Tavi tiró de la cuerda hasta que pensó que la tensión le iba a romper la espalda.
—¡Deprisa! —exclamó entre los dientes apretados.
—No puedes correr si quieres aprender de verdad, muchacho —replicó el anciano que estaba arrodillado ante la clavija de fijación del mecanismo. Magnus trasteó y gruñó alrededor del artilugio durante un momento, y después raspó el metal sobre el metal bastamente forjado—. La investigación es la esencia del mundo académico.
El sudor cubría todo el cuerpo de Tavi.
—Si no fijáis la clavija con rapidez, se me escapará el brazo, que os lanzará hacia el otro lado del Valle —gimió Tavi.
—Tonterías, muchacho. No estoy en su trayectoria. Se romperá como hizo el último. —Gruñó—. Ya está, ya ha entrado. Ha sido fácil.
Tavi relajó poco a poco la tensión sobre la cuerda, aunque sus manos y brazos gritaban para que soltase. El largo brazo de madera del artefacto tembló, pero se mantuvo estirado hacia atrás, fijado en posición y listo para soltarse. La cuerda para tirar del brazo, que estaba unida a muchas ruecas que había fabricado Magnus, descansaba en el suelo.
—¿Lo ves? —exclamó con orgullo—. Lo has conseguido hacer por ti mismo.
Tavi movió la cabeza, jadeando.
—Sigo sin entender cómo funcionan las ruedas.
—Condensan tu fuerza en una zona más pequeña —explicó Magnus—. Has tirado de doce metros de cuerda para mover el brazo hacia atrás solo un metro y medio.
—Sé contar —replicó Tavi—. Es solo que… es casi irreal. Mi tío tendría problemas para doblar hacia atrás este madero, y es un artífice de la tierra formidable.
—Nuestros antepasados conocían su oficio —se rio Magnus—. Si Larus lo pudiera ver… Empezaría a echar espumarajos por la boca. Aquí, muchacho. Ayúdame con los proyectiles.
Tavi y Magnus gruñeron y levantaron una piedra que debía de pesar más de veinte kilos hasta colocarla en el receptáculo que se encontraba en el extremo del brazo del artilugio. Acto seguido, se retiraron.
—Quizá tendríamos que haber utilizado algunas partes manufacturadas de manera profesional.
—Nunca, nunca —murmuró Magnus—. Si usásemos partes creadas mediante un artificio, tendríamos que volver a construir todo el mecanismo sin ellas, o de lo contrario Larus y los de su especie nos desacreditarían basándose en ese detalle. No, muchacho, lo tenemos que hacer tal como lo construyeron los romanos, como la misma Appia.
Tavi gruñó. Las ruinas de la ciudad de sus antepasados los rodeaban. La habían construido en la cima de una antigua montaña que se había erosionado hasta convertirse en una colina imponente, y todo era de piedra. Los rodeaban las paredes de muchas docenas de edificios, ahora reducidas a piedras desgastadas por el tiempo y por los elementos. La hierba y los árboles crecían entre las casas en ruinas y las murallas de la vieja ciudad. El viento soplaba entre las piedras, y entonaba un lamento constante, suave y triste. Los venados pastaban en silencio en calles tan desdibujadas que solo desde lejos se podía percibir que estaban construidas por la mano del hombre, y se refugiaban entre los muros durante las poco frecuentes tormentas. Los pájaros anidaban entre los restos de estatuas que habían perdido el rostro con el paso del tiempo.
Las piedras utilizadas en las construcciones en ruinas de Appia no tenían los arcos suaves y las esquinas precisas de las piedras talladas con el artificio de las furias, sino que estaban formadas por piedras más pequeñas que aún mostraban las marcas de las herramientas, una práctica que algunos de los textos antiguos y tallados en piedra, que Magnus había descubierto en las catacumbas bajo las ruinas, llamaban «cantería». Otros relieves, aparentemente de romanos en acción, habían sobrevivido a los años de decadencia en la tranquilidad de las cuevas. Magnus y Tavi habían visto en dichas imágenes una máquina de guerra en plena batalla contra un enemigo que parecía una especie de gigante monstruoso y cornudo.
De hecho, todo lo que Tavi había visto y aprendido en aquel lugar dejaba bastante claro que los ancestros de los aleranos, como él mismo, no poseían ningún artificio de las furias. Era un hecho tan evidente que Tavi quería gritar de frustración cada vez que recordaba la manera indolente en que los «eruditos», como el maestro Larus en la Academia, rechazaban la idea sin preocuparse por examinar las pruebas.
Por eso Magnus insistía en utilizar un trabajo manual burdo e ineficiente en cada paso del proceso de creación de la máquina de guerra. No quería que existiera ni la más mínima posibilidad de que se pudiera rechazar el hecho de que al menos era posible fabricar una máquina de ese tipo sin utilizar el artificio de las furias.
—Comprendo por qué lo tenemos que hacer así, señor. Pero los romanos tenían mucha más práctica que nosotros. ¿Estáis seguro de que este va a funcionar?
—Oh —respondió Magnus—, todo lo seguro que se puede estar. Las uniones son más fuertes, y los maderos son más gruesos. Es un poco más estable que el último.
Se miraron, antes de que Magnus gruñera y atara el extremo de una cuerda larga a la clavija que mantenía el brazo estirado hacia atrás. Los dos se retiraron unos veinte pasos.
—Toma —indicó Magnus, y le ofreció la cuerda a Tavi—, yo lo hice la última vez.
Tavi la aceptó, precavido, y se dio cuenta de que estaba sonriendo.
—A Kitai le habría gustado verlo. ¿Listo?
Magnus sonreía como un loco.
—¡Listo!
Tavi tiró de la cuerda. La clavija se soltó. El mecanismo dio un salto sobre el terreno cuando el brazo salió lanzado hacia delante y disparó la piedra en un gran arco que envió el proyectil zumbando por el aire. Derribó unas pocas piedras de la parte alta de un muro en ruinas, pasó por encima de una colina baja y se perdió de vista al otro lado.
Magnus dejó escapar un grito de júbilo y empezó a brincar y mover los brazos en una danza espontánea.
—¡Ajá! ¡Funciona! ¡Ajá! ¿De verdad estoy loco?
Tavi dejó escapar una carcajada de excitación y empezó a preguntarle a Magnus a qué distancia creía que había lanzado la piedra el mecanismo, pero entonces oyó algo y giró la cabeza a toda prisa para concentrarse en el sonido.
En algún punto al otro lado de la colina, un hombre profirió una serie de maldiciones rabiosas que se elevaron hacia el cielo de la mañana de primavera.
—Maestro —empezó Tavi, pero antes de que pudiera decir nada más, la misma piedra que acababan de lanzar subió en el aire describiendo un arco y comenzó a caer hacia ellos—. ¡Maestro! —gritó Tavi, que agarró la parte trasera de la túnica de tejido casero del anciano y lo apartó de la máquina.
La piedra no los alcanzó por unos centímetros e impactó contra la máquina. La madera se rompió y astilló. El metal rechinó. Unas esquirlas saltaron de la piedra, y Tavi sintió una punzada de dolor cuando una de ellas, del tamaño de su puño, le golpeó en el brazo con fuerza suficiente como para dejarlo insensible durante un momento. Tavi colocó el cuerpo entre el maestro anciano y enjuto y las esquirlas que volaban por todos lados.
—¡Al suelo! —ordenó.
Antes de que Magnus hubiera llegado al suelo, Tavi se había quitado la honda que llevaba en el cinturón y había dispuesto una pesada bola de plomo en él, cuando un jinete rodeó la ladera de la colina. Llevaba una espada en la mano y gritaba a pleno pulmón muchos más insultos mientras cargaba. Tavi hizo girar la honda, pero en el mismo instante en que iba a soltarla, atrapó con la mano libre el receptáculo del arma.
—¡Antillar Maximus! —gritó—. ¡Max! ¡Soy yo!
El jinete que iba a la carga tiró de las riendas del caballo con tanta fuerza que el pobre animal debió de lastimarse la barbilla contra el pecho. El caballo se detuvo sobre la tierra suelta y las piedras al lado del foso, y levantó una gran nube de polvo fino.
—¡Tavi! —gritó el hombre joven a lomos del caballo. La alegría y la ira luchaban por dominar en igual medida su tono—. ¿Qué cuervos crees que estás haciendo? ¿Has lanzado esa piedra?
—Se podría decir que sí —reconoció Tavi.
—¡Ajá! ¿Por fin has averiguado cómo realizar un artificio de tierra sencillo?
—Mejor aún —respondió Tavi—. Tenemos una máquina de guerra románica. —Se dio la vuelta y contempló los restos con un gesto de dolor—. O, más bien, la teníamos —se corrigió.
Max abrió la boca y la volvió a cerrar. Era un hombre joven que había adquirido toda la fuerza de un adulto alto y fuerte. Tenía una mandíbula sólida, una nariz que se había roto varias veces, unos ojos grises lobunos y, aunque no se podía decir que fuera guapo, sus rasgos eran duros y fuertes y estaban dotados de un atractivo especial.
Enfundó la espada y desmontó.
—¿Románicos? ¿Esos tipos que crees que no tenían ningún artificio de las furias como tú?
—Ellos se llaman romanos —le corrigió Tavi—. Pero dices que algo es románico cuando lo construyeron los romanos. Y sí, aunque me sorprende que recuerdes eso de la Academia.
—No me eches la culpa. Hice todo lo que pude por evitarlo, pero parece que se me quedaron algunas de las lecciones —reconoció Max, y miró fijamente a Tavi—. Casi me arrancas la cabeza con esa roca, ¿sabes? Me he caído del caballo. No lo había hecho desde…
—La última vez que te emborrachaste —intervino Tavi con una sonrisa, y le ofreció la mano a Max.
El hombre joven y grande bufó y estrechó con fuerza la mano de Tavi.
—Furias, Calderon. Sigues creciendo. Eres tan alto como yo. Eres demasiado viejo para crecer tanto.
—Debe de ser para recuperar el tiempo perdido —explicó Tavi—. Max, ¿conoces al maestro Magnus?
El anciano se levantó del suelo, se limpió el polvo y frunció el ceño como una tormenta.
—¿Este? ¿Este deficiente mental es el hijo de Antillus Raucus?
Max se giró para mirar al anciano y, para sorpresa de Tavi, su rostro se ruborizó por debajo de la piel morena.
—Señor —saludó Max, e hizo una extraña reverencia rara con la cabeza—. Sois una de las personas a quienes mi padre pidió que saludara de su parte si me encontraba con ella.
Magnus arqueó una ceja plateada.
Max contempló los restos de la máquina.
—Eh. Y siento mucho lo de vuestro… eeeh… trasto románico.
—Se trata de una máquina de guerra —aclaró Magnus con tono crispado—. Una máquina de guerra románica. Los relieves que hemos encontrado se refieren a ella como mula, aunque debo admitir que parece que existe algún tipo de confusión, porque los textos más antiguos utilizan la misma palabra para describir a los soldados de sus legiones… —Magnus movió la cabeza—. Estoy divagando de nuevo, perdóname. —El anciano miró la máquina de guerra destrozada y suspiró—. ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con tu padre, Maximus?
—Como una semana antes de huir de casa y alistarme en las legiones, señor —respondió Max—. Se puede decir que hace unos ocho años, poco más o menos.
El gruñido de Magnus demostró buena parte de su desaprobación.
—¿Acierto al suponer que sabes por qué no te habla?
—Sí —respondió Max con tono tranquilo, aunque Tavi escuchó un matiz de tristeza en la voz de su amigo y le guiñó el ojo en señal de solidaridad—. Señor, lo puedo arreglar.
—¿Lo harías ahora mismo? —preguntó Magnus con los ojos brillantes—. Eso es muy generoso por tu parte.
—Desde luego —asintió Max con un gesto—. Apenas tardaré un momento.
—Creo que no —replicó Magnus—. Más bien me parece que eso llevaría varias semanas. —Alzó las cejas y le aclaró a Max—: Por supuesto que eres consciente de que mi investigación nos obliga a utilizar métodos estrictamente románicos. Sin artificio de las furias.
Max, que estaba a medio camino hacia la máquina de guerra, se detuvo.
—Hum. ¿Qué?
—Solo sudor y músculo —recalcó Magnus con alegría—. En todos los aspectos, desde talar la madera hasta forjar las partes metálicas. Lo reconstruiremos. Pero el siguiente tiene que ser el doble de grande, así que me alegro de que te presentes voluntario para…
Tavi apenas percibió nada más que un destello de movimiento por el rabillo del ojo que le sirviera de advertencia, pero de repente todos los sentidos de su cuerpo le gritaron que había peligro.
—¡Max! —gritó Tavi mientras se abalanzaba de nuevo sobre el maestro.
Max se dio la vuelta y sacó la espada de la funda a la velocidad que solo puede conseguir un artífice del viento. Un brazo se balanceó en dos movimientos bruscos, y Tavi oyó el crujido de la madera cuando Max cortó un par de flechas pesadas en el aire con la precisión que solo un maestro del artificio del metal le puede imprimir a la espada, y a continuación se echó a un lado.
Tavi colocó una pared baja en ruinas entre los atacantes y el maestro, y ambos se agacharon detrás de ellas. Miró hacia atrás y vio a Max de pie con la espalda apoyada contra una columna de piedra de tres metros de grosor, que se había roto a unos dos metros y medio por encima del suelo.
—¿Cuántos? —preguntó Tavi.
—Dos allí —respondió Max, y, con los ojos cerrados, se agachó y puso la mano sobre el suelo durante un momento—. Uno nos está flanqueando por el oeste —informó.
Los ojos de Tavi se movieron en esa dirección, pero no pudo ver a nadie entre los árboles, los arbustos y las paredes derrumbadas.
—¡Artificio de madera! —gritó—. ¡No lo puedo ver!
Max se movió hacia un lado de la columna, y casi no tuvo tiempo de recular antes de que una flecha pasase siseando a la altura de su garganta.
—Maldita sabandija artífice de la madera que se lleven los cuervos —murmuró—. ¿Puedes ver al arquero?
—Desde luego. Deja que saque la cabeza y eche un vistazo alrededor, Max —respondió Tavi, pero trasteó en la bolsa que llevaba colgada del cinturón y extrajo un espejo pequeño que utilizaba para afeitarse.
Con la mano izquierda levantó el espejo por encima de la pared en ruinas y lo movió de un lado a otro, buscando el reflejo de los arqueros. Descubrió a los atacantes al cabo de uno o dos segundos porque, aunque cuando atacaban los protegía un artificio de la madera, lo habían dejado de lado y se concentraban en el tiro de precisión con los arcos. Medio segundo después de descubrirlos, otra flecha destrozó el espejo de Tavi y le abrió la punta del dedo hasta casi alcanzar el hueso.
Tavi bajó rápidamente la mano y se apretó el dedo ensangrentado. Solo sentía pinchazos, pero había sangre suficiente como para saber que no tardaría en dolerle bastante.
—Treinta metros al norte de tu posición, en la ruina cuyo muro tiene el agujero en forma de triángulo.
—¡Vigila al que nos está flanqueando! —gritó Max.
Max movió la mano hacia un lado de la columna y surgió un fuego de la punta de sus dedos, que creció hasta formar una nube enorme dirigida hacia los arqueros. Tavi oyó cómo el caballo de Max relinchaba de pánico y pateaba. Max corrió alrededor del extremo más alejado de la columna por detrás de la llama.
Tavi oyó el crujido de piedra sobre piedra al oeste y se incorporó rígido, con la honda en la mano y preparado para cualquier cosa.
—¿Lo habéis oído? —susurró.
—Sí —gruñó Magnus—. Si lo dejo a la vista, ¿lo podrás derribar?
—Eso creo.
—¿Eso crees? —preguntó Magnus—. Porque en cuanto lo deje al descubierto me va a lanzar una flecha al ojo. ¿Lo puedes derribar o no?
—Sí —respondió Tavi. Para su propia sorpresa, la voz le sonó totalmente confiada. También para su sorpresa, se dio cuenta de que lo creía de verdad—. Si me lo mostráis, acabaré con él.
Magnus respiró hondo, asintió, se puso en pie y movió la mano en la dirección por la que se acercaba el atacante.
La tierra crujió y zumbó, pero no lo hizo con el gruñido profundo del poder de un terremoto, sino como un temblar superficial aunque violento, como un perro que se sacudiera el agua. Un polvo fino se levantó del suelo y formó una nube de unos cincuenta metros de diámetro. A unos veinte pasos, la nube de polvo se detuvo de improviso alrededor de un hombre que se agachaba al lado de una fila de helechos, y dibujó su silueta con la suciedad.
El hombre se puso en pie y levantó el arco, apuntando al anciano maestro.
Tavi se puso en pie, volteó una vez la honda y lanzó la pesada esfera de plomo, que atravesó el aire con un silbido.
El arco del atacante vibró.
El proyectil lanzado por la honda de Tavi impactó con un golpe seco.
Una flecha se rompió contra una pared de roca en ruinas apenas un metro detrás del maestro Magnus.
El artífice de la madera que estaba cubierto de polvo dio un pequeño paso tambaleante hacia un lado. Alzó la mano hacia la aljaba que llevaba sobre el hombro. Pero antes de que pudiera disparar de nuevo, pareció como si sus rodillas se doblaran por voluntad propia y cayó al suelo completamente desmadejado, la mirada fija pero sin ver.
Procedente de bastantes metros hacia el norte, llegó el sonido de metal contra metal, al que siguió el estruendo de un trueno. Un hombre dejó escapar un chillido que quedó cortado con violencia.
—¿Max? —llamó Tavi.
—¡Liquidados! —respondió Max—. ¿Y el flanco?
Tavi dejó escapar un suspiro de alivio casi inaudible al escuchar el sonido de la voz de su amigo.
—Listo —contestó.
El maestro Magnus levantó las manos y se las quedó mirando. Temblaban con violencia. Se sentó muy despacio, como si sus piernas fueran tan robustas como sus dedos, y dejó escapar el aire poco a poco mientras apretaba una mano contra el pecho.
—Hoy he aprendido algo, muchacho —reconoció con voz débil.
—¿El qué, señor?
—He aprendido que soy demasiado viejo para este tipo de cosas.
Max rodeó la esquina del edificio en ruinas más cercano y se acercó a la figura inmóvil del tercer hombre. La sangre brillaba escarlata en la espada del amigo de Tavi. Max se arrodilló al lado del tercer hombre durante un momento. A continuación limpió la espada en la túnica del sicario, la enfundó y se dirigió al encuentro de Tavi y Magnus.
—Muerto —informó.
—¿Y los otros? —preguntó Magnus.
Max le lanzó al maestro una sonrisa forzada y lúgubre.
—Ellos también.
—Cuervos —suspiró Tavi—. Deberíamos haber capturado con vida a uno de ellos. Los cadáveres no nos pueden decir quiénes eran esos hombres.
—¿Bandidos? —sugirió Magnus.
—¿Con tanto artificio? —preguntó Max, y negó con un gesto—. No sé el tercero, pero los otros dos eran tan buenos como cualquier caballero Flora con quien me haya encontrado. Puedo considerarme afortunado por que tuvieran la atención dividida para ocultarse en los dos primeros disparos. Unos hombres tan buenos no ejercen de bandidos cuando les pueden pagar mucho más por prestar servicios en la legión de alguien. —Le lanzó una mirada al cadáver cubierto de polvo—. Demonios, ¿con qué le has dado, Calderon?
Tavi alzó la mano que aún sostenía la honda.
—Estás de broma.
—Aprende —replicó Tavi—. Maté a un gran lagarto venenoso macho que iba detrás de los corderos de mi tío cuando tenía seis años. Y, además, a dos lobos gigantes y un gato de montaña. También espanté una vez a un dientilargo. No la había usado desde que tenía unos trece años, pero he vuelto a adquirir práctica cazando pájaros para el maestro y para mí.
Max gruñó.
—No me lo habías mencionado hasta ahora.
—Los ciudadanos no usan hondas. Ya tenía suficientes problemas en la Academia sin que todo el mundo descubriera mi destreza con un arma propia de un paleto con propiedades.
—Lo has matado bastante bien —reconoció Max—. Para ser el arma de un paleto.
—Desde luego —asintió Magnus, cuya respiración volvía a estar bajo control—. Un disparo excelente, me gustaría añadir.
Tavi asintió con cansancio.
—Muchas gracias. —Bajó la mirada hacia el dedo herido, que se había empezado a hinchar y le latía con una quemazón punzante.
—Cuervos, Calderon —exclamó Max—. ¿Cuántas veces te he dicho que dejes de morderte las uñas?
Tavi le lanzó una sonrisa a Max y sacó un pañuelo.
—Échame una mano.
—¿Por qué? Esta claro que no cuidas demasiado bien las que tienes.
Tavi arqueó una ceja.
Max soltó una risita y colocó la tela alrededor del dedo de Tavi.
—Mantenlo limpio y detén la hemorragia. En cuanto esté, dame un cubo de agua y lo podré cerrar.
—Aún no. —Tavi se puso en pie y se volvió hacia los dos arqueros—. Vamos. Quizá lleven algo que nos pueda dar una pista sobre ellos.
—No te molestes —replicó Max, mirando hacia el infinito. Su voz se volvió muy baja—. Tardaríamos una semana en encontrar todos los trozos.
Tavi tragó saliva, miró a su amigo y asintió. Entonces se volvió y miró hacia el hombre a quien había matado.
El proyectil había alcanzado al hombre casi exactamente entre los ojos, con tanta fuerza que le había roto algo en la cabeza. Los blancos de los ojos ciegos estaban llenos de sangre. Un hilo de sangre le manaba por la nariz.
Parecía más joven de lo que Tavi se había esperado. No podía ser mucho mayor que el propio Tavi.
Tavi lo había matado.
Había matado a un hombre.
Sintió el sabor de la bilis en la boca y tuvo que apartar la mirada, intentando ahogar un ataque repentino de náuseas que amenazaba con vaciarle el estómago sobre las botas. En vano. Tuvo que apartarse unos pasos vacilantes y vomitar. Eso lo calmó, y escupió el amargor que le había quedado en la boca. Después encerró la sensación de rechazo y culpa en un cajón apartado de su mente, se volvió de nuevo hacia el cadáver y empezó a revisar de manera sistemática sus efectos personales. Se concentró en la tarea, y se olvidó de todo lo demás.
No se atrevía a pensar en lo que acababa de hacer. En el estómago no le quedaba nada que expulsar.
Una vez hubo terminado, regresó junto a Max y el maestro. Trató de no salir corriendo.
—Nada —reconoció en voz baja.
Max soltó el aire con cierta frustración.
—Cuervos. Me gustaría saber detrás de quién iban. Supongo que de mí. Si hubieran llegado antes que yo, ya os habrían matado.
—No necesariamente —replicó Magnus en voz baja—. Quizá los envió alguien para que te siguieran hasta dar con alguno de nosotros.
Max le sonrió a Magnus. Apartó la mirada y suspiró.
—Cuervos.
—En cualquier caso —intervino Tavi—, seguimos en peligro. No nos podemos quedar aquí.
Max asintió.
—Ni a propósito —reconoció Max—. La Corona me envía con órdenes para ti, Tavi.
—¿Qué órdenes?
—Nos vamos de excursión a las Colinas Negras, en el extremo meridional de las tierras de Placida. Allí se está formando una legión nueva, y Gaius quiere que estés en ella.
—¿Cuándo?
—Ayer.
Tavi gruñó.
—Eso no les va a gustar ni a mi tía ni a mi tío.
—Ajá —bufó Max—. Quieres decir que no le va a gustar a Kitai.
—A ella tampoco. Ella…
Magnus suspiró.
—Cuervos, Antillar. No hagas que empiece a hablar de nuevo sobre esa chica. Se pasa el día hablando de ella.
Tavi le frunció el ceño a Magnus.
—Iba a decir que se suponía que vendría con mi familia a nuestra reunión en Ceres el mes que viene. Voy a echarla de menos.
—¿Y te parece mala cosa perdértela? —Max frunció el ceño—. Oh, de acuerdo, me olvidaba. A tu familia le gusta que estés con ellos.
—El sentimiento es mutuo. Llevo más de dos años sin verlos, Max. —Tavi movió la cabeza—. No me malinterpretes. Sé que esto es importante, pero… son dos años. Y no parece que vaya a convertirme en un buen legionare.
—Eso no es problema —replicó Max—. Te incorporas como oficial.
—¡Pero si ni siquiera he servido durante el tiempo obligatorio! Nadie se convierte en oficial de buenas a primeras.
—Tú sí —recalcó Max—. No vas a ir como tú. Gaius quiere ojos y oídos en la estructura de mando. Ese eres tú. Disfraz…, falsa identidad… Ese tipo de cosas.
Tavi parpadeó.
—¿Por qué?
—Por un nuevo concepto de legión —respondió Max—. Aquitania ha conseguido colar la idea a través del Senado. Vas a servir con la Primera Alerana. La tropa y los oficiales están formados por un número similar de voluntarios de todas las ciudades. La idea es…
Tavi asintió. Lo había comprendido.
—Lo capto. Si en la legión hay alguien de cada una de las ciudades, esa legión nunca podrá representar una amenaza militar contra ninguna de las ciudades de manera separada. Habrá oficiales y tropa que no lo permitirán.
—Exacto —reconoció Max—. Así que la Legión Alerana será libre de ir allí donde haya problemas e intervenir sin que nadie se moleste demasiado.
Tavi movió la cabeza.
—¿Por qué iba Aquitania a apoyar algo así?
—Piensa en ello —respondió Max—. Una legión formada por hombres procedentes de toda Alera realizando la instrucción cerca de la esfera de influencia de Kalare. Gente yendo y viniendo, mensajeros y cartas de todos los lugares del Reino. Suma dos más dos.
—El caldo de cultivo ideal para el espionaje —concluyó Tavi con un gesto de cabeza—. Aquitania podrá comprar y vender secretos como si fueran brioches en Final del Invierno… y como estarán cerca de Kalare y lejos de Aquitania, conseguirá mucha más información sobre Kalare que la que tendrá que dar sobre sí mismo.
—Y Gaius lo quiere saber todo.
—¿Algo un poco más específico? —preguntó Tavi.
—Nada. El viejo tiene defectos, pero coartar la iniciativa de sus subordinados no se cuenta entre ellos. También se trata de una legión nuevecita. Sin experiencia, sin veteranos de guerra, sin historial de combate y sin tradiciones que mantener. Te confundirás muy bien entre los otros oficiales novatos.
Tavi asintió.
—¿Qué tipo de oficial se supone que voy a ser?
—Tercer subtribuno del tribuno Logistica.
Magnus gesticuló como si le doliese algo.
Tavi le arqueó una ceja al maestro y le preguntó a Max:
—¿Tan malo es?
Max sonrió y a Tavi le pareció que la expresión era ominosa.
—Es… Bueno. Digamos que no te van a faltar cosas que hacer.
—Oh —dijo Tavi—, bien.
—Yo también voy —añadió Max—. Como yo mismo. Centurión, instrucción con armas. —Le hizo un gesto con la cabeza a Magnus—. Vos también, maestro.
Magnus arqueó una ceja.
—¿De qué?
—Ayuda de cámara —respondió Max con un gesto.
Magnus suspiró.
—Podría ser peor, supongo. No creerías las veces que he tenido que actuar como pinche en algún sitio.
Tavi se giró hacia Magnus y parpadeó completamente anonadado.
—Maestro… Sé que formáis parte del consejo del Primer Señor, pero… ¿sois un cursor?
Magnus asintió con una sonrisa.
—¿Crees que durante los últimos doce años me he dedicado a servirles vino y cerveza a los mercaderes de paso porque estaba solo y buscaba compañía, muchacho? Los mercaderes borrachos y sus guardias dejan escapar mucha más información de la que te crees.
—¿Y no me lo habías dicho hasta ahora? —preguntó Tavi.
—¿No lo había hecho? —respondió Magnus con un brillo en los ojos—. Estoy seguro de que te lo dije en algún momento.
—No —le aseguró Tavi.
—¿No? —Magnus se encogió de hombros sin perder la sonrisa—. ¿Estás seguro?
—Sí.
Magnus dejó escapar un suspiro teatral.
—Creía que lo había hecho. Ah, bueno. Dicen que la memoria es lo primero que se va. —Miró a su alrededor—. Echaré de menos este lugar. Al principio, mi trabajo aquí solo fue un cuento para evitar sospechas, pero que me lleven los cuervos si no se me ha metido dentro.
Tavi negó con la cabeza.
—¿No debería saber algo sobre el oficio militar si debo convertirme en oficial? ¿Qué pasará si alguien me pone al mando de algo?
—Solo serás un oficial desde el punto de vista técnico —le aseguró Max—. Todo el mundo va a pasar de ti, de modo que no te preocupes por el hecho de estar al mando. Pero sí, necesitas saber lo básico. Te lo enseñaré de camino allí. Lo suficiente para que lo puedas fingir hasta que te hayas acostumbrado.
Magnus se puso en pie.
—Muy bien, muchachos. Estamos perdiendo luz del día, y lo mejor sería que no esperásemos a la llegada de más asesinos. Maximus, ve a recuperar tu caballo y, si no te importa, mira si nuestros visitantes han dejado algunos en los alrededores. Yo voy a reunir suficientes alimentos para que nos duren un tiempo. Tavi, recoge nuestras cosas.
Se prepararon para marcharse. Tavi se concentró en la tarea que le habían encargado: empaquetar alforjas y bolsos, reunir ropa y equipo, e inspeccionar las armas. Los tres caballos de los asesinos se convirtieron en animales de carga en cuanto Max los reunió, y poco después de mediodía los tres partieron a caballo, seguidos por una fila de monturas de refresco. Max impuso un ritmo vivo.
Tavi intentó mantener la mente en el trabajo, pero el latido constante de su dedo herido le hacía difícil concentrarse. Antes de pasar la cresta que dejaría detrás de ella la Appia en ruinas, miró hacia atrás.
Tavi seguía viendo al hombre muerto y cubierto de polvo, tendido entre las ruinas.