Viena, 15 de mayo de 1790
El día 1, el 7 y el 9, se había repuesto Las bodas de Fígaro. Así pues, Mozart no había sido olvidado por completo. Casi estéril desde Così fan tutte, terminaba a trancas y barrancas el segundo cuarteto dedicado al rey de Prusia[48], una obra árida cuyo alegro final era la única nota agradable.
Wolfgang escribió al archiduque Franz y le rogó que intercediera ante su padre, Leopoldo II:
La ambición de gloria; el amor por la acción y la conciencia de mis conocimientos me impulsan a solicitar la obtención de un cargo de segundo maestro de capilla, tanto más cuanto el habilísimo maestro de capilla Salieri nunca se ha consagrado al estilo de iglesia, mientras desde mi juventud yo he sido maestro en ese género. Los pocos honores que el mundo ha rendido a mi modo de tocar el pianoforte me alientan también a rogar a su gracia que confíe la familia real a mi enseñanza musical.
El compositor no recibió respuesta alguna.
Viena, 16 de mayo de 1790
El expediente de Joseph Anton contra los iluminados, infiltrados en las logias, era abrumador. Ciertamente, su último jefe, Bode, seguro en Weimar, había publicado un folleto que refutaba la teoría según la cual preparaban una revolución universal. Pero sus amigos, como Von Knigge, retirado en Bremen, afirmaban lo contrario. A lo largo de tres obras, hacía apología de la Revolución francesa. El Diario político de Hamburgo no vacilaba en acusar a los iluminados y a ciertos francmasones de haber engendrado el jacobinismo francés y de actuar, con gran secreto, con vistas a destruir el Imperio germánico y todas las monarquías. La Wiener Zeitschrift del ex iluminado y renegado Leopold Aloys Hoffmann no dejaba de propagar esos rumores que repetía el Magazin der Kunst und Literatur, en manos de ex jesuitas. Y el arzobispo de Viena confirmaba el peligro.
Día tras día, apoyándose en documentos y artículos de periódico, el conde de Pergen se iba formando una opinión respecto a Leopoldo II. En aquellos turbios tiempos, ¿no representaba un peligro intolerable una sociedad secreta tan poderosa?
Viena, 17 de mayo de 1790
El proceso se reactivaba. Obligado a pedir dinero prestado a algunos usureros, a Wolfgang le costaba terminar su tercer cuarteto para el rey de Prusia y sólo tenía, aún, dos alumnos, cuando necesitaba por lo menos ocho. Gracias a un nuevo préstamo de Puchberg, ciento cincuenta florines, el compositor mantenía la cabeza fuera del agua. Trabajar en semejantes condiciones era casi superior a sus fuerzas y, sin el consuelo de las Tenidas masónicas y la ayuda de Constance, tal vez hubiera tirado la toalla.
Al salir de la logia, un hermano jurista le habló a media voz:
—¿No os crea problemas el gobierno de la Baja Austria?
—Más o menos —asintió Mozart.
—Os entablan un proceso y os reclaman una gran suma, amenazándoos con requisar vuestro salario, ¿no es cierto?
—¡Una terrible injusticia!
—¿Sabéis quién está detrás de todo esto?
—Lo ignoro.
—Nuestro hermano el príncipe Karl von Lichnowsky. Naturalmente, yo no os he dicho nada.
Viena, 22 de mayo de 1790
Mozart dio en su casa un concierto de música de cámara[49] al que asistieron Puchberg y su esposa.
¿Cómo olvidar la increíble traición de Lichnowsky? ¡Un hermano que se comportaba así! ¿Por qué deseaba destruirlo? ¿Acaso su ignominia le llevaba a aliarse con los enemigos de las logias masónicas?
A Wolfgang le resultaba imposible hablar de ello con su hermana, la condesa Thun, con una de cuyas hijas se había casado Lichnowsky. Inútil alarmar a Puchberg. Y con Ignaz von Born, de frágil salud, el compositor trataba de lo simbólico y no de asuntos de dinero.
Quedaba Thamos… ¡Qué vergüenza describirle semejante situación! No, debía salir solo de aquello. Dada la iniquidad de la acusación, su inocencia quedaría probada antes o después.
Viena, 2 de junio de 1790
Constance había vuelto a Badén para la cura. Como aún tenía muchas dificultades para componer, Wolfgang esbozó unas obras para piano[50] donde consiguió, a trancas y barrancas, dominar cierta forma de desesperación. Y la emprendió con el tercer cuarteto dedicado al rey de Prusia, obra dolorosa y feroz, casi brutal, surcada por las protestas contra la injusticia. Esa meditación sobre una suerte contraria le permitió afrontarla mejor y recuperar energía tras el combate.
Wolfgang tendría que haber compuesto tres cuartetos más, destinados a su ilustre comanditario, pero éste sería el último, pues aquel camino se alejaba en exceso de su proyecto esencial: una cuarta ópera iniciática, que formulara su visión de los Grandes Misterios y de la iniciación futura.
Badén, 6 de junio de 1790
Wolfgang y Constance se besaron largo rato.
—Te he echado mucho en falta —reconoció él—. Y quería anunciarte una buena noticia: esta noche reponen Così. Mi ópera está programada también para el 12 y el 22.
—Uno de tus admiradores, el curtidor Rinbum, me ha regalado una bañera de cuero hervido para mi pie. Facilita el tratamiento, que sería más eficaz aún si te quedaras a mi lado.
—Ésa es mi intención, querida. Sólo las Tenidas y la representación del 12 me llaman a Viena. ¿Cuántos baños te ha prescrito el médico?
—Unos sesenta, y una nueva cura en otoño. Los gastos…
—No te preocupes. Tu salud es lo primero.
Vivir con Constance era una felicidad incomparable. Sin su equilibrio y su firmeza de ánimo, Wolfgang no habría conseguido proseguir su obra.
Viena, 12 de junio de 1790
Antes de dirigir Così fan tutte, Mozart escribió a Puchberg, que le envió de inmediato veinticinco florines. Confesó a su hermano que debía vender sus tres cuartetos dedicados al rey de Prusia, penosísimo trabajo, a un precio irrisorio. Aquel escaso dinero le era tan necesario que no discutiría. Para mejorar su situación, pretendía componer algunas sonatas para piano y se felicitaba de que, al día siguiente, se tocara en Badén una de sus misas[51].
Viena, 24 de junio de 1790
Desafiando la prohibición del difunto José II, Mozart compuso tres fragmentos[52] para la fiesta del San Juan de verano que celebraba su logia, La Esperanza Coronada.
Primero, el coro de la Obertura ritual, Dejad hoy vuestra herramienta, que llamaba a los hermanos a dejar su habitual trabajo para celebrar alegremente la luz triunfante; luego, un breve Canto en nombre de los pobres, que recordaba la vocación caritativa de los francmasones y justificaba su existencia ante las autoridades; finalmente, el Canto de la cadena de unión, sobre un texto del hermano Aloys Blumauer. Acompañado por Anton Stadler, los Jacquin, Puchberg y Thamos, Wolfgang vivió momentos maravillosos en los que el sol de la fraternidad brillaba con todo su fulgor.