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Viena, 1 de febrero de 1791

Inquietos, miedosos o sintiéndose amenazados, numerosos hermanos abandonaban La Esperanza Coronada, cuyos efectivos se reducían mes tras mes. Último dimisionario notorio: el jurista Franz Hofdemel. Su esposa, María Magdalena, seguía siendo sin embargo alumna de Mozart.

—Varios indicios me incitan a pensar que hay un traidor entre nosotros —le reveló Thamos a Mozart—. Conocemos al espía del arzobispo de Viena, tan estúpido que no representa un grave peligro, El verdadero chivato, en cambio, es el que nos causa el mayor daño. Sin duda comunica a la policía nuestros rituales y los temas de nuestros trabajos.

—¿Cómo puede actuar así un hermano? —se indignó Wolfgang.

—Recuerda el mito del Maestro masón: la traición forma parte integrante de la vida iniciática. Olvidarlo ha llevado a muchas cofradías al desastre.

—¿Tenéis alguna sospecha concreta?

—Desde hace varias semanas, algunos comportamientos me intrigan. Antes o después, lo lograré.

Viena, 1 de marzo de 1791

Minuetos, danzas alemanas, contradanzas y Ländler[67] de Mozart encantaban a los tres mil danzantes de la pequeña y de la gran sala del Reducto, en el palacio imperial de Viena. Hasta las cinco de la madrugada, bebían y comían, disfrazados. Se apreció especialmente el trío de la «Carrera de trineos», en el que se incluían una trompa de postillón y unos cascabeles, y «El triunfo de las damas».

Leopold Aloys Hoffmann abandonó la sala pequeña poco después de la medianoche para acudir a una cita con Geytrand, a quien el fresco nocturno no molestaba.

—¿Algo nuevo, Hoffmann?

—Nada importante. La logia ronronea.

—Vamos, querido amigo, no intentéis pasaros de listo. Tenemos un expediente muy comprometedor sobre vos. ¿No erais acaso el hermano Sulpicius, entre los iluminados?

Hoffmann reveló de inmediato los acontecimientos de la última Tenida de La Esperanza Coronada. Satisfecho, Geytrand se alejó.

Hoffmann, helado, se arrebujó en su grueso manto.

—Buenas noches, falso hermano.

Thamos el egipcio le cerraba el paso.

—¿Hace… hace mucho rato que estáis aquí?

—Te he seguido.

—¡Es… es insensato!

—En absoluto, por fin he comprendido quién eras.

—¡Pues yo no comprendo nada!

—¡Qué el destino te reserve el peor de los castigos, crápula! No vuelvas nunca más a la logia.

El traidor sintió que Thamos no hablaba a la ligera y que se moría de ganas de retorcerle el pescuezo.

Jurándose evitar cualquier contacto con la francmasonería, Hoffmann desapareció en la noche.

Viena, 2 de marzo de 1791

El conde Deym había hecho un nuevo encargo a Mozart para alimentar el órgano mecánico de su museo de figuras de cera. Esta vez sin aburrirse, Wolfgang compuso una fantasía[68] que no parecía una pequeña pieza de género. Un alegro fugado precedía y seguía a un andante bastante majestuoso. Influencia de Juan Sebastián Bach, rigor, sentido de lo trágico… Al escuchar aquella breve obra, Constance advirtió una nueva evolución en el estilo de Mozart[69].

—Excelente noticia, querida. Tres editores han vendido varias partituras, cuartetos y música de danza tan apreciada por los vieneses. Una entrada de seiscientos florines, ¡qué alivio! Ahora, el porvenir está más despejado.

—¿Y tu gran ópera?

—Va invadiéndome poco a poco. Muy pronto dibujaré sus contornos.

Viena, 3 de marzo de 1791

—Acabamos de perder a nuestro confidente —dijo Geytrand a Joseph Anton—. Debido a problemas de conciencia, abandona la francmasonería.

—¡Hoffmann tiene conciencia! ¿Le has ofrecido un aumento?

—Ni siquiera una fuerte prima le hará cambiar su decisión.

—Sólo hay una explicación posible: sus hermanos lo han identificado y le han amenazado.

—El núcleo de La Esperanza Coronada será muy difícil de romper —deploró Geytrand—. Los iniciados ya son muy pocos y sus vínculos se han estrechado.

—¡A causa de Mozart, claro está! En el fondo, esta situación no debe de disgustarle. Como director de orquesta, elimina los malos elementos y se queda con los solistas. Dicho de otro modo, en adelante, carecemos de ojos y oídos.

Intentaré comprar un nuevo informador —prometió Geytrand— pero no estoy seguro de lograrlo.

Aunque hubiera obtenido muchos éxitos durante el período en que actuaba a la sombra, el conde de Pergen desembocaba ahora en un callejón sin salida. Aparentemente muy debilitada, la logia de Mozart aguantaba, y la francmasonería vienesa amenazaba con renacer; por lo que se refiere a Leopoldo II, hostil a las sociedades secretas, sin embargo, exigía de su jefe de la Policía una deplorable moderación.

¿Simple contratiempo o signo del destino? Fuera como fuese, Anton seguiría combatiendo.

La influencia de Mozart, el verdadero cabecilla, no dejaba de extenderse. ¡Y qué increíble capacidad de resistencia a los múltiples ataques! Aquel hermano parecía tan indestructible como el Hombre de piedra de Don Giovanni. Al abrigo de la traición, ¿qué proyecto estaba esbozando?

Viena, 4 de marzo de 1791

Sin entusiasmo, Mozart participó en un concierto cuya estrella era el clarinetista Joseph Bähr, vinculado a la corte de Rusia, que deseaba acoger una gran gira del compositor de Las bodas de Fígaro.

En casa del restaurador Ignaz Jahn, Wolfgang tocó uno de sus conciertos para piano[70] y no prestó mucha atención a los aplausos. No soñaba con aparecer en público ni con brillantes demostraciones de virtuosismo, sino con la ópera iniciática que llevara al corazón del Templo. Aunque aún tuviera que producir música de danza, como «Les filles malicieuses»[71], su pensamiento se volvía cada vez más hacia Egipto.