35

La caminata de regreso adonde estaban los caballos fue larga y agotadora, y aún lo fue más el regreso hasta el acantonamiento de la legión en Elinarch. Tavi llegó a la hora más fría y negra de la noche. Aún le parecía extraño que, a pesar del calor insoportable que hacía en el sudoeste del Reino a finales de verano, la noche fuera tan fría y molesta como en el valle de Calderon.

Les detuvieron dos líneas de piquetes montados cuando se aproximaban. Nada más cruzar el último claro antes del pueblo, Tavi tomó nota de las figuras silenciosas dispuestas en tres líneas, en su mayor parte arqueros y leñadores locales, que se desplazaban hacia el oeste extremando las precauciones. El Primer Lanza los habría enviado para controlar y hostigar el avance del ejército canim, y para intentar eliminar a los exploradores del enemigo a medida que avanzaban. Era una medida que Tavi debería haber ordenado en persona, pero para eso había dejado a Valiar Marcus al mando de las defensas.

Tavi y Kitai entraron en la mitad del pueblo por el extremo sur del Elinarch y empezaron a cruzar el gran puente. Sus pasos resonaban en las piedras. El aroma a agua, lodo y peces del gran río Tíber subió hasta ellos. Se encontraban a unos treinta metros sobre el agua, en lo más alto del arco del puente, y Tavi cerró los ojos cansados para disfrutar de la brisa fría que lo inundaba.

La noticia de su regreso lo precedía, y pasaba de centinela en centinela. Magnus, como el ayuda de cámara principal del capitán, estaba allí para recibirlo y acompañarlo a la tienda de mando, que ahora no era tan grande como la de Cyril sino del tamaño reglamentario de la legión. Muchas personas entraban y salían cuando se acercaron a ella, todas a paso rápido. Tenían que sortearse los unos a los otros con tanto trasiego.

En definitiva, la tienda parecía demasiado pequeña e inadecuada, en el centro del círculo formado por la tierra abrasada por el rayo. Eso era lo apropiado, supuso Tavi. Él también se sentía pequeño e inadecuado.

—No, que me lleven los cuervos —bufó la voz de Valiar Marcus desde el interior de la tienda—. Si nuestras reservas de comida están en la orilla meridional y los perros la toman, nos tendremos que comer las botas cuando nos retiremos hacia el norte.

—Pero toda mi centuria acaba de terminar el traslado de los suministros hasta allí con mulas de carga —protestó una segunda voz.

—Estupendo —le cortó Marcus—. Así conocerán exactamente el camino de vuelta.

—Marcus, los almacenes están en los muelles, no intramuros. No los podemos dejar sin protección y aún no hemos completado nuestros propios almacenes.

—Entonces descargadlos en algún sitio. O requisad una casa.

Tavi desmontó del caballo y estiró los músculos, que no dejaban de quejarse. Llamó a Kitai y ella se inclinó hacia él. Tavi pidió algo, y Kitai asintió y salió al galope hacia el campamento de los seguidores.

Magnus vio cómo se iba con el ceño fruncido. Era posible que la oscuridad y la capucha hubieran ocultado sus rasgos ante el viejo cursor, pero estaba claro que era una mujer.

—¿Quién es, señor? —le preguntó a Tavi.

—Más tarde —respondió Tavi y volvió los ojos hacia la tienda.

Magnus frunció el ceño pero asintió.

Tavi se tomó un momento para ordenar las ideas, intentó proyectar toda la autoridad de que fue capaz y entró en la tienda.

—No requises una casa —ordenó—: pide un voluntario. No te resultará difícil encontrar gente dispuesta a sacrificar su comodidad por lo único que se interpone entre ellos y una horda canim.

La tienda contenía dos mesas hechas con dos barriles de agua vacíos y tablones. Sobre ambas había un caos total de papeles dispersos, la mayor parte medio consumidos por las llamas. Dos peces estaban sentados en cada mesa, intentando ordenar los papeles supervivientes bajo la luz de una sola lámpara de furia.

El Primera Lanza y el centurión respondón se pusieron firmes y saludaron.

—Señor —dijo Marcus.

Los peces fueron un latido por detrás de los centuriones y empezaron a ponerse en pie. Tavi estaba seguro de que si lo hacían, derribarían las mesas improvisadas y perderían todo el trabajo realizado.

—Descansen —les ordenó Tavi—. Volved al trabajo. —Saludó con la cabeza a Marcus—. Primera Lanza y ¿centurión…?

—Cletus, señor.

—Centurión Cletus. Sé que tus hombres están cansados. Todos lo estamos. Vamos a estar aún más cansados. Pero que me lleven los cuervos si dejo que la legión esté cansada y hambrienta. Así que encuentra un edificio para almacenarla y vigila la comida.

Estaba claro que a Cletus no le gustaba la idea. Ningún centurión querría obligar a sus hombres a entrar en acción exhaustos por el trabajo físico si lo podía evitar. Pero era legionare hasta la médula y asintió.

—Sí, señor. —Se dio la vuelta dispuesto a irse.

Tavi asintió.

—Coge una de las centurias de peces para que os ayuden a cargar. Grano y carne seca primero, y los productos perecederos después.

Cletus se detuvo, inclinó la cabeza ante Tavi como muestra silenciosa de gratitud y se fue.

El Primera Lanza fornido había perdido la mayor parte del cabello cortado al cepillo de un lado de la cabeza a causa del fuego. La piel recién curada, donde los sanadores habían sido capaces de ayudarlo más, estaba rosada, brillante y ligeramente inflamada. No por ello su fruncimiento de ceño era menos feroz, ni su cara fea y arrugada menos fea y arrugada.

—Capitán —gruñó Marcus—. Me alegra veros de nuevo de una sola pieza. Antillar dijo algo de que ibais a explorar a los canim.

—Eso no es del todo cierto —explicó Tavi—. Un explorador encontró un rastro y lo siguió hasta dar con… —Tavi miró a los peces sentados en las mesas.

—De acuerdo —comprendió Marcus—. Muchachos, salid. Conseguid algo de comida y presentaos en vuestra centuria.

—Magnus, por favor, llama a los tribunos Antillar y Antillus —ordenó Tavi—. Los quiero aquí para que lo oigan.

—Ahora mismo, señor —asintió Magnus y salió de la tienda. Tavi se quedó solo con el Primera Lanza.

—Tenéis el aspecto de alguien del que se han ocupado los cuervos, Marcus —comentó Tavi.

El Primera Lanza entornó los ojos y dejó escapar una risita ronca.

—Desde que era un muchacho, señor.

Tavi sonrió y se sentó en uno de los taburetes.

—¿Cuál es nuestra situación?

El Primera Lanza movió una mano irritada hacia las mesas cubiertas de pergaminos.

—Es difícil de decir. Gracus era un buen tribuno Logistica, pero sus archivos estaban tan bien organizados como un incendio forestal. Aún estamos intentando descubrir dónde está almacenada cada cosa, y lo complica todo aún más.

Tavi suspiró.

—Culpa mía. Olvidé nombrar un sustituto del tribuno Logistica para coordinar todo esto antes de partir.

—Para ser justos, en cualquier caso no habría podido avanzar mucho más.

—Me ocuparé de ello. ¿Qué tal la milicia?

El Primera Lanza frunció el ceño.

—Este es un gran pueblo de contrabandistas, señor.

Tavi gruñó.

—Chanchullos, supongo.

—Tienen lo mejor que se puede comprar con dinero —confirmó—. No había ni doscientas armaduras completas y no estaban muy bien conservadas. Creo que hay muchas posibilidades de que algunos legionares renegados de Kalarus vistan el resto de las reservas del pueblo. La cosa mejora un poco en lo relativo a espadas, aunque no mucho. Pero hay un montón de espadas de propiedad privada. Placida las envía con sus legionares cuando terminan su servicio, y hay un montón de hombres libres de Placida que tienen ese pasado.

—¿Y las explotaciones agrícolas? —preguntó Tavi.

—Se han enviado mensajes, pero los voluntarios tardarán un poco en llegar. Hasta el momento solo han aparecido hombres de las propiedades más cercanas.

Tavi asintió.

—¿Y las defensas?

—En el mismo estado que la armería, o casi. En dos días podremos tenerlas en la situación reglamentaria.

—No los vamos a tener —le informó Tavi—. El plan es combatir antes de mediodía.

La expresión de Marcus se volvió más lúgubre y asintió.

—Entonces recomiendo que concentremos la cohorte de ingenieros en la muralla sur. Es posible que la legión la pueda defender el tiempo suficiente para que los ingenieros terminen con las otras posiciones.

Tavi negó con la cabeza.

—No. Quiero fortificaciones en el puente. Piedras, sacos de arena, empalizadas, cualquier cosa que puedas conseguir y que resista. Quiero cinco líneas de defensa sobre el puente. Después sitúa a los ingenieros en el último bastión en el extremo septentrional del puente y diles que lo hagan tan grande e impenetrable como sea posible.

El Primer Espada lo miró con dureza durante un momento.

—Señor, hay un montón de razones por las cuales ese no es un muy buen plan —comentó.

—Y muchas más razones por las que lo es. Ponedlo en práctica.

Cayó un silencio pesado y Tavi levantó la vista con fuerza.

—¿Me habéis oído, Primera Lanza?

Marcus apretó la mandíbula y se acercó a Tavi y lo miró a la cara.

—Niño —empezó en un tono que nunca habría podido salir de los confines de la tienda—. Es posible que sea viejo y feo, pero no soy ni ciego ni tonto. —El susurro se volvió de repente duro y feroz—. Tú no eres legión.

Tavi entornó los ojos en silencio.

—Estoy dispuesto a que juegues a ser el capitán porque la legión necesita uno. Pero no eres capitán, y esto no es un juego. Habrá muertos.

Tavi se encontró con la mirada del Primera Lanza y pensó a toda prisa. Sabía que Valiar Marcus era perfectamente capaz de asumir el mando de la legión. Era muy conocido entre los legionares veteranos, respetado por el resto de los centuriones y al tratarse del centurión más veterano era, por derecho propio, el siguiente en la cadena de mando porque ningún oficial de la legión era capaz de ejercer su autoridad. Tavi no tenía ningún medio para evitar que se hiciera con el mando de la legión si decidía hacerlo… a no ser que lo matara.

Para colmo, el Primera Lanza era un hombre de principios. Si creía realmente que Tavi iba a perpetrar una estupidez inútil y que iban a morir legionares que no debían hacerlo, Marcus asumiría el mando. Y en tal caso, no estaría preparado para enfrentarse a la amenaza que se le venía encima. Lucharía con valor y honor, de eso estaba seguro Tavi, pero si intentaba aplicar la doctrina de combate reglamentaria de la legión, esta legión no iba a vivir para ver otro amanecer.

Todo esto quería decir que Tavi tenía ante sí la siguiente batalla que debía librar: contra la mente y el corazón del veterano Primera Lanza. Si conseguía que Marcus lo apoyara, también lo harían casi todos los centuriones. Tavi tenía que convencer a Valiar Marcus de que apoyase sin reservas su curso de acción en lugar de aceptarlo como una más de las órdenes desagradables que tenía que obedecer. La resistencia tácita e indirecta a unas órdenes con las que no se está de acuerdo los podría matar en la misma medida que los canim.

Tavi cerró los ojos durante un momento.

—Una vez le pregunté a Max cómo habías ganado tu nombre de honor: Valiar —empezó—. La Casa de los Valiente de la Corona. Max me explicó que cuando tenía seis años se produjo un asalto de los hombres del hielo, que secuestraron a las mujeres y los niños de un campamento de leñadores. Me dijo que los seguiste durante dos días a través de una de las peores tormentas invernales que recordaban los más ancianos, y atacaste toda la partida de saqueo de los hombres del hielo. Les arrebataste a los cautivos y los llevaste a casa. Antillus Raucus te entregó su propia espada. Entonces te nombró personalmente para la Casa de Valiar y le dijo a Gaius que hiciera honor a ello o que lo retaría a un juris macto.

El Primera Lanza asintió en silencio.

—Fue una estupidez por tu parte —concluyó Tavi—. Atravesar la tormenta. Solo, nada menos. Para atacar… ¿a cuántos? ¿Veinticinco hombres del hielo, tú solo?

—Veintitrés —le corrigió en voz baja.

—¿Enviaríais a Cletus a hacer algo así? —le preguntó Tavi—. ¿Me enviarías a mí? ¿O a uno de los peces?

Marcus se encogió de hombros.

—Nadie me envió a mí. Hice lo que tenía que hacer. A fuer de ser sincero, esperé a que la mayoría de los hombres del hielo estuvieran dormidos, y les corté el cuello a la mitad antes de que pudieran despertar.

—Ya me imaginaba algo parecido. Pero antes de partir, no sabías cuántos eran. Ni que se te presentaría la oportunidad de asaltarles mientras estaban durmiendo. No sabías si el tiempo iba a empeorar y a matarte. Eso, en aquel momento, fue un acto de locura.

—No estaba loco —replicó Marcus—. Los conocía. Sabía lo que podía hacer. Tenía ventajas.

Tavi asintió.

—Yo también.

El viejo soldado entornó los ojos.

—No estamos hablando de una partida de marat rabiosos, niño. No se trata de los soldados personales de un señor, ni de una legión sublevada. Nos enfrentamos a los canim. No los conoces. Nunca has visto nada igual.

—Estás equivocado —replicó Tavi.

El Primera Lanza separó un labio de los dientes en una mueca de desdén.

—¿Crees que los conoces? ¿Estás intentando decirme que has luchado contra ellos, niño?

Tavi le devolvió tranquilamente la mirada.

—He luchado contra ellos, codo con codo con legionares y solo. He visto como mataban legionares a los que conocía por sus nombres, y he sentido como su sangre me golpeaba en la cara. He visto como se mata a los canim. He matado a uno solo.

Marcus entornó los ojos con suspicacia.

—Más que eso —prosiguió Tavi—, he hablado con los canim. Un cane me enseñó a jugar al ludus. He aprendido cosas sobre su sociedad. Incluso hablo un poco su lengua, Primera Lanza. ¿Entiendes un poco la lengua de los canim, Valiar Marcus? ¿Sabes algo de su patria? ¿Y de sus líderes?

Marcus se quedó en silencio durante un momento.

—No —reconoció—. Todos los canim que he visto estaban demasiado ocupados intentando matarme como para darme lecciones.

—No son monstruos. No son como nosotros, pero tampoco son estúpidas máquinas de matar. Supongo que conoces las diferencias entre sus saqueadores y sus regulares.

El Primera Lanza gruñó.

—Los saqueadores son ya bastante malos. Nunca me he enfrentado a sus regulares, pero conozco a hombres que sí lo han hecho. Son peores. Más grandes, más fuertes y mejores luchadores. No puedes acabar con ellos sin caballeros y bajas.

—Los saqueadores son sus reclutas. Ni siquiera son militares en activo. Los regulares de los que has oído hablar son sus soldados. En concreto, proceden de toda una clase social de linajes hereditarios de soldados. Su casta guerrera.

Marcus gruñó.

—¿Como nuestros ciudadanos?

—Algo parecido —asintió Tavi—. Pero existe otra casta que suele estar enfrentada a la primera. Los ritualistas. Como los que han invocado esta capa de nubes. Como los que atacaron al capitán.

—Hum —replicó Marcus—. ¿Saben utilizar las furias?

—No lo creo —respondió Tavi—. O, al menos, no como las usan los aleranos. Pero tienen algún tipo de poder que les permite hacer cosas similares. Hace tres años lanzaron una serie de tormentas sobre las costas. El Primer Señor tuvo que intervenir en persona para detenerlas. Fantus le dijo a Cyril que esas nubes no eran un artificio de viento. Lo hagan como lo hagan, funciona.

El Primera Lanza frunció los labios.

—Suena como si esos perros ritualistas fueran peligrosos. Kalarus nunca habría cerrado un trato con ellos si no creyese que después los podía aplastar.

—Creo que los canim le han traicionado.

—¿Por qué?

—Porque el explorador al que seguí encontró el rastro de lady Antillus —respondió Tavi—. Encontramos su campamento. Los dos no la podíamos capturar solos. Habría tenido que matarla, pero la información que he podido recoger era demasiado importante como para perder la oportunidad.

Marcus movió la cabeza y soltó el aire.

—De acuerdo, niño, estoy escuchando.

—Me acerqué lo suficiente para escuchar una conversación que estaba manteniendo con su hermano a través de un artificio de agua. Resulta que ha cerrado un pacto con los canim.

—¿Qué? —bufó Marcus.

—Kalarus le ofreció un trato a un cane llamado Sarl, un ritualista. Kalarus quería su capa de nubes para paralizar las comunicaciones de la Corona y de las legiones. Después quería que los canim atacasen la costa para alejar a las tropas aleranas del teatro de operaciones entre Ceres y Kalare. Creía que aplastarían a las tropas de Ceres y evitaría que llamaran a las milicias locales para que ayudaran a la Corona contra él.

El Primera Lanza frunció el ceño pensativo.

—Podría haber funcionado.

—Excepto que en lugar de varios centenares de canim, Sarl apareció con decenas de miles.

—¿Cómo va a alimentar a tantas bocas? —preguntó Marcus—. Los ejércitos marchan sobre sus estómagos. Si desembarcan aquí no les será posible llegar a las ciudades grandes sin estar muriéndose de hambre antes. En los barcos solo han podido traer suministros para unas pocas semanas, y no vamos a dejar que saqueen tanto como para alimentar a un ejército tan grande. Volverán a los barcos antes de acabar el verano.

—No —replicó Tavi—. No lo harán.

—¿Por qué?

—Porque cuando estuve vigilando a los canim, me acerqué lo suficiente a Founderport como para ver sus barcos en el puerto.

—¿De noche? —preguntó Marcus—. ¿Esperas que me crea que entraste paseando en un pueblo ocupado?

—No fue necesario —explicó Tavi—, porque todo el puerto estaba iluminado. Les habían prendido fuego a sus barcos. Los pude ver a unos nueve kilómetros de distancia.

Marcus parpadeó.

—Eso es una locura. ¿Cómo esperan irse?

—No creo que quieran hacerlo —respondió Tavi con tranquilidad—. Creo que tienen intención de conquistar territorio y conservarlo.

—Una invasión —concluyó Marcus en voz baja.

—Tienes que admitir que es un momento bastante adecuado —comentó Tavi—. Justo cuando nos estamos cortando el cuello entre nosotros.

Marcus gruñó.

—Ese idiota de Kalarus les dijo precisamente cuándo debían llegar.

Tavi asintió.

—Le mostró un flanco débil a Sarl y Sarl se lanzó a por él.

—Suena como si lo conocieras.

—Lo conozco —reconoció Tavi—. Un poco. Es un pequeño cabroncete traicionero. Cobarde, ambicioso y listo.

—Peligroso.

—Mucho. Y no le gusta la casta de los guerreros.

—Parece que eso podría ser algo así como un fallo en un jefe militar.

Tavi asintió.

—No solo un fallo. Una debilidad. Algo que podemos explotar.

Marcus cruzó los brazos sin dejar de escuchar.

—Si son tantos como dice Ehren, no los podemos vencer —continuó Tavi—. Ambos lo sabemos.

El rostro de Marcus se nubló y asintió.

—Pero no creo que estén muy unidos. Los guerreros que van con él saben que Sarl sacrificará alegremente sus vidas a cambio de nada. Están aislados y no pueden recibir el apoyo del resto de su casta. Si mi suposición es correcta, lo más probable es que estén aquí porque Sarl les ha amenazado. Nunca se rodearía de tantos guerreros si no tuviera una manera de controlarlos. Creo que les gustaría estar en cualquier sitio excepto bajo el mando de Sarl.

—¿Por qué lo crees? —preguntó el Primera Lanza.

—Porque eso explica la quema de los barcos. Sarl sabía que si desembarcaba con los guerreros, no podría evitar que lo abandonasen y volvieran a casa. Ha quemado los barcos porque quería atrapar aquí a los guerreros. Quería que no tuvieran más alternativa que luchar y ganar.

Marcus frunció el ceño y analizó la idea.

—Es una muy buena motivación —admitió finalmente—. Pero no sé cómo nos puede ayudar.

—Porque no son una fuerza unida —explicó—. No están acostumbrados a actuar contra nosotros en tal cantidad. No confían en su jefe. No les gusta la cadena de mando actual. Lo más seguro es que estén enfadados con Sarl por haberlos atrapado aquí. Con tantas grietas en los cimientos, todo lo que construyan será inestable. Creo que si les podemos forzar a reaccionar con rapidez ante diversos obstáculos, tendrán muchos problemas para conservar unas posiciones sólidas.

Marcus entornó los ojos.

—Primero los atraemos y después concentramos el golpe.

—Esa es la esencia, sí.

—Supongo que te habrás dado cuenta de que tenemos un montón de peces entre la tropa. Nada nos asegura que podamos mantener el tipo de disciplina que necesitamos para llevarlo a cabo.

—Quizá no —reconoció Tavi—. Pero no nos sobran las alternativas.

El Primera Lanza gruñó.

—Suponiendo que lo hagamos, les vamos a infligir una buena sangría, pero no los matará a todos.

—No. Pero si podemos acabar con el control de Sarl sobre ellos, es posible que convenzamos a los demás para que se vayan.

—Acabar con el control. ¿Quieres decir que lo matemos?

Tavi negó con la cabeza.

—Eso no será suficiente. Si matamos a Sarl, uno de sus lugartenientes ocupará su lugar. Tenemos que destrozar su poder, demostrar que se equivocó al venir aquí, que tan solo conduce a su ejército hacia la muerte… y lo tenemos que hacer delante de los guerreros.

—¿Con qué objetivo?

—Los guerreros canim respetan la fidelidad, la habilidad y el valor —respondió Tavi—. Si eliminas a Sarl, es posible que se vean obligados a retirarse, al menos por un tiempo. Es posible que busquen un objetivo más fácil. Pero aunque no lo hagan, al menos nos darán tiempo para prepararnos mejor, y quizá para recibir refuerzos.

Marcus soltó lentamente el aire. Miró el interior de la minúscula tienda con ojos cansados.

—¿Y si no funciona?

—Creo que es nuestra única posibilidad.

—Pero ¿y si no funciona?

Tavi frunció el ceño.

—Entonces destruiremos el Elinarch.

Marcus gruñó.

—Al Primer Señor no le va a gustar.

—Pero no está aquí —replicó Tavi—. Asumiré toda la responsabilidad.

—Los ingenieros ya lo han estudiado —reconoció Marcus—. El puente tiene tanto artificio de las furias como cualquier calzada. Es fuerte, casi indestructible, y las piedras se reparan por sí mismas. No tenemos suficientes artífices de tierra para hacer el trabajo con rapidez. Nos llevaría días derribarlo.

—Deja que yo me preocupe por los artífices de tierra —indicó Tavi—. Sé donde podemos conseguir algunos.

El Primera Lanza miró a Tavi.

—¿Estás seguro, niño?

—Estoy seguro de que si no detenemos a Sarl aquí, arrasará todas las explotaciones que se encuentre de aquí a Ceres con tal de conseguir alimentos suficientes para sobrevivir.

Marcus ladeó la cabeza.

—¿Y crees que eres el mejor para detenerlo?

Tavi se puso en pie y lo miró a los ojos.

—Para serte sincero, no lo sé. Pero te prometo una cosa, Marcus: siempre estaré en el centro y en la vanguardia. No le pediré a ningún legionare que haga nada que no haría yo.

El Primera Lanza lo miró y, de repente, abrió los ojos de par en par.

—Cuervos sangrientos —murmuró.

—No queda mucho tiempo, Primera Lanza, y no podemos permitirnos confusiones ni retrasos. —Tavi le ofreció la mano—. Por eso lo tengo que saber ahora mismo. ¿Estás conmigo?

Unos pasos se acercaban a la tienda.

El Primera Lanza se quedó mirando la mano que le tendía Tavi. Entonces asintió una vez con fuerza y levantó el puño hasta el corazón. Su voz sonó ronca y grave.

—De acuerdo, señor. Estoy con vos.

Tavi asintió y le devolvió el saludo al Primera Lanza.

Magnus entró en la tienda, con Crasus y Max a la zaga. Saludaron a Tavi, y este les correspondió.

—No tenemos mucho tiempo —empezó sin preámbulos.

Se interrumpió cuando se abrió de nuevo el faldón de la tienda y entró la señora Cymnea, alta y tranquila, con el cabello y el vestido inmaculados, como si no la hubieran sacado de la cama para que se presentara sin demora en la fortificación.

—Lo siento, señora —intervino Magnus de inmediato—. Me temo que no puede estar aquí por razones de seguridad.

—Está bien, Magnus —aclaró Tavi—. Yo le he pedido que venga.

El viejo maestro miró a Tavi con el ceño fruncido.

—¿Por qué?

Cymnea saludó a Tavi con una reverencia cortés con la cabeza.

—Esa es precisamente mi pregunta, capitán.

—Necesito que hagáis algo por mí —explicó Tavi—. No os pediría ayuda si no fuera importante.

—Por supuesto, capitán. Haré cualquier servicio que me pidáis.

—Muchas gracias —se lo agradeció Tavi—. Caballeros, cuando hayamos terminado tendréis que coordinaros con nuestro nuevo tribuno Logistica, aquí presente.

A Max se le cayó la mandíbula.

—¿Qué?

Los ojos de Cymnea se abrieron de par en par.

—¿Qué?

Tavi le arqueó una ceja a Max.

—¿Qué palabra no habéis comprendido?

—Señor… —empezó Magnus con tono serio de desaprobación.

—Necesitamos un tribuno Logistica —explicó Tavi.

—Pero ella es solo… —empezó Max, ruborizado, pero se contuvo y murmuró algo inaudible.

Cymnea volvió una mirada tranquila y divertida hacia Max.

—Sí, tribuno. Ella es solo… ¿qué? ¿Qué palabra teníais en mente? ¿Puta, quizá? ¿Señora? ¿Mujer?

Max le devolvió la mirada.

—Civil —respondió en voz baja.

Cymnea entornó los ojos durante un segundo y después asintió con un gesto, que de alguna manera también transmitía una cierta disculpa.

—Ya no, ya no lo es —concluyó Tavi—. Necesitamos a alguien que sepa lo que necesita la legión y que esté familiarizada con nuestra gente. Alguien con experiencia, capacidad de liderazgo, habilidad organizativa y que sepa cómo ejercer la autoridad. Si nombramos a cualquier centurión de la legión para ocupar ese puesto, crearemos un problema en su centuria de origen, y necesitamos todas las espadas y todas las centurias. —Miró alrededor de la sala—. ¿Alguien tiene una sugerencia mejor?

Max suspiró, pero nadie habló.

—Entonces vamos a trabajar —anunció Tavi—. Esto es lo que vamos a hacer…