El capitán Cyril miró a Ehren durante un buen rato. Entonces la comisura de los labios cayó en un gesto pensativo. Estudió la plata casi demasiado brillante de una de las monedas con la efigie de Gaius, que se les entregaban a los cursores como señal de su autoridad.
—¿Estás seguro? —preguntó al cabo de un eterno minuto.
—Sí, señor —respondió Ehren con tono lúgubre y sereno.
Se encontraban en el interior de la tienda de mando del capitán con los faldones bajados e iluminados por la suave luz amarilla de las lámparas de furia. Cuando llegaron, despertaron a Cyril, que se armó y los esperó sin que sus ojos conservaran el más mínimo rastro de sueño. Su ropa de cama estaba limpiamente enrollada y guardada sobre el arcón reglamentario en un rincón. Era un soldado que predicaba con el ejemplo.
Un breve silencio siguió a la respuesta de Ehren, y Magnus volvió a llenar la taza de té del capitán. Max le mostró la copa vacía a Magnus, quien arqueó una ceja y le pasó la tetera. Max sonrió, y llenó su copa y la de Tavi.
—¿Marcus? —preguntó Max.
Valiar Marcus negó con la cabeza, declinando el ofrecimiento. El centurión feo y viejo estaba de pie al lado del capitán. Se rascaba la cabeza.
—Señor, me pregunto si no será algún tipo de engaño. Los canim nunca han venido en semejante número hasta las costas de Alera.
Ehren parecía andrajoso y cansado, pero dio un respingo al oír al Primera Lanza.
—¿Me estáis llamando mentiroso, centurión?
—No —respondió el Primera Lanza, que sostuvo la mirada de Ehren—. Pero un hombre puede decir la verdad y, aun así, estar equivocado.
Ehren apretó las manos, pero Cyril lo detuvo con una mirada cortante.
—El Primera Lanza tiene razón al ser precavido, señor cursor —le dijo a Ehren.
—¿Por qué? —le reprochó Ehren.
—Por el momento —respondió Cyril—. Las legiones de Kalarus se han movilizado contra las fuerzas del Primer Señor.
Ehren se lo quedó mirando durante un momento.
—¿Qué?
Cyril asintió.
—Ceres está bajo asedio. Las fuerzas de Kalarus han aislado de momento a los Grandes Señores de Oriente. Placida y Atica son neutrales. Si Kalarus consigue crear una falsa amenaza por parte de los canim y fuerza a las legiones aleranas a responder, podría extender mucho más las fuerzas de los aliados de Gaius y quitarles la ventaja numérica.
Ehren movió la cabeza.
—Los he visto con mis propios ojos, capitán. Cientos de barcos, impulsados por una tormenta que nos impide casi por completo volar para llevar la noticia lo más rápido posible y, de este modo, sorprenderles. Esto no es una simple incursión.
El Primera Lanza gruñó.
—¿Cómo es que esta noticia no nos llega a través de los canales oficiales de la inteligencia?
—Porque desembarqué en el puerto de Redstone y descubrí que a mi contacto entre los cursores lo habían asesinado la semana anterior. No me atreví a revelar mi identidad por miedo a que los asesinos estuvieran buscando a otros cursores.
—Una explicación razonable —reconoció Cyril—. Pero imposible de confirmar. Mis órdenes son defender el puente, sir Ehren, no montar una expedición contra una razia. Estoy dispuesto a enviar una partida para verificar…
—Capitán —le interrumpió Ehren con la voz cada vez más alarmada—. No hay tiempo para eso. Mi barco se adelantó a la armada canim, pero no por mucho. De mantener el ritmo, desembarcarán en el puerto de Founderport en las próximas horas. No hay demasiados puertos en estas costas. Está claro que tienen que controlar el Elinarch, o de lo contrario se arriesgan a que los ataquen desde varias direcciones. —Señaló hacia el sur—. Vienen hacia aquí, capitán. Mañana a esta hora, tendréis la manada de batalla canim más grande de la historia de Alera pasando por encima de esa colina.
Cyril le frunció el ceño a Ehren durante un momento y después miró al Primera Lanza.
—Cuervos —murmuró Marcus, pasando un dedo por el puente lleno de baches de su nariz rota muchas veces—. ¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora?
A Tavi se le ocurrió como un destello.
—Preguntas equivocadas, centurión. —Tavi miró a Cyril y continuó—: No es «por qué», señor, sino «quién».
—¿Quién? —preguntó Cyril.
—Con quién se han aliado —explicó Tavi en voz baja.
Cayó el silencio.
—No —intervino Max al cabo de un momento—. Ningún ciudadano de Alera tendría tratos con los canim. Ni siquiera Kalarus. Eso es… No, es impensable.
—Pero es la explicación más plausible —replicó Tavi—. La tormenta nos ha cegado y nos hace muy difícil coordinarnos.
—Lo mismo le ocurre a Kalarus —señaló el Primera Lanza.
—Pero él sabía cuándo iba a ocurrir. Dónde estaban sus objetivos. Cómo los iba a atacar. Sus fuerzas ya estaban coordinadas y en marcha. —Tavi miró a Cyril—. La tormenta le hace mucho más daño a Gaius que a Kalarus. El único problema estriba en averiguar cómo le informaron los canim a Kalarus de que estaba a punto de empezar. —Tavi se mordió el labio—. Necesitaban algún tipo de señal.
—¿Como las estrellas? —bufó el Primera Lanza, enfadado. Lanzó una maldición enojada y la mano fue a descansar sobre la espada—. El ataque de Kalarus se inició la noche de las estrellas rojas, al igual que el de los canim.
—Cuervos sangrientos —exclamó Max y movió la cabeza, incrédulo—. Cuervos sangrientos.
Cyril miró al Primera Lanza.
—Si toman el Elinarch —comentó—, llegarán directamente al corazón de Placida por el lado norte y con el río protegiendo su flanco, por lo que podrán devastar las tierras de Ceres en el sur.
—No hay ninguna legión completa en un radio de mil o mil quinientos kilómetros, señor —recordó el Primera Lanza—. Y no podemos enviar por aire ninguna petición de refuerzos. Nadie podría llegar a tiempo para mejorar la situación. —Apretó la mandíbula, que se afirmó en una línea lúgubre—. Estamos solos.
—No —le corrigió Cyril en voz baja—. Somos una legión. Si no luchamos, los que estarán solos serán los habitantes de los pueblos y las explotaciones que atacarán los canim.
—Los peces no están preparados, señor —le advirtió Valiar Marcus—. Ni las defensas del pueblo.
—Las cosas son como son. Eso es lo que tenemos. Y por las grandes furias, los legionares de Alera. —Cyril asintió con fuerza—. Lucharemos.
Los ojos del Primera Lanza brillaron y mostró los dientes en una sonrisa lobuna.
—Sí, señor.
—Centurión, llama de inmediato a mis oficiales. A todos. Ahora mismo.
—Señor —asintió Marcus, que saludó y salió de la tienda a grandes zancadas.
—Antillar, informa a la caballería y a los auxiliares para que se preparen para un despliegue inmediato. Esta noche enviaré a Fantus y a Cadius Adriano al otro lado del puente para que frenen cualquier posible avanzadilla de las fuerzas enemigas, reúnan toda la información que puedan y, llegado el caso, les den a los campesinos una posibilidad de huir.
—Señor —asintió Max, que saludó, se despidió de Tavi con un gesto y salió de la tienda a toda prisa.
—Magnus. Ve al pueblo y ponte en contacto con el consejero Vogel. Salúdalo de mi parte y pídele que envíe todos los botes que pueda río arriba para extender la noticia de la incursión canim. Pídele también que abra la armería del pueblo. Quiero todos los milicianos que seamos capaces de equipar, armados y listos para el combate.
El maestro Magnus saludó al capitán, le hizo un gesto con la cabeza a Tavi y se fue.
—Y tú, Scipio —continuó Cyril, mirando a Tavi con suspicacia—. Parece que tienes un talento especial para encontrarte con los problemas.
—Me gustaría pensar que ellos me encuentran a mí, señor.
El capitán le dedicó una sonrisa sin alegría.
—¿Comprendes todas las implicaciones de la posible relación entre Kalarus y los canim, y del intento de evitar que sir Ehren, aquí presente, nos informara?
—Sí, señor —respondió Tavi—. Significa que lo más probable es que Kalarus tenga más agentes de inteligencia en la legión, y acaso realicen otras acciones que nos hagan más vulnerables ante los canim.
—Es una posibilidad muy evidente —asintió Cyril con un gesto—. Mantén los ojos abiertos. Avisa a la señora Cymnea de que los seguidores deben estar preparados para retirarse intramuros si se entabla batalla.
—Señor —asintió Tavi con un saludo—. ¿Debo regresar para la reunión de oficiales?
—Sí. Empezaremos dentro de veinte minutos. —Cyril se calló y miró de Tavi a Ehren—. Buen trabajo a los dos.
—Muchas gracias, señor —replicó Tavi. Le hizo una reverencia a Cyril en señal de reconocimiento de la deducción del capitán, intercambió un saludo con Ehren y salió de la tienda.
Se apresuró a través de la oscuridad iluminada por los relámpagos mientras el campamento iba despertándose del sopor de la madrugada con el sonido de las órdenes repartidas a gritos, el nerviosismo de los caballos y el sonido metálico de las armaduras.