17

Tavi dormía en una tienda que compartía con otros oficiales jóvenes. En mitad de la noche una serie de ruidos poco habituales despertó a los demás y un momento más tarde Max lo estaba moviendo con fuerza para despertarlo.

—Vamos —ordenó Max con un susurro bajo y duro—, muévete.

Tavi se puso en pie, se enfundó la túnica, cogió las botas y siguió a Max en el exterior cubierto de estrellas.

—¿Adónde vamos? —balbuceó Tavi.

—A la tienda del capitán. Magnus me ha enviado a buscarte —respondió Max—. Ocurre algo.

Hizo un gesto con la cabeza hacia otra fila de tiendas cuando pasaban de largo, y Tavi levantó la mirada para ver a otras figuras moviéndose en silencio a través de la noche. Tavi reconoció el perfil en sombra de uno de los tribunos Tactica. Unos instantes más tarde, y surgidos de la nada, aparecieron los rasgos duros y feos de Valiar Marcus, el Primera Lanza.

—Marcus —murmuró Max.

—Antillar —saludó el Primera Lanza—. Subtribuno Scipio.

Tavi se detuvo de repente y levantó la mirada. El cielo estaba encapotado, y la noche era muy oscura, aunque las nubes eran bajas y se movían con rapidez. El trueno retumbaba a lo lejos. Entre los huecos que dejaba el techo de nubes, las estrellas brillaban en un apagado tono carmesí.

—Las estrellas —señaló.

Max miró hacia arriba y parpadeó.

—Cuervos sangrientos.

El Primera Lanza gruñó sin frenar el paso.

—¿Qué está pasando? —le preguntó Tavi al alcanzarle.

El Primera Lanza dejó escapar un bufido pero no dijo nada. Llegaron juntos a la tienda del capitán. Los oficiales superiores ya se encontraban allí reunidos como el día en que había llegado Tavi. Magnus y Lorico también estaban presentes y repartían tazas de un té fuerte entre los oficiales que iban llegando. Tavi cogió una, encontró un lugar tranquilo junto a la pared de la tienda y bebió el té. Estaba caliente y un poco amargo. Intentó apartar el sueño de los ojos. Gracus también estaba allí y parecía un poco resacoso. Lady Antillus estaba sentada con las manos recogidas en el regazo y una expresión distante e indescifrable.

Tavi había empezado a tener la sensación de que podía unir diversos hilos para tejer algo que se pudiera parecer a información de inteligencia cuando entró el capitán Cyril. Iba vestido a la perfección con toda la armadura, y encarnaba la viva imagen del comandante dueño de sí mismo. Los murmullos de los oficiales somnolientos se acallaron de golpe.

—Caballeros, Vuestra Gracia —murmuró Cyril—. Muchas gracias por acudir con tanta rapidez. —Se volvió hacia Gracus—. Tribuno Logistica, ¿cuál es la situación de las reservas de armaduras y armas reglamentarias?

—¿Señor? —preguntó Gracus con un parpadeo de sorpresa.

—Las armaduras, tribuno —repitió Cyril con una voz dura como la roca—. Las espadas.

—Señor —repitió Gracus y se masajeó la cabeza—. Quizá se han revisado otros mil equipos completos. Las inspecciones finalizarán dentro de una semana.

—Ya veo. Tribuno, ¿no tenéis a tres oficiales jóvenes para ayudaros a realizar las inspecciones?

Max dejó escapar una risita silenciosa y desagradable al lado de Tavi.

—¿Qué? —susurró Tavi.

—La justicia de las legiones es lenta pero segura. Por esto quería el capitán que estuvieras presente —respondió Max—. Escucha.

—Sí, señor —balbució Gracus.

—Y en un mes, vos y los tres ayudantes habéis sido incapaces de completar esta tarea fundamental. ¿A qué se debe?

Gracus se lo quedó mirando.

—Señor, no era consciente de ninguna necesidad en especial. He tenido a mis oficiales trabajando en diferentes…

—¿Letrinas? —preguntó Cyril con voz traviesa—. La inspección de las armaduras y las armas individuales estará completada al amanecer, tribuno.

—Pero ¿por qué?

—Es posible que no sea tan importante como vuestras juergas nocturnas en el Pabellón —respondió Cyril con tono sarcástico—, pero los capitanes nombran a un tribuno Logistica porque les gusta contar con la seguridad de que sus legionares tendrán armadura y espadas cuando entran en combate.

Un tenso silencio cayó sobre la sala. Tavi sintió cómo se le enderezaba la espalda a causa de la sorpresa.

—Terminad la inspección, tribuno. Lo haréis cuando hayamos emprendido la marcha, pero la vais a completar. Retírese. —Cyril desvió su atención de Gracus al resto de los presentes—. La noticia me ha llegado hace muy poco tiempo. Estamos en guerra.

Los murmullos de los oficiales se adueñaron de la tienda.

—Tengo mis órdenes. Debemos dirigirnos hacia el oeste hasta un pueblo cercano al Elinarch. Ese puente es el único que cruza el brazo occidental del río Tíber. La Primera Alerana debe proteger el puente.

Los oficiales volvieron a murmurar en voz baja, sorprendidos.

El tribuno Auxiliarus Cadius Adriano dio un paso al frente. Su voz era profunda y tranquila.

—Señor. ¿Y las estrellas?

—¿Qué pasa con ellas? —preguntó Cyril.

—¿Sabemos por qué han cambiado de color?

—Tribuno —respondió Cyril con calma—, las estrellas no son cosa de la Primera Alerana. Lo único que nos preocupa es ese puente.

Lo que Tavi supuso que aquello significaba que Cyril no tenía ni idea.

Valiar Marcus dio un paso al frente de la posición que ocupaba junto a la pared de la tienda.

—Capitán. Con el debido respeto, señor, la mayoría de los peces no están preparados.

—Tengo mis órdenes, Primera Lanza —replicó Cyril y miró a todos los oficiales presentes—. Y ahora, todos tenéis las vuestras. Conocéis vuestro deber. —Levantó la barbilla y continuó—: Partiremos al amanecer.