Viena, 5 de marzo de 1791
Gracias por recibirme, majestad —dijo Lorenzo da Ponte con su voz más untuosa, haciendo una gran reverencia ante Leopoldo II—. Estoy por completo a vuestro servicio y os prometo escribir libretos de ópera muy divertidos.
—Vuestra pluma no es siempre tan… divertida. No me gustan vuestros panfletos ni vuestras críticas. Por consiguiente, ya no formáis parte del personal de la corte.
—¡Intentan perjudicarme, majestad! Os aseguro mi fidelidad, yo…
—¡Salid!
Ante la fría cólera del emperador, Da Ponte no insistió. ¿Cómo iba a recuperar su confianza?
En plena jaqueca, recibió la visita de Mozart.
—Una catástrofe —reveló el abate—. ¡Leopoldo II me ha despedido! Salieri está detrás de todo esto y quiere eliminarme. Pero lucharé. ¡Nadie tiene derecho a pisotear así a Lorenzo da Ponte!
Era inútil pensar en una nueva colaboración con el abate, pensó Mozart, puesto que en adelante consagraría su tiempo a intentar reconquistar su puesto. Como Thamos había predicho, tendría que encontrar un nuevo libretista.
Viena, 6 de marzo de 1791
A pesar del sufrimiento y la fatiga que lo obligaban a no salir de su habitación, al Venerable Ignaz von Born le satisfizo recibir a Mozart y a Thamos. Les enseñó la carta de felicitación del francmasón americano Benjamín Franklin, referente a su estudio Los misterios egipcios.
—He decidido consagrar una ópera a los misterios de Isis y Osiris —anunció Mozart.
—¡Qué extraordinario proyecto! ¿Eres consciente de sus riesgos? Para las autoridades y la policía, te convertirás en un temible propagandista. La Iglesia te acusará de paganismo, la francmasonería de romper la regla del silencio. Algunos te envidiarán por haber llegado tan lejos en la vía de la iniciación, otros te reprocharán que concedas un lugar demasiado importante a la mujer.
—«Cuando se construye la Casa», me fue revelado, «cuando el varón y la hembra están unidos, entonces la piedra es perfecta[72].» La francmasonería ha olvidado la vital necesidad de la iniciación femenina[73], y ha llegado el momento de restablecer la armonía.
—Realmente corres un gran peligro —insistió Von Born—. En el clima actual, trastornar así las instituciones te supondrá las peores enemistades.
—No importa, pues vamos a construir un templo donde se efectúen los trabajos que revelarán el gran secreto y ofrecerán la verdadera luz de Oriente[74].
—La Gran Obra, la unión del Rey y de la Reina, la iniciación de la pareja real más allá de los tres grados —murmuró Von Born—. ¡Así transmitirás el propio corazón de los Grandes Misterios!
—¿Aceptáis trabajar conmigo?
—Tanto como mis fuerzas me lo permitan. Así que no nos demoremos.
Inspirándose en textos diversos[75], Wolfgang había puesto él mismo las bases de un libreto[76].
—He elegido, como título, La flauta mágica[77]. Ese instrumento extraordinario, hecho con la madera más profunda de una encina milenaria durante una monstruosa tormenta que vio el desencadenamiento del fuego celestial, será el símbolo de la Regla. Tocarla permite apaciguar el salvajismo de los hombres y de los animales, y dominar la violencia. Gracias a ella, el Hombre y la Mujer vivirán juntos los Grandes Misterios.
—¿Has escogido un libretista?
—Es imposible recurrir a Da Ponte; he pensado en el hermano Schikaneder por varias razones. En primer lugar, está apegado al ideal masónico y sabrá comprender mis exigencias; luego, es un excelente profesional y hará una puesta en escena de acuerdo con mis deseos; finalmente, dispone de una compañía veterana y de un teatro que pertenece a mi hermano y amigo Joseph von Bauemfeld. Ciertamente, es una sala de los arrabales frecuentada por un público popular. ¿Por qué despreciarlo? Tal vez se muestre más receptivo que la aristocracia vienesa, ¡tan superficial! Gracias a Schikaneder, haré realidad mi misión.
—Excelente elección —aprobó Ignaz Von Born—. Y nuestro her mano Alberti publicará el libreto.
—A diferencia de las tres óperas consagradas al Aprendizaje, al Compañerismo y a la Maestría —añadió Wolfgang—, este texto no se redactará en italiano, sino en alemán. Y los recitativos serán hablados, no cantados.
El Venerable bebió un trago de la poción que había preparado Thamos. Aliviaba el dolor y prolongaba su existencia en algunas semanas, algunos meses incluso. Alquimista experimentado, Von Born sabía que su final estaba próximo y le alegraba participar en la Gran Obra de su discípulo.
Por lo que a Thamos se refiere, vivía una emoción de una intensidad comparable a la que había compartido con sus hermanos en su monasterio del Alto Egipto, antes de que éste fuera destruido por los fanáticos musulmanes. Desde la identificación del Gran Mago, se había recorrido un largo camino, hasta el umbral de ese templo de los sacerdotes y las sacerdotisas del sol que iba a levantarse, nota tras nota.