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—Me llena de orgullo y satisfacción —se dirigió lady Aquitania a la asamblea de la Liga Diánica— presentaros a algunas, y volver a presentar a muchas, a la primera mujer estatúder de la historia de Alera. Por favor, denle la bienvenida a Isana de Calderon.

El anfiteatro público de Ceres tenía ocupadas todas y cada una de las cuatro mil localidades, aunque solo la mitad eran miembros de la Liga Diánica, la organización formada por las damas más destacadas de entre las ciudadanas. Pocas de las mujeres asistentes llevaban un título inferior a condesa. Quizás unas doscientas habían sido mujeres libres que se habían ganado la ciudadanía a través del duelo formal del juris macto, o mediante el servicio en las legiones, en su mayoría como caballeros. Una media docena habían servido como legionares de a pie, ocultando su sexo hasta que habían demostrado su valor en batalla.

De todas ellas, solo Isana había obtenido su rango mediante un nombramiento de pleno derecho, ajeno a la violencia o la carrera militar. Era la única mujer que lo había conseguido en toda la historia de Alera.

El resto de los presentes eran en su mayoría hombres, casi todos ellos miembros del movimiento abolicionista. Entre ellos se encontraban una docena de senadores, con sus partidarios y contactos entre los ciudadanos, y miembros de los Libertus Vigilantes, una organización casi secreta de militantes abolicionistas de Ceres. Los Vigilantes habían pasado años persiguiendo a los traficantes y propietarios de esclavos dentro de la ciudad. No resultaba raro descubrir a algún esclavista que no era lo suficientemente paranoico colgado en lo más alto de su explotación, con las manos atrapadas en sus propios grilletes y estrangulado por una cadena de su propiedad. Pese a ser el gobernante legal de la ciudad, el anciano Gran Señor Cereus no contaba con el respeto de los Vigilantes ni de sus seguidores, ni estaba dispuesto a caer sobre ellos con todo el poder con que contaba. En consecuencia, había sido incapaz de acabar con la violencia.

Todos los demás eran espías, que informarían al Consorcio Esclavista, o simples curiosos. El anfiteatro era un espacio público, abierto a todos los ciudadanos del Reino.

La multitud aplaudió y sus emociones inundaron a Isana como la primera oleada de la marea oceánica. Isana cerró los ojos durante un momento, tomando fuerzas contra su impacto. Se levantó de su asiento, sonrió y avanzó hacia la parte delantera del escenario. Se situó en el estrado, junto a lady Aquitania.

—Muchas gracias —dijo con una voz clara que resonó por todo el anfiteatro—. Damas y caballeros. Un hombre a quien conocía me dijo que pronunciar un discurso es como amputar un miembro. Lo mejor es terminar de la manera más rápida y limpia posible. —Se oyeron unas risas de cortesía, e Isana esperó a que se calmaran antes de continuar—. La institución de la esclavitud es una plaga que afecta a toda nuestra sociedad. Sus abusos se han vuelto intolerables, y los mecanismos legales de seguridad no sirven para nada. Todo el mundo sabe que esa es la verdad.

Respiró hondo.

—Pero no todos los presentes han caído cautivos de un esclavista, de manera ilegal y contra su voluntad. Yo, sí. —Miró de reojo a lady Aquitania durante un momento—. Resulta terrible sentirse tan indefensa. Ver… —tragó saliva—. Ver lo que les ocurre a las mujeres en esa situación. Yo casi no me podía creer los rumores sobre esas cosas… hasta que me ocurrieron a mí. Hasta que los vi con mis propios ojos.

Volvió la atención a la audiencia.

—Las historias pueden parecer una pesadilla. Pero son ciertas. En el transcurso de esta cumbre han escuchado los testimonios de esclavos liberados, hombres y mujeres por igual, de las atrocidades que no tienen lugar en ninguna sociedad que viva bajo el dominio de la ley.

»Nos encontramos en una posición única para destruir este cáncer, para cerrar esta herida infectada, para realizar un cambio a mejor en nuestro Reino. Tenemos la responsabilidad de hacerlo ante nuestros compatriotas aleranos, ante nosotros mismos y ante nuestros descendientes. Senadores y ciudadanos, les pido todo su apoyo para la propuesta de emancipación de lady Aquitania. Juntos podemos devolverle la unidad a nuestra tierra y a nuestra gente.

Dio un paso atrás y saludó con un gesto. La multitud se puso en pie y aplaudió con entusiasmo. Su aprobación la inundó como otra oleada de emoción, y casi no fue capaz de mantenerse en pie. No se hacía ilusiones sobre sus habilidades como oradora: estaba claro que los abolicionistas iban a apoyar las leyes de emancipación de lady Aquitania. El discurso y la aprobación por parte de la multitud al final de una cumbre que había durado varias semanas eran poco más que una formalidad.

Isana volvió a su asiento mientras el senador Parmos ocupaba su lugar en el estrado y profundizaba en el apoyo entusiasta al movimiento abolicionista. Parmos, talentoso orador y maestro del sutil artificio de fuego que permitía inspirar y manipular las emociones, podía mantener encantado a la muchedumbre durante algo más de una hora con el poder de sus palabras.

—Muy bien —murmuró lady Aquitania cuando Isana se sentó a su lado—. Tenéis un talento natural.

Isana negó con un gesto.

—Podría haber graznado como un cuervo y habrían reaccionado de la misma forma.

—Os subestimáis —afirmó lady Aquitania—. Poseéis el don de la… integridad, creo que es la palabra que mejor lo describe. Eso les otorga a vuestras palabras un peso adicional.

—No suena sincero. Es sincero —replicó Isana—. Y ya no me queda integridad. La vendí hace tres años.

Lady Aquitania le lanzó una sonrisita fría.

—Mucha sinceridad.

Isana inclinó ligeramente la cabeza en señal de asentimiento y no miró a la mujer a su lado.

—¿Esta aparición concluye con mis obligaciones de hoy?

Lady Aquitania arqueó una ceja.

—¿Por qué lo preguntáis?

—Voy a cenar con mi hermano en Vorello.

—Una casa de comidas muy agradable —reconoció lady Aquitania—. Os gustará. Casi hemos terminado con este viaje. Tendré una o dos reuniones más antes de regresar a Aquitania. Si necesito de vuestra presencia, os haré llamar.

—Muy bien, mi señora —asintió Isana y fingió que escuchaba el discurso del senador Parmos.

Al final, su voz se elevó en un trueno creciente hasta llegar a un clímax que puso en pie a todo el entusiasmado anfiteatro. La oleada de sus emociones, impulsada por la cálida pasión del discurso y por el artificio de fuego del senador, desorientó a Isana y la dejó con una sensación de vértigo mareante que era al mismo tiempo incómoda y emocionante.

Isana tenía que abandonar el anfiteatro. Cuando lady Aquitania se puso en pie y empezó a dar las gracias y clausurar el encuentro, Isana desapareció del escenario por una salida lateral que comunicaba con la parte inferior del anfiteatro. La presión mareante de las emociones de la multitud se fue desvaneciendo a medida que se alejaba del teatro. Se detuvo en un pequeño jardín público con árboles y flores que rodeaban una fuente elegante de mármol negro. El sol de primavera era cálido, pero la neblina que surgía de la fuente junto con la sombra de los árboles mantenía el jardincillo fresco y agradable. Se sentó en un banco tallado en piedra y apretó durante un momento la punta de los dedos sobre las sienes, obligándose a relajarse y a controlar la respiración.

—Sé como os sentís —comentó un voz femenina y seca.

Isana levantó la vista y vio a una mujer alta y delgada con el cabello rojo y espeso, y un vestido verde oscuro sentada en el banco a su lado.

—Es Parmos —continuó la mujer—. No se da por satisfecho hasta que la audiencia está a punto de desencadenar un disturbio. Y no me gusta su voz de orador. Es demasiado dulzona.

Isana sonrió e inclinó la cabeza.

—Gran Señor Placida. Buenas tardes.

—Estatúder —respondió lady Placida con un formalidad exagerada—. Si os complace, me gustaría platicar con vos durante unos instantes.

Isana parpadeó.

—¿Vuestra Gracia?

Ella levantó la mano.

—Estoy bromeando, estatúder. Desde luego este no es un escenario formal. ¿Qué os parecería si os llamo Isana y vos me llamáis Aria?

—Me gustaría.

Lady Placida asintió con un gesto seco.

—Estupendo. Muchos ciudadanos les dan demasiada importancia a los privilegios del rango sin la correspondiente contrapartida de las obligaciones. Me alegra ver que no sois uno de ellos, Isana.

Insegura sobre cómo responder de manera educada, Isana asintió.

—Lamenté recibir la noticia del ataque que sufristeis ante la mansión de sir Nedus la noche en que nos conocimos.

Isana sintió una punzada de dolor en la parte baja del vientre, cerca de la cadera. La herida de la flecha se había curado sin complicaciones, pero había quedado una cicatriz muy leve, poco más que un poco de piel descolorida.

—Nedus era un buen hombre. Y Serai era una amiga mucho más cercana de lo que había creído en un primer momento. —Movió la cabeza—. Me habría gustado que las cosas hubieran resultado de otra manera.

Lady Placida sonrió, aunque no sin cierta tristeza.

—Así son las cosas. Resulta fácil ver las decisiones que deberíamos haber tomado cuando ya es demasiado tarde. Echaré de menos a Serai. No éramos muy amigas, pero la respetaba. Y disfrutaba de su talento para desinflar parlanchines pomposos.

Isana sonrió.

—Sí. Me habría gustado tener más trato con ella.

Se hizo el silencio antes de que lady Placida volviera a tomar la palabra.

—Conocí a vuestro sobrino durante los acontecimientos de Final del Invierno.

—¿De verdad? —preguntó Isana.

—Sí. Creo que es un joven muy prometedor.

Isana alzó una ceja y estudió a lady Placida durante un momento antes de preguntar con gran cautela:

—¿Por qué decís eso?

Lady Placida extendió la mano en un gesto lánguido, como si estuviera esparciendo semillas.

—Me impresionó su inteligencia. Su astucia. Su determinación. Es un joven muy educado. Tengo un respeto similar por muchos de los jóvenes que son amigos suyos. Se puede decir mucho sobre una persona a partir de la gente que comparte su vida.

Isana se dio cuenta de todo lo que implicaba la afirmación de lady Placida e hizo un gesto para agradecerle el cumplido.

—Tavi siempre ha sido muy brillante —reconoció Isana, sonriendo pese a que no quería hacerlo—. Creo que quizá demasiado, lo que no redunda en su beneficio. Nunca deja que nadie le retenga.

—Su… condición. —Lady Placida lo expresó de una manera deliberadamente delicada—. Nunca he oído nada igual.

—Siempre ha sido un misterio —asintió Isana.

—¿Debo suponer que su situación no ha cambiado?

Isana negó con la cabeza.

—Aunque es bien sabido que hay un montón de gente con una gran capacidad para el artificio que nunca hacen nada constructivo con ella.

—Eso es cierto —confirmó lady Placida—. ¿Os vais a quedar mucho tiempo en Ceres?

Isana negó con la cabeza.

—Como mucho unos días más. Ya llevo demasiado tiempo fuera de la explotación.

Lady Placida asintió.

—A mí también me estará esperando un montón de trabajo. Y echo de menos a mi señor esposo. —Movió la cabeza y sonrió—. Resulta algo tonto e infantil por mi parte, pero así es.

—No es tonto —replicó Isana—. No hay nada malo en echar de menos a los seres queridos. Hacía casi un año que no veía a mi hermano. Estoy encantada de verlo aquí.

Lady Placida sonrió.

—Eso debe de ser un gran alivio después de lo que os ha hecho Invidia.

Isana sintió cómo se le envaraba un poco la espalda.

—No estoy segura de comprender lo que queréis decir.

Lady Placida la miró de reojo.

—Isana, por favor. Está claro que ha conseguido fijar algunos cordeles, y también está claro que no os preocupa la situación.

Siendo estrictos, Isana debería haberlo negado. Una parte del acuerdo con lady Aquitania implicaba apoyarla en público. Pero ese no era un acto público, ¿verdad? Así pues, permaneció en silencio.

Lady Placida sonrió y asintió.

—Isana, sé lo difícil que puede resultar una situación como esta. Si queréis hablar con alguien sobre ella, o si alcanza límites intolerables, os querría ofrecer mi apoyo. No conozco los detalles, así que no sé cómo os podría ayudar, pero al menos puedo escuchar lo que queráis compartir y ofreceros consejo.

Isana asintió.

—Eso es… muy amable —dijo con precaución.

—O la manera más manipuladora de obtener información de vos.

Isana parpadeó, pero después se permitió una pequeña sonrisa.

—Bueno. No quería poner el dedo en la llaga, pero sí.

—A veces me canso de las evasivas discretas —explicó lady Placida.

Isana asintió.

—Suponiendo que fuerais sincera, ¿por qué me ibais a ofrecer este tipo de ayuda?

Lady Placida ladeó la cabeza y parpadeó. Entonces cogió a Isana de la mano, la miró a las ojos y habló.

—Porque es posible que la necesitéis, Isana. Porque me parece que sois una persona decente inmersa en unas circunstancias poco envidiables. Porque por el niño que habéis criado considero que sois una persona digna de mi respeto. —Se encogió de hombros—. Esto no resulta demasiado distante y aristocrático por mi parte, pero ahí lo tenéis. La verdad.

Isana miró fijamente a lady Placida, que estaba cada vez más sorprendida. Por el roce de su mano, Isana podía sentir el tono claro y resonante de la verdad absoluta en su voz. Lady Placida la miró a los ojos y asintió antes de retirar la mano.

—Yo… Muchas gracias —dijo Isana—. Muchas gracias, Aria.

—A veces, basta con saber que la ayuda existe, si se necesita —murmuró.

Aria cerró los ojos, inclinó la cabeza en una leve reverencia y abandonó el jardincito. Desapareció en las calles de Ceres.

Isana se quedó sentada durante un momento más, disfrutando del murmullo de la fuente y de la sombra fresca bajo los árboles. Se había ido cansando de cumplir con sus obligaciones con lady Aquitania a lo largo de los tres últimos años. Había en ellas demasiadas cosas desagradables, la más descorazonadora de las cuales era la impotencia. Había pocas personas en toda Alera tan influyentes y poderosas como lady Aquitania.

El Primer Señor, por supuesto, no se iba a convertir nunca en una fuente de apoyo ni de alivio. Sus acciones lo habían dejado muy claro. Además de Gaius había menos de una veintena de personas cuyo poder se acercaba al de Aquitania, y muchos de ellos ya eran sus aliados. Solo había un puñado de personas que tenían tanto el poder como el deseo para desafiar a Invidia Aquitania.

La Gran Señora Placida era una de ellas.

La presencia de Aria, y su ofrecimiento le habían proporcionado una sensación de alivio y confianza similar a una bebida fría en medio de un día cálido e interminable. A Isana le sorprendió su reacción. Aria solo había pronunciado palabras ociosas durante un encuentro casual, y nada de lo que había dicho representaba una obligación para ella. Sin embargo, Isana había sentido la sinceridad en la voz y el comportamiento de la mujer. Sentía el respeto y la compasión genuinos de Aria.

Isana había compartido una vez un contacto similar con lady Aquitania. También había sentido la sinceridad en su voz, pero la sensación que transmitía la mujer había sido completamente diferente. Ambas mujeres eran de las que mantenían su palabra, pero lo que en Aria era una integridad primigenia, en lady Aquitania era mero cálculo, una especie de egoísmo ilustrado. Lady Aquitania era una negociadora experta y, para negociar, necesitaba la reputación de que cumplía con su parte del trato, para bien o para mal. Tenía una determinación de acero para asegurarse de pagar lo que debía y, lo que era más importante, para cobrar lo que le debían. Su honradez tenía mucho más que ver con el cálculo de deuda y valor que con el bien y el mal.

Ese era uno de los aspectos que hacía que lady Aquitania fuera especialmente peligrosa e Isana se dio cuenta de repente que temía a su patrona, y no solo por lo que lady Aquitania le podía hacer a sus seres queridos. Isana la temía personalmente y de manera enfermiza.

Nunca se había dado cuenta de eso. O quizá sería mucho más preciso decir que no se había permitido ser consciente de ese hecho hasta entonces. La sencilla oferta de apoyo presentada por Aria había abierto nuevas posibilidades para el futuro. Quizás era el alivio que Isana necesitaba para enfrentarse al miedo que había ocultado hasta entonces. Isana había vuelto a encontrar la esperanza.

Sintió un escalofrío y apoyó la cara en las manos. Unas lágrimas silenciosas la inundaron, y no hizo nada para detenerlas. Se quedó sentada en la paz del jardincillo y dejó que algunos de sus temores más amargos se fueran con las lágrimas. Se sintió mejor una vez se le hubieron secado las lágrimas. Ni optimista ni animada, pero mejor. El futuro no estaba labrado en piedra, y ya no era irremediablemente negro.

Isana le pidió a Rill que le limpiara las lágrimas de los ojos y que devolviera el color natural a la piel enrojecida de su rostro, y después de eso abandonó el jardín para enfrentarse al mundo.