Viena, 19 de octubre de 1791
No os acerquéis más a Mozart», me ordenó el conde de Pergen —reveló el barón Van Swieten a Thamos, que acababa de regresar de Praga.
—Una vez más, han sospechado que estabais en colusión con la francmasonería, y os han absuelto. El conde siente simpatía por vos desde siempre.
—¿Y Mozart?
—El éxito de La flauta mágica y sus proyectos masónicos despiertan la cólera del poder.
—Debería abandonar Viena y dirigirse a Londres —estimó Van Swieten.
—Esa es también mi opinión, pero acaba de tener un segundo hijo y la salud de su mujer es frágil. Su prioridad es fundar una nueva orden iniciática.
—¿No se trata de una utopía?
—Las utopías no conducen a nada. La iniciación, en cambio, es un camino hacia la Luz. ¿Por qué concierne a tan pocos seres humanos, cuando abre los ojos a lo invisible y conduce a la serenidad? Sin duda porque nuestra especie prefiere la guerra, el odio y la destrucción. Y, además, ¡son tan confortables las religiones! El creyente posee la verdad absoluta y la impone a los demás, matando sí es necesario. ¿Qué representa un Mozart en este océano de estupidez e intolerancia? A mi entender, lo esencial: un soplo de libertad y de esperanza.
Viena, 19 de octubre de 1791
A circunstancias excepcionales, Tenida excepcional. De regreso en su casa, con su familia, el 17, Wolfgang consultó a Thamos antes de dirigirse a la logia La Esperanza Coronada que, aquella noche, reunía sólo a un pequeño número de hermanos con el grado de Maestro.
El egipcio no le ocultó nada al compositor. Por una parte, los francmasones de Praga carecían del valor necesario para participar en la creación de La Gruta; por otra parte, el mensaje iniciático de La flauta mágica disgustaba a la Iglesia, al emperador, a la policía y la propia francmasonería.
—No ve razón alguna para renunciar —concluyó Wolfgang.
—Sólo Anton Stadler acepta proseguir.
—¡No olvidemos a nuestra hermana Thun! Ella conoce a mujeres deseosas de vivir la iniciación. Nos toca convencer a nuestros vacilantes hermanos.
Thamos no intentó enfriar el entusiasmo de Mozart. ¿Acaso la fe no movía montañas?
La Tenida se desarrolló en un clima tenso. Puesto que los argumentos de Wolfgang no parecían convencer demasiado, el egipcio intervino. Recordó los orígenes de la Tradición, la lucha permanente que los iniciados debían librar contra las tinieblas y la necesidad de sacar a la francmasonería vienesa de aquel bache, devolviéndole un verdadero ideal.
Durante el banquete, se hicieron numerosas preguntas, y se acordó volver sobre muchos temas durante una próxima Tenida y hacer más preciso el proyecto.
Viena, 20 de octubre de 1791
—El arzobispo de Viena me ha pedido que hablara con vos —dijo el francmasón de la logia La Esperanza Coronada al conde de Pergen—. He aceptado, con la condición de que mi nombre no sea nunca mencionado.
—No lo conozco —mintió Joseph Anton—, y no quiero saberlo. ¿Qué tenéis que revelarme?
El hermano infiltrado en la logia para informar a la Iglesia habló de las inquietantes palabras de Mozart.
—Nuestra francmasonería no le basta. La flauta mágica es una especie de programa iniciático que quiere llevar a la práctica.
—¿Dispone de apoyos serios?
—A decir verdad, sólo dos hermanos lo alientan. El primero es el clarinetista Anton Stadler, un viejo amigo cuya capacidad de acción me parece reducida. Es padre de ocho hijos y vive a costa de Mozart.
—¿Y el segundo?
—Un extraño personaje, el conde de Tebas. Sin estar inscrito formalmente en una logia, las frecuenta todas y recorre Europa. Según algunos espíritus débiles, como el conde de Thun, se trataría de un Superior desconocido, con el encargo de orientar una élite hacia la Luz suprema.
—¿Conocéis su dirección?
—Por desgracia, no. El conde de Tebas parece poseer una inmensa fortuna obtenida gracias a sus trabajos alquímicos.
—En ese caso —observó Anton—, podría ayudar a Mozart a concretar su sueño.
—Eso me temo.
—¿Hay más detalles sobre ese hermano?
—También le llaman Thamos, y los místicos afirman que protege mágicamente a Mozart de la adversidad.
—Me habéis sido muy útil. Saludad de mi parte a su eminencia.
En cuanto el francmasón se hubo marchado, Geytrand apartó la cortina tras la que se ocultaba.
—Apasionante entrevista —afirmó Joseph Anton.
—Comienzo a comprender algunos puntos oscuros, especialmente las agresiones contra nuestros agentes encargados de vigilar a Mozart. Hace ya mucho tiempo que sospechaba la intervención de un misterioso protector, pero no había conseguido identificarlo. De modo que sería el tal Thamos el egipcio, conde de Tebas.
—No corramos demasiado, mi buen amigo. Los chismes del espía del arzobispo tal vez sean menos creíbles de lo que parecen.
—Estoy impaciente por verificarlo.