—¡Guardias! —bufó Amara.
—Seis en el piso superior —informó Rook—. Bajarán por las escaleras y defenderán el único acceso al tejado.
—Donde están las prisioneras —recordó Amara—. Tenemos que pasar.
—Exacto —gruñó Aldrick y blandió la espada—. Calderon.
Bernard ya había soltado el arco de la aljaba que llevaba colgada de la espalda. El arma ya tenía colocada la cuerda porque para hacerlo necesitaba que un artificio de tierra le diera la fuerza suficiente. Colocó una flecha en la cuerda y Aldrick y él empezaron a subir por la escalera.
Amara se volvió hacia lady Aquitania.
—¿Podéis contener a Kalarus?
—Esta es su casa —respondió lady Aquitania con voz fría—. No sería nada inteligente que nos enfrentáramos a él aquí.
—Entonces será mejor que nos demos prisa —intervino Odiana—. Al tejado. Liberamos a las prisioneras y nos vamos de inmediato.
—¡Mi hija! —gruñó Rook—. Se encuentra en el nivel por debajo del puesto de guardia.
—¡No hay tiempo! —insistió Odiana—. ¡Ya vienen!
—¡Pero la matará! —gritó Rook.
El ruido de botas pesadas en las escaleras inferiores se acercaba cada vez más.
—¡Ella no es importante! —le replicó Odiana a gritos—. Nuestra prioridad son las prisioneras. Ya tenemos lo que necesitamos de la espía, condesa, y está claro que vuestro deber…
Amara le cruzó la cara a Odiana con una bofetada. Ahuecó la mano al hacerlo, para que el golpe doliera y la hiciera reaccionar.
Odiana se quedó mirando a Amara, con la sorpresa dibujada en el rostro, que se contorsionó de rabia.
—Cierra… la… boca —ordenó Amara con una voz baja y fría, haciendo énfasis en cada palabra. Entonces se volvió hacia lady Aquitania—. Coged a Odiana y llegad al tejado. Ayudadles a limpiar el camino, pero por todo lo sagrado, no utilicéis ningún artificio a menos que sea imprescindible. Si no tenemos expedito el camino de retirada cuando se despierten las gárgolas, ninguna saldrá de aquí.
Lady Aquitania asintió, le dio un recio empujón a Odiana para que se pusiera en marcha y las dos empezaron a ascender por las escaleras detrás de Aldrick y Bernard.
Amara se volvió hacia Rook y vio que la espía la estaba mirando con los ojos muy abiertos.
La cursor puso un brazo alrededor de los hombros de la mujer.
—No hay tiempo que perder —anunció en voz baja—. Vamos a por tu hija.
Rook parpadeó para limpiar de lágrimas los ojos y entonces algo acerado se deslizó sobre sus rasgos y condujo a Amara escaleras arriba a la carrera.
Rook abrió una puerta y la atravesó a la carrera, pero Amara se retrasó durante un instante cuando, desde lo alto de la escalera, se oyó el ruido de acero contra acero. Parecía que Aldrick se estaba enfrentando a los guardias. Sin duda era uno de los tres o cuatro hombres más peligrosos del mundo con la espada. Era un antiguo singulare del Princeps Septimus, y no cabía duda de que por eso Aquitania se había hecho con sus servicios. Aun así, existía una diferencia muy tenue entre un espadachín excelente y un espadachín extraordinario, como era el caso de Aldrick. Seis espadachines excelentes podían superar incluso a Aldrick ex Gladius.
Llegaron gritos desde arriba. Recibieron respuesta desde abajo, aunque Amara apenas pudo comprender nada. Un instante más tarde, no fue necesario que los comprendiera porque vieron más guardias que subían corriendo por las escaleras. No estaban demasiado lejos.
Amara maldijo. Debería haber cogido la hoja del oficial caído cuando tuvo la oportunidad, en el momento en que se había esfumado la posibilidad de que su entrada pasara totalmente desapercibida.
—¡Bernard! —gritó.
Su esposo bajó corriendo la escalera con el arco en la mano.
—¡Son caballeros Ferro Inmortales! —le gritó—. ¡Aldrick tiene problemas, y yo no tengo una posición de tiro clara!
—Tendrá más problemas si sube el resto de los guardias y se colocan a su espalda —indicó Amara—. Tienes que contenerlos.
Bernard asintió, sin frenar el paso, con los pies moviéndose con rapidez y silencio escaleras abajo. Un latido más tarde oyó el zumbido pesado y grave del arco y un grito de dolor.
Amara quería chillar de miedo, por su esposo, por ella y por todas las personas que contaban con que esa misión saliera bien. Pero en su lugar apretó los dientes y se lanzó tras Rook.
Este nivel de la torre consistía en un apartamento ricamente amueblado. La habitación de entrada era un estudio grande con una biblioteca adosada. Las alfombras tejidas, los tapices, una docena de pinturas y numerosas esculturas eran encantadoras, pero se habían agrupado sin ningún gusto por el estilo, el tema o el sentido común. Amara llegó a la conclusión de que reflejaba el carácter de Kalarus. Sabía lo que era la belleza, pero no comprendía qué la volvía valiosa. Su colección era cara y extensa, formada por innegables obras maestras, y eso era lo único que le preocupaba: el caparazón, el precio, la proclamación de su riqueza y poder, no la belleza por méritos propios.
Kalarus no amaba la belleza. Solo la utilizaba, y lo más probable era que el muy idiota no tuviera ni idea de qué diferencia había entre ambos conceptos.
Amara comprendió por qué Rook había escogido aquel método para entrar y las había disfrazado de esa manera. Se trataba de un punto ciego en su pensamiento. Como controlaba los asuntos domésticos en mayor medida que ningún otro Gran Señor a quien conociera Amara, sus prejuicios e idioteces quedarían reflejados y multiplicados en ellos, incluida su tendencia a valorar las cosas basándose nada más que en las apariencias externas. Todo el mundo estaba acostumbrado a asistir a la llegada de nuevas esclavas para entretener al personal. A un grupo de nuevas esclavas le franquearían el acceso sin hacer preguntas, y se olvidarían de ellas de inmediato.
O, al menos, así habría sido si Aldrick no le hubiera cortado el cuello a Eraegus.
Rook frunció el ceño mientras cruzaba la puerta que la conducía a la siguiente habitación. Se abrió al tocarla y contempló una pequeña sala de estar o antecámara. Como los espacios más grandes que acababan de atravesar, era lujosa y carecía de ese tipo de calidez que la podría haber convertido en algo más que una simple habitación.
Rook se acercó a una sección sencilla de paneles de madera cara y la empujó con fuerza con la palma de la mano. En el panel se abrió una grieta, y Rook apartó una sección de madera que ocultaba una zona de almacenamiento que se encontraba detrás. Enseguida sacó un par de espadas: una hoja larga de duelista y un gladius normal de tamaño reglamentario. Le ofreció las empuñaduras a Amara, que eligió la espada más corta.
—Quédate con esa —le indicó.
Rook la miró.
—¿Queréis que vaya armada, condesa?
—Si tuvieras intención de traicionarnos, Rook, creo que ya lo habrías hecho. Quédate con ella.
Rook asintió y agarró la funda de la espada con la mano izquierda.
—Por aquí, condesa. En este nivel solo quedan su dormitorio y el baño.
La siguiente puerta daba acceso a un dormitorio al menos tan grande como el estudio. La cama era del tamaño de un velero pequeño. Los armarios de madera tallada habían quedado abiertos de manera negligente, y revelaban filas y más filas de las mejores ropas que podía ofrecer Alera.
Las prisioneras estaban retenidas con cadenas unidas a las piedras de la chimenea.
Lady Placida, sentada en el suelo, tenía las manos recogidas tranquilamente en el regazo y una expresión majestuosa y desafiante al ver que se abría la puerta. Solo llevaba puesta una fina combinación blanca y un basto anillo de hierro le rodeaba el cuello, unido a una cadena pesada, que a su vez se fijaba en las piedras de la chimenea. Miraba hacia la puerta cuando se abrió, con ojos duros y ardientes, pero parpadeó sorprendida cuando entraron Amara y Rook.
—¡Mamá! —llamó con un pequeño grito de alegría una niña de unos cinco o seis años que atravesó corriendo la habitación.
Rook se detuvo para recogerla con un gritito y abrazarla con fuerza contra su pecho.
—¿Condesa Amara? —preguntó lady Placida.
La Gran Señora pelirroja se puso en pie, pero la retuvo la cadena corta, que tenía una longitud que le impedía erguirse por completo.
—Vuestra Gracia —murmuró Amara, saludando con la cabeza a lady Placida—. Hemos venido a…
—¡Condesa, la puerta! —gritó lady Placida.
Pero antes de que pudiera terminar, la pesada puerta de la habitación se cerró de golpe con una potencia y una decisión que solo podían ser el resultado de un artificio de las furias. Amara se giró hacia la puerta e intentó abrirla, pero el pomo no giraba y ni siquiera pudo mover la puerta en el marco.
—Es una trampa —suspiró lady Placida—. Cualquiera puede abrirla desde el otro lado, pero…
Amara se volvió hacia la Gran Señora.
—He venido a…
—Rescatarme, obviamente —terminó lady Placida con un gesto de asentimiento—. Y llegáis a tiempo. El cerdo regresa hoy mismo.
—Ha llegado hace un momento —le informó Amara mientras se acercaba a lady Placida—. Disponemos de poco tiempo, Vuestra Gracia.
—Amara, cualquiera que me rescate de la pequeña cámara impersonal de este idiota puede llamarme Aria —dijo lady Placida—. Pero tenemos un problema. —Señaló con un gesto la cadena que iba unida al anillo que le rodeaba el cuello—. No hay cerradura. Han colocado la cadena con un artificio. Se tiene que romper, y si miráis hacia arriba…
Amara lo hizo y descubrió cuatro figuras de piedra que le devolvían la mirada, figuras talladas de bestias terribles que descansaban sobre los pilares de piedra en cada rincón de la habitación. Las gárgolas debían de pesar un centenar de kilos cada una. Amara sabía que, aunque no se movían más rápido que un ser humano, eran mucho más pesadas y mucho más poderosas, de manera que eran letales para todo aquel que se interpusiese en su camino. Nadie podía bloquear el golpe increíblemente poderoso del puño de una gárgola. Uno se podía apartar de su camino, o dejar que lo aplastasen. No había término medio.
—Según mi anfitrión —explicó lady Placida—, las gárgolas están condicionadas para animarse si detectan mi artificio de las furias. —Su boca se contorsionó con amargura y lanzó una mirada significativa a Rook y a la niña—. Además, me aseguró que yo no sería su primera víctima.
La boca de Amara formó una línea dura.
—Cabrón.
Les llegaron más gritos y chillidos desde la escalera central, amortiguados por la puerta gruesa hasta convertirse en un murmullo bajo.
—Por lo que se puede oír, está subiendo.
—Entonces tu equipo no tiene demasiado tiempo —indicó lady Placida—. Sacará a sus hombres y cubrirá de fuego la escalera. No dudará en sacrificar unos pocos de esos pobres idiotas con collares si eso significa incinerar un equipo de cursores de la corona.
Amara tosió.
—En realidad, soy la única cursor. Esta es Rook, antigua jefa de los cuervos de sangre de Kalarus. Nos ha ayudado a llegar hasta aquí.
Las cejas delgadas y de un color rojo dorado se arquearon con fuerza, pero miró de Rook a la niña y una expresión de comprensión le cubrió el rostro.
—Ya veo. ¿Y quién más?
—El conde de Calderon, Aquitanius Invidia y dos de sus vasallos.
Los ojos de lady Placida se abrieron de par en par.
—¿Invidia? Estáis bromeando.
—Me temo que no, mi señora.
La Gran Señora frunció el ceño con unos ojos calculadores.
—Es muy poco probable que juegue de buena fe hasta el final, condesa.
—Lo sé —reconoció Amara—. ¿Podréis controlar a las gárgolas si la niña deja de formar parte de la ecuación?
—Supongo que si lo consigo quedará una última oportunidad de salir de aquí —respondió lady Placida—, o de lo contrario Kalarus no habría necesitado esta medida adicional. —Miró a la niña, miró de lado a cada una de las estatuas y dijo—: Sí, podré con ellas. Pero será cuerpo a cuerpo. No tendré mucho tiempo para actuar, y me resultará difícil luchar contra ellas si estoy encadenada al suelo.
Amara asintió, y pensó a toda prisa.
—Entonces, lo que tenemos que hacer es determinar exactamente cuál será vuestro primer artificio de las furias —concluyó.
—Uno que me libere, me deje en disposición de destruir las gárgolas con rapidez y os permita abandonar la habitación de manera que no os mate mientras hago todo eso —explicó lady Placida—. Y no olvidemos que Kalarus vendrá a por mí echando espumarajos por la boca en cuanto se dé cuenta de que estoy libre.
—Albergo la esperanza de que lady Aquitania y vos podáis neutralizar sus artificios hasta que consigamos escapar.
—Gaius siempre favoreció a los optimistas en las filas de los cursores —replicó lady Placida con tono seco—. ¿Debo suponer que tenéis alguna idea brillante?
—Bueno, al menos una idea —contestó Amara. Miró hacia Rook para asegurarse de que estaba escuchando—. Disponemos de poco tiempo, y os tendré que pedir que ambas confiéis un poco en mí. Esto es lo que quiero que hagáis.