El dolor le atravesó de nuevo la cabeza a Tavi. Fue repentino, agudo y lo aturdió tanto como la explosión del rayo que le había dejado sordo. Alguien empezó a proferir palabrotas con gran volumen y sinceridad.
Un segundo después, Tavi se dio cuenta de que era él quien maldecía, y se calló. De pronto pudo oír la batalla que sabía que se estaba librando en las puertas, los aullidos ensordecedores de un mar de canim interrumpidos por las oleadas de gritos y vítores de los defensores de la ciudad.
—Ya está, señor —murmuró Foss—. Teníais los tímpanos rotos. Les ocurre a menudo a los jóvenes caballeros Aeris cuando intentan alardear. Los tímpanos se pueden curar por sí mismos, pero esas cosas llevan un tiempo del que no disponemos, y además no resulta fácil evitar que enfermen. —El alto sanador se agachó en la parte superior de la bañera y chasqueó los dedos a ambos lados de la cabeza de Tavi—. ¿Lo habéis oído? ¿A los dos lados?
Los chasquidos tenían una reverberación extraña que Tavi no había escuchado nunca, pero los podía oír.
—Bastante bien. En cualquier caso, no deberías malgastar conmigo tus energías.
—Un capitán sordo no nos iba a ser de mucha ayuda, señor —replicó Foss—. Y de momento vamos por delante de los heridos.
Tavi gruñó y salió de la bañera. Los músculos y las articulaciones chillaron en señal de protesta. El rayo de Sarl no le había matado, pero la caída del caballo no había sido ninguna caricia. Empezó a vestirse.
—¿Me ayudas con la armadura?
—Sí, señor —murmuró Foss y se acercó para ayudar con los cierres.
—¿Cómo va el recuento? —preguntó Tavi en voz baja mientras se vestía.
—Setenta y dos heridos —respondió Foss de inmediato—. Excepto once, todos han vuelto al combate. Nueve muertos.
—Muchas gracias, Foss. De nuevo.
El veterano gruñó, y dio una palmada con la mano en el peto de Tavi.
—Ya estáis listo.
Tavi se ajustó el cinturón con la espada y enfundó el gladius de repuesto que le había conseguido Magnus. En el exterior estalló una nueva ronda de canciones entre las tropas que esperaban en el patio para reforzar la muralla o la puerta. Las estrofas contenían ahora muchas más referencias desdeñosas a los hombres que se encontraban sobre las murallas, completadas con alabanzas entusiastas a los hombres que esperaban a que los supuestos incompetentes se apartasen de su camino.
Magnus entró en la tienda y saludó con un gesto.
—Señor —saludó—. Crasus me ha pedido que os diga que Jens ha terminado.
—¿Jens? —preguntó Tavi.
—Nuestro único caballero Ignus, señor.
—Está bien —asintió Tavi—. Bien. Muchas gracias, Magnus.
Saludó y salió de la tienda, de regreso hacia los combates en la muralla. Al abandonar la tienda, Ehren apareció a su lado y mantuvo el paso a la izquierda de Tavi, que lo saludó con la cabeza.
—¿Qué está pasando? —le preguntó Tavi a Magnus.
—Los canim han enviado por delante a un tercio de los saqueadores. Valiar Marcus dice que los regulares han cambiado su posición y que avanzarán dentro de nada.
Tavi sonrió.
—Malditos cuervos.
Magnus bajó la voz.
—Valía la pena intentarlo. Es posible que las lealtades de los canim no estén tan fracturadas como esperábamos.
—Eso parece —suspiró Tavi—. Están usando a sus saqueadores para debilitarnos. Enviarán a los regulares cuando nos hayamos ablandado.
—Es bastante probable —reconoció Magnus.
—¿Cómo va el proyecto de la tribuno Cymnea? —preguntó Tavi.
—Digamos que estuvo bien que no permanecierais demasiado tiempo en el río, capitán.
—Bien —asintió Tavi—. Cuando caiga la noche, los canim intentarán cruzar algunas tropas. Querrán golpearnos por detrás y enviar a los regulares a través de la puerta delantera. —Se calló porque había tenido una idea. Entornó los ojos hacia la silueta mortecina del sol poniente detrás de las nubes de sangre—. ¿Dos horas?
—Un poco menos —rectificó Magnus.
Tuvieron que detenerse cuando Crasus y su media docena de caballeros Aeris pasaron volando para atacar las líneas enemigas con vientos huracanados y estallidos de llamas. Las galernas en miniatura que los sostenían impidieron la conversación durante un momento.
—¿Cómo está el puente? —preguntó Tavi cuando pudo oír de nuevo.
—Los ingenieros dicen que les gustaría disponer de más tiempo para reforzarlo, pero eso es lo que dicen siempre. Ya han conseguido lo que les habíais pedido. —Magnus se detuvo—. ¿Queréis dar la orden ahora?
Tavi se mordió el labio.
—Aún no. Defenderemos la puerta hasta que se haya puesto el sol.
—No podéis saber si los regulares atacarán en ese momento —le recordó Magnus—. Y para los hombres que hay en la puerta será muy duro quedarse allí. Sin mencionar el hecho de que les será difícil maniobrar y retirarse en la oscuridad.
—Entonces, traslada tropas de refresco desde el lado norte del río —replicó Tavi, mirando a Ehren. El cursor asintió—. Después dile al Primera Lanza que aumente la rotación en las murallas y que mantenga a los hombres todo lo descansados que pueda.
—Si lo hacemos, tendremos que empezar a utilizar a los peces.
—Lo sé —reconoció Tavi—. Pero en algún momento tendrán que enfangarse. Al menos, de esta manera contarán con el respaldo de los veteranos.
Magnus esbozó una sonrisa hueca.
—Señor, el plan no va a ser fácil, ni siquiera si nos ponemos en movimiento ahora mismo. Si esperamos dos horas más… —Negó con un gesto—. No sé qué salimos ganando con la espera.
—Sin más caballeros Ignus, solo nos queda lanzar un golpe demoledor. Tenemos que acertar. Los regulares son su espina dorsal y esta es nuestra única oportunidad de romperla. —Miró hacia atrás a Ehren y asintió, y el espía partió a la carrera para entregar las órdenes de Tavi.
—¿Cuánto tiempo lleva Marcus en la muralla?
—Desde que empezó. Unas dos horas poco más o menos.
Tavi asintió.
—Necesitamos que esté fresco y al mando cuando nos retiremos, ¿no te parece?
—Desde luego —reconoció Magnus—. El Primera Lanza tiene más experiencia que ningún otro sobre el terreno.
—De hecho, cualquiera que esté a nuestro lado —murmuró Tavi.
—¿Eh? ¿Qué habéis dicho?
—Nada —suspiró Tavi—. De acuerdo. Le voy a ordenar que baje. Llévale algo de comida y asegúrate de que esté listo al anochecer.
Magnus le dedicó a Tavi una mirada recelosa.
—¿Podrá con ellos solo en la muralla?
—Yo también me tengo que enfangar en algún momento —replicó Tavi y entornó los ojos hacia la muralla—. ¿Dónde está el estandarte?
Magnus levantó la mirada hacia las murallas.
—Lo han quemado y está bastante manchado de barro. He ordenado que confeccionen uno nuevo, pero tardará unas horas en estar listo.
—El quemado es perfecto —indicó Tavi—. Tráemelo.
—Lo pondré en un astil nuevo, como mínimo.
—No —negó Tavi—. El viejo está cubierto con la sangre de Sarl. Servirá.
Magnus le lanzó a Tavi una sonrisa.
—Ensangrentado y sucio, pero inquebrantable.
—Como nosotros —asintió Tavi.
—Muy bien, señor. Lo enviaré con sir Ehren.
—Muchas gracias —replicó Tavi, que se calló y puso una mano sobre el hombro de Magnus, antes de decir en voz más baja—: Muchas gracias, maestro. No creo que os lo haya dicho ya, pero disfruté del tiempo pasado en las ruinas. Muchas gracias por compartirlo conmigo.
Magnus le sonrió a Tavi y asintió.
—Muchacho, es una vergüenza que estés demostrando aptitudes para el mando militar. Habrías sido un gran académico.
Tavi rio.
Entonces Magnus saludó, se dio la vuelta y se fue con paso rápido.
Tavi comprobó que llevaba bien colocado el yelmo y subió corriendo hacia las almenas, recorriendo la línea de legionares agachados, con escudos, arcos y cubos que contenían de todo, desde más pez hasta simple agua hirviendo. Se abrió camino con agilidad a través del combate, sin empujar ni obstaculizar a ningún hombre. Encontró al Primera Lanza en la muralla. Estaba gritando órdenes a diez metros de las puertas, donde los canim estaban intentando fijar más cuerdas de escalada, hechas de cuero y cuerda trenzada, con las que habían sustituido a las cadenas. Los compañeros que estaban más abajo golpeaban la muralla con lanzas improvisadas y piedras enormes.
—¡Que os lleven los cuervos! —ladró Marcus—. No tenéis que levantar la cabeza de chorlito para cortar una cuerda. Utiliza el cuchillo, y no la espada.
Tavi se agachó y, mientras esperaba a que Marcus terminase de gritar, sacó el cuchillo y cortó con rapidez la cuerda trenzada que estaba unida a un gancho que aterrizó cerca de él.
—Nos quedamos también con los ganchos, tribuno —añadió Tavi—. No los tiréis para que no los vuelvan a utilizar contra nosotros.
Tavi miró hacia el patio y tiró el gancho hacia ese lado.
—¡Capitán! —gritó uno de los legionares y una salva de gritos de saludo recorrió las murallas.
Valiar Marcus miró hacia atrás y vio a Tavi. Lo saludó con un gesto seco y golpeó el guantelete contra el peto en señal de saludo.
—¿Estáis bien, señor?
—Nuestro tribuno Medica me ha recompuesto —respondió Tavi—. ¿Qué tal el tiempo?
Una piedra lanzada desde abajo acertó en la cimera del yelmo del Primera Lanza y el acero resonó durante un segundo. Marcus movió la cabeza y se agachó un poco más.
—Si se fuera el sol, seguiríamos luchando en la sombra —respondió un momento después, mostrando los dientes en una sonrisa rápida y combativa—. Dos o tres de ellos han conseguido poner pie en la muralla, pero los hemos repelido. Hemos quemado seis arietes más y no lo han vuelto a intentar.
—No hasta que oscurezca —replicó Tavi.
El Primera Lanza le dedicó una mirada de reojo y asintió.
—Para entonces ya no tendrá importancia.
—Resistiremos —indicó Tavi—, hasta que empleen a los regulares.
Valiar Marcus lo miró durante un momento, antes de poner cara agria y asentir.
—Sí. Nos costará, señor.
—Si podemos derrotar a sus regulares, valdrá la pena.
El soldado veterano asintió.
—Eso es cierto. Me ocuparé de ello, capitán.
—Tú no —replicó Tavi—. Ya llevas aquí arriba demasiado tiempo. Quiero que te sientes, comas algo y bebas. Necesito que estés fresco al anochecer.
El Primera Lanza apretó la mandíbula y durante un segundo Tavi pensó que iba a discutir.
Entonces un grito recorrió la muralla y Tavi levantó la mirada para ver a Ehren que corría hacia ellos a lo largo de las almenas, y aunque el pequeño cursor mantenía la cabeza baja, llevaba levantado el estandarte ennegrecido y los hombres lanzaban vítores al verlo.
El Primera Lanza miró a los hombres, luego al estandarte y después a Tavi, y asintió.
—Pensad un poco —indicó—. Confiad en los centuriones. No corráis riesgos. Dentro de cinco minutos subirá otra cohorte veterana para relevar a esta.
—Lo haré —asintió Tavi—. Busca a Magnus, que tiene algo dispuesto para ti.
Marcus asintió y ambos intercambiaron un saludo antes de que el viejo soldado bajara de la muralla, manteniendo la cabeza baja. Ehren se acercó deprisa al lado de Tavi. Mantenía en alto el estandarte.
El ataque continuó sin tregua, y Tavi se acercó a los dos centuriones sobre las murallas, ambos veteranos y ambos preocupados por sus hombres. Tavi vio que una serie de legionares respiraban con dificultad. Un hombre cayó al suelo, golpeado en el yelmo por una piedra casi tan grande como la cabeza de Tavi. Enseguida se oyó el grito de llamada al médico. Tavi agarró el escudo del hombre y bloqueó con él la almena, protegiendo al médico que corría hacia el legionare caído. Una lanza impactó contra el escudo y un momento más tarde le golpeó una piedra con tanta fuerza que rebotó contra el yelmo de Tavi y le hizo ver las estrellas. Entonces otro legionare se puso en posición con su escudo y el combate siguió adelante.
Resultaba aterrador, pero al mismo tiempo se había convertido en una experiencia extrañamente similar a una tarde de duro trabajo en su antiguo hogar en la explotación de su tío. Tavi se movía de aquí para allá a lo largo de la muralla, de una posición a la siguiente, animando a los hombres y vigilando cualquier cambio de comportamiento del enemigo. Tras lo que pareció una hora, llegaron tropas de repuesto para relevar a los legionares, y los hombres en la muralla intercambiaron con exactitud su posición, una almena detrás de otra, con su reemplazo. Y la batalla siguió adelante.
Por dos veces los saqueadores canim consiguieron afirmar una serie de ganchos en puntos donde la salva de piedras había debilitado las defensas, pero en los dos casos Tavi pudo indicar a Crasus y sus caballeros Aeris que descargaran una oleada de dolor y confusión entre el enemigo, retrasándolos hasta que la defensa alerana se pudo solidificar de nuevo.
Contra los saqueadores, los legionares arqueros tenían un efecto bastante mayor. Las tropas irregulares no eran tan disciplinadas como los regulares, lo que los frenaba sustancialmente cuando intentaban colaborar entre ellos. Su armadura era también mucho más ligera, si es que llevaban alguna, y las flechas acertaban y ocasionaban heridas que eran mucho más útiles para la defensa que las que mataban directamente al enemigo. Los canim heridos pataleaban y gritaban, y un par de sus compañeros los tenían que alejar de los combates, lo que entorpecía de manera considerable lo que fuera que estuvieran intentando. A los muertos, que se contaban por centenares, los dejaban tirados sobre el terreno. Eran tantos que los canim se vieron obligados a apilarlos, como si fueran leña, y se protegían con ellos de las flechas enemigas.
Aun así, Tavi sabía que se podían permitir las bajas con mucha más facilidad que los aleranos. Tavi pensó que desde el punto de vista de Sarl, gracias a esas muertes había menos bocas hambrientas que alimentar. Si podían matar a algún alerano mientras morían, mucho mejor.
Y entonces ocurrió. Los legionares de servicio empezaron a cambiar con la siguiente unidad de la rotación, que tenía una mayor concentración de reclutas aún verdes. Una lluvia especialmente densa de piedras subió desde la base de la muralla, pasó por encima en un arco alto para caer casi a plomo sobre los defensores. Las piedras no iban a golpear con la misma fuerza que si se lanzaban directamente contra un blanco, pero eran tan grandes que bastaba con que cayeran un metro para volverse peligrosas, incluso para un legionare cubierto de armadura.
Tavi se encontraba a unos seis metros cuando ocurrió, y oyó claramente como se rompía un hueso, justo antes de que el hombre herido empezase a gritar.
Entonces se produjo de repente una oleada furiosa de aullidos y gritos de guerra canim, y más ganchos con cuerdas empezaron a aparecer a lo largo de toda la muralla, justo en el momento en que otro grupo de canim aparecía desde su retaguardia y cargaba hacia delante con otro ariete pesado.
Tavi lo miró durante un segundo, intentando comprender todo lo que estaba ocurriendo. Era muy consciente de que debía actuar con rapidez, o de lo contrario se arriesgaba a que les pasasen por encima. Tenía que dirigir la fuerza de sus caballeros hacia el punto donde fueran más necesarios. Si los canim ganaban la muralla, se les podría contener en mayor o menor medida. Obstaculizados por la necesidad de escalar con la cuerda, podían subir en una marea continua pero limitada. Si rompían las puertas, toda la fuerza podía pasar a través de ellas con gran rapidez. Ocurriera lo que ocurriese, las puertas tenían que resistir.
Tavi silbó con fuerza y le hizo una señal a Crasus para que atacase el centro enemigo: tenía que confiar en que el joven tribuno de los caballeros vería el ariete y lo identificaría como la amenaza más importante contra las defensas del pueblo. No podía hacer mucho más contra el ariete que se estaba acercando, porque los únicos legionares que no estaban totalmente ocupados rechazando el asalto eran los hombres apostados encima de las puertas. Tavi señaló a la mitad de los hombres que se encontraban allí.
—Tú, tú, tú y vosotros dos. Seguidme.
Los legionares cogieron los escudos y las armas, y Tavi les condujo por la muralla hacia el primer punto atacado, donde dos canim ya habían ganado la muralla, mientras otros les seguían. Un recluta bastante verde gritaba y atacaba al cane más cercano, olvidando el principio básico del combate en la legión: el trabajo en equipo. El cane no llevaba más arma que un pesado garrote de madera, pero antes de que el joven legionare se pudiera acercar lo suficiente para tenerlo al alcance de su gladius reglamentario, el cane movió el garrote con las dos manos y lo golpeó contra el escudo del legionare. Lo lanzó por los aires hasta que aterrizó en el patio, con una fuerza capaz de romperle todos los huesos.
—Ehren —gritó Tavi mientras blandía la espada.
El cane volvió a mover el garrote, levantándolo para golpear a Tavi antes de que se pudiera acercar.
Pero en el momento en que el cane empezaba el movimiento, apareció un destello acerado en el aire y el cuchillo lanzado con maestría por Ehren golpeó en el morro del cane. La punta de la hoja falló por pocos centímetros y solo provocó un corte reducido a través de la nariz negra del cane. Aun así, el cuchillo resultó letal. El cane se contrajo a causa del dolor repentino en una zona tan sensible, de manera que perdió el impulso y la coordinación del ataque. Tavi rodeó el garrote pesado, avanzó con fuerza y atacó con un tajo que abrió el cuello del cane hasta llegar al hueso de la nuca.
El cane herido de muerte dejó caer el garrote e intentó agarrar a Tavi con los dientes desnudos, pero Tavi siguió adelante, dentro del alcance del cane. Los legionares que iban detrás de él añadieron su peso al impulso del capitán, de manera que tiraron al cane contra las almenas, donde lo liquidaron de manera salvaje y despiadada.
Tavi sajó una cuerda gruesa que pasaba por encima de la almena, pero el duro material se negó a partirse a pesar de los muchos golpes, de manera que otro cane se agarró a lo alto de la muralla para impulsarse hacia arriba. Tavi lanzó un tajo contra la mano del cane, que gritó de dolor antes de caer hacia atrás. Tavi aprovechó para acabar de cortar la cuerda.
Levantó la mirada a tiempo de ver cómo sus legionares se abrían camino por la muralla, liquidando al segundo cane, aunque la espada en forma de hoz de la criatura le cortó la mano a un veterano antes de caer. Los legionares cortaron las cuerdas de escalada que quedaban. Se oyó el aullido del viento y después un rugido y un estallido de llamas ante la puerta, y mientras tanto seguían lloviendo sobre las cabezas y los hombros de los aleranos esas piedras lanzadas en un arco alto.
—¡Cubos! —gritó Tavi—. ¡Ahora!
Los legionares cogieron los cubos de pez, agua hirviendo y arena calentada y los vertieron sobre los canim en la base de las murallas, lo que provocó más chillidos. Eso les otorgó a algunos de los defensores el tiempo necesario para cortar las cuerdas que quedaban, y a los arqueros la oportunidad de disparar contra el enemigo, a quienes les infligieron más heridas, incluso antes de que Crasus y sus caballeros realizaran una segunda pasada a lo largo de la muralla, cegando y ensordeciendo al enemigo con el huracán de su paso.
La moral de los atacantes se quebró y empezaron a huir de las murallas, al principio de manera vacilante y después en una oleada enorme. Los arqueros les dispararon con toda la rapidez que pudieron, e hirieron a muchos más, mientras que los legionares empezaron de nuevo a gritar y lanzar vítores.
Tavi hizo caso omiso de los canim, mirando hacia un lado y otro de la muralla. Habían rechazado el ataque, pero los defensores habían pagado un precio muy alto. Las piedras lanzadas en un arco alto habían sido alarmantemente efectivas, y los médicos que corrían a atender a los heridos se veían superados por las bajas. Las tropas inexpertas que habían subido a la muralla no se movían con la rapidez y la decisión de los veteranos, y los médicos y los legionares que intentaban llevarse a los heridos no estaban ayudando a mejorar la situación. Los legionares habían conseguido retener la muralla a duras penas y, si no se reorganizaban y recuperaban la disciplina de las posiciones defensivas en las almenas, los canim los podían superar. O al menos, lo podrían haber hecho de haber continuado con el ataque en lugar de retirarse.
Los graves cuernos canim empezaron a resonar, y Tavi levantó la mirada hacia la hueste al otro lado de las murallas.
Los regulares de armaduras negras se habían puesto en pie y se movían con una velocidad terrible y despreocupada hacia las murallas del pueblo.