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La flauta mágica, primer acto, escenas tres y cuatro

Papageno había alardeado de haber estrangulado a la serpiente —recordó Wolfgang—, y las tres Damas restablecen la verdad. Con los rostros siempre ocultos, ofrecen al presuntuoso, de parte de la Reina de la Noche, agua pura en vez de vino y una piedra en vez de pastel. La tercera Dama sustituye los dulces higos, símbolo de la multiplicidad fecunda, por un candado de oro y cierra la boca a Papageno. Apliquemos ese castigo a los charlatanes y a los pretenciosos, y la existencia será más agradable.

—Ese candado se refiere al secreto de la Obra alquímica —precisó Von Born—. Papageno, encarnación del agente que vincula los elementos, no puede y no debe transmitirlo.

—Las tres Damas entregan a Tamino un medallón que le envía la Reina de la Noche. En su interior está el retrato de su hija. Si esa maravillosa muchacha no le es indiferente, conocerá la felicidad, el honor y la gloria. Tamino siente de inmediato un amor que no es de este inundo. No está contemplando una mujer, sino una imagen divina, nunca ofrecida a las miradas de un mortal. Mágicamente hechizado, desea consumar una eterna unión.

—Esta visión de Isis nos lleva más allá del grado de Maestro —prosiguió Von Born—. Henos aquí en el umbral del Arte real, precisamente cuando el hermano toma conciencia de la importancia de la hermana, cuando el futuro rey se dirige hacia la futura reina para formar de nuevo la unidad primordial.

Viena, 28 de abril de 1791

La víspera, Wolfgang había participado en un nuevo concierto en casa del hermano Von Greiner, al que había sido invitado Puchberg, que seguía sintiendo verdadera pasión por aquellas deliciosas veladas.

Cuando estaba escribiendo la continuación de La flauta, Constance entró en su gabinete de trabajo con una carta en la mano.

—Viene de la municipalidad.

—El puesto en la catedral… ¿Nos sonreirá la suerte?

Wolfgang abrió la misiva.

La decepción dejó paso a la esperanza.

—La municipalidad ha rechazado mi petición.

—No te desanimes, querido. Tu proyecto de ópera te entusiasma tanto que este incidente no debe desalentarte.

—Tranquilízate, llegaré hasta el final. ¡Y que se fastidie el órgano de la catedral!

La flauta mágica, primer acto, escenas de la cinco a la ocho

Ignaz von Born quería olvidar su sufrimiento y seguir trabajando en el libreto de La flauta. Sus días estaban ya contados, no escuchaba a su médico ni a los suyos, que lo incitaban a descansar.

—Tras el despertar del amor iniciático, vinculado a la vigilancia —dijo Mozart—, el príncipe Tamino recibe de las tres Damas la segunda calidad fundamental, indispensable para el iniciado: la perseverancia. Le comunican que la Reina de la Noche le confía el deber de salvar a su hija Pamina, el modelo del retrato cuyo nombre descubre así. Mientras meditaba en un bosque de cipreses, en vísperas de una ceremonia de iniciación, fue raptada por un demonio. Pero nada, ni siquiera la violencia, podría arrastrarla hacia el vicio.

—Puesto que Tamino se compromete a liberar a su amada —intervino Thamos—, la Reina de la Noche aparece con el estruendo del trueno.

—Las montañas se abren y dan paso a una sala suntuosa —indicó Mozart—. Sentada en un trono adornado con estrellas transparentes, la soberana convence a Tamino de que salve a su hija. Liberada, será suya eternamente. Tamino, fascinado, implora a los dioses que le den el valor necesario. Las tres Damas regresan y quitan el candado que cerraba los labios de Papageno, indultado por la Reina de la Noche. Promete no mentir nunca más y juntos formulan un voto: si se colocara un candado semejante en la boca de todos los mentirosos, el amor y los vínculos fraternos sustituirían al odio, la calumnia y la hiel.

—Las sirvientas de la Reina de la Noche cumplen otra misión: entregar a Tamino una flauta de oro. Le protegerá de la desgracia, le permitirá actuar con omnipotencia y transformar las pasiones humanas multiplicando la felicidad y la alegría.

—¡Esta flauta, más valiosa que el oro y las coronas! —añadió Thamos—, es la regla de los iniciados.

—A Papageno, a quien ordena que se convierta en el servidor de Tamino y vaya al castillo de Sarastro —prosiguió Mozart—, las tres Damas le entregan otro objeto mágico: un carillón formado por campanillas.

—La soberana de las tinieblas ofrece sus principales tesoros a ambos hombres, porque cree haberlos convertido —dijo Thamos—. ¿No los utilizarán para eliminar al Venerable Sarastro y arrancar a Pamina de la vía iniciática? Rechazada, excluida del templo, la Reina de la Noche sólo tiene un objetivo: destruirlo.

¿Cómo encontrar el castillo?, preguntan Tamino y Papageno a las tres Damas. Incapaces de guiarlos, confían a los dos viajeros a otra temeridad, de naturaleza celestial y luminosa, formada por tres sabios muchachos cuyos consejos tendrán que escuchar.

—¿La Reina de la Noche no desea su venganza? —preguntó Von Born—. Muy pronto, la comunidad de los iniciados en los misterios de Osiris y de Isis será decapitada.