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Tavi se quedó mirando las naves que ardían a lo lejos, y pensó en todo lo que implicaban su presencia. Quería decir que ya no importaba lo que los canim hubieran hecho en el pasado. Las cosas habían cambiado de manera drástica.

A lo largo de la historia de Alera, el conflicto con los canim se había centrado en el control de varias islas a medio camino entre Alera y la patria de los canim. En su mayor parte habían sido combates duros y sangrientos por fortificaciones costeras, y un par de batallas navales entre medias. Cada pocos años, los barcos pirata canim surgían de las profundidades del mar y se presentaban ante las costas de Alera. Quemaban y saqueaban todos los pueblos que podían, se llevaban todos sus objetos de valor y de vez en cuando capturaban aleranos y se los llevaban hacia un destino que nadie había sido nunca capaz de conocer con seguridad. Tanto si acababan como esclavos como si servían de comida, desde luego era un final desagradable.

Las incursiones canim a gran escala, algunas de las cuales habían remontado la costa hasta ciudades costeras como Parcia, eran menos frecuentes. En esos casos, algunas docenas de barcos se unían y realizaban un ataque mucho más importante. Los canim habían quemado Parcia hacía unos cuatrocientos años, y habían arrasado la ciudad de Rodas al menos tres veces.

Pero Ehren había dicho que esta fuerza invasora era infinitamente más grande que cualquier que se hubiera visto antes. Y no tenían intención de atacar Alera y regresar a su patria. Por algún motivo, los canim se querían quedar. Y eso tenía unas implicaciones terroríficas.

Para los canim, el ataque contra Alera era literalmente una cuestión de vida o muerte. No tenían nada que perder, y sí todo que ganar, y no les cabía ninguna duda de que la única manera de garantizar su seguridad pasaba por destruir el pueblo de Alera, a legionares y campesinos, ciudades y explotaciones agrícolas por igual. Estaban atrapados, desesperados, y Tavi sabía muy bien el tipo de ferocidad loca y sin miedo que podía demostrar una criatura atrapada.

Siguió contemplando los fuegos durante un momento más.

—Esta es la primera vez que veo el mar —le comentó a Kitai—. Me hubiese gustado que fuera en otras circunstancias.

Ella no le contestó, pero su cálida mano se deslizó en la suya y sus dedos se entrelazaron.

—¿Cómo viste el fuego? —le preguntó Tavi a Kitai—. ¿Qué estabas haciendo tan lejos?

—Cazar —respondió en voz baja.

Tavi frunció el ceño.

—¿Qué estabas cazando?

—Respuestas.

—¿Por qué?

—Porque maté a un hombre que querías que hablase. Pensé que lo más adecuado era corregir esa falta de cortesía. —Pasó la mirada desde las piras distantes a Tavi—. Cuando volvíamos a tu campamento con los prisioneros, vi que la Gran Señora de Antillus salía a caballo de la ciudad por el gran puente. Desde entonces la he seguido. Se ha detenido cerca de aquí. Te puedo mostrar dónde. Quizás ella tenga las respuestas que querías encontrar.

Tavi frunció el ceño y se quedó mirando a Kitai durante un momento.

—¿Tienes idea de lo peligrosa que es?

Kitai se encogió de hombros.

—No me ha visto.

Tavi apretó los dientes durante un momento.

—Es demasiado para nosotros solos.

—¿Por qué? —preguntó Kitai.

—Es una Gran Señora —respondió Tavi—. Si tuvieras la más mínima idea de las cosas que puede hacer…

—Es una cobarde —le interrumpió Kitai con tono desdeñoso—. Deja que otros maten por ella. Orquesta accidentes. Hechos que no se pueden relacionar con ella y de los que no la pueden culpar.

—Lo que no quiere decir que no nos pueda convertir en cenizas con un solo gesto —le explicó Tavi—. No se puede hacer nada.

—¿Al igual que no se podía sacar a Max de la Torre Gris, alerano?

Tavi abrió la boca para replicar, pero la cerró y le frunció el ceño a Kitai.

—Esto es diferente. —Entornó los ojos—. Pero… ¿por qué habrá venido hasta aquí? ¿Dices que está acampada?

Kitai asintió.

—En una quebrada estrecha cerca de aquí.

A Tavi le dolían horrores las piernas, y la barriga le iba a reclamar a gritos algo de comida en cuanto consiguiera eliminar la larga carrera de su sistema. Lady Antillus era una oponente letal, y si actuaba sin testigos y en tierras salvajes, lo más seguro sería que los matase a los dos en cuanto se diera cuenta de su presencia, pero tal vez no se les volviera a presentar una oportunidad como aquella de saber algo más sobre los acuerdos que podrían haber cerrado los ciudadanos traidores con el enemigo.

—Muéstramelo —le dijo a Kitai.

Ella se puso en pie y lo condujo de nuevo a través de la noche, por encima de la cresta de la colina y bajando por la ladera del otro lado, donde el terreno se elevaba hacia los huesos rocosos de antiguas montañas que se habían erosionado hasta formar colinas redondeadas, rotas aquí y allí por fisuras escarpadas. Aquí, la vegetación densa y baja y los grandes árboles del valle fluvial daban paso a matorrales, árboles perennes y esqueléticos, y extensiones de zarzas que en algunos lugares habían crecido hasta formar matorrales de más de un metro de alto.

Kitai se envaró un tanto cuando empezó a caminar a lo largo de un matorral. Se frenó y prosiguió camino con un silencio cauteloso y perfecto. Tavi la imitó, y ella lo condujo a través de una estrecha abertura en el matorral. Al cabo de unos pasos se vieron obligados a gatear. Pequeñas espinas pinchaban a Tavi sin importar lo cuidadoso o lento que se moviera, y tuvo que apretar los dientes y acallar los gritos de dolor para que no delataran su presencia.

Después de diez metros aparentemente interminables, salieron del matorral y entraron en un bosquecillo más o menos denso. Kitai avanzó poco a poco en un espacio abierto y cubierto de pinaza bajo los árboles. Se detuvo y le indicó a Tavi que se acercara. Él se colocó a su lado, tendido sobre el pecho y mirando hacia delante y hacia abajo a través de las ramas de los árboles. Contempló una zona pequeña y semicircular ubicada dentro de una de las fisuras más largas de las colinas rocosas. El agua goteaba por la pared de roca, caía en un estanque poco más grande que un cuenco de cocina de una explotación agrícola, y proseguía su camino bajando por las piedras.

El fuego de campamento, hundido en un pequeño pozo para ocultar mejor la luz, no se encontraba a más de seis metros de su escondite. Lady Antillus estaba sentada al lado del estanque, a todas luces inmersa en una conversación con una escultura de agua pequeña y vagamente humana que se levantaba sobre la superficie de la pequeña laguna.

—No lo entiendes, hermano mío —decía lady Antillus con tono agitado—. No han venido con unas fuerzas de saqueo extraordinariamente grandes. Brencis, lo han hecho con cientos de barcos, y después los han quemado.

Una voz débil y petulante surgió de la figura esculpida con agua.

—No pronuncies mi nombre, niña estúpida. Estas comunicaciones se pueden interceptar.

«O se pueden escuchar a escondidas, lord Kalarus», pensó Tavi.

Lady Antillus dejó escapar un sonido de exasperación.

—Tienes razón. Si alguien nos escucha, puede sospechar que has cometido traición. Si todas las legiones, los asesinatos y los secuestros no lo han conseguido ya.

—Levantarse contra Gaius es una cosa —replicó la figura de agua—. Que te descubran coaligado con los piratas canim es otra muy diferente. Puede obligar a los Grandes Señores neutrales a movilizarse en mi contra. Incluso puede provocar la censura de los señores del norte, entre ellos tu querido esposo, y he trabajado demasiado duro como para permitir que eso ocurra ahora. —La voz de la figura se volvió fría y peligrosa—. Así que refrena esa lengua.

La espalda de lady Antillus se envaró de puro miedo, y su rostro empalideció.

—Como deseéis, mi señor. Aun así debes comprender lo que te digo. Los canim no han venido solo para crear esta capa de nubes y entorpecer los movimientos de las tropas del Primer Señor. No han venido solo para saquear y realizar una maniobra de distracción con la que dividir sus fuerzas. Vienen para quedarse.

—Eso es imposible —respondió Kalarus—. Ridículo. Volverán al mar antes de acabar el verano. Lo deben saber.

—A menos que no lo hagan —replicó lady Antillus.

Kalarus bufó una incoherencia.

—¿Estás en el punto de reunión?

—Para cerrar el acuerdo. Sí.

—Déjale claro a Sarl lo inútil de su posición.

Lady Antillus vaciló y respondió:

—Él es poderoso, mi señor. Más de lo que estaba dispuesta a creer. Su ataque contra el mando de la Primera Alerana ha sido… mucho más intenso de lo que habría creído posible. Llegó con más rapidez de lo que habíamos pensado. Me vi obligada a… a dejar sin resolver algunos asuntos menores.

—Razón de más para que le recuerdes a ese perro con quién se las está jugando. No debes temer el poder de su especie, y lo sabes. Entrégale mi advertencia y después regresa a Kalare.

—¿Y tu sobrino, mi señor?

—Crasus también es bienvenido, por supuesto.

Lady Antillus negó con la cabeza.

—Sigue con la legión.

—Entonces, que tenga suerte.

—No está preparado para la guerra.

—Ya ha crecido. Puede tomar sus propias decisiones. Yo no tengo la culpa de que no le hayan preparado bien para sobrevivir a ellas, ni me preocupa. Eso es responsabilidad de sus padres.

La voz de lady Antillus adquirió un levísimo tono acalorado.

—Pero… mi señor…

—Ya es suficiente —bufó la figura de Kalarus—. Tengo trabajo pendiente. Me obedecerás en todo.

Lady Antillus lo miró durante un segundo y la recorrió un escalofrío. Inclinó la cabeza.

—Sí, mi señor.

—Coraje, pequeña —la animó la imagen de Kalarus en un tono más suave—. Estamos casi al final de la carrera. Solo un poco más.

Entonces la imagen se volvió a deslizar hacia el estanque diminuto y lady Antillus se hundió. Tavi vio que tenía las manos cerradas en puños tan apretados que las uñas se le habían clavado en las palmas. Unas pequeñas gotas de sangre cayeron sobre las piedras del suelo de la fisura, y brillaron bajo la luz del pequeño fuego.

Se puso en pie de repente y movió una mano hacia las piedras de la pared de la fisura. Estas se agitaron, latieron y después se movieron hasta formar la imagen en bajorrelieve de un hombre joven. De hecho…

Era una imagen a tamaño real de Tavi, cuidadosa y terriblemente detallada.

Lady Antillus le escupió, y la golpeó con un puño en un golpe impulsado por las furias con tanta potencia que literalmente arrancó la cabeza de piedra de la pared de la fisura y envió una nube de fragmentos de piedra, que golpearon el suelo. El puñetazo siguiente alcanzó a la figura en el corazón y su puño se hundió en la piedra hasta llegar al codo. Las grietas se empezaron a abrir desde el punto del impacto y más trozos de la estatua se rompieron y cayeron al suelo. Lady Antillus se dio la vuelta y se alejó dos pasos largos de la imagen antes de aullar y lanzar las palmas abiertas contra los restos de la reproducción de Tavi. El fuego sacudió la oscuridad y la noche tranquila con un estallido de luz y ruidos repentinos, y la piedra chilló a modo de protesta.

Una nube de polvo y humo lo cubrió todo. La piedra golpeó contra la piedra. Cuando se disipó la neblina, había un enorme agujero liso como el cristal de más de metro y medio de profundidad en el lugar donde había estado la imagen.

Tavi tragó saliva.

A su lado, Kitai hizo lo mismo.

Se obligó a respirar lenta y tranquilamente para controlar el temblor aterrorizado de sus extremidades. Podía sentir los temblores de Kitai contra los suyos. Se alejaron del pequeño campamento de la Gran Señora de manera tan silenciosa como habían llegado.

Les llevó una eternidad salir a rastras del matorral espeso sin hacer ruido, y Tavi quiso salir corriendo en cuanto estuvo de nuevo en pie. Habría sido un error, tal vez fatal, hacerlo tan cerca de lady Antillus. Así pues, Kitai y él se alejaron lenta y cuidadosamente durante más de medio kilómetro. Solo entonces Tavi se detuvo al lado de un arroyo y dejó escapar un suspiro tembloroso.

Kitai y él se agacharon al lado del arroyo, y bebieron. Tavi se dio cuenta de que a Kitai le temblaban las manos. Aunque intentaba aparentar tranquilidad, en el fondo de sus ojos exóticos pudo ver el miedo, que mantenía férreamente controlado.

Después de beber, se quedaron durante un momento agachados en silencio. Tavi encontró la mano de Kitai en la oscuridad y la apretó con fuerza. Ella le devolvió el apretón y se apoyó en él, hombro contra hombro, y los dos contemplaron el reflejo en el agua de los ocasionales relámpagos carmesíes.

Tavi oyó a lo lejos la llamada resonante y extraña de los cuernos de guerra canim.

Los dedos de Kitai apretaron con más fuerza.

—Ya vienen —susurró.

—Sí —reconoció Tavi y levantó los ojos hacia el oeste, desde donde habían sonado los cuernos de guerra.

Durante un momento experimentó una terrible sensación de impotencia, la conciencia repentina y aplastante de que él era muy pero que muy pequeño y no podía hacer nada ante todos los acontecimientos que se estaban produciendo. Estaban en movimiento fuerzas enormes, y no podía hacer nada por detenerlas, y casi nada por influir en ellas. Se sintió como la pieza del legionare en el tablero de ludus: pequeña, lenta y de muy poco valor o capacidad. Otras manos estaban moviendo las piezas. Dada su condición de legionare de ludus, él tenía poco que decir sobre esos movimientos, y era casi incapaz de cambiar el resultado de la partida, aunque pudiera mover las piezas.

Era espantoso, frustrante e injusto. Se apoyó en Kitai, que lo alivió con su presencia, su aroma y su roce.

—Ya vienen —murmuró—. No van a tardar mucho.

Kitai lo miró y sus ojos le analizaban la cara.

—Si es cierto, si son una hueste enorme, ¿tu legión los destruirá?

—No —respondió Tavi en voz baja.

Cerró los ojos durante un momento, impotente como una pieza de ludus, y lo más probable era que quedase destruido cuando llegase la matanza y lo lanzaran a un final de partida realmente lúgubre.

Final de partida.

Los cuernos de guerra de los lobunos canim sonaron de nuevo.

Ludus.

Tavi respiró hondo de repente y se puso en pie con la mente disparada. Miró hacia la luz de los barcos en llamas en el puerto de Founderport, que se reflejaba en la capa de nubes bajas que tenía por encima de la cabeza.

—No los podemos destruir —anunció—. Pero creo que sé cómo los podemos detener.

Ella ladeó la cabeza.

—¿Cómo?

Tavi entornó los ojos y respondió en voz muy baja:

—Disciplina.