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Viena, 7 de diciembre de 1790

Un colega bien intencionado había hecho llegar a Wolfgang el artículo de la publicación seria Musikalisches Wochenblatt, de Berlín: «No existe entendido alguno que considere a Mozart un artista serio y sencillamente correcto. Y el crítico avisado lo considerará, menos aún, un autor sutil.»

—Olvida a ese imbécil y a sus semejantes —le recomendó Thamos.

—Pero ¿acaso no soy objeto del desprecio general?

—Tus óperas son representadas ya en varios países por compañías itinerantes a las que proporcionan un dinero del que, desgraciadamente, tú no te beneficias. Tus creaciones superarán con creces los límites de tu existencia.

—¡Precisamente, ya no estoy creando! Este año ha sido casi estéril.

—Nuestro hermano Johann Tost, húngaro y violinista aficionado, aprecia tu música de cámara. A cambio de una importante suma, desea una partitura amplia.

—Un quinteto para cuerda… Hace tres años que no los escribo.

Wolfgang cogió de inmediato la pluma.

Al verlo absorbido ya, Thamos se esfumó.

—¿Cómo lo encontráis? —le preguntó Constance, inquieta.

—Está componiendo.

La sonrisa de la joven expresó un profundo alivio.

¡Su marido salía por fin de las tinieblas!

Viena, 10 de diciembre de 1790

—¡Buenas noticias! —clamó Anton Stadler levantando su jarra de cerveza.

—¿Tu nuevo hijo? —preguntó Wolfgang.

—¡El parto ha ido bien! Me refería a la grave enfermedad del viejo Leopold Hofmann, el maestro de capilla de la catedral de San Esteban. Es el momento de solicitar su puesto. Dada tu carrera, el consejo municipal te lo concederá sin dificultades. Puesto que te gusta tocar el órgano, la tarea debería complacerte mucho más que la enseñanza.

—No digo lo contrario, pero…

—He preparado una petición en términos administrativos, sólo tienes que firmarla. Al menos, te pondrás a la cola.

Viena, 14 de diciembre de 1790

Antes de cenar con un empresario llegado de Londres, Mozart, Joseph Haydn y tres hermanos más tocaron el Quinteto en re mayor[61] que suponía el regreso de Wolfgang a la composición tras un largo silencio.

El primer movimiento era tormentoso, grave y batallador. Todos advirtieron la maestría del creador, que conseguía organizar aquel verdadero torbellino y se entregaba en el adagio a una meditación tan desgarradora que podría haberle destruido. El minueto desplegaba una serenidad lúcida, el alegro final daba testimonio de un formidable dinamismo. La juventud había desaparecido, es cierto, pero la potencia permanecía intacta. Jupiterino, el empresario Johann Peter Salomon hizo honor a la copiosa comida ofrecida por Mozart.

—Me satisface contratar al ilustre Joseph Haydn —reveló—. ¡Varios conciertos y una buena cantidad en perspectiva! Tras la muerte del príncipe Nicolaus Esterházy, su sucesor, el príncipe Anton, le concede una renta anual de dos mil florines y, sobre todo, la libertad.

Ver partir a Haydn desesperaba a Mozart.

—Querido papá, no estáis hecho para recorrer el mundo y habláis muy pocas lenguas.

—La lengua que yo hablo la comprende el mundo entero.

—¡Haydn tiene razón! —aprobó Salomon—. Y vos también deberías venir a Londres, Mozart. Allí os aguardan gloria y fortuna.

—Imperiosas obligaciones me retienen en Viena.

—¡Lograré convenceros, ya lo veréis!

Llegó el momento de las despedidas.

—¿Acaso tenéis graves preocupaciones? —se inquietó Haydn.

—Tengo la impresión de que ésta es la última vez que nos vemos.

—¡No digáis tonterías! No soy ya muy joven y detesto viajar, pero regresaré y os transmitiré mi experiencia londinense. Vos mismo encantaréis, muy pronto, a los ingleses.

Viena, 25 de diciembre de 1790

Navidad, la cena, la alegría de Karl Thomas al ver los regalos, la de Gaukerl ante una comida de fiesta, el amor de Constance… Aquella felicidad atenuaba la tristeza de Wolfgang.

—Me atreví a llamar a Haydn «papá», ¡a mi hermano de una sola noche! Siempre me ha apoyado y nunca me ha traicionado. Esta separación es una cruel prueba. Comprendo sus razones y las apruebo; en Londres, conocerá por fin el éxito que merece, y Europa entera aplaudirá su obra. ¡Qué sufrimiento no poder hablar ya con él y tocar música juntos!

—¡Estoy de acuerdo! —dijo Constance—, pues Joseph Haydn te ama como un padre. Tal vez yo pueda ayudarte a soportar su ausencia Wolfgang estrechó con ternura las manos de su esposa.

—Estoy encinta —murmuró ella.

París, 26 de diciembre de 1790

—Rechazo la Constitución Civil del Clero —le dijo Luis XVI a María Antonieta—. Al no ser ya nombrados por el papa, los sacerdotes tendrían que prestar juramento a instancias profanas.

—¿No provocaréis así el furor de los extremistas?

—Su objetivo, cada vez menos velado, consiste en suprimir la monarquía para imponer una tiranía militar y policial en nombre de grandes ideales que sumirán Francia en la tormenta.

—¿Cómo evitarlo? —preguntó la reina.

—Esperaba encontrar un terreno de entendimiento con la Asamblea Constituyente. ¡Pura ilusión! Hoy sé que nuestro deber consiste en combatir esta revolución. Por consiguiente, debemos abandonar París, esta prisión al aire libre, cruzar la frontera del este y reunimos con nuestros aliados alemanes y austríacos. Desde el exterior, iniciaremos una guerra de reconquista.

—Majestad, estoy de acuerdo.