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Viena, 1 de octubre de 1791

El hermano Karl Ludwig Giesecke, regidor de escena e intérprete, a la vez, del primer esclavo de La flauta mágica, estaba asombrado por la magnitud del éxito. Durante la segunda representación, que Mozart había aceptado dirigir, de nuevo una sala repleta y llena de entusiasmo.

—¡Lo sabía! —proclamó Schikaneder, que obtenía un éxito personal interpretando el papel de Papageno con mucha mímica—. Ni por un momento dudé del éxito. Buen trabajo, hermano Giesecke.

El regidor levantó la cabeza.

—En cambio —prosiguió Schikaneder—, estoy mucho menos satisfecho de tus recientes declaraciones.

—No… no comprendo.

—¡Vamos, vamos, no te hagas el imbécil! Eres un intelectual cultivado, apasionado por la mineralogía como Von Born, y no te vas a quedar siempre en el medio teatral. Pero ésta no es razón para afirmar que has escrito el libreto de La flauta mágica. Nuestro hermano Mozart es el único autor, aunque me haya permitido firmarlo. De modo que menos mentiras y mantente en tu lugar.

«Schikaneder tiene razón —pensó Giesecke—, no pasaré el resto de mi vida en este medio[115]

Viena, 2 de octubre de 1791

Antonio Salieri estaba abatido.

Ciertamente, el público del teatro Auf der Wieden no podía compararse con el del Burgtheater, y ni la aristocracia ni la crítica cubrirían de alabanzas a Mozart. Sin embargo, el éxito coronaba, en efecto, La flauta mágica, hasta el punto de que iba a representarse durante todo el mes de octubre. Y algunos aficionados la calificaban de obra maestra.

Mozart… ¡Ese nombre se le hacía insoportable! Si la sustancia indetectable no resultaba eficaz, el renombre de aquel maldito genio no dejaría de aumentar y ridiculizaría a la totalidad de sus colegas, incapaces de igualarlo.

Viena, 2 de octubre de 1791

—¿Un gran éxito, decís? —se asombró el arzobispo de Viena.

—Por desgracia, sí, eminencia —respondió su secretario—. La flauta mágica despierta el fervor popular.

—El populacho… ¿Qué importancia tiene eso?

—Este triunfo le supondrá a Mozart una importante suma de dinero y le asegurará una independencia total. Y algunos francmasones comienzan a desconfiar de él.

—¿Por qué razón?

—¡La tesis de esa ópera es revolucionaria! Por una parte, es un regreso al paganismo, con la apología de los misterios de Isis y Osiris, por otra parte, se asiste a la iniciación de una mujer, que se convierte en la igual del hombre.

—Mozart va muy lejos, en efecto —advirtió el arzobispo—. Demasiado lejos…

—Y eso no es todo, eminencia. Según algunas indiscreciones, desea crear una nueva orden, basada en las revelaciones de La flauta mágica.

—¡Las mujeres serían admitidas, pues!

—Desempeñarían, incluso, un papel esencial. Los hermanos seguirían el camino tradicional (Aprendiz, Compañero, Maestro), y las hermanas avanzarían de acuerdo con rituales específicos, sacados de Egipto y de la Edad Media. Luego, los iniciados se reunirían en lo alto para celebrar el matrimonio alquímico.

—¡Es un desafío lanzado a la Iglesia! Defender la existencia de una espiritualidad femenina puede llevar a los peores desórdenes, ya que ninguna mujer puede ser ordenada y sustituir a un sacerdote. Todas deben someterse al hombre. Quien se oponga a esta ley intangible será severamente castigado.

—Son palabras del Evangelio, eminencia.

—Mozart merece el castigo supremo por injuriar al Altísimo. Dejémonos de chácharas y haced algo.

Viena, 2 de octubre de 1791

La flauta mágica es un éxito, señor conde —dijo Geytrand, consternado—. La crítica desaprueba al público, pero el teatro está de bote en bote todas las noches; las noticias que corren de boca en boca van a toda prisa.

Joseph Anton se permitió tomar un vasito de licor de ciruelas.

—De modo que, con su ópera más abiertamente iniciática, Mozart consigue conmover todos los corazones, y muchos verán en ello la victoria del bien sobre el mal. ¿No es eso lo esencial, a fin de cuentas? Hoy, Mozart se equivoca. El bien es la revolución, la violencia la corrupción y la injusticia; el mal es la armonía, la rectitud y el respeto por la vida. Ese músico procede de otro tiempo y otro planeta Nadie se adherirá a su visión irreal.

—Mozart se convierte en un autor popular —añadió Geytrand—. Si sigue gustando y seduciendo a un vasto público, sus ideas tomarán una temible amplitud.

—Lo sé desde hace mucho tiempo —masculló Joseph Anton—, desde que abrí un expediente con su nombre.

—¿Habrá que actuar de modo brutal, señor conde?

—De ningún modo, mi buen amigo. Aunque exija todavía algunas semanas, nuestra estrategia de desgaste me parece excelente. Además, nuestros diversos aliados no permanecen, sin duda, con los brazos cruzados.

Geytrand recuperó la sonrisa.

—Realmente, Mozart no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir.