Praga, 6 de septiembre de 1791
Estáis muy pálido, querido Mozart —observó Salieri.
Sólo un poco cansado.
—La clemencia de Tito terminada en un tiempo récord… ¡Qué hazaña! Espero de todo corazón que vuestra ópera guste al emperador. ¡Un gran día para él! Y me enorgullece dirigir el programa de música religiosa que acompañará la ceremonia de la coronación. Para probar a su majestad el excelente entendimiento que reina entre los músicos de su corte, he seleccionado dos de vuestras obras, una misa y un motete[109].
—Delicada atención, os lo agradezco.
¡Aquel motete era un arreglo del primer coro de Thamos, rey de Egipto! Evidentemente, Salieri indicaba así que no ignoraba los compromisos iniciáticos de su colega y que no los desaprobaba.
Praga, 6 de septiembre de 1791
El arzobispo de Praga desnudó el hombro izquierdo del emperador y lo ungió con los santos óleos. Luego lo frotó con pan y sal, antes de ofrecer a Leopoldo la corona de san Wenceslao, el cetro y la bola dorada, símbolo del universo sobre el que debía reinar. Le ciñó a la cintura la espada ritual.
Pronunciados los votos solemnes, el sonido de los timbales y las trompetas llenó la catedral de San Guido. Fuera, los cañonazos anunciaban la feliz coronación del nuevo rey de Bohemia.
Praga, 6 de septiembre de 1791
A las siete y media de la tarde, en el Teatro Nacional de Praga, la corte asistió al estreno de La clemencia de Tito[110], ópera seria en dos actos de Mozart.
Para los privilegiados que habían tenido la suerte de encontrar una plaza, la entrada era gratuita.
Seria, severa incluso, la obra ponía de manifiesto la grandeza de alma del emperador Tito. En vez de castigar cruelmente a sus enemigos, les concedía su perdón.
María Luisa de España detestó aquel austero drama, al que calificó de porcheria terdesca, «porquería alemana». Sólo le gustó la brillantísima interpretación de Anton Stadler, con el cor de basset y el clarinete.
Poco entusiasmado también, el emperador recibió en su palco al conde Rottenham, visiblemente contrariado.
—He hecho una investigación sobre las logias masónicas de Praga, majestad, y sospecho que Amor y Verdad es un refugio de iluminados. Aunque su orden fue oficialmente disuelta, siguen difundiendo sus perniciosas ideas por medio del canal de la francmasonería. Y Mozart es su cabecilla oculto.
—¿Tenéis pruebas de ello?
—Mozart, discípulo de Ignaz von Born, iluminado y francmasón disidente, sigue un camino idéntico. El 9 de septiembre, una logia le rendirá honores masónicos como homenaje a su acción y su pensamiento, que va a plasmar en su nueva ópera, La flauta mágica No hay que subestimar a ese músico, majestad. Lo creo capaz de conquistar, a la vez, Viena y Praga, y de utilizar su fama para seducir a un vasto público. Con esta Clemencia de Tito, espera amansaros.
—Dicho de otro modo —concluyó el emperador—, he sido engañado.
—En efecto, majestad. Me parece indispensable impedir que Mozart siga haciendo daño.
—Vuestra opinión corrobora la de uno de mis consejeros, el conde de Pergen, el mejor especialista en francmasonería. Actuaremos, pues, en consecuencia.
Praga, 7 de septiembre de 1791
Desde la ventana de su habitación, Mozart contemplaba la campiña. La villa de sus amigos Duschek parecía un pequeño paraíso donde debería haber olvidado sus preocupaciones. Pero las de Wolfgang eran demasiado graves.
—Fracaso total —le dijo a Constance.
—No seas exagerado. ¡Tu obra, representada ante la pareja imperial, es un buen paso adelante!
—Desengáñate, querida. La emperatriz dijo palabras muy duras y el emperador no formuló el menor cumplido. Por lo que al público de Praga se refiere, está desconcertado ante una música demasiado austera, vuelta hacia el antiguo estilo y tan alejada de Las bodas de Fígaro.
—¿La apología del generoso Tito no sedujo a Leopoldo II?
—Al contrario, la ha considerado una provocación. ¿No habré intentado yo, el francmasón sospechoso, lavar mis errores?
Praga, 9 de septiembre de 1791
—Unos admiradores desean verte —le dijo Thamos a Wolfgang.
El egipcio lo condujo al cementerio judío de Beth-Khayim, «la Casa de Vida», donde lo aguardaban una decena de cabalistas.
Juntos, recorrieron ese lugar habitado por los pensamientos de aquellos que, a lo largo de toda su existencia, habían buscado una de las formas de la sabiduría.
Su decano tomó las manos de Mozart.
—La nada no hace ya presa en vos. Vuestra creación supera el tiempo y el espacio. A los iniciados les corresponde prolongar la obra del Creador y vos cumplís ese deber con toda vuestra alma.
Los cabalistas desaparecieron, Mozart se quedó solo en un extraño silencio, a media distancia del cielo y de la tierra. En él brotaron las melodías de un concierto para clarinete que ofrecería a las logias de La Gruta.
Praga, 12 de septiembre de 1791
En cuanto Mozart cruzó el umbral de la logia La Verdad y la Unión, el conde de Canal fue a su encuentro y lo saludó ritualmente.
Los hermanos entonaron la cantata de Mozart consagrada a la alegría de la iniciación[111], compuesta en 1785 a la gloria de su maestro, Ignaz von Born.
Esa noche, él era el homenajeado con su propia música.
Thamos acompañó al Gran Mago hasta el Oriente.
—Te corresponde, hermano Wolfgang, transmitir la Sabiduría, objetivo y secreto de nuestra orden.
Sobreponiéndose a su emoción, el músico hizo el elogio de Von Born, evocó luego el tema central de La flauta mágica, las bodas alquímicas del rey y de la reina.
Thamos sintió el entusiasmo de unos y el escepticismo de otros. Sin embargo, la iniciación renacía.