—Sombra —siseé tirando a Gemma del brazo—. Está aquí.
Ella miró hacia la dirección que le señalé con la cabeza.
—¿Cómo puedes ver algo en…?
El resto de la frase quedó en suspenso cuando contuvo la respiración. No podía reprochárselo; el tamaño del tipo era como para asustar a cualquiera. Y lo que era peor, la estaba mirando directamente a ella. Gemma levantó la barbilla con actitud desafiante y le devolvió la mirada. Me puse delante de ella con la velocidad de una anguila para ocultarla de la vista del forajido. Ese no era el momento más indicado para que demostrara lo dura que era.
—Dijiste que era albino —susurró intentando asomar la cabeza para ver.
—Lo era —contesté en voz baja—. Es posible que se embadurne con pasta de zinc cuando roba a los barcos de suministros. No lo sé. Pero es él. —La conduje hacia la escalera—. Escucha, tienes que ir a buscar a Grimes. Debe de estar en el Observatorio. Dile que baje enseguida y tú quédate allí.
Ella se soltó de mi brazo y miró a Sombra por encima de mi hombro.
—¿Tú que vas a hacer?
—Esperar aquí para poder señalárselo a Grimes. —Me pregunté si iba a tener que ir empujándola, peldaño a peldaño.
—Pero…
—En cuanto el policía le detenga me reuniré contigo en el Observatorio.
Decirlo en voz alta me dio ánimos. ¿Quién iba a pensar que esa entrada furtiva en el Saloon era lo mejor que podía haber hecho para ayudar al territorio? Aunque ni mi padre ni mi madre lo verían así.
—El policía querrá saber con quién estoy —protestó Gemma—. ¿Qué le digo?
—Ya se te ocurrirá algo. —Después de haberla visto en acción no me quedaba la más mínima duda de que así sería.
Ella frunció el ceño y salió disparada escaleras arriba. Yo me di la vuelta y vi que Sombra se ponía de pie. Con expresión aburrida y decidida al mismo tiempo, el forajido se quitó la chaqueta y se la tiró a otro hombre, no al de los ojos azul hielo, sino a otro que tenía una sonrisa de oreja a oreja y el pelo negro recogido a la espalda con un pañuelo. Sin duda era otro miembro de la banda.
Sombra se puso debajo de la pasarela para ver el lento avance de Gemma más arriba. Unas campanas de alarma sonaron en mi cabeza, mandando vibraciones hasta las yemas de mis dedos. Salté hacia delante. De ninguna manera iba a permitir que se me escapara aquella oportunidad. Por muy asustado que estuviera, tenía que distraer a Sombra hasta que llegara el policía y, si había suerte, con refuerzos.
Sombra vio que me acercaba, al igual que los tipos que tenía a ambos lados. Dominé mis nervios y seguí andando. Necesitaba una excusa para acercarme a ellos y la necesitaba rápido. Cuando estaba a tres metros de distancia de los forajidos, saqué la foto del hermano de Gemma. Ya tenía la excusa, pero a pesar de ello me paré para mirar a Sombra con más atención. Vista de cerca, su piel no era tan oscura como había creído. Unos tatuajes negros recorrían su ancho torso, se enroscaban en sus brazos y cubrían su cuello y su cabeza como los tentáculos de un calamar. No era de extrañar que se embadurnara la cara con zinc.
De repente, un borracho me empujó y la foto salió despedida de mi mano. Me lancé a por ella, aterrizando en una mezcla de escupitajos, alcohol y barro procedente del centenar de suelas que cubrían de suciedad el suelo del Saloon. A la vez que mis dedos tocaban la foto, un pie enfundado en una bota cayó sobre mi mano. Se me contrajeron los dedos de dolor. Un segundo después, el pie se levantó. Por lo menos la foto estaba plastificada. Mientras la guardaba en mi traje de buceo, me levanté, esperando encontrarme cara a cara con Sombra…
Pero no estaba allí.
Quien sí que estaba era su secuaz del pañuelo, que dejó caer su pie encima de la mesa. Me miró con una sonrisa de oreja a oreja, permitiendo que viera dos dientes de oro entre los otros, nacarados. El forajido de la mirada glacial descansaba ahora en la silla que Sombra había dejado vacía. Se me pusieron los pelos de punta.
Me volví sin moverme del sitio y paseé la vista por la ruidosa multitud que me rodeaba. Era imposible que Sombra hubiera tenido tiempo de cruzar el Saloon en dirección a las escaleras. Me abrí paso a través de los cuerpos en movimiento para comprobar las mesas de juego situadas a lo largo de la pared del fondo, pues podía haberse mezclado con los jugadores, pero no vi ninguna cabeza oscura y calva entre estos y Sombra no parecía el tipo de hombre que se escondería debajo de una mesa. Sin embargo, no había otro sitio donde esconderse. La pared exterior era un gran conjunto de ventanas que daba a un mar crepuscular. La Colmena empezaba en la primera pasarela, de modo que no podía haberse metido en un camarote sin subir antes las escaleras.
—¿Buscas a alguien? —preguntó el forajido de pelo negro. Tenía la actitud despreocupada de un trabajador eventual.
—Sí.
Acorté la distancia que nos separaba. Puede que esos dos pertenecieran a la banda de Sombra pero no eran prisioneros fugados. Ambos eran demasiado jóvenes para haber estado en prisión cinco años antes. Apenas parecían lo bastante mayores como para estar en el Saloon.
Le enseñé brevemente la foto al de los ojos azules.
—Le has reconocido, ¿no? —pregunté, con más seguridad de la que sentía—. Te lo he notado en la cara antes, en el bar.
No movió ni un músculo, simplemente continuó mirándome fijamente con frialdad.
—Déjalo, Bonito —le regañó el otro—. Estás asustando al chaval.
—Ya he dicho antes que no —dijo Bonito con voz grave y letal.
—¿Bonito? —balbuceé.
—¿No lo es? Aunque solo por fuera. —Los ojos del de pelo negro brillaron de diversión—. Yo soy Anguila.
—No son vuestros nombres de verdad —dije como un idiota.
Él sonrió.
—No quiero complicar las cosas.
El encendedor de gas situado en el centro de la mesa emitió una llamarada, sobresaltándome. Lo más sorprendente de todo fue que la llama desveló el brillo de la piel de Anguila.
—¡Brillas!
—¡Quien fue a hablar! —replicó él con una carcajada.
Eso no tenía sentido. Para que alguien llegara a tener un brillo evidente, aunque fuera tan débil como el de Anguila, hacía falta pasarse años comiendo peces abisales. Solo la gente que vivía en el fondo del mar tenía fácil acceso a esos peces. Desvié mi atención hacia Bonito. Por supuesto, ahora que sabía lo que buscar, vi un indicio de brillo en su pálida piel. Sin embargo, la banda de los Seablite había aparecido hacía menos de un año.
—¿Desde cuándo vivís en el mar? ¿Y dónde?
El Territorio de Benthic era la única colonia submarina del mundo y yo sabía que Anguila y Bonito no habían sido nunca colonos, ni con esos nombres ni con ninguno.
Un cuchillo destelló en la mano de Bonito. Antes de que me diera tiempo a reaccionar, Anguila me arrancó la foto de los dedos.
—¡Eh!
—¿Quién es? —preguntó, mirando atentamente el retrato.
—No lo sé —contesté sin perder de vista la navaja de Bonito.
Anguila levantó una ceja con escepticismo.
—No lo sé —insistí—. Una Terrestre la colgó en Internet. Según ella es un buscador en Benthic. Ofrece un puñado de dinero a quien le encuentre. —Intercambiaron una mirada entre ellos que no fui capaz de interpretar. Extendí la mano para que me devolviera la foto—. Si no podéis ayudarme…
—¿A dónde ha ido el otro chico? —preguntó Bonito.
Se refería a Gemma.
—A ninguna parte. Se ha puesto nervioso y se ha largado.
Anguila se recostó en la silla, aparentemente despreocupado.
—¿A buscar al policía?
No me dejé engañar. La pregunta era tan peligrosa como el cuchillo que tenía Bonito en la mano. Volví a fingir que era estúpido.
—¿Por qué iba a hacer eso?
Anguila miró hacia algún lugar a mi espalda.
—Por nada. —Me tiró la foto.
—Sé que no le vais a causar problemas a este joven —dijo una voz conocida en tono de advertencia.
Me di media vuelta y vi que Mel estaba detrás de mí con un rifle de descargas en la mano cuyos dos dientes apuntaban a la cabeza de Anguila.
—Se ha acercado a nosotros —protestó Anguila, levantando las manos con actitud burlona.
Mel utilizó el rifle para indicarme que me fuera.
—Y ahora os está dejando.
—Gracias —murmuré al pasar a su lado.
—Nos veremos cuando cumplas los dieciocho —contestó ella.
—Si es que vive tanto tiempo —oí que siseaba Bonito.
Eché a correr hacia las escaleras sin mirar atrás.
—¿Entonces de repente, ¡zas!, desapareció? —se burló el policía, sin separar los ojos de uno de los muchos telescopios colocados alrededor del Observatorio.
Aquélla era la oportunidad de que Grimes arrestara a Sombra; sin embargo, daba la sensación de que no le importaba lo más mínimo.
—Tiene que creerme —insistí enfadado. Al hablar con él me estaba arriesgando a sufrir la ira de los forajidos; además, mis padres se iban a enterar de que me había colado en el Saloon. A pesar de ello tenía que convencer a Grimes de que utilizara la información—. Nos vimos cara a cara ayer, en la propiedad de los Peavey. Ese hombre del Saloon es Sombra.
Las paredes del Observatorio eran de cristal. Solo el hueco del ascensor, situado en el centro de la habitación trapezoidal, ocultaba la vista del océano infinito y del horizonte. Me había deshecho de mi ropa de peón, pero Gemma seguía llevando la sucia sudadera roja y los pantalones anchos. Estaba tranquilamente sentada en el banco que delimitaba todo el espacio y mantenía la cara oculta con la capucha. No obstante, estaba seguro de que estaba deseando salir de allí.
Grimes se enderezó y clavó sus ojos en mí.
—¿Qué estabais haciendo tu primo y tú en el Muelle de Entretenimiento? Y no intentes convencerme de que alguno de vosotros tiene dieciocho años.
Tardé un segundo en darme cuenta que al decir primo se refería a Gemma. Ya sabía yo que se le ocurriría algo.
—Es la primera vez que viene —contesté—, y quería enseñarle…
—¿Cómo malgastar el tiempo de un oficial del Gobierno? —me interrumpió Grimes con un bufido de burla—. Solo hay una forma de salir del Saloon, chaval, y es subiendo por las escaleras. Así que, dime: ¿por dónde salió tu forajido?
—Ya le he dicho que no lo sé —contesté.
Rechiné los dientes. Otro adulto que me trataba como a un niño.
—Y por si fuera poco, ese hombre es albino —dijo Grimes con tono condescendiente—. Lo dicen todos los que han sufrido sus robos.
—Puede que se embadurne la cara con pasta de zinc —supuse—. Así puede estar bebiendo en el Saloon sin que nadie le reconozca.
—Tú lo has hecho. O al menos eso dices.
—Por la forma de su cara.
Grimes me lanzó una mirada escéptica.
—Algunas veces —le expliqué, indeciso—. No veo los colores.
—¿Eres daltónico… a veces?
—Sí, de modo que me concentro en el contorno de las cosas. —Miré a Gemma, pero no parecía estar prestando atención. Estaba demasiado ocupada acariciando la pared de cristal, como si quisiera asegurarse de que era imposible caer al Muelle de Superficie, que se encontraba varios pisos más abajo—. Mire, sé que es Sombra —le dije a Grimes—. ¿Quiere al menos bajar a la estación inferior y buscarle?
—Me sacáis de quicio.
La mano de Gemma se quedó inmóvil.
—¿Quién? —preguntó bruscamente.
—Tú no. Los Abisales. —Grimes me señaló con un dedo—. Están faltos de oxígeno. Sobre todo los niños.
—No les gusta que les llamen los Abisales —declaró ella mientras levantaba la barbilla con rebeldía.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿Un día? Quédate un tiempo y lo comprobarás. Vivir en la oscuridad hace que se vuelvan locos. Les hace ver cosas que no existen.
—Ty no vive en la oscuridad.
—Te aseguro que no vive bajo la luz del sol —Grimes me miró—. ¿Cuánto es el máximo de tiempo que has pasado Arriba, chaval? ¿Un día? Ni siquiera eso. Ir a por provisiones supone un viaje de seis horas, ida y vuelta.
—Viví Arriba cuatro meses.
El policía se acercó a Gemma.
—Es por la presión del agua, ¿sabes? —Le puso una mano sobre la cabeza y apretó—. Les aplasta todo el tiempo y eso les trastorna el cerebro.
Ella se libró de su mano.
—Usted vive aquí abajo.
—Gracias por su tiempo, Grimes —dije, indicándole a Gemma el ascensor.
—Yo vivo ahí —corrigió el policía señalando sus habitaciones, situadas en el piso de arriba—. Y no me dedico a nadar por el fondo del mar. Si Dios hubiera querido que nos llenáramos los pulmones de líquido, nos habría hecho peces.
Gemma se reunió conmigo en el ascensor con el ceño fruncido.
—Iré a buscar el submarino —dije pulsando el botón de llamada—, mientras tú recoges tus cosas. —Ella no dijo nada, pero lanzó una mirada asesina al policía por encima del hombro—. Sabes cómo llegar al vestíbulo, ¿verdad? —Abrí la puerta que daba a las escaleras que había al lado del ascensor—. Está dentro del Muelle de Superficie. Tienes que bajar por la escalera…
—Sé donde están las taquillas.
Dejé que la puerta de las escaleras se cerrara.
—¿Te pasa algo?
—¿Por qué dejas que te hable así? —preguntó ella.
Miré hacia atrás para ver si Grimes estaba escuchando, pero no; estaba sentado detrás de su escritorio, abriendo un frasco de píldoras como si ya nos hubiéramos ido.
—Sólo está enfadado por estar destinado aquí.
—¿Eso significa que puede tratarte como si fueras basura? ¿Por qué no te has defendido?
—Es policía. —Me hubiera gustado que ella hablara más bajo—. ¿Qué le iba a decir?
—Que cerrara su estúpida boca.
—Vale. Y darle una razón para que piense que los colonos no solo están locos sino que además son unos maleducados.
El ascensor anunció su llegada con un timbrazo.
Gemma abrió la puerta de las escaleras de un tirón.
—¿Nunca te cansas de ser tan bueno?
Me puse como un tomate.
—¡No soy tan bueno!
Ni mucho menos. Pero ella se metió en el hueco de las escaleras y cerró la puerta.
—¿Algún problema con el ascensor, chaval? —preguntó Grimes desde su escritorio.
Me metí en el cilindro transparente sin contestarle y apreté el botón del Muelle de Acceso. Cuando las puertas se cerraron, me dejé caer contra la columna central y respiré hondo. El ascensor abandonó la torre y descendió velozmente, dejando atrás el anillo interior de acoplamiento. Busqué a Gemma en los puentes colgantes, pero no la vi antes de que el ascensor se hundiera bajo la superficie del océano.
—Te daba por muerto —dijo una voz ronca.
Me dio un vuelco el corazón.
Al darme la vuelta vi a Sombra apoyado contra la pared transparente del ascensor, con sus ojos negros brillando como los de un tiburón. La columna central me había impedido verle.
—Te dejé en el fondo del mar. —La voz de Sombra era hipnótica—. Sin ningún medio de transporte y sin armas. —Sus musculosos brazos estaban cruzados sobre su enorme pecho—. ¿Cómo es posible que sigas vivo?