30

Tavi dejó caer su hatillo para dormir y el arcón reglamentario entre las ruinas humeantes de lo que había sido la tienda de mando del capitán Cyril.

—De acuerdo —se dirigió a Foss, y se sentó en el arcón—. Oigámoslo.

—El capitán está vivo —informó Foss. El veterano sanador parecía extenuado, y los cabellos y la barba gris destacaban más que el día anterior—. Por poco. No sé si se volverá a despertar. Y, en todo caso, no sé si podrá volver a caminar.

Tavi gruñó y se esforzó por mantener un gesto tranquilo y distante. No estaba demasiado seguro de estar haciéndolo bien. No era lo mismo mentirle a su tía que fingirse competente y confiado cuando lo que realmente le apetecía era salir a toda prisa, gritar a pleno pulmón y esconderse en algún sitio remoto.

A su alrededor, la legión se seguía preparando para luchar.

Gritar y esconderse no eran una opción.

—El Primera Lanza estará en pie dentro de una o dos horas —continuó Foss—. El viejo Marcus ha tenido suerte. Estaba fuera buscando más tazas para el té cuando cayó el rayo. Maximus se pudo acercar a él y sacarlo del fuego. Ahora tiene unas cuantas cicatrices más.

—¿Quién se va a dar cuenta? —replicó Tavi.

Foss enseñó los dientes.

—Es cierto. —Se quedó en silencio durante un segundo antes de aclararse la garganta—. Hasta el momento, tenemos dos supervivientes más.

—¿Quiénes? —preguntó Tavi.

—De eso se trata —respondió Foss—. No lo puedo decir.

Tavi hizo una mueca.

—Nos lo dirán si se despiertan. Las quemaduras son demasiado graves. Parece como si les hubieran arrancado la piel. Desprendió tanto calor que se fundieron partes de la armadura. —Foss dejó escapar un suspiro tembloroso—. He visto quemaduras horribles, pero ninguna tan terrible como estas.

—Dime —preguntó Tavi—, ¿has visto esta noche a lady Antillus?

Foss se quedó helado durante un buen rato antes de responder.

—No, señor.

—¿Los resultados habrían sido diferentes de haber estado aquí?

Foss gruñó.

—Probablemente. Quizá. Eso no se puede saber, señor.

Tavi asintió y levantó la mirada hacia Max que se acercaba a grandes zancadas.

—El Primera Lanza se recuperará.

Max empezó a sonreír. Movió la cabeza, se puso firmes y saludó. Tavi se envaró incómodo ante la formalidad, pero le devolvió el saludo.

—Algo es algo, señor —comentó Max—. Los auxiliares están preparados para desplegarse. Cuatrocientos hombres de caballería y ochenta exploradores.

—¿Cómo están los caballos? —preguntó Tavi.

Max sonrió.

—Faltan un par de monturas de los mensajeros.

—Nos faltan dos de los caballos más rápidos. No encontramos a lady Antillus. —Tavi movió la cabeza—. Me siento tentado de extraer conclusiones un tanto incómodas.

—Y yo estoy tentado de… —La voz de Max se fue perdiendo hasta convertirse en un gruñido casi inaudible.

Foss gruñó.

—¿Creéis que ha tenido algo que ver con lo que cayó sobre el capitán, señor?

Tavi sonrió. Si formulaba en voz alta sus sospechas ante uno de sus oficiales en el ejercicio de su deber, eso tendría los efectos legales de una acusación ante la justicia.

—No tengo forma de saberlo, centurión. Pero tengo un montón de preguntas que me gustaría que se respondieran.

Max frunció el ceño.

—Hacedme una lista, señor. Pensaré en alguna manera creativa de plantearlas.

—Mientras lo haces —replicó Tavi—, ensilla. Te asciendo a tribuno Auxiliarus. Quiero que estés con ellos cuando encuentren a los canim.

Max gruñó.

—¿Y mis peces, señor?

—Dile a Schultz que asume el cargo de centurión.

—No está preparado —le recordó Max.

—Lo hará bien —replicó Tavi—. No quiero romper la estructura de las centurias y rodear a los peces con caras nuevas en este momento.

Max asintió.

—Voy a por mi caballo.

—Consígueme uno —ordenó Tavi—. Yo también voy.

Foss y Max intercambiaron una mirada.

—Hum —empezó Max—. Capitán…

Tavi alzó una mano.

—Quiero echarle un vistazo a aquello a lo que nos vamos a enfrentar. No conozco en absoluto el terreno que tenemos delante, y necesito verlo si vamos a tener que luchar en él. Por ese mismo motivo, quiero ver a los canim.

—Son grandes, señor —le contó Max—. Tienen dientes. Son fuertes como toros y corren muy rápido. Eso es casi todo lo que necesitáis saber.

—O quizá no —replicó Tavi con tono cortante—. Consígueme un caballo, tribuno.

Las objeciones de Max quedaron patentes a juzgar por su expresión, pero se cuadró y dijo:

—Sí, señor.

Giró limpiamente sobre los talones y se fue.

—Muchas gracias, Foss —prosiguió Tavi—. Creo que podemos dar por sentado que nuestro primer centro de curación debería estar en el lado sur del puente. Necesitaremos otro a este lado, por si nos empujan hacia aquí. Disponed lo necesario, centurión.

—Comprendido, capitán —asintió Foss con un saludo.

Tavi levantó una mano.

—No, esperad. Disponed lo necesario, tribuno Medica.

Foss sonrió, aunque había un brillo desafiante en sus ojos cuando saludó de nuevo.

—Un combate contra los canim y un ascenso. No se me ocurre cómo podría empeorar el día.

Ehren se acercó en silencio cuando Foss se hubo marchado. El joven cursor se sentó con las piernas cruzadas al lado de Tavi y contempló la actividad del campamento con gesto cansado. Un momento más tarde, un centurión achaparrado y de aspecto corpulento se acercó a paso rápido y saludó a Tavi.

—Capitán.

—Centurión Erasmo —le devolvió el saludo Tavi—. Este es sir Ehren ex Cursori, el agente que trajo la noticia de la incursión canim.

Erasmo se envaró.

—El hombre a quien, según reza la acusación, asaltó la octava lanza.

—Se les imputan los cargos de abandono del deber en tiempo de guerra, intento de asesinato y traición —le aclaró Tavi en voz baja.

El rostro de Erasmo enrojeció y Tavi pensó que no le extrañaba en absoluto. Esos crímenes tenían consecuencias letales. Ningún centurión quería ver cómo juzgaban y ejecutaban a sus hombres, por todo tipo de motivos.

—Para seros sincero, centurión —prosiguió Tavi—, no tengo intención de matar a ningún legionare, sobre todo los veteranos, cualquiera que sea la razón, siempre que tenga alguna alternativa. Si esta incursión es tan grande como parece, vamos a necesitar todas las espadas disponibles.

Erasmo le frunció el ceño a Tavi y dijo, con tono precavido:

—Sí, señor.

—Le encargaré a sir Ehren que interrogue a tus legionares. Para serte sincero, sospecho que son más estúpidos que traidores, pero… —Señaló con un gesto las ruinas que les rodeaban—. Está claro que no podemos correr ningún riesgo en lo relativo a nuestra seguridad. Alguien le dijo a los canim dónde debían golpear. Sir Ehren, descubrid qué saben los prisioneros. —Se detuvo, mientras reprimía una pequeña sensación de náusea en el estómago—. Utilizad todo los medios que consideréis necesarios.

Ehren asintió con calma, sin pestañear, como si torturar prisioneros fuera tan frecuente que esperaba que le ordenasen algo así.

—Centurión Erasmo —continuó Tavi—. Id con él. Os doy una oportunidad de convencer a los hombres para que cooperen, pero no disponemos de mucho tiempo y, de una u otra manera, sabré si hay más infiltrados esperando a apuñalarnos por la espalda. ¿Comprendido?

Erasmo saludó.

—Sí, señor.

—Bien —confirmó Tavi—, idos.

Así lo hicieron, y Magnus apareció de la oscuridad. Le entregó a Tavi una taza de té en una recipiente sencillo de latón. Tavi la aceptó agradecido.

—¿Lo habéis escuchado todo?

—Sí —respondió Magnus en voz baja—. No creo que debas abandonar la ciudad.

—Cyril lo habría hecho —le aseguró Tavi.

Magnus no dijo nada, aunque Tavi creyó escuchar su silenciosa desaprobación.

Tavi tomó un sorbo del té amargo y ardiente.

—Foss dice que Valiar Marcus estará en pie dentro de poco. Actuará como tribuno Tactica. Aseguraos de que sabe que quiero que se haga cargo de las defensas de la ciudad y que envíe a todos los civiles desarmados hacia el lado norte del río.

—Sí, señor —asintió Magnus con un murmullo.

Tavi frunció el ceño y lo miró.

—No estoy seguro de que no debamos entregarle la legión a Marcus.

—Eres el siguiente en la cadena de mando —replicó Magnus sin perder la calma—. El Primera Lanza es el centurión más veterano y un soldado de carrera, pero no es un oficial.

—Ni yo tampoco —le recordó Tavi con ironía.

Magnus se quedó callado durante un momento y reflexionó.

—No estoy seguro de confiar en él.

Tavi se quedó quieto con la taza cerca de los labios.

—¿Por qué no?

Magnus se encogió de hombros.

—Han muerto tantos oficiales, muchos de ellos poderosos artífices de las furias… ¿Solo ha sido una casualidad que sobreviviera?

—Estaba fuera de la tienda cuando ocurrió.

—Qué afortunado —replicó Magnus—, ¿no crees?

Tavi se quedó mirando sus nudillos pelados. No había tenido tiempo de limpiarlos ni de vendarlos convenientemente.

—Al igual que yo.

Magnus movió la cabeza.

—Por lo general, la suerte no aparece tan a menudo. Valiar Marcus debió haber muerto en esa reunión. Pero ha sobrevivido.

—Al igual que yo —repitió Tavi en voz baja y, al cabo de un instante, añadió con un tono de voz neutro—. Y al igual que vos.

Magnus parpadeó.

—Aún estaba hablando con el tribuno de la milicia del pueblo.

—Qué afortunado —reconoció Tavi—, ¿no creéis?

Magnus se lo quedó mirando durante un segundo, y después le dedicó a Tavi una sonrisa de aprobación.

—Esa es una forma inteligente de pensar, señor. Es lo que necesitáis en este negocio.

Tavi gruñó.

—Sigo sin estar seguro de que esté preparado.

—Estás tan preparado como lo estaría cualquier tercer subtribuno Logistica —replicó Magnus—. Y eres mucho más capaz que la mayoría, créeme. La legión tiene suficientes veteranos que conocen su oficio. Solo tienes que aparentar calma, confianza e inteligencia, e intentar no meter a nadie en una emboscada.

Tavi miró a su alrededor las ruinas de la tienda. Torció la boca con amargura. En ese instante aparecieron los cuervos por encima de su cabeza, una masa ruidosa a causa de los graznidos de los pájaros carroñeros, miles de ellos, que pasaron por encima del Tíber y del Elinarch hacia el sudoeste. Pasaron al menos durante dos minutos largos. Cuando un estallido de relámpagos escarlatas atravesó la capa de nubes, Tavi pudo verlos. Tenían las alas, los picos y las colas de un color negro intenso recortados contra el rojo. Se desplazaban juntos como si fueran una masa sólida más parecida a una criatura con entidad propia.

Entonces desaparecieron, y ninguno de los dos cursores que se hallaban sobre el terreno destrozado por la tormenta dijo ni una palabra. Los cuervos siempre sabían cuándo se estaba preparando una batalla. Sabían dónde encontrar y darse un festín a costa de los que iban a caer.

Magnus suspiró al cabo de unos segundos.

—Os tenéis que afeitar, señor.

—Estoy ocupado —replicó Tavi.

—¿Habéis visto alguna vez al capitán Miles sin afeitar? —le preguntó Magnus en voz baja—. ¿O a Cyril? Eso es lo que esperan los legionares. Les infunde tranquilidad. Es necesario que se la deis. Ocupaos también de las manos.

Tavi lo miró por un instante, y entonces dejó escapar lentamente el aire.

—De acuerdo.

—Solo para que conste, estoy en total desacuerdo con vuestra decisión sobre Antillus Crasus. Debería estar encarcelado con los demás sospechosos.

—No estuvisteis allí —replicó Tavi—. No visteis sus ojos.

—Se le puede mentir a todo el mundo. Incluso a vos.

—Sí —reconoció Tavi—. Pero esta noche no me estaba mintiendo. —Tavi negó con un gesto—. Si hubiera participado con su madre en algún tipo de conspiración, se habría ido con ella. Pero se quedó. Se enfrentó directamente conmigo. No sé si es muy inteligente, pero no es un traidor, Magnus.

—No hay ninguna diferencia, mientras no sepamos cuánto daño más nos puede infligir su madre…

—No tenemos la seguridad de que esté implicada —replicó Tavi sin perder los estribos—. Hasta que lo estemos, deberíamos medir nuestras palabras. —Magnus no parecía muy contento, pero asintió—. Además, lo más probable es que Crasus sea el artífice de las furias más poderoso que nos queda en la legión, sin contar a Maximus, y ha estado entrenando con los caballeros Pisces. Es el único que está capacitado para dirigirles.

—Estará en disposición de arruinar todo lo que intente esta legión si os equivocáis, señor.

—No estoy equivocado.

Magnus apretó los labios, negó con un gesto y suspiró. Sacó una cajita de un montón de tierra torturada por el rayo, la abrió y dejó a la vista un conjunto de afeitado y una bacinilla cubierta, dentro de la cual había agua hirviendo.

—Maximus volverá en apenas un suspiro. Aseaos —ordenó—. Yo os encontraré un arma de caballería adecuada.

—Voy a observar, no a luchar —le recordó Tavi.

—Por supuesto, señor —asintió Magnus, y le entregó la cajita—. Supongo que preferís la espada a la maza.

—Sí —reconoció Tavi, mientras cogía los instrumentos.

Magnus se detuvo.

—Señor. Creo que deberíais pensar en nombrar unos pocos singulares.

—El capitán Cyril no tenía guardia personal.

—No —reconoció Magnus con tono mordaz—. No la tenía.