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Viena, 7 de diciembre de 1791

En calidad de testigo, el comerciante de hierros y usurero Joseph Goldhann firmó la lista oficial que establecía los bienes de Mozart. Se evaluó el piano en ochenta florines, el billar en sesenta, y se tasaron del mejor modo los distintos objetos y las ropas, entre ellas, ocho hermosos trajes completos.

Las deudas del músico ascendían a 914 florines[141]

—Mozart no me debía ni un solo kreutzer —afirmó el hermano Puchberg, borrando el pasado—, y me satisface convertirme en el tutor de sus dos hijos. Nada les faltará, ni a ellos ni a Constance.

Anton Stadler aportó un reconocimiento de deuda a Mozart de un montante de quinientos florines, pero otros olvidaron la generosidad del compositor[142]

Viena, 11 de diciembre de 1791

La víspera se había celebrado en la iglesia de San Miguel una misa de réquiem en memoria de Mozart. Dos de sus hermanos, Bauemfeld y Schikaneder, asumían los gastos.

—El emperador me ha concedido una última audiencia —le dijo Van Swieten a Constance—. He defendido mi inocencia y, sobre todo, la vuestra, afirmándole que Wolfgang nunca se había mezclado en una conspiración contra su persona. Su majestad acepta recibir de vos una súplica. Tal vez Leopoldo II os atribuya una pensión para demostrar la grandeza de su alma.

Ayudada por Van Swieten, Constance redactó una carta al emperador en la que solicitaba un «salario de caridad», aunque su marido no hubiera cumplido diez años de servicios. ¿Acaso, en vez de marcharse al extranjero, no se había quedado en Viena cumpliendo estrictamente su función? La peticionaria confiaba en la gracia suprema y la bondad paternal de Leopoldo II.

—Naturalmente —añadió el barón—, habrá que hacer desaparecer toda la correspondencia masónica de Mozart. Si algunas cartas comprometedoras cayeran en malas manos, tendríais graves problemas.

Constance asintió.

Viena, a comienzos de enero de 1792

Praga, a partir del 14 de diciembre de 1791, había rendido homenaje a Mozart celebrando una misa de réquiem con ciento veinte músicos. Viena permaneció muda.

La logia La Esperanza Coronada se limitó a una oración fúnebre, debida al hermano Karl Friedrich Hensler[143], tras una ceremonia de recepción:

Plugo al eterno Arquitecto del mundo arrancar a nuestra cadena fraternal uno de nuestros miembros más amados y más meritorios —deploró Hensler—. ¿Quién no ha conocido, quién no ha estimado, quién no ha amado a nuestro digno hermano Mozart? Hace sólo unas semanas estaba entre nosotros y glorificaba, con su encantadora música, la consagración de nuestro templo masónico. ¿Quién de nosotros podría haber supuesto que su existencia estaba tan cerca del fin? La muerte de Mozart supone una pérdida irremplazable para el arte. Era un celoso adepto de nuestra orden. Los principales rasgos de su carácter eran el amor a sus hermanos, un espíritu sociable, un permanente compromiso por la buena causa y la beneficencia, un sentimiento verdadero y profundo de satisfacción cuando podía ser útil, con su talento, a uno de sus hermanos. Era buen esposo, buen padre, amigo de sus amigos, hermano de sus hermanos. Sólo le faltaban tesoros para hacer felices a centenares de sus semejantes, como deseaba en su fuero interno.

Anton Stadler y los Jacquin solicitaron a la logia un generoso gesto para con la familia del músico, y se decidió publicar en la prensa el anuncio de una edición de lujo de la última cantata masónica de Mozart[144], seguida por el breve canto que acompañó la cadena de unión[145]) que clausuraba la Tenida. Se esperaban numerosas suscripciones[146], y el producto de la venta se entregaría a Constance.

Viena, marzo de 1792

—¿Quién será el sucesor de Leopoldo II, cuya muerte no me entristece en absoluto? —preguntó Stadler a Van Swieten.

—Francisco II, que tiene ahora veinticuatro años. ¡La francmasonería está condenada a desaparecer! Él y sus consejeros quieren transformar Austria en un Estado policial. Dentro de poco, todas las logias serán obligadas a cerrar sus puertas[147].