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—Muy bien —exclamó lady Aquitania, que le hizo un gesto a Odiana y continuó—: Ha llegado el momento de ponerse el disfraz.

Odiana abrió rápidamente una mochila y le entregó a Amara su disfraz.

Amara se quedó mirando la seda escarlata que tenía en las manos.

—¿Dónde está lo demás? —preguntó.

Aldrick estaba al lado de la ventana del hostal, vigilando la calle. El fornido espadachín miró a Amara, dejó escapar una risita ahogada y devolvió su atención a la calle.

Odiana no tuvo tanto control. La encantadora bruja de agua echó hacia atrás la cabeza y dejó escapar una carcajada, un sonido demasiado fuerte para la habitación que habían alquilado en Kalare a un casero malhumorado.

—Oh, oh, mi señor. Se está ruborizando. ¿No es encantadora?

Para su horror, Amara se dio cuenta de que Odiana tenía razón. Sentía las mejillas como si pudiera calentar agua en ellas, y no tenía ni la más remota idea de qué podía hacer al respecto. No la habían entrenado para manejarse en aquel tipo de situaciones. Se alejó de lady Aquitania y su vasalla y levantó el disfraz.

Consistía en una simple capa de seda roja, sostenida por un par de diminutas tiras de seda. El cuello, si es que existía, era alarmantemente bajo, y por la espalda el vestido la desnudaba casi hasta la cintura. Con suerte, el dobladillo del minúsculo vestido le llegaría a la parte alta de los muslos.

—Vamos, vamos —le regañó lady Aquitania a Odiana—. Enséñale el resto.

—Sí, Vuestra Gracia —asintió Odiana con una pequeña reverencia.

Entonces sacó un par de sandalias ligeras con cordones que le rodearían la pierna hasta la rodilla, un par de delgados brazaletes de plata en forma de zarcillos de hiedra, un tocado con cuentas que se parecía ligeramente al almófar de una cota de mallas y una banda sencilla de metal liso.

Un collar disciplinario.

Se trataba de un artefacto de los esclavistas, forjado con furias para que el amo pudiera controlar a quienquiera que lo llevase. Podía incapacitar a su portador con dolor y, de una manera más insidiosa, por deseo del esclavista, podía proporcionar la sensación contraria y con la misma intensidad. Los collares disciplinarios se usaban a veces para contener a artífices de las furias especialmente peligrosos que estaban en espera de juicio, aunque existían pocos precedentes legales a lo largo de la historia.

Pero poco más o menos durante el último siglo se habían extendido su fabricación y uso, a medida que se profundizaba la institución de la esclavitud y adquiría tintes más tenebrosos. Una exposición prolongada al collar podía destruir la mente y la voluntad. Forzados continuamente a través de la agonía del tormento y de la euforia, los víctimas eran obligadas a obedecer a los esclavistas y se les obligaba a experimentar placer cuando lo hacía. Con el paso del tiempo, a menudo años, muchos de estos esclavos quedaban reducidos a poco más que animales, a los que se había arrebatado su humanidad. Esta se había sustituido con los impulsos básicos e irresistibles del collar. Lo más aterrador era que solían ser inmensamente felices con su situación.

Los individuos de carácter más fuerte podían resistir el nivel extremo de deshumanización que sufrían otros, al menos durante algún tiempo. Pero ninguno de ellos sobrevivía ileso. La mayoría se volvían locos sin posibilidad de recuperación.

—Ruborizarse —canturreó Odiana mientras giraba los pies marcando los pasos de una pequeña danza. Su vestido de seda cambió de color, pasando del azul pálido al rosa—. Justo de este color, cursor.

—No voy a llevar ningún collar —afirmó Amara en voz baja.

Lady Aquitania arqueó una ceja.

—¿Por qué no?

—Soy consciente de lo peligrosos que pueden llegar a ser, Vuestra Gracia —contestó Amara—. Y tengo algunas reservas ante la idea de cerrar uno alrededor de mi cuello.

Odiana ocultó una risita con la mano, mientras miraba a Amara con ojos brillantes.

—No es necesario que tengáis tanto miedo, condesa —murmuró—. Para seros sincera, en cuanto te pones el collar resulta bastante difícil imaginarse la vida sin él. —Le recorrió un escalofrío y se lamió los labios—. No dejas de gritar, pero solo en tu fuero interno. Gritas y gritas pero solo lo puedes oír cuando duermes. Por lo demás, es bastante encantador. —Le lanzó a Aldrick una mirada algo petulante—. Mi señor no me quiere poner un collar, y no importa lo desagradable que sea.

—Paz y amor —murmuró Aldrick—. No es bueno para ti. —Miró a Amara y explicó—: Los collares no son de verdad, condesa. Los hice esta mañana con los cuchillos de la cubertería.

—No es el tipo de papel que me gusta interpretar —bufó Odiana—. Nunca me deja tener mis preferidos.

Se alejó de Aldrick, le pasó un segundo disfraz a lady Aquitania, que era similar al de Amara, y cogió un tercero para ella.

Lady Aquitania miró pensativa a Amara.

—Tengo algunos cosméticos que conseguirán que los ojos parezcan encantadores, querida.

—Eso no será necesario —replicó Amara envarada.

—Sí lo será, condesa —replicó Rook en voz baja.

La joven de aspecto vulgar estaba sentada en una silla en el rincón más alejado de Aldrick y Odiana. Tenía los ojos hundidos y tensos, y unas arrugas de preocupación le cruzaban las cejas.

—Las esclavas de placer que Kalarus importa para sus vasallos y su guardia personal en la ciudadela son algo habitual. Los comerciantes de esclavos preferidos por Kalarus siempre están compitiendo entre ellos y no reparan en gastos. La ropa, los cosméticos, el perfume. Todo lo que esté por debajo de eso atraerá una atención indeseada.

—Hablando de perfumes —murmuró lady Aquitania—, ¿dónde está el buen conde de Calderon? Todos olemos como personas que llevan días de viaje.

Un latido después se abrió la puerta de la habitación y entró Bernard.

—El baño está listo —anunció en voz baja—. Al otro lado de la sala y dos puertas más allá. Solo hay dos bañeras.

—Supongo que tener un baño adecuado era esperar demasiado —comentó lady Aquitania—. Tendremos que ir por turnos. Amara y Rook, iréis las primeras.

Rook se puso en pie y recogió su ropa, los mismos colores oscuros que llevaba cuando fue capturada por la cursor. Amara apretó los labios hasta formar una línea casi recta mientras recogía su disfraz y se volvía hacia la puerta.

Bernard se apoyó despreocupadamente en la puerta y levantó una mano.

—No lo creo —anunció—. No quiero que estés sola con ella.

Amara le arqueó una ceja.

—¿Por qué no?

—No me importa lo que tenga que perder o no, es la principal asesina de un Gran Señor rebelde. Preferiría que no te quedarás a solas en los baños con ella.

—O quizá —sugirió Odiana— quiere ver que aspecto tiene la Señora Cuervo de Sangre bajo la ropa.

Bernard abrió las fosas nasales y miró fijamente a Odiana. Pero en lugar de hablar se giró para mirar a Aldrick.

El fornido espadachín no hizo nada durante varios segundos. Entonces soltó lentamente el aire y le dijo a Odiana.

—Amor, ahora cállate. Déjales que lo decidan en paz.

—Solo quería ayudar —replicó Odiana con devoción, mientras se movía para colocarse al lado de Aldrick—. Yo no tengo la culpa de que sea tan…

Aldrick deslizó un brazo alrededor de Odiana, colocó una mano ancha que quemaba sobre su boca, y la apretó con suavidad contra su pecho. La bruja de agua se rindió de inmediato y Amara pensó que había algo engreído y autosatisfecho en sus ojos.

—Creo que sería acertado tener un par de ojos en la sala, por si acaso —le contestó Amara a Bernard—. ¿Puedes esperar al otro lado de la puerta?

—Muchas gracias, condesa —intervino lady Aquitania—. Gracias a las furias alguien en esta habitación es capaz de ser razonable.

—Yo iré primero, condesa —anunció Rook en voz baja, mientras se acercaba a la puerta con los ojos bajos y esperaba hasta que Bernard se apartaba de ella con reticencias—. Muchas gracias.

Amara salió detrás de ella y Bernard la siguió de cerca. Rook entró en la sala de baño y Amara empezó a seguirla cuando sintió la mano de Bernard sobre un hombro.

Se detuvo y lo miró.

—Que te lleven los cuervos, mujer —exclamó Bernard en voz baja—. ¿Tan malo es que te quiera proteger?

—Por supuesto que no —respondió Amara, aunque no pudo apartar una sonrisita de la cara.

Bernard le frunció el ceño durante un momento, miró hacia la habitación del hostal e hizo rodar las ojos.

—Cuervos sangrientos. —Suspiró—. Me has sacado de esa habitación para protegerme.

Amara le acarició la mejilla con una mano.

—Al menos una persona en esa habitación está loca, Bernard —replicó—. Uno ya te ha pasado por encima una vez. La otra te podría matar, hacer desaparecer el cuerpo y contar el cuento que quisiera cuando volviese del baño.

Bernard frunció el ceño y movió la cabeza.

—Aldrick no lo haría, y no te haría daño.

Amara ladeó la cabeza con el ceño fruncido.

—¿Por qué lo dices?

—Porque yo no le dispararía por la espalda ni le haría daño a Odiana.

—¿Habéis hablado los dos sobre esto?

—No es necesario —respondió Bernard.

Amara movió la cabeza y bajó la voz.

—Eres demasiado noble para este tipo de trabajo, Bernard. Demasiado romántico. Aldrick es un asesino profesional y es leal a Aquitania. Si ella te señala con el dedo, te matará. No te dejes convencer de lo contrario.

Bernard estudió su cara en silencio durante un momento y sonrió.

—Amara. Todo el mundo no es como Gaius. O Aquitania.

Amara suspiró, frustrada, pero al mismo tiempo sintió una oleada de calidez que la recorría por la… fe de su marido, según suponía, en que había algo noble en los seres humanos, incluso en alguien tan violento y con la sangre tan fría como el espadachín mercenario. Pero esa época se encontraba ahora muy lejos de ella. Había terminado en el instante en que su mentor la traicionó ante el mismo hombre y la misma mujer que se encontraban ahora en la habitación con lady Aquitania.

—Prométeme —le exigió en voz baja— que tendrás cuidado. Con un acuerdo o no con Aldrick, ten cuidado cuando le des la espalda. ¿De acuerdo?

Bernard sonrió, pero asintió sin mucha convicción y se inclinó para depositar un beso en su boca. Parecía que estaba a punto de añadir algo, pero el pequeño vestido escarlata de Amara le llamó la atención y alzó las cejas.

—¿Qué es eso?

—Mi disfraz —respondió Amara.

La sonrisa de Bernard no llegaba a ser lasciva… por muy poco.

—¿Dónde está el resto?

Amara le devolvió una mirada fría mientras sentía como le ardían las mejillas, de manera que se dio la vuelta y entró con firmeza en el cuarto de baño. Cerró la puerta a su espalda.

Rook ya estaba sentada en una de las pequeñas bañeras, lavándose con rapidez. Dobló un brazo modesto sobre los pechos hasta que se cerró la puerta. Después se siguió bañando, mientras observaba a Amara por el rabillo del ojo.

—¿Qué estás mirando? —preguntó Amara en voz baja. Las palabras salieron más beligerantes de lo que había pretendido.

—Una maestra asesina del Gran Señor que ocupa actualmente el trono —replicó Rook con un tono que solo contenía un rastro mínimo de ironía—. Preferiría no quedarme a sola con ella en los baños.

Amara levantó la barbilla y le lanzó a Rook una mirada fría.

—Yo no soy una asesina.

—Perspectiva, condesa. ¿Podéis decir que nunca habéis matado al servicio de vuestro señor?

—Nunca con una flecha lanzada durante una emboscada —respondió Amara.

Rook sonrió ligeramente.

—Eso es muy noble. —Entonces frunció el ceño y ladeó la cabeza—. Pero… no. Vuestro entrenamiento no ha sido como el mío. O de lo contrario no os ruborizaríais con tanta facilidad.

Amara le frunció el ceño a Rook y respiró hondo. No sacaría nada de discutir con la antigua cuervo de sangre. No iba a conseguir nada más que perder el tiempo. En lugar de contestar de forma airada e irreflexiva, empezó a desvestirse y a bañarse también con rapidez.

—Mi educación como cursor no incluyó… este tipo de técnicas, no.

—¿No hay espías de dormitorio entre los cursores? —preguntó Rook con tono escéptico.

—Hay algunos —admitió Amara—. Pero a cada cursor lo evalúan y entrenan de una manera diferenciada. Pretenden que juguemos con nuestras fortalezas. En algunos casos, esto supone que nos eduquen en materia de seducción. Pero mi entrenamiento se centró en otras áreas.

—Interesante —reconoció Rook con tono frío y profesionalmente clínico.

Amara intentó imitar su tono.

—¿Debo suponer que te entrenaron para seducir a los hombres?

—Cómo seducir y dar placer, a hombres y a mujeres por un igual.

Amara dejó caer el jabón en el agua a causa de la sorpresa.

Rook se permitió una risita, pero murió en cuanto le frunció el ceño al agua del baño.

—Relajaos, condesa. Yo no elegí nada de eso. Yo… no creo que me importase no vivir otra vez situaciones similares si puedo evitarlo.

Amara respiró hondo.

—Ya veo. Tu hija.

—Un producto colateral de mi entrenamiento —reconoció Rook en voz baja.

—¿Su padre?

—Podría ser cualquiera entre diez o doce hombres —respondió Rook con voz fría—. El entrenamiento fue… intensivo.

Amara negó con la cabeza.

—No me lo puedo imaginar.

—Nadie debería ser capaz de imaginarlo —replicó Rook—. Pero Kalarus está muy interesado en este tipo de entrenamiento para sus agentes femeninas.

—Les da más control sobre ellas —concluyó Amara.

—Sin recurrir al uso de collares —confirmó Rook en tono amargo, mientras se refregaba con un paño, con fuerza, casi con maldad—. Deja intacta la inteligencia y son más capaces de servirle.

Amara volvió a negar con la cabeza. Su experiencia como amante no era demasiado extensa, y se reducía a un solo joven en la Academia, que la había cortejado durante tres meses gloriosos antes de morir en los fuegos que habían llamado la atención del Primer Señor sobre ella, y Bernard, que hacía que se sintiera en la gloria y hermosa… y amada.

Casi le resultaba inconcebible realizar semejante acto de manera fría, sin el fuego del amor y del deseo para calentarlo. Tan solo para ser… usada.

—Lo siento —dijo Amara en voz baja.

—Vos no tenéis la culpa —replicó Rook.

La mujer cerró los ojos durante un momento y sus rasgos faciales empezaron a cambiar. La alteración no fue rápida ni espectacular, pero cuando volvió a levantar la mirada, a Amara no le pareció la misma persona. Salió de la bañera, se secó y se empezó a vestir con su ropa oscura.

—Aquí estamos tan seguros como en cualquier otro sitio de la ciudad, condesa. Este propietario sabe para quién trabajo y ha demostrado que puede ser ciego y sordo cuando sea necesario, pero cuanto antes nos vayamos, mejor.

Amara asintió y terminó de bañarse con rapidez, levantándose para secarse y recoger el «vestido» escarlata.

—Es más fácil levantarlo desde los pies que ponérselo por la cabeza —aconsejó Rook—. Será mejor que os ayude con las sandalias.

Así lo hizo y cuando Amara se deslizó los brazaletes alrededor de los bíceps y se contempló, se sintió algo más que un poco ridícula.

—De acuerdo —asintió Rook—. Veamos cómo camináis.

—¿Perdón? —se sorprendió Amara.

—Andad —repitió la espía—. Os tenéis que mover de manera correcta si os tengo que infiltrar como una nueva esclava de placer.

—Ah —replicó Amara, que se paseó hacia un extremo de la habitación y de vuelta.

Rook negó con un gesto.

—Otra vez. Y ahora, intentad relajaros.

Amara lo hizo, más cohibida con cada paso que daba.

—Condesa —la interrumpió Rook con tono franco—, tenéis que mover las caderas. La espalda. Debéis parecer una esclava tan condicionada al uso que disfruta si se le da lo que espera. Parece como si fuerais al mercado. —Rook movió la cabeza—. Miradme.

Y con eso la espía se quedó quieta y su actitud cambió de manera sutil. Entonces se inclinó un poco hacia delante con los ojos medio cerrados y la boca curvada en una sonrisita perezosa. Sus caderas se bambolearon de manera lánguida con cada paso, con los hombros echados hacia atrás y la espalda ligeramente arqueada, de manera que todo su comportamiento llamaba —o invitaba— a cualquier hombre que estuviera mirando a que siguiera haciéndolo.

Rook se giró sobre los talones y le dijo a Amara:

—Así.

El cambio que se produjo en la mujer fue sorprendente. Por un momento parecía una cortesana en sus habitaciones privadas con un joven señor después de media botella de vino mezclado con afrodina. Al instante siguiente se había convertido en una joven poco atractiva y atareada con la mirada seria.

—Se trata solo de lo que pretendáis. Si pretendéis atraer los ojos de todos los hombres al pasar a su lado, lo conseguiréis.

Amara negó con la cabeza.

—Incluso en —hizo un gesto vago— esto, no soy el tipo de mujer a la que miran los hombres.

Rook hizo girar los ojos.

—A los hombres les gusta mirar al tipo que respira y lleva poca ropa. Pasaréis la prueba. —Hizo un gesto con la cabeza—. Imaginaos que son Bernard.

Amara parpadeó.

—¿Qué?

—Desfilad para ellos como lo haríais para él —explicó Rook con tranquilidad—. Una noche en que no tengáis intención de permitirle que vaya a ningún sitio.

Amara se dio cuenta de que volvía a ruborizarse. Pero se fortaleció, cerró los ojos e intentó imaginárselo. Sin abrir los ojos, atravesó el cuarto, y se imaginó la habitación de Bernard en la guarnición de Calderon.

—Mejor —aprobó Rook—. Otra vez.

Practicó muchas más veces antes de que Rook quedase satisfecha.

—¿Estás segura de que esto va a funcionar? —preguntó Amara en voz baja—. ¿Esta vía de entrada?

—Eso está fuera de toda duda —respondió Rook—. Haré que entréis. Descubriré dónde están las prisioneras. Lo más difícil será salir. Con Kalarus siempre lo es.

Bernard llamó a la puerta.

—¿Están casi listas, señoras? —preguntó con educación.

Amara intercambió una mirada con Rook y asintió. Entonces se puso el tocado sobre el cabello y se colocó el falso collar de acero alrededor del cuello.

—Sí —respondió—. Estamos listas.