Viena, 20 de octubre de 1791
El foehn soplaba con violencia y la temperatura subió, de pronto, hasta los 18° C. Felices por salir de un duro período invernal, los vieneses invadieron los jardines públicos.
Bajo un suave sol de otoño, Wolfgang y Constance pasearon por las avenidas del Prater.
Con la tez pálida, apagada la mirada, el músico se vio obligado a sentarse en un banco.
—La composición de ese réquiem te deja agotado —estimó su esposa—. ¿No deberías descansar?
—Me relajo escribiendo una nueva cantata masónica a la que doy gran importancia. Ese réquiem me arrebata todas las fuerzas, tienes razón, y tengo muchas dificultades para avanzar.
—¡Eso no es propio de ti!
—Hay una explicación, pero dudo en dártela.
—Habla, te lo ruego.
—Estoy componiendo ese réquiem para mí mismo.
Constance apretó con mucha fuerza las manos de su marido.
—Aparta esas negras ideas, te destruyen.
—Sin duda me han envenenado —afirmó Wolfgang[119].
—¡Envenenado! ¿Quién, y con qué sustancia?
—Quién, lo ignoro. La sustancia creo conocerla: el acqua toffana un filtro inventado hacia 1500 por una criminal, Teofania di Adamo. Administrado durante un largo período, el tóxico actúa de modo insidioso y lleva ineluctablemente a la muerte. Los Iluminados de Baviera prometían eliminar a sus enemigos utilizando este veneno. Según algunos, he ido demasiado lejos al escribir La flauta mágica.
—Bueno, pues voy a hacer dos cosas —decretó Constance—: en primer lugar, quitarte la partitura del maldito réquiem; luego, consultar a un médico.
Viena, 21 de octubre de 1791
Mozart, protegido por aquel misterioso conde de Tebas… ¡Eso lo explicaba todo! Ex francmasón, Geytrand no negaba la existencia de los Superiores desconocidos. No eran superhombres ni espectros, sino iniciados a los Grandes Misterios. Iban de un país a otro y no arraigaban en ninguna parte. Si el tal Thamos era realmente un egipcio, procedía de la misma patria que el esoterismo y había influido profundamente en Ignaz von Born y en Mozart, proporcionándoles la sustancia para La flauta mágica.
Mientras el Superior desconocido permaneciese junto a Mozart, la desgracia no alcanzaría al músico que conseguiría salir de las situaciones más críticas. Disponía de un escudo invisible en el que se clavaban las flechas del destino.
Una cosa era prioritaria: encontrar el rastro del egipcio, detenerlo, envenenarlo y hacerlo desaparecer. Desprovisto de cualquier defensa, el compositor se convertiría entonces en una presa fácil.
Thamos disponía forzosamente de una o varias residencias vienesas, y de un laboratorio alquímico.
Geytrand acudió a casa de Von Born. La viuda del mineralogista y sus hijas respondieron de buena gana a sus preguntas. Sí, durante las semanas que precedieron su muerte, un personaje de imponente corpulencia había acompañado a Mozart para trabajar en el libreto de La flauta mágica. Se encerraban en el gabinete de trabajo de Von Born que, a pesar de la enfermedad y el sufrimiento, los recibía con júbilo.
¿Cómo se llamaba el enigmático visitante? Ellas lo ignoraban.
Decepcionado, Geytrand se dirigió a los distintos servicios administrativos.
Ni rastro de ningún conde de Tebas.
El egipcio utilizaba seudónimos y pasaba así a través de las mallas de la red. Sin duda tenía contactos en la corte. También allí debía de haberse guardado de facilitar el menor detalle sobre su persona y sus actividades.
Era un duro adversario, capaz de ser cochero por la mañana y aristócrata por la noche. Como todo Superior desconocido, se mostraba inaprensible porque no disponía de vínculos.
Pero existía uno, sin embargo, que tal vez provocaría su perdición: Mozart.
¿No favorecía Thamos el egipcio, desde hacía varios años, el crecimiento espiritual del músico, hasta permitirle escribir aquella Flauta mágica? ¿No le había formado, mes tras mes, para convertirlo en un Maestro capaz de dar un nuevo impulso a la francmasonería? ¡Por eso era tan peligroso Mozart! Lejos de ser un artista ordinario, disponía ahora de una envergadura espiritual digna del fundador de una orden.
Pero el nuevo templo no había sido edificado aún. Al suprimir a Thamos el egipcio, tras haberle sacado sus secretos, Geytrand impediría esa creación.
No obstante, había un importante problema: nunca un servicio de policía había echado mano a un Superior desconocido. Ciertamente, la Iglesia se había apoderado de Cagliostro, pero el mago, a pesar de ciertos poderes, no pertenecía a esa categoría.
¿Quién proporcionaría un asomo de pista si no algunos francmasones con los que Thamos había tratado durante las Tenidas?
Un candidato se imponía: el príncipe Karl von Lichnowsky, desprovisto de cualquier moralidad y en busca, siempre, de dinero fácil. Enemigo de Mozart, no resistiría el placer de hacerle daño una vez más. Gracias al expediente del conde de Pergen, por fuerza el príncipe se mostraría muy cooperativo.