Tavi estaba seguro que su voz iba sonar tan débil y desesperada como se sentía, pero salió limpia y fuerte.
—De acuerdo, Marcus. Abramos las negociaciones.
—¡Listos! —gritó el Primera Lanza.
A lo largo de las murallas los legionares se dispusieron en la formación defensiva reglamentaria con un hombre cargado con un escudo avanzando hasta la almena. El compañero armado con un arco que tenía a su lado se situaba justo en el flanco del hombre con el escudo. Ante un golpecito de la cadera del arquero, el escudero se apartaba con rapidez mientras el compañero ocupaba su lugar. Disparó la flecha y deshicieron el movimiento, de modo que el escudo volviera a cubrir a los dos hombres. Aquello le proporcionaba al enemigo solo un segundo para tener un blanco vivo.
Aunque todo los legionares recibían una instrucción básica en el uso del arco, no se podían comparar con los caballeros Flora. Los legionares podían alcanzar al enemigo, pero los canim eran unos blancos rápidos y difíciles, e iban bien blindados. Numerosas flechas aleranas acertaron en el blanco y algunos enemigos cayeron. Pero no demasiados, sobre todo si se les comparaba con el número de canim que seguían en pie.
Los canim cubrieron la distancia que les separaba de las murallas con una velocidad desconcertante. Quizá no eran tan rápidos como un jinete a caballo, pero sí superaban con creces a un hombre a la carrera. Cuando se encontraron a unos sesenta o setenta metros, los canim lanzaron una lluvia de jabalinas más gruesas y pesadas que una lanza de batalla alerana.
Los proyectiles impactaron con fuerza. Al lado de Tavi se oyó un crujido pesado y un gruñido de sorpresa cuando una de las jabalinas golpeó el escudo de un veterano. El arma canim se rompió, pero derribó al legionare y dejó una enorme abolladura en la superficie del escudo.
En la muralla, uno de los arqueros quedó al descubierto para disparar, justo en el momento en que volaban los proyectiles. Una lanza le acertó en el bíceps, y su punta de acero rojo lo atravesó hasta la mitad del astil del arma. El legionare gritó y cayó.
—¡Médico! —gritó Tavi, y los sanadores que estaban a la espera corrieron hacia el hombre.
—¡Señor! —gritó Marcus, y Tavi sintió que algo duro le golpeaba entre los omoplatos un instante antes de que algo más impactara contra la parte trasera del yelmo.
Un sonido parecido al de un trueno le llenó los oídos. Cayó sobre una rodilla. Por el rabillo del ojo vio como una jabalina canim trazaba un arco que la alejaba de él en una línea de vuelo torcida y bamboleante.
—¡Tened los ojos bien abiertos, señor! —rugió Marcus mientras levantaba a Tavi—. Los hombres saben lo que deben hacer.
—¡Ariete! —gritó un legionare canoso a un lado de la muralla—. ¡Aquí viene el ariete!
—¡Preparados en la puerta! —gritó Marcus.
Tavi echó un rápido vistazo alrededor de la almena protectora. Abajo, los canim seguían avanzando hacia la muralla. Quizá a unos seis metros por detrás de los canim de vanguardia se acercaba un grupo muy denso que llevaba un basto ariete de madera de casi un metro de diámetro. A su alrededor, nuevas filas de canim lanzaron sus jabalinas mientras todas las tropas cargaban contra las murallas y más criaturas entraban en la línea de tiro, de manera que se producía una corriente constante de proyectiles que atravesaban el aire trazando arcos. Tavi casi no tuvo tiempo de esconder la cabeza para evitar una de esas jabalinas, que pasó volando a su lado y se clavó hasta la base de la punta en la viga de madera de un edificio de dos plantas que tenía a sus espaldas.
—¡Cuerdas! —gritó otro legionare, justo en el momento en que unos enormes ganchos de hierro, del tamaño de anclas de bote, unidos a una cadena de acero volaron desde el exterior de la muralla.
Los ganchos aterrizaron con un ruido metálico y tensaron las cadenas. Los legionares las cogieron y volvieron a lanzar al otro lado antes de que tuvieran tiempo de afirmarse, pero unas pocas se engancharon con solidez y sus cadenas empezaron a resonar cuando los canim iniciaron el ascenso por ellas.
Tavi oyó y sintió de repente un estampido enorme, un impacto que hizo temblar la muralla bajo sus botas, un sonido tan fuerte que ahogó durante un momento el caos aullante de la batalla. El ariete había llegado al portón y parecía inconcebible que pudiera soportar durante mucho tiempo una potencia tan terrible.
—¡Listos! —gritó el Primera Lanza, y se inclinó hacia fuera para mirar abajo a pesar de las jabalinas letales que atravesaban el aire. Movió la cabeza hacia un lado para evitar con despreocupación uno de los proyectiles y gruñó—: ¡Ahora!
Los arqueros sobre la puerta ya habían dejado los arcos. Ahora levantaban grandes cubos de madera llenos de pez hirviendo, gruñendo y envarándose por el esfuerzo, y la vertieron sobre la zona delante de la puerta. Eso provocó chillidos de sorpresa y de dolor de los canim que había debajo. El ariete de madera quedó cubierto por el líquido.
Marcus se puso a cubierto y le gritó a Tavi.
—¡Listo!
Tavi asintió y levantó el puño, y miró hacia el patio.
Ante la señal, Crasus y una docena de sus caballeros Piscis, como los había bautizado la legión durante la marcha, salieron disparados del patio sobre columnas de viento. Pasaron por encima del río, virando y esquivando en una ruta de vuelo cuyo objetivo era impedir que los caballeros se convirtieran en blancos fáciles en el aire. Dieron media vuelta para dirigirse de nuevo a la ciudad. Volaban a casi veinte metros de altura, y dispersaban a su paso a centenares de cuervos sorprendidos.
Muchos proyectiles salieron disparados hacia los caballeros voladores, pero ninguno dio en el blanco. Cuando Crasus pasó por encima de la puerta, Tavi vio cómo señalaba con un dedo y gritaba. Una gota temblorosa de fuego al rojo vivo apareció ante sí y se extendió hacia el suelo, alcanzó el ariete de madera cubierto de pez y lo hizo estallar en una nube repentina de fuego devorador.
Las llamas abrasaron y quemaron, y los canim chillaron. También ardió la pez, caliente hasta extremos letales. El fuego se extendió a todo lo que ya estaba empapado con el material, y lo condujo a un final rápido y terrible.
Encima de la muralla, Tavi vio cómo uno de los canim alcanzó las almenas con su cuerda de escalada, pero legionares de rostros pétreos lo estaban esperando. Las espadas y las lanzas hicieron su trabajo y el cane cayó, perdiéndose de vista. Otros legionares utilizaban jabalinas capturadas para hacer palanca, sacando de posición los pesados ganchos y enviando al suelo a más canim.
Tavi no podía decir con precisión qué es lo que hizo que se diera cuenta, pero de repente sintió las dudas en la carga de los canim. Se volvió hacia Crasus y trazó un círculo con el brazo por encima de la cabeza.
El caballero tribuno tenía los ojos ennegrecidos desde que Tavi le rompiera la nariz, pero eran muy agudos. El vuelo de los caballeros se desvió y siguió el trazado de las murallas a caballo de un vendaval producto de las furias, lanzando polvo y escombros a los ojos y las narices de los canim. Crasus lanzó otra media docena de esferas de fuego sobre los enemigos, y las pequeñas gotas de luz estallaron en explosiones de llamas.
Antes de que Crasus y sus caballeros pudieran realizar otra pasada, los cuernos de los canim resonaron con un ritmo rápido. Era una señal para las tropas atacantes. Los regulares blindados que tenían debajo empezaron una retirada rápida y ordenada. Al cabo de dos minutos estaban fuera del alcance de los arcos, aunque los aleranos que había en las murallas dispararon todas las flechas que pudieron contra las tropas que se batían en retirada.
Crasus y sus caballeros iniciaron la persecución, pero Tavi vio el movimiento. Alzó la mano que tenía extendida por encima de la cabeza, la cerró en un puño y lo bajó al nivel del hombro. Crasus vio la señal, respondió levantando el puño, y los caballeros y él regresaron a las fortificaciones.
A su alrededor, los legionares lanzaron vítores e insultos desafiantes contra las espaldas de los canim que se retiraban. Todos los hombres sabían que la batalla distaba mucho de haberse terminado, pero, al menos por el momento, estaban vivos y victoriosos. Tavi no hizo nada por desanimarlos. Le parecía bien que celebraran aquella pequeña victoria en los primeros compases de la batalla. Enfundó la espada y contempló a los canim que se batían en retirada. Su respiración era agitada, aunque casi no se había visto envuelto en la batalla. Se inclinó sobre las almenas y miró hacia abajo. Allí yacían figuras quietas y rotas, tal vez centenar y medio de muertos. Ninguno de los canim que había quedado atrás estaba herido. Solo quedaban los muertos. Los regulares se habían llevado a sus heridos.
—Bueno —jadeó Ehren a su lado—. Eso ha sido tonificante.
—¡Médico! —llamó Tavi a un sanador cercano—. ¿Cómo va el recuento?
—Tres heridos, dos de ellos serios, y uno leve. Ningún muerto, señor.
Eso provocó otra algarada por parte de los legionares, e incluso al Primera Lanza casi se le escapa una sonrisa.
—¡Buen trabajo! —les gritó Tavi. Se dio la vuelta y se dirigió hacia las escaleras para bajar al patio.
—Bien —dijo Ehren, que lo estaba siguiendo. El pequeño espía casi no podía con la armadura que le había proporcionado Magnus—. ¿Y ahora qué va a pasar?
—Eso solo ha sido una prueba —respondió Tavi—. Y me apostaría algo a que su líder quería que fracasase.
—¿Fracasar? ¿Por qué?
—Porque Sarl es un ritualista, pero tiene que controlar a un montón de guerreros —explicó Tavi—. Para hacerlo, debe convencerlos de que es lo suficientemente fuerte y digno de dirigirlos. Ha dejado que los guerreros lancen el primer ataque contra nosotros, consciente de que les íbamos a golpear con fuerza suficiente como para que sepan que les hemos dado una tunda. Su siguiente movimiento será demostrar que es digno del liderazgo cuando utilice sus poderes para derribar las murallas. Salva vidas. Se convierte en un héroe. Demuestra su fuerza.
Ehren asintió. Llegaron al patio, y Tavi se acercó a un caballo que le estaba aguardando.
—Ya veo. Entonces, ¿qué vas a hacer?
—Fastidiarle el tinglado a Sarl —respondió Tavi, que enfundó la espada y montó a caballo—. Si actúo ahora, le podré robar el trueno.
Ehren parpadeó.
—¿Cómo vas a hacer eso?
Tavi hizo un gesto con la cabeza a los legionares en la puerta, que la abrieron de par en par. Le lanzó un silbido al Primera Lanza sobre la puerta y Marcus le lanzó el estandarte de la legión con su astil de madera. Tavi lo apoyó en el estribo al lado de la bota.
—Voy a salir ahí fuera y hacer que parezca un idiota —le dijo Tavi.
Los ojos de Ehren se abrieron del todo.
—¿Ahí fuera?
—Sí.
—¿Solo?
—Sí.
Ehren se quedó mirando a Tavi durante un segundo, y después se volvió para mirar a través de la puerta, hacia donde esperaba la hueste canim a menos de dos kilómetros de distancia.
—Bueno, capitán —comentó al cabo de un latido—. Ocurra lo que ocurra, supongo que alguien va a parecer terriblemente idiota.
Tavi le lanzó una sonrisa a Ehren y le guiñó un ojo, aunque en su fuero interno lo que quería realmente era gritar y salir corriendo hacia un escondite muy pequeño y muy oscuro. Era posible que todo su plan no fuera más que una fantasía, pero después de haber pasado tanto tiempo con el embajador Varg, Tavi creía que sus conocimientos del enemigo podían ser la única arma efectiva contra ellos. Si tenía razón, podía debilitar los apoyos de Sarl y, si tenía mucha suerte, podía conseguir que Sarl y sus regulares rompieran relaciones.
Por supuesto, si estaba equivocado, tal vez no pudiera cabalgar de regreso al refugio de las murallas de la ciudad.
Cerró los ojos durante un segundo y luchó contra sus miedos, obligándose a controlar la calma hasta el extremo. Ahora el miedo lo podía matar de una manera bastante literal.
Espoleó ligeramente el caballo y salió de la protección de la Primera Legión Alerana y de las murallas del pueblo, en dirección hacia sesenta mil canim salvajes.