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Viena, 1 de mayo de 1791

La economía de la familia Mozart mejoraba día tras día. A pesar de sus deudas, seguían siendo elegantes, comían hasta saciarse y se cuidaban tanto como podían.

El alquiler era pagado puntualmente y todos, incluido Gaukerl, gozaban de la comodidad de un apartamento bastante amplio. Oponiéndose a cualquier gasto irreflexivo, la dueña de la casa comenzaba a pagar a algunos acreedores. Ciertamente, a Wolfgang no le gustaba demasiado componer minuetos, danzas y contradanzas, una música de gran consumo, pero cumplía con rigor esta función oficial, que le proporcionaba un indispensable salario, al que se añadían las rentas de las publicaciones y las lecciones.

Y aquella Flauta mágica, culminación de todos sus sueños de músico y de francmasón, iba perfilándose. Finalmente, la visión de Thamos, rey de Egipto se concretaba. Un director de escena iniciado, un teatro, una compañía, un libreto ideal… quizá, esta vez, el éxito acudiría a la cita.

La flauta mágica, acto primero, escenas de la nueve a la quince

Gracias al elixir de Thamos, Ignaz von Born soportaba mejor el sufrimiento y no dejaba de pensar en el desarrollo ritual de La flauta mágica.

—He aquí el dominio de Sarastro —anunció el compositor—. Ignora que uno de sus servidores, el moro Monostatos, de alma y piel negras, es un traidor y un perverso. En vez de velar por la preciosa Pamina, porvenir de la iniciación femenina, la desea y quiere someterla por la fuerza.

—Hemos conocido a algunos traidores —recordó el egipcio—. ¿Quién será tu modelo?

—Solimán el Africano. Abandonó Viena para reunirse con los revolucionarios franceses y combatir a sus antiguos hermanos. En italiano, solimena significa «el que se mantiene solo», dicho de otro modo, Monostatos en griego.

—Pensemos en otro miserable, Leopold-Aloys Hoffmann. Ex secretario de la logia La Beneficencia, se encargó muy mal de tu candidatura antes de traicionar a iluminados y francmasones.

—¿Pamina no intenta escapar? —preguntó Von Born.

—Monostatos vuelve a alcanzarla, y sus esclavos la devuelven encadenada. Entonces se desmaya frente a su torturador, que la amenaza. ¡Y Papageno la salva topando con Monostatos! Asustándose el uno al otro, ambos huyen. Pamina despierta de la muerte. El primer ser que encuentra en su nueva vida es… Papageno, el enviado de la Reina de la Noche, su querida madre a la que tanto querría volver a ver. Examinando su retrato, que ha suscitado el amor de Tamino, Papageno se asegura de que se trate, en efecto, de Pamina. Entonces, le revela que aquel príncipe está enamorado de ella.

—El acontecimiento se produce poco antes de mediodía, la hora simbólica de la Apertura de los trabajos de la logia —precisó Von Born—. Así comienza la iniciación de Pamina a los Grandes Misterios.

—Papageno se lamenta de la ausencia de una Papagena, Pamina espera ser muy pronto liberada por Tamino. Juntos, cantan un himno al amor, que actúa constantemente en el círculo de la naturaleza. ¿Acaso una verdadera pareja no alcanza la divinidad?

—Todavía estamos lejos de ese ideal —observó Thamos—, pues Tamino debe sufrir numerosas pruebas. Recomendándole que sea perseverante, paciente y secreto, los tres muchachos celestiales lo conducen ante tres puertas. Cuando intenta abrir las del templo de la Razón y de la Naturaleza, una voz grita: «¡Atrás!» Sólo puede llamar a la puerta del templo del centro, el de la Sabiduría. Aparece un sacerdote de edad avanzada y le espeta la verdad: no son el amor y la virtud los que guían a Tamino, sino la muerte y la venganza.

—El príncipe considera a Sarastro la encarnación del mal —prosigue Mozart—. Por tanto, si gobierna el templo de la Sabiduría, todo es falsedad e hipocresía. Afirmándole que una mujer charlatana lo ha engañado con respecto a Sarastro, el sacerdote admite que este último arrebató a Pamina de los brazos de su madre. Pero debe respetar el silencio, y se niega a decirle nada más. Las tinieblas se disiparán si la mano de la amistad lleva a Tamino hasta el santuario. «¿Cuándo me iluminará la luz?», se angustia él.

—«¡Muy pronto o nunca!», responde el coro de los iniciados —indicó Von Born—. Y les revela que Pamina está viva. Tocando su flauta, Tamino hechiza a los animales salvajes, pero la mujer amada, en cambio, no lo oye. ¿Lo llevará la música hasta Pamina?

Viena, 2 de mayo de 1791

Johann Hunczowsky, profesor de ginecología, cirujano y francmasón, estaba muy satisfecho con su reciente ascenso. Había sido nombrado cirujano personal de Leopoldo II, y se convertía así en una de las altas personalidades de la capital.

Tenía atravesadas las violentas críticas del hermano Mozart, tras la muerte accidental de su hija Anna-Maria que sólo había vivido una hora. ¿Cómo se atrevía a acusarlo, a él, un especialista de renombre, de haber cometido un imperdonable error?

—Felicidades —le dijo el arzobispo de Viena—. Profesor, merecéis la confianza de nuestro soberano.

—Gracias por recibirme, eminencia. A pesar de mi pertenencia a una sociedad secreta que vos no apreciáis demasiado, quiero aseguraros mi fe cristiana y mi absoluto respeto. Gracias a vos, la conciencia moral de Viena sigue siendo inquebrantable. Desgraciadamente, no todos los francmasones comparten mis sentimientos y algunos se atreven, incluso, a criticar a nuestra santa Iglesia.

—Vuestras palabras me preocupan, hijo mío. ¿Lucháis vos contra tan deplorable tendencia?

—Contad conmigo, eminencia, y no mostréis indulgencia alguna con ciertos cabecillas cuyas ideas subversivas amenazan nuestra sociedad.

—¿Pensáis en alguien en especial?

—Me ponéis en un aprieto.

—Dios os ordena hablar, hijo mío.

—Ignaz von Born llevaba a las logias por un mal camino. Hoy en día está muy enfermo y privado de todo poder masónico. En cambio, su principal discípulo, Mozart, sigue siendo un elemento activo y desarrolla las ideas paganas de su maestro. Un individuo muy peligroso, a mi entender.

Con rostro untuoso, el arzobispo lanzaba sapos y culebras. ¡Mozart, siempre él! La cólera divina tendría que desencadenarse, y su papel era ayudarla a golpear con acierto.

Ex ministro de la Policía y principal adversario de los francmasones, ¿proseguía su cruzada el conde de Pergen? De ser así, él sabría encontrar los medios apropiados.