Tavi respiró hondo mientras se acercaban los regulares. Estaba seguro de que atacarían al atardecer, pero para eso faltaba aún una hora, y Marcus no se encontraba en la muralla. Para que la trampa tuviera éxito, los canim necesitaban algo que ocupara su atención. El plan de los aleranos había consistido en retirarse en pleno combate, obligando a los canim a mantener la presión sobre la tropas en retirada.
El problema de ese tipo de maniobra era que el pánico fingido bien podía convertirse en auténtico, y hacer que la situación se les fuera completamente de las manos. La disciplina y la instrucción eran lo único que le otorgaba a la legión algo parecido a una oportunidad contra un enemigo como los canim. Así pues, al ponerlas en peligro se comportaba como un comandante loco o desesperado.
Tavi supuso que era ambas cosas.
—Necesito que Max se presente aquí de inmediato —le dijo a Ehren, y el joven cursor saltó inmediatamente de la muralla, cayó sobre un carromato y salió a la carrera patio a través.
—¡Centuriones, terminad la rotación y despejad las murallas de no combatientes! —gritó Tavi—. ¡Médicos, utilizad los carros para llevaros los heridos a la enfermería secundaria!
Entonces se dio la vuelta y levantó la mano, a modo de señal hacia un tejado ubicado a varias calles de distancia. Allí lo esperaban Crasus y sus caballeros Aeris. Tavi marcó con la mano una ola de derecha a izquierda y después realizó un gesto rápido como si se cortase el cuello. Crasus se volvió a uno de sus caballeros y bajaron del tejado.
Tavi se giró con rapidez para vigilar a los canim y descubrió que los saqueadores seguían en retirada, lo que les dejaba a los regulares mucho espacio para maniobrar. Tavi estaba por primera vez en la cima de la colina, y pudo distinguir las siluetas de numerosos canim con capas negras y mantos pálidos. Parecía que Sarl, o al menos algunos de sus acólitos ritualistas, querían observar el asalto de los regulares.
—¡Moveos! —gritó Tavi al acercarse los regulares—. ¡Reservas, retiraos a las posiciones secundarias cerca del puente! —Tavi se volvió con rapidez, vio al centurión más cercano y gruñó—: Que esos hombres fijen con más fuerza el escudo. Una de esas piedras hará que les gire ese maldito trasto en el brazo y les arranque la cabeza.
El joven centurión se dio la vuelta para mirar a Tavi con la cara totalmente pálida, saludó y empezó a gritarle a los legionares lo que le había indicado.
El centurión era Schultz. Tavi miró a derecha e izquierda y encontró algunos rostros de su misma edad. Solo los centuriones eran veteranos en algún sentido, pero aun así parecían jóvenes que servían por primera vez con ese rango.
Cuervos, no debería haber ordenado que los veteranos abandonasen la muralla, pero ahora ya era demasiado tarde para cambiar. Después de la paliza que habían recibido, después de la batalla brutal y agotadora sobre la muralla, posiblemente no habrían podido resistir una oleada de canim acorazados. Quizá los peces eran más indicados para la maniobra que los veteranos, acaso porque su inexperiencia hacía que no se dieran cuenta del peligro al que se enfrentaban.
Tavi se mordió el labio y recapituló rápidamente y en silencio. Esa no era forma de pensar en unos jóvenes que estaban a punto de jugarse la vida por el Reino, por sus compañeros legionares y por él. Estaba a punto de ordenarles que se sumergieran en una tormenta de violencia y sangre.
Y a pesar de eso, la fría realidad era que si el plan funcionaba, podía destrozar el ejército canim, quizá más allá de su voluntad de luchar. Si Tavi tenía que sacrificar un centenar de legionares —o un millar— para contener la invasión canim, su deber era hacer precisamente eso.
Al final la muralla quedó despejada, trasladaron a los heridos a la enfermería y la cohorte de reserva que debía sustituir a los peces se ubicó en el punto de retirada. Tavi miró por las murallas una vez más y vio a jóvenes aterrorizados y silenciosos, todos muy pálidos y todos preparados.
Una botas resonaron en las almenas, y Max y Ehren llegaron junto a Tavi. Crasus se encontraba a una docena de pasos. Tavi miró hacia atrás y se encontró con que la mayoría de los caballeros Aeris no estaban preparados para volar en combate, y corrían hacia sus posiciones delante de la puerta.
—Grandes cuervos sangrientos —jadeó Max al ver el ataque canim.
—Listos, capitán —añadió Crasus—. Jens lo tiene todo dispuesto.
—Esta es una maldita y enorme tirada de dados, señor —comentó Max—. No he oído que nunca se haya utilizado algo así.
—¿Cuánto tiempo trabajaste en el taller de una explotación agrícola, Max? —le preguntó Tavi.
Max frunció el ceño.
—Lo sé, lo sé. Pero nunca he oído hablar de ello.
—Confía en mí —replicó Tavi—. El serrín es más peligroso de lo que crees. Y si el almacén de grano hubiera estado a este lado del pueblo, habría sido aún mejor. —Contempló cómo se acercaban los regulares—. De acuerdo. Vosotros dos, regresad y preparaos para cubrirnos.
Crasus saludó y se dio la vuelta para irse, pero Max se quedó quieto. Frunció el ceño en dirección a los canim.
—Hey —exclamó Max—. ¿Por qué se han parado?
Tavi parpadeó y se dio la vuelta.
Los regulares canim se habían detenido varias docenas de metros más allá del alcance de las flechas. Para gran sorpresa de Tavi, todos se sentaron sobre las patas traseras y había tantos que el sonido se pareció al retumbar de un trueno distante.
—Esos —comentó Ehren en voz baja—. Son un montón de canim.
Delante del centro de los regulares solo seguía en pie una figura: el mismo cane con el que Tavi había intentado hablar con anterioridad. Desplazó la mirada sobre los canim blindados, asintió y blandió una espada de guerra larga y curvada que llevaba colgada de un costado. Levantó el arma, mirando hacia el pueblo, y lentamente la dejó a un lado. Entonces avanzó sobre el campo de batalla cubierto de cadáveres y se detuvo a medio camino de la muralla.
—¡Capitán alerano! —llamó el cane con una voz ronca, grave e inquietante—. ¡Soy el maestro de batalla Nasaug! ¡Quiero hablar contigo! ¡Sal!
Max dejó escapar un gruñido de sorpresa.
—Bueno —murmuró Ehren, al lado de Tavi—. Bueno, bueno, bueno. Esto es interesante.
—¿Qué crees, Max? —preguntó Tavi en un murmullo.
—Creen que somos idiotas —respondió Max—. Ya han roto una vez la tregua. Intentaron mataros la última vez que fuisteis a verlos, capitán. Propongo que les devolvamos el favor. Llamad a nuestros caballeros Flora, los llenamos de flechas y seguimos adelante.
Tavi dejó escapar una risita.
—Probablemente esa sería la opción más inteligente.
—Pero vais a hablar con él —replicó Max.
—Me lo estoy pensando.
Max frunció el ceño.
—Mala idea. Mejor voy yo. Si se pone tonto, le enseñaré cómo hacemos las cosas en el norte.
—Ya me conoce, Max —le recordó Tavi—. Tengo que ir yo. Si hace algún movimiento extraño, liquídalo. En caso contrario, déjalo tranquilo. Asegúrate de que todo el mundo cumple la orden. Y mientras tanto, dile a Marcus que vuelva a subir.
—¿Crees que has clavado una pica entre los guerreros y su líder? —preguntó Ehren.
—Es posible —respondió Tavi—. Si ese Nasaug nos hubiera atacado en lugar de detenerse ahí, lo habríamos pasado muy mal. Ahora tenemos la posibilidad de recuperar el aliento y reorganizarnos. Cabe suponer que Sarl no está lo que se dice entusiasmado con todo esto.
Ehren movió la cabeza.
—No me gusta. ¿Por qué lo hace?
Tavi respiró hondo.
—Voy a preguntárselo —respondió.
Esta vez Tavi no salió a caballo para encontrarse con el canim. En su lugar se acercó a las puertas, que se abrieron lo suficiente como para dejarlo salir de la protección que ofrecían las murallas. El suelo bajo los muros apestaba a sangre y miedo, fuego y vísceras. Los cuerpos de los canim yacían apilados. Los cuervos habían aprovechado el final del combate para descender y darse un festín con los muertos.
Tavi luchó para mantener el estómago bajo control mientras acudía al encuentro con el maestro de batalla. Era un rango similar al capitán alerano; es decir, un comandante al mando de toda una fuerza. Cuando estuvo a veinte metros del cane sacó la espada y la dejó en el suelo a su lado. Tanto si la llevaba como si no, tenía pocas posibilidades de salir airoso si luchaba a pie contra un cane con armadura y experiencia. Podía sentir en el cogote las miradas preocupadas de sus compatriotas aleranos. Ellas lo protegerían mejor que un caballo o una armadura más fuerte. En términos generales, Tavi contaba con cierta ventaja, ya que Nasaug estaba al alcance de sus compañeros, pero Tavi se encontraba lejos de los canim de Nasaug.
Aun así, a medida que Tavi se fue acercando a Nasaug, tuvo que admitir que el tamaño del cane era suficientemente aterrador para servirle de protección. Y eso, sin mencionar que sus armas naturales eran mucho más temibles que las del alerano. No estaban en un equilibrio perfecto, pero se acercaba al ideal.
Tavi se detuvo a tres metros de Nasaug.
—Soy Rufus Scipio, capitán de la Primera Alerana.
El cane lo contempló con ojos oscuros y sangrientos.
—Maestro de batalla Nasaug.
Tavi no estuvo seguro de quién se movió primero, y no recordaba que hubiera tomado la decisión consciente de hacer el gesto, pero ambos ladearon la cabeza muy ligeramente a un lado en señal de saludo.
—Hablad —indicó Tavi.
Los labios del cane se separaron de los colmillos en un gesto que lo mismo podía indicar diversión que una amenaza sutil.
—La situación me ha impedido recuperar a mis caídos en el tiempo que se me ha permitido —comentó—. Solicito vuestro permiso para recuperarlos ahora.
Tavi se dio cuenta de que había levantado las cejas.
—Habida cuenta de cómo se han sucedido los acontecimientos con anterioridad, mis hombres se pueden poner nerviosos al ver a los suyos tan cerca de las murallas.
—Se acercarán desarmados —replicó Nasaug—. Y yo permaneceré aquí, al alcance de vuestros caballeros Flora, en calidad de rehén.
Tavi miró a Nasaug durante un buen rato y creyó ver cierta cantidad de sorna y engreimiento en sus ojos. Sonrió, y le mostró los dientes.
—¿Jugáis al ludus, Nasaug?
El cane se quitó el yelmo y las orejas le salieron disparadas de debajo del acero.
—A veces.
—Permitidme que llame a un mensajero para impartirles las órdenes a mis hombres mientras vos mandáis llamar al vuestro. Vuestros hombres irán desarmados, y se podrán acercar hasta que se ponga el sol. Yo me quedaré aquí con vos hasta ese momento, con el objetivo de evitar cualquier posible malentendido.
Un gruñido barboteante surgió de la garganta de Nasaug. Tal vez fuera la risita más amenazadora que Tavi hubiese escuchado en su vida.
—Muy bien.
Y de esta manera, cinco minutos después Tavi se enfrentaba a Nasaug al otro lado de un tablero de viaje de ludus, una caja que se desplegaba y se convertía en una pequeña mesa portátil. Unos discos de piedra llevaban grabados en un lado los nombres de las piezas, en lugar de las estatuillas en miniatura de los tableros convencionales. Tavi y Nasaug empezaron a jugar, mientras ochenta canim, cubiertos de armaduras pero desarmados, avanzaron y empezaron a remover la carnicería en la base de las murallas para localizar los cadáveres con armadura negra de sus hermanos de armas caídos en combate. Ninguno de ellos pasó a menos de seis metros de los dos comandantes.
Tavi contempló al cane cuando empezó el juego y lo inició con lo que parecía un ataque temerario.
Nasaug, por su parte, entornó los ojos, reflexionando a medida que progresaba la partida.
—Vuestro valor no tiene nada de malo —comentó bastantes movimientos más tarde—. Pero eso, por sí solo, no asegura la victoria.
—Vuestra defensa no es tan fuerte como podría ser —replicó Tavi unos movimientos más tarde—. Si la presiono lo suficiente, la podré quebrar.
Nasaug empezó a mover en serio, intercambiando las primeras piezas, mientras otras más ocupaban sus posiciones, y se reunían para la sucesión de intercambios posteriores. Tavi perdió una pieza a manos del cane y después otra a medida que se frenaba su ataque.
De repente se acercaron unos pasos y un cane con las vestiduras de uno de los acólitos de Sarl se aproximó a ellos. Le mostró los dientes a Tavi y se volvió hacia Nasaug.
—Hrrrshk naghr lak trrrng kasrrrash —gruñó.
Tavi lo comprendió: «Te ordenaron que atacases. ¿Por qué no lo has hecho?».
Nasaug no contestó.
El acólito gruñó y se acercó a Nasaug, puso una mano sobre el hombro del maestro de batalla y empezó a repetir la pregunta.
Nasaug giró la cabeza hacia un lado, abrió las mandíbulas y con un mordisco demoledor arrancó la mano del brazo del acólito y lo derribó con una patada tremenda. El cane aullaba de dolor.
Nasaug estiró la mano y cogió la extremidad arrancada del acólito que tenía en la boca y se la lanzó desdeñoso sin levantar la vista del tablero.
—No interrumpas a tus superiores —gruñó en la lengua de los canim.
Tavi lo pudo entender casi todo.
—Le puedes decir a Sarl que si desea un ataque inmediato, me debería haber dado tiempo para recuperar a mis caídos ante los aleranos. Dile que atacaré cuando y donde quiera. —El maestro de batalla miró al acólito y gruñó—: Muévete antes de que te desangres.
El cane herido apretó el muñón ensangrentado contra el vientre y se retiró, emitiendo con la garganta unos gemidos agudos.
—Mis disculpas —le dijo Nasaug a Tavi—. Por la interrupción.
—No hay de qué —replicó Tavi con tono pensativo—. No os gustan demasiado los ritualistas.
—Vuestros ojos pueden ver el sol a mediodía, capitán —repuso Nasaug, que siguió estudiando el tablero—. Vuestra estrategia era correcta. Sabéis mucho de nosotros.
—Un poco —reconoció Tavi.
—Se necesitan valor e inteligencia para intentarlo. Por eso, os habéis ganado nuestro respeto. —Nasaug miró a Tavi por primera vez desde el inicio de la partida—. Pero por mucho que desprecie a Sarl y a los de su calaña, mi deber está claro. Sarl y sus ritualistas son pocos pero tienen la fe de la casta productora. —Movió una oreja en un gesto vago hacia la enorme cantidad de saqueadores—. Es posible que sean unos idiotas por creer en los ritualistas, pero no nos volveremos contra los productores, ni los abandonaremos. He estudiado vuestras fuerzas. No nos podéis detener.
—Puede que sí —reconoció Tavi—, o puede que no.
Nasaug volvió a enseñar los dientes.
—Vuestros hombres están a medio formar. Vuestros oficiales han muerto, y vuestros caballeros son más débiles de lo que deberían. Recibiréis poca ayuda de los aleranos de la ciudad. —Hizo avanzar un Señor del ludus, con lo que iniciaba su ataque—. No habéis visto a nuestra casta en combate, excepto por la escaramuza de esta mañana. No nos volveréis a repeler, alerano. Todo habrá acabado antes del atardecer de mañana.
Tavi frunció el ceño. Nasaug no iba de farol. No había ni amenaza ni rabia ni diversión en su tono de voz. Sencillamente estaba exponiendo los hechos, sin añadirles ninguna emoción ni ninguna amenaza. Aquello era mucho más inquietante que cualquier otra cosa que hubiera podido decir.
Pero Nasaug era un cane guerrero. Si se parecía a Varg, sus palabras eran como la sangre: no se derramaban a menos que fueran necesarias. Y, en ese caso, el mínimo posible.
—Me pregunto por qué os molestáis en hablar de ello.
—Para ofreceros una alternativa. Retiraos y dejad el puente intacto. Tomad a vuestros guerreros, a vuestra gente, a vuestros jóvenes. Os daré dos días de ventaja, durante los cuales me aseguraré de que no se envía ninguna fuerza en vuestra persecución.
Tavi miró el tablero durante un momento en silencio y alteró la posición de una pieza.
—Qué generoso. ¿Por qué lo ofrecéis?
—No he dicho que no os vayamos a destruir sin pérdidas, capitán. Esto salvará las vidas de mis guerreros y de los vuestros.
—¿Hasta que volvamos a luchar otro día?
—Sí.
Tavi negó con un gesto.
—No os puedo entregar el puente. Mi deber es defenderlo o destruirlo.
Nasaug asintió.
—Vuestro gesto de permitirnos retirar nuestros caídos ha sido muy generoso. En especial si se tiene en cuenta el trato que os ha otorgado Sarl. Por eso os he ofrecido lo que he podido.
El cane empezó a mover las piezas en serio y se inició un intercambio rápido. Tardó tres movimientos en darse cuenta de lo que había hecho Tavi y se detuvo, mirando el tablero.
El asalto imprudente de Tavi no lo había sido en absoluto. Había pasado mucho tiempo pensando en la estratagema del embajador Varg durante su última partida, y la había adaptado a sus virtudes como jugador. El sacrificio de algunas de las piezas inferiores al principio del juego había otorgado a las piezas mayores una posición mucho más dominante. Apenas tardaría dos movimientos en controlar completamente el tablero del cielo y, de eso modo, conseguir la posición y el poder necesarios para derrotar al Primer Señor de Nasaug. A cambio, sus piezas iban a sufrir pérdidas terribles, pero Nasaug había visto la trampa un movimiento demasiado tarde y ya no tenía escapatoria.
—Las cosas no son siempre lo que parecen —comentó Tavi en voz baja.
Ya habían encontrado al último de los canim caídos y sus compañeros desarmados lo habían trasladado al campamento de la hueste. Un cane canoso le hizo un gesto a Nasaug al pasar de largo. Este miró a Tavi y entonces movió la cabeza ligeramente hacia un lado: estaba reconociendo la derrota.
—No. Por eso mis guerreros no serán los primeros en entrar en el pueblo.
El corazón de Tavi se le detuvo en el pecho.
Nasaug se había olido la trampa. Tal vez no conociera los detalles, pero sabía que estaba allí. Tavi miró impasible al maestro de batalla.
Nasaug dejó escapar otra risita e hizo un gesto hacia el tablero.
—¿Dónde aprendisteis esa estrategia?
Tavi miró al cane y se encogió de hombros.
—Varg.
Nasaug se quedó helado.
Sus orejas se lanzaron hacia Tavi demostrando una gran atención.
—Varg —gruñó en voz muy baja—. ¿Varg vive?
—Sí —respondió Tavi—. Prisionero en Alera Imperia.
Nasaug entornó los ojos y le temblaron las orejas. Entonces levantó la mano e hizo un gesto de llamada.
El cane canoso regresó, llevando un atadillo de tela en las palmas levantadas. Ante un gesto de Nasaug, el cane bajó el atadillo sobre el tablero de ludus y lo desplegó. Dentro se encontraba el gladius de Tavi, que este había dejado de lado aquella mañana.
—Sois peligroso, alerano —comentó Nasaug.
El instinto le dijo a Tavi que esas palabras eran un gran cumplido.
—Muchas gracias —respondió sin apartar la mirada.
—El respeto no cambia nada. Os destruiré.
—El deber —replicó Tavi.
—El deber. —El maestro de batalla hizo un gesto hacia la espada—. Esto es vuestro.
—Lo es —reconoció Tavi—. Tenéis mi agradecimiento.
—Muere bien, alerano.
—Muere bien, cane.
Una vez más, Nasaug y Tavi se mostraron ligeramente el cuello. Entonces Nasaug se retiró varios pasos antes de darse la vuelta y regresar con su ejército. Tavi volvió a recoger el tablero de ludus en su caja, recuperó las dos espadas y regresó también a la ciudad. Entraba a través de las puertas cuando empezaron a redoblar unos tambores graves y resonaron los cuernos de guerra canim.
Tavi vislumbró a Valiar Marcus y lo llamó.
—¡Primera Lanza, que los hombres ocupen sus posiciones! ¡Eso es todo!