entre las almenas. Uno de los arqueros tardó un instante de más en apuntar y lo atravesó una lanza, cuya punta le salió por la espalda; la fuerza del impacto lo lanzó de las almenas y lo hizo aterrizar en las piedras del patio. Otro legionare no había fijado bien el escudo en el brazo, que salió disparado hacia atrás cuando una lanza impactó contra él; lo golpeó en la cara y se le salió de la articulación, con un crujido estremecedor.

—Allí —gritó Tavi, señalando hacia un grupo numeroso de canim que se acercaban en dos filas—. El primer ariete. Preparad la pez.

—¡Pez preparada! —ladró Marcus.

El ariete se acercó a la puerta y la golpeó una vez. Entonces los hombres sobre el portón vertieron la pez sobre los atacantes, pero algo fue mal porque no subieron aullidos de dolor. Tavi se arriesgó durante un segundo mortal a inclinarse sobre las almenas para mirar hacia abajo. Un trozo largo de madera, que no era más grueso que la pierna de Tavi, ardía bajo la capa de pez, pero era demasiado ligero como para ser un ariete de verdad. Los canim lo habían abandonado después de un solo golpe contra las puertas para completar la pantomima.

Tavi se dio cuenta de que había sido un señuelo.

Un segundo grupo formado por muchos canim avanzó hacia las puertas. Iban bajo algún tipo de cubierta portátil construida con escudos superpuestos. Tavi apretó los dientes. Aunque hubieran tenido más pez dispuesta, habría sido inútil contra la cubierta del ariete.

Excelente.

El ariete golpeó contra las puertas con fuerza suficiente para que temblaran las piedras bajo las botas de Tavi. Otra vez, en la mitad del tiempo que habría tardado un grupo de aleranos en volver a mover el ariete. Bum, bum, bum. Con el siguiente golpe se oyó un crujido agudo: uno de los maderos de la puerta había cedido.

—¡Eso es! —gritó Tavi—. ¡Patio!

Los legionares que esperaban en el patio se dieron la vuelta y se alejaron de las puertas en dirección al puente, siguiendo una fila de lámparas de furia muy espaciadas. Mientras lo hacían, más ganchos volaron por encima de la muralla, unidos a cadenas de acero. A medida que cedían las puertas, más guerreros blindados ganaban las murallas bajo la cobertura de jabalinas lanzadas desde abajo.

—¡Han pasado! —gruñó Marcus.

En el exterior, los cuernos canim empezaron a tocar a la carga, y muchos de los guerreros de armadura negra se apartaron para permitir que los saqueadores no se encontraran con ningún obstáculo en su carga contra las puertas. Miles de saqueadores inhumanos avanzaron a la carrera en una masa compacta de colmillos y músculos.

—¡Retirada! ¡Sartén! —gritó Tavi—. ¡Retirada! ¡Sartén!

La puerta cedió y los canim dejaron escapar un rugido. Tavi y los legionares que defendían la muralla corrieron hacia abajo en una carrera frenética y terrorífica. Un joven legionare tropezó, cayó por un tramo de escaleras, y se quedó tendido en el patio. Se produjo un sonido agudo y siseante, seguido de un repentino alarido de dolor. Dos de sus compañeros lo cogieron y empezaron a arrastrarlo entre los dos.

—¡Vamos! —chilló Tavi, empujando a los legionares que pasaban a su lado y bajando las escaleras, mientras no dejaba de mirar a través de la confusión y la oscuridad para asegurarse de que nadie quedaba atrás—. ¡Vamos, vamos, vamos!

—¡Ya están todos! —gritó Marcus.

Juntos corrieron hacia el patio y lo atravesaron a toda velocidad. Tavi pudo sentir un calor incómodo a través de las suelas de sus botas claveteadas después de dar una docena de pasos. Pudo oír cómo las puertas caían a su espalda y los canim aullaron triunfantes.

Marcus lanzó un grito a su lado y Tavi vio cómo caía el Primera Lanza. Una jabalina canim le había acertado en la pierna, clavándose en la pantorrilla justo por debajo de la rodilla.

Marcus consiguió caer sobre el escudo. Con ello evitó que la carne tocara las piedras y se friera como un trozo de tocino, como le había sucedido a un pobre legionare justo antes. Intentó arrancarse la jabalina de la pierna, pero la punta debía de haberse clavado en el hueso y no la pudo soltar.

Tavi se detuvo y fue a buscar al Primera Lanza. Una jabalina soltó chispas en las piedras a un paso de él. Tavi agarró a Marcus del brazo y lo puso en pie de un salto. El Primera Lanza dejó escapar un grito de dolor entre los dientes apretados y cojeó todo lo rápido que pudo hasta que, desesperado, Tavi lo colocó sobre el hombro y salió corriendo.

Entonces llegaron al borde del patio y vio las siluetas de los caballeros Aeris agachados sobre los tejados. Un viento repentino empezó a soplar hacia abajo. Se convirtió en un vendaval cuando llegó a las puertas, e impidió que los proyectiles acertaran. Tavi miró hacia atrás y vio cómo los saqueadores se precipitaban por las puertas que habían abierto los guerreros. Acto seguido empezaban a lanzar aullidos de dolor porque sus pies desnudos estaban pisando las piedras calentadas del patio. De la misma manera que no podrían haber remontado a nado una cascada, tampoco podían darse la vuelta a causa de la marea de su propio asalto. Miles de compañeros enloquecidos se abalanzaron sobre las puertas destrozadas, y sus chillidos rompieron el aire.

Los canim intentaron a la desesperada encontrar una salida de las piedras ardientes, saltando hacia las casas, las tiendas y el resto de edificios del patio. Aun así, llegaban cada vez más, y en algunas zonas ya no quedaba sitio adonde ir. Los canim caían, y sucumbían ante el dolor, que se redobló cuando sus carnes tocaron en toda su extensión las piedras del patio. Los vientos huracanados soplaban contra los ojos, las orejas y las narices de los canim, y la confusión transformó la carga en un manicomio de muertos y moribundos.

Aun así, seguían llegando más canim. Los saqueadores, ahora enloquecidos y aullando, sedientos de sangre, caminaron por encima de los quemados y los cuerpos en llamas de sus compañeros muertos y moribundos para evitar las piedras abrasadoras del patio. Se dirigieron al puente y Tavi vio que empezaban a cargar contra él. Bajó la cabeza y corrió, flanqueado por los caballeros Aeris, que se desplazaban de tejado en tejado e impedían que los canim más cercanos ciegos vieran a Tavi y los rezagados de la muralla.

Pareció que tardaba una eternidad en recorrer el escaso centenar de metros hasta el Elinarch y las defensas que habían construido los ingenieros. Con la arcilla del lecho del río habían construido cinco muros espaciados sobre el puente a intervalos regulares, les habían dado forma con un artificio de tierra. Después los habían endurecido con un artificio de fuego hasta que la arcilla había adquirido una consistencia casi tan dura e impenetrable como la piedra, lo que dejaba una abertura lo suficientemente ancha para que pasasen dos hombres. En el extremo meridional del puente se encontraba otra de estas barreras, que era tan grande como las murallas de la ciudad.

Tavi y los caballeros Aeris que lo estaban cubriendo atravesaron las defensas recién creadas, mientras que los canim, enfurecidos por las piedras calientes, cargaban.

—¡Médico! —gritó Tavi.

Apareció Foss, y Tavi dejó caer al Primera Lanza en los brazos del sanador. Después corrió hacia el muro y subió los bastos escalones construidos para llegar a las almenas improvisadas. Max y Crasus, junto con la primera cohorte de la Primera Alerana, esperaban en posición, con el resto de caballeros Aeris distribuidos a lo largo de la muralla. El último de los caballeros Aeris siguió a Tavi hacia las almenas.

Max y Crasus parecían extenuados, y Tavi sabía que el artificio de fuego que habían utilizado para calentar las piedras había sido tremendamente agotador. Pero si tenían mal aspecto, el joven caballero Ignus, pelirrojo y delgaducho, que estaba a su lado parecía mucho más muerto que vivo. Estaba sentado con la espalda apoyada en las almenas, los ojos perdidos en la distancia y temblando a causa del frío de la noche. Ehren apareció de la nada con el estandarte de la legión. Tavi le hizo un gesto y Ehren clavó el estandarte del águila ennegrecido en un hueco en las almenas de adobe que los ingenieros habían preparado a tal efecto.

En el pueblo habían quedado suficientes lámparas de furia para que Tavi pudiera ver a los saqueadores atravesando las calles, saltando entre tejados con una agilidad inhumana. Sus ojos brillaban rojos en la oscuridad casi total. Sus gritos y aullidos fueron cada vez más fuertes.

Tavi los contempló impasible, hasta que el más cercano estuvo a poco más de cincuenta metros del puente.

—Listo —le indicó en voz baja a Max.

Max asintió y puso una mano sobre el hombro de Jens.

Tavi intentó contar los canim que llegaban, pero la luz cambiante —ora solo las lámparas de furia, ora estallidos de relámpagos rojos— no se lo permitió. Más de mil, quizás el doble o el triple. Esperó unos instantes más para darles a los canim todo el tiempo posible para que entrasen más tropas en la ciudad.

—De acuerdo —dijo en voz baja—. La sartén ya está. Ha llegado el momento de encender el fuego.

—¡Levantad el viento! —ordenó Crasus, y sus caballeros Aeris y él se enfrentaron a los enemigos que se les echaban encima, levantando un vendaval fuerte y constante.

—Jens —le ordenó Max al joven caballero—. Puedes soltarlas.

Jens dejó escapar un jadeo y se tambaleó como un hombre a quien hubieran dejado inconsciente con un golpe en la nuca.

Y de repente toda la parte meridional del pueblo se convirtió en una enorme hoguera. Tavi pudo visualizar las cajas y los barriles que se habían llenado de serrín fino. Lo habían manufacturado ex profeso unos voluntarios del pueblo y del campamento de los seguidores a lo largo de varios días. Después lo habían almacenado en todos los recipientes que pudieron encontrar y a continuación repartieron al azar mucho más serrín a través de los edificios. En cada contenedor había una lámpara de furia, colocada por Jens. Cada una de las pequeñas furias de fuego estaba unida a su voluntad, contenida para que no cobrase vida dentro del serrín fino y volátil.

Cuando Jens las liberó, cientos de pequeñas furias de fuego quedaron libres para correr por doquier, y los barriles de serrín estallaron en llamas. Los edificios cubiertos de serrín se encendieron como antorchas y los fuertes vientos impulsados por los caballeros de Crasus alimentaron los fuegos con aire, con lo que se calentaron aún más, y los impulsaron hacia los enemigos que seguían llegando al pueblo.

Tavi contempló cómo morían los canim, horriblemente consumidos por las llamas, atrapados dentro de las murallas de piedra de la ciudad. Supuso que algunos podrían sobrevivir. Pero incluso con el viento que mantenía el incendio alejado del puente, el calor que desprendía incomodaba a Tavi en la cara. El fuego produjo un rugido enorme, ahogando los truenos ocasionales de los relámpagos que bailaban sobre sus cabezas, los gritos de los canim moribundos y los vítores de los aleranos que contemplaban como caían sus terribles enemigos.

Tavi lo dejó seguir durante cinco o diez minutos. Luego le hizo una señal a Crasus con la mano, y el tribuno de los caballeros y sus caballeros Aeris temblaron aliviados. Cesaron el esfuerzo. Un largo silencio cayó sobre las murallas, roto tan solo por el rumor grave de las llamas y el chillido ocasional de la madera torturada cuando se derrumbaban los edificios en llamas.

Tavi cerró los ojos. En un tono muy sutil podía distinguir otro sonido por debajo del fuego: los aullidos largos, doloridos y rabiosos de los canim moribundos.

—Descansen —ordenó Tavi sin dirigirse a nadie en particular—. Maximus y Crasus, conseguid algo de comida para vuestra gente y descansad. Pasarán un par de horas antes de que bajen los fuegos y puedan pasar. Pero cuando vengan, estarán muy enfadados.

Crasus le frunció el ceño a Tavi y su voz sonó pesada.

—¿No creéis que esto les habrá convencido de que se vayan a otra parte?

—Han tenido muchas bajas —reconoció Tavi—. Pero no entre los mejores. Se las pueden permitir.

Crasus profundizó el ceño y asintió.

—Y ahora, ¿qué?

—Ahora vais a comer y descansar. Aún tenemos un puente que defender. Haced que también suban algo para la primera cohorte.

—Sí, señor —asintió Crasus, que saludó y empezó a darles órdenes a sus hombres mientras descendía de la muralla.

Un rato más tarde llegaron numerosos peces con recipientes de té especiado y pan recién horneado. Con un gesto de Tavi, los veteranos de las almenas fueron a buscar comida y bebida. Tavi aprovechó el momento para dirigirse al extremo más alejado del muro. Se sentó en la muralla, dejó colgar los pies hacia el otro lado y apoyó la cabeza en la almena.

Tavi oyó cómo se acercaban los pasos de Max.

—¿Estás bien? —preguntó Max.

—Ve a buscarte algo de comer —contestó Tavi.

—Cojones. Habla conmigo.

Tavi se quedó en silencio durante un segundo.

—No puedo. Aún no —reconoció.

—Calderon…

Tavi negó con la cabeza.

—Déjalo, Max. Aún tenemos trabajo por delante.

Maximus gruñó.

—Cuando acabemos, nos vamos a emborrachar, y entonces hablaremos.

Tavi hizo un esfuerzo para sonreír.

—Solo si pagas tú. Sé todo lo que puedes llegar a beber, Max.

Su amigo bufó y se alejó por la muralla, dejando solo a Tavi con sus pensamientos.

La estratagema de Tavi había provocado la muerte en el infierno de quizá media legión de canim, pero los edificios en llamas iluminaban el terreno más allá de las murallas y la cantidad enorme de canim que se movían hacia el río. A simple vista no podía decir que el enemigo hubiera sufrido ninguna baja.

La fría realidad de las matemáticas no les dio tregua a sus pensamientos. Sabía que el ejército canim superaba en número a los aleranos, pero una cosa son los números que aparecen sobre el papel, sobre un mapa táctico, o en una sesión de planificación, y otra completamente diferente son los números aplicados a un enemigo real, físico y letal al que puedes ver marchando contra ti. Mientras contemplaba los miles de canim que estaban a la vista y que se estaban moviendo por primera vez, Tavi obtuvo una perspectiva completamente nueva de la magnitud de la tarea que tenía por delante.

Se sintió amarga y mortalmente cansado.

Al menos había ganado unas horas de respiro para los hombres. Valieran para lo que valiesen. Excepto para aquellos que ya habían muerto, por supuesto. Esos tenían ahora todo el tiempo del mundo para descansar.

Se quedó sentado durante un momento, contemplando como ardía la mitad del pueblo que estaba defendiendo. Se preguntó cuántos hogares y negocios acababa de destruir. Cuántas generaciones de riqueza y conocimientos duramente ganados acababa de sacrificar. Cuántos objetos y herencias familiares había convertido en cenizas.

No sabría decir cuándo se quedó dormido, pero algo frío en la cara lo despertó. Dio un respingo, al que siguió una mueca de dolor cuando reparó en que tenía el cuello agarrotado por haberlo apoyado en la almena de adobe, y los músculos contracturados. Se masajeó la nuca con una mano, parpadeó varias veces y oyó un pequeño goteo. Volvió a ocurrir. Le cayó agua fría sobre la mejilla.

Gotas de lluvia.

Tavi miró hacia las nubes mortecinas y empezó a caer más lluvia; primero, ligera, pero no tardó en convertirse en un torrente, una tormenta que liberaba la lluvia en cortinas tan densas que Tavi tuvo que escupir agua de la boca cada pocas bocanadas de aire. Le dio un vuelco el corazón, presa del pánico, y se puso en pie de un salto.

—¡A las armas! —gritó—. ¡Todas las cohortes a sus posiciones!

La cortina de lluvia se precipitó sobre el pueblo en llamas y empezó a apagar los incendios. Nubes de vapor y humo empezaron a elevarse en el cielo y, junto con la lluvia, ocultaron completamente al enemigo.

Una vez más, empezaron a resonar los cuernos canim.

Los gritos sonaron a través del aguacero, amortiguados por la lluvia. Las botas resonaron en la piedra. Tavi apretó los dientes y golpeó la almena con el puño. Los veteranos sobre la muralla se pusieron en movimiento, colocándose los escudos y poniendo las cuerdas en los arcos, que iban a ser muy poco efectivos a causa de la lluvia. Al morir el fuego, las siluetas de los hombres sobre el muro se fueron difuminando.

—¡Luces! —gritó Tavi a los hombres que se encontraban sobre el puente—. ¡Subid luces, rápido!

Uno de los legionares que había en el muro gritó, y Tavi se giró para ver unas formas con armaduras negras, casi invisibles en la oscuridad, que avanzaban a una velocidad increíble. Tavi se dio la vuelta para ordenar a más hombres que se situaran en la «puerta» improvisada en el muro. Esta no era más que un arco lo suficientemente ancho como para que dos hombres pudieran pasar erguidos, y demasiado pequeño para un cane. Al hacerlo, tropezó con un veterano que corría hacia su posición con un arco en la mano y ambos resbalaron en el suelo de adobe, ablandado por la lluvia.

De no haberlo hecho, los dos habrían muerto con los demás.

Cuando los legionares se dispusieron en orden de batalla, se produjo un zumbido, y después una sucesión de truenos en miniatura. Uno de los veteranos estalló en un surtidor de sangre a menos de un metro de Tavi; cayó sin emitir sonido alguno. No fue el único de los defensores de la muralla a quien le sucedió lo mismo. Algo atravesó un escudo y mató al veterano que se protegía detrás de él. Uno de los arqueros dio un respingo y se derrumbó. Otra cabeza salió lanzada hacia atrás con tanta fuerza que Tavi oyó con claridad como se rompía el cuello. El cadáver cayó cerca de él, con la cabeza colgando a un lado y los ojos abiertos y sin parpadear. Una vara metálica tan gruesa como una nuez sobresalía del yelmo. Al mirar Tavi, un reguero de sangre se deslizó sobre uno de los ojos ciegos del legionare, y casi de inmediato quedó diluido y desapareció bajo la lluvia.

Unos segundos más tarde, Tavi oyó de nuevo el zumbido y se oyeron gritos procedentes del nivel del puente. Entonces surgió un horrible rugido que más bien parecía un ladrido, y Nasaug pasó a la carga a través de la pequeña abertura con una facilidad y agilidad terroríficas con la curvada espada de guerra en la mano. El cane maestro de batalla mató a tres legionares antes de que tuvieran tiempo de reaccionar. La enorme espada les rompió los huesos a través de la armadura de acero y sajó la carne expuesta con una eficacia implacable. Detuvo el ataque con la espada de otro legionare, aferró con una garra el filo del escudo del hombre y, con un movimiento sencillo y limpio, lo lanzó unos seis metros en el aire y por encima del borde del puente. El legionario cayó al río sin dejar de gritar.

Nasaug apartó a otro par de legionares. A continuación aplastó con varias patadas rápidas las lámparas de furia que estaban subiendo a la muralla. Toda la zona quedó sumida en la oscuridad. Bajo los estallidos cada vez más frecuentes de relámpagos rojos, Tavi vio más canim que entraban detrás de Nasaug. Daba la impresión de que sus cuerpos largos y esbeltos se doblaban por la mitad al pasar a través de un hueco tan pequeño.

El veterano que Tavi tenía a su lado se puso en pie, levantó el arco y apuntó a Nasaug.

—¡No! —gritó Tavi—. ¡Al suelo!

Sonó un zumbido y otro proyectil de acero pasó a través de la armadura que cubría la parte baja de la espalda del veterano. Un par de centímetros de la punta del proyectil salió a través del peto. El hombre jadeó y cayó. Un segundo más tarde chilló de puro terror cuando los gritos salvajes de los canim se alzaron en la oscuridad. Los legionares luchaban contra los guerreros en una oscuridad de pesadilla, rota por los relámpagos de luz sangrienta. Hombres y canim gritaban de rabia, desafío, terror y dolor.

Tavi se tumbó y permaneció quieto. Si se ponía en pie, los francotiradores que estaban disparando esos letales proyectiles de acero lo matarían, pero el asalto cane había sido tan rápido y terrible que Tavi ya se encontraba prácticamente aislado de los legionares que tenía debajo. Si descendía hacia el puente se tendría que enfrentar a los canim sin otra ayuda que su gladius.

Tavi no recordaba que hubiera sacado la espada, pero le dolían los dedos de la fuerza con que apretaba la empuñadura mientras intentaba pensar a la desesperada en la mejor manera de encontrar una salida.

Y entonces la figura ensombrecida de un cane de armadura negra y unos ojos que reflejaban los estallidos de luz roja en la penumbra empezó a subir los escalones hacia la muralla. Tavi sabía que no tardaría en verlo.

Se le había acabado el tiempo.