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Viena, 26 de junio de 1791

La mujer de Mozart está tomando baños curativos en Badén —le comunicó Geytrand a Joseph Anton—. Él acude de vez en cuando, sigue frecuentando su logia, aunque no va tan a menudo a casa de Von Born. O el estado de salud del Venerable se agrava o su trabajo en común está a punto de terminar.

—¡Me temo lo peor, mi buen amigo! Por lo que se refiere a las noticias procedentes de Francia, son catastróficas. Ante la expansión de la locura revolucionaria, Luis XVI intentó abandonar su país. Lamentablemente, lo detuvieron en Varennes-en-Argonne. Negándose a utilizar la fuerza, se entregó atado de pies y manos a los fanáticos que devolvieron a París el coche mortuorio de la monarquía. Una multitud furiosa amenazó a la pareja real con las peores sevicias, acusándola de pactar con los enemigos de la Revolución. Un desastre se avecina, Geytrand. Antes o después, los doctrinarios exigirán la ejecución del rey y la reina, sembrarán un sangriento terror y lo extenderán a toda Europa. Y he aquí el insoportable desorden que predican Mozart y sus amigos francmasones.

Geytrand tosió.

—Según nuestros informadores, señor conde, Mozart no siente simpatía alguna por la Revolución francesa.

—Pues lo acusaremos de complicidad. Así el emperador lo considerará un personaje peligroso.

Viena, 26 de junio de 1791

Ciertamente, Mozart no negociaba con los pianistas[100] a causa de un regreso a las creencias, sino porque pensaba confiar a esa comunidad religiosa, más bien estricta, la educación de Karl Thomas, cuya escasa obediencia le preocupaba. Aquel pilluelo hacía lo que quería, y sólo una estricta disciplina lo mantendría en el buen camino. El porvenir de su hijo dependía de una enseñanza de calidad, fueran cuales fuesen los gastos.

Wolfgang pidió a Constance que le enviara los dos trajes de verano, el blanco y el pardo. Una recomendación: tomar baños sólo un día de cada dos, y sólo una hora. La mejor solución consistía en no bañarse del todo, a la espera de que él regresara a su lado.

Thamos llevó a Mozart a la casa de Von Born, que guardaba cama.

—La situación francesa se agrava día tras día —declaró el egipcio—. La familia real está prisionera de los revolucionarios, se sospecha que los francmasones apoyan a los jacobinos y preparan la revolución en Alemania.

—Dicho de otro modo —estimó Von Born—, es el peor momento para estrenar La flauta mágica. Al poner de manifiesto la iniciación, nuestro hermano Mozart se arriesga a sufrir graves represalias.

—Venerable Maestro —afirmó Wolfgang—, eso me importa un pimiento. Ha llegado el momento de formular lo que hemos percibido.

—Sé consciente del peligro —le recomendó Von Born— tú serás acusado de defender la orden masónica.

Mozart sonrió.

—No merezco ese honor, pero intentaré mostrarme digno de él.

Viena, 2 de julio de 1791

Thamos presentó a varios francmasones ingleses a Mozart. Deseaban conocer a un artista que, a pesar de las múltiples sospechas con respecto a la orden y el fortalecimiento de la vigilancia policial, no vacilaba en demostrar su pertenencia a ella.

—¿No deberíais venir a Londres? —sugirió uno de los visitantes—. Allí os expresaríais con total libertad y tendríais un éxito brillante.

—No abandonaré a mis hermanos en plena tormenta. Conseguiremos convencer al emperador de la utilidad de la masonería y de la nobleza de su ideal.

—¿Acaso no sois demasiado… optimista?

—¿No bastan sólo algunos seres decididos para conseguir lo imposible?

—No seáis imprudente, hermano Mozart. Londres os aguarda.

Gracias a los dos servicios de correo diarios entre Viena y Badén, Wolfgang mantenía una fácil correspondencia con Constance.

Te ruego que le digas a Süssmayr, ese torpe, que me mande mi partitura del primer acto para que pueda hacer la instrumentación. Sería bueno que enviara el paquete hoy mismo, de modo que salga mañana por la mañana en el primer coche; así lo tendré a mediodía. Aunque todo vaya de través, sólo me preocupa una cosa: que tú estés bien. Entonces, todo me está bien.

Viena, 3 de julio de 1791

—Mi querido hermano —le dijo Schikaneder a Wolfgang—, pongo a vuestra disposición un pequeño chalet en el jardín cercano al teatro donde se representará nuestra Flauta mágica. El lugar es encantador y muy tranquilo. En su interior hay una mesa, una silla, papel pautado y tinta a voluntad. Los miembros de la compañía os alentarán y os llevarán comida y bebida.

Se sucedieron así Franz-Xaver Gerl, el futuro Sarastro, casado con la intérprete de Papagena; Josepha Hofer, hermana de Constance y Reina de la Noche; la señorita Gottlieb, una jovencísima Pamina, y Schack, un altivo Tamino cuya esposa sería la tercera Dama.

Muy unidos, los cantantes descubrían con pasión aquella nueva ópera. Durante una pausa, Wolfgang recomendó en una carta a Constance que bebiera vino, sano y a buen precio, pues el agua era realmente muy mala.

Puchberg le comunicó que acababa de vender unas partituras al hermano Franz Deyerkauf, marchante de música en Graz, Estiria, y gran admirador de la obra de Mozart, a cuya gloria pensaba erigir un monumento en su jardín.

Al día siguiente, Wolfgang mandó tres florines a Constance, y veinticinco dos días después. El trabajo avanzaba bien. Visitó al barón Wetzlar, hombre de negocios que lo ayudaría a resolver sus últimas dificultades financieras.

En cuanto todo esté arreglado —le confió a su esposa—, estaré junto a ti. He decidido descansar en tus brazos, y lo necesitaré, pues las preocupaciones, la ansiedad y las idas y venidas me fatigan bastante.